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Artículo Destacado

Posición y propuesta del
Nuevo Humanismo
ante la actual crisis civilizatoria

por José Gabriel Feres
Artículo publicado el 14/04/2023

● Ponencia de Virtual Ediciones
en la primera Feria Internacional de las ciencias sociales
Recoleta, Santiago de Chile, 10 de abril del 2023

 

Presentación
En nuestra editorial decidimos hace un par de años, a inicios del 2021, dar vida a una “Colección del Nuevo Humanismo”. En la actualidad esta cuenta con doce (12) publicaciones, de dos autores: diez (10) de Mario Rodríguez Cobos, Silo —pensador y escritor argentino, iniciador durante los años 80 de esta corriente de pensamiento— y dos (2) de Salvatore Puledda —científico italiano, uno de los más importantes divulgadores de estas ideas.
Esperamos a futuro seguir agregando textos de otros autores.

Queríamos dar a conocer esta colección y para ello consideramos que la mejor forma no era presentando uno o varios de sus libros, sino que, exponiendo el pensamiento que corresponde a la formulación teórica y las propuestas de acción del llamado Nuevo Humanismo (o Humanis­mo Universalista, como también se lo nombra).

Para cumplir con ese objetivo desarrollamos una ponencia a la cual titulamos: «Posición y propuesta del Nuevo Humanismo ante la actual crisis civilizatoria». Trabajamos un texto común entre los cuatro que acá estamos, el que se encargarán de exponer: Francisco Ruiz Tagle —del Observatorio Humanista de la Realidad Psicosocial—; Pía Figueroa —de la Agencia Internacional de Noticias Pressenza— y Guillermo Sullings —del Movimiento Humanista de Argentina. Lo que nos une a los cuatro, es nuestra participación, desde sus inicios, en el desarrollo y la acción del Nuevo Humanismo.

Crisis y deshumanización
Intentaremos entonces cumplir con el objetivo de explicar el pensamiento contenido en esta Colección y para ello comenzaremos con una pregunta: ¿cuál es el origen de la reflexión que realiza en su inicio el Nuevo Humanismo? Básicamente, la constatación del avance sostenido de una profunda deshumanización de la vida social, que empezaba a emerger como fenómeno colectivo y planetario. El origen del problema parecía estar en la concepción de ser humano y en la tendencia a su cosificación (o animalización) propias de la sociedad materialista y mer­cantilista que ha terminado imponiéndose en el mundo entero, tal como lo explica Salvatore Puledda, citando a Silo, en uno de sus libros de esta Colección:

…la conciencia humana no es un ‘reflejo’ pasivo o deformado del mundo natural, ni un contenedor de ‘hechos psíquicos’ existentes en sí mismos. La conciencia humana ‘trascien­de’ el mundo natural, es decir, constituye un fenómeno radicalmente diferente de éste. Ella es actividad intencional, actividad incesante de interpretación y reconstrucción del mundo. Por consiguiente, la conciencia es fundamentalmente poder-ser, es futuro, superación de lo que el presente nos entrega como ‘hecho’. En esta reconstrucción del mundo externo y en este salto hacia el futuro reside la libertad constitutiva de la conciencia: libertad entre condicionamientos, sometida sí a la presión del pasado, pero, de todas formas, libertad. En cambio, para la interpretación naturalista, la conciencia humana es esencialmente pasiva y está anclada al pasado: es reflejo del mundo externo y su futuro es actualización deter­minista del pasado. Esta interpretación, si quiere ser coherente, no deja espacio alguno para la libertad humana.

Esa tendencia cosificadora de lo humano se ha acentuado con la transformación del capitalismo productivo en capitalismo especulativo. Como quiera que se lo mire, lo productivo debe lidiar con realidades humanas: necesidades concretas, mercados, trabajadores, aspiraciones, demandas, rela­ción con localidades, etc. En cambio lo financiero se mueve en la esfera de las abstracciones: allí no hay sudor, ni fatiga ni nada que se acerque a la realidad, solo una interminable danza de cifras que van y vienen, suben y bajan en las pantallas de las bolsas y bancos del planeta. Es un universo completamente deshumanizado porque el ser humano real no existe allí. Ni su llanto ni su desespe­ración cotidianos son escuchados por la indiferente tecnocracia que puebla esa especie de Olimpo virtual. Para ellos, la gente sobra y solo valen los índices.

En su último libro, El fin de las sociedades, el sociólogo Alain Touraine hace una descripción muy exacta de la relación entre globalización y economía especulativa, así como de la ruptura que se produjo entre economía y sociedad y se pregunta ¿quién puede resistir a la globalización?:

…En la era postsocial que se abre ante nosotros no hay revoluciones posibles puesto que ya no hay actores políticos ni fuerzas sociales lo suficientemente organizadas para provocarlas. El capital se desquita con el trabajo y merma los avances de las socialdemocracias, realizados durante la segunda mitad del siglo XX. Aparte del análisis de las situaciones, este diagnóstico nos lleva a plantear un interrogante sumamente apremiante: ¿qué fuerzas son capaces de oponerse al incontrolado poder de las finanzas?

Y más adelante dice lo siguiente:

…Por tanto, se trata de preguntarse en nombre de qué y por qué razones pueden emerger actores; pero frente a la invasión de la vida social por la economía, que impone su propia lógica a todos los dominios de la vida, tanto personal como colectiva, ¿de dónde puede proceder la resistencia al poderío de la economía globalizada?
Somos conscientes de que semejante pregunta no requiere solo de respuestas políticas; lle­va en sí una concepción general de la vida social, al igual que en el pasado lo hicieran las religiones, la proclamación de los derechos universales y la crítica del capitalismo.

La economía es, sin duda, uno de los campos en los cuales se evidencia con mayor transpa­rencia la brutal deshumanización con que se toman las decisiones, pero lo mismo se experimen­ta en otras áreas de la convivencia humana en las que se manifiesta el mismo mal, como es el caso del gravísimo deterioro medioambiental planetario, ya casi irreversible; de la crisis migra­toria; del peligro de una confrontación nuclear, como a la que estamos hoy expuestos; la posi­ble crisis alimentaria; etc… En definitiva, todo indica que ya no se trata de problemas aislados o locales sino de una crisis global, producida por el régimen de sistema cerrado en el que ha en­trado el mundo a causa de la globalización.

El historiador británico Arnold Toynbee recurrió al término griego hybris (desmesura) para explicar que una civilización colapsa cuando su fundamento o principio creador se precipita en la irracionalidad y la desproporción, fenómeno muy cercano a lo que está ocurriendo en todos los campos y particularmente con el capital especulativo, cuyo nivel de delirio parece haber traspasado todos los límites.

Por su parte, José Ortega y Gasset, en 1933 se refería, ya en esos momentos, a una “crisis histórica” señalando en su En torno a Galileo:

…Pero se dice, y tal vez con no escaso fundamento, que todos esos principios constitutivos de la Edad Moderna se hallan hoy en grave crisis. Existen, en efecto, no pocos motivos para presumir que el hombre europeo levanta sus tiendas de ese suelo moderno donde ha acampado durante tres siglos y comienza un nuevo éxodo hacia otro ámbito histórico, ha­cia otro modo de existencia. Esto querría decir: la tierra de la Edad Moderna que comien­za bajo los pies de Galileo termina bajo nuestros pies. Estos la han abandonado ya.

Y más adelante:

…Porque si es cierto que vivimos una situación de profunda crisis histórica, si es cierto que salimos de una Edad para entrar en otra, nos importa mucho: 1°. Hacernos bien car­go, en rigorosa fórmula, de cómo era ese sistema de vida que abandonamos; 2°. Qué es eso de vivir en crisis histórica y 3°. Cómo termina una crisis histórica y se entra en tiempo nuevo.

A su vez, Silo, en junio de 1992 en Moscú, en su conferencia sobre Crisis de civilización y Humanismo, la llama a esta una “crisis civilizatoria”, señalando:

…estamos hablando de la situación vital de crisis en la que estamos sumergidos y, conse­cuentemente, del momento de ruptura de creencias y supuestos culturales en los que fuimos formados”, y explica: “… Para caracterizar la crisis desde ese punto de vista, podemos aten­der a cuatro fenómenos que nos impactan directamente, a saber: 1. Hay un cambio veloz en el mundo, motorizado por la revolución tecnológica, que está chocando con las estructuras establecidas y con los hábitos de vida de las sociedades y los individuos; 2. Ese desfase entre la aceleración tecnológica y la lentitud de adaptación social al cambio está generando crisis progresivas en todos los campos y no hay por qué suponer que va a detenerse sino, inversa­mente, tenderá a incrementarse; 3. Lo inesperado de los acontecimientos impide prever qué dirección tomarán los hechos, las personas que nos rodean y, en definitiva, nuestra propia vida. En realidad no es el cambio mismo lo que nos preocupa sino la imprevisión emergente de tal cambio; y 4. Muchas de las cosas que pensábamos y creíamos ya no nos sirven, pero tampoco están a la vista soluciones que provengan de una sociedad, unas instituciones y unos individuos que padecen el mismo mal.

Características y consecuencias de la crisis
Las características de esa crisis están descritas y explicadas con bastante precisión en varios de los libros de esta Colección que presentamos hoy aquí y si bien estas descripciones fueron formuladas hace ya treinta años, los acontecimientos posteriores han tendido a confirmarlas. En rigor, hoy ya no correspondería hablar de crisis sino de caos: hemos entrado en una etapa de descomposición acelerada de este sistema que ha devenido universal, estamos viviendo su des­estructuración. En términos generales, esto significa que se rompen los vínculos que le daban cohesión y coherencia a las diversas dimensiones de nuestra vida social, lo cual implica necesa­riamente que la intención civilizatoria que estaba detrás de esta forma de convivencia y el pro­yecto derivado de ella se han vuelto inviables.

Silo, en la Séptima Carta, de su libro Cartas a mis amigos, definiendo la revolución huma­nista que propone para este tiempo, dice:

…En este sistema que comienza a ser mundialmente cerrado, y no existiendo una clara dirección de cambio, todo queda a expensas de la simple acumulación de capital y poder. El resultado es que en un sistema cerrado no puede esperarse otra cosa que la mecánica del desorden general. La paradoja de sistema nos informa que al pretender ordenar el desorden creciente se habrá de acelerar el desorden. No hay otra salida que revolucionar el sistema, abriéndolo a la diversidad de las necesidades y aspiraciones humanas. Planteadas las cosas en esos términos, el tema de la revolución adquiere una grandeza inusitada y una proyección que no pudo tener en épocas anteriores.

En resumen, este “modelo civilizatorio” (llamémoslo así) está dejando de funcionar. Por cierto, decadencias han habido muchas a lo largo de la historia, de manera que lo que estamos viviendo no presenta ninguna novedad, salvo por un factor: es la primera vez que el proceso histórico ha desembocado en un sistema único y universal. Todos estamos en el mismo barco que, dadas las condiciones que hemos descrito, se parece mucho al Titanic. Es bastante obvio que la institucionalidad vigente no está siendo capaz de encontrar las respuestas ni de diseñar los caminos para superar esta crisis, porque sus parámetros están obsoletos, forman parte de ese pasado en crisis.

Una nueva concepción de ser humano y su rol histórico
Para el Nuevo Humanismo, criterios sociológicos tales como el de darwinismo social, tan propio del capitalismo desde su origen hace ya cerca de tres siglos; o la noción de pasividad respecto de la conciencia humana, considerándola un mero receptor de los datos de la realidad, son todos conceptos que deben ser superados si se quieren encontrar respuestas nuevas que per­mitan ir más allá de este duro momento que vive la humanidad. Como ya lo dijimos, nos en­contramos en una situación social de sistema cerrado que además es único, de modo que no existen referencias externas que pudiesen ser imitadas y de ese modo permitieran romper la inercia para cambiar la dirección del proceso.

Si en momentos históricos anteriores se habló de determinismos procesales, de hegemonías, de condiciones objetivas, conceptos muchos de ellos inspirados en la mecánica clásica, hoy la física comienza a hablar del fin de las certidumbres, de probabilidades. Si esto es así para la física, con mayor razón se cumple en el mundo humano, donde el margen de libertad da un salto gigantesco. La gran posibilidad de abrir este sistema cerrado la encontraremos en la visión que tengamos de “lo humano” y en el reconocimiento de su diversidad como expresión de esa subjetividad activa.

Se afirma en los diversos textos que hoy presentamos que es necesario asumir una nueva definición de ser humano. Se explica que si bien éste participa del mundo natural en cuanto po­see un cuerpo, no es reducible a un simple fenómeno natural, no tiene “naturaleza”, una esencia definida de una vez por todas, sino que es un “proyecto” de transformación del mundo natural y social y de sí mismo. Si de todas maneras quisiéramos definirlo, podríamos decir que “el ser humano es ese ser histórico, que transforma hasta su propia naturaleza”.

En una charla de 1983, en Buenos Aires Argentina, que tituló Acerca de lo humano, Silo desarrolla dos aspectos respecto a este tema: la comprensión del fenómeno humano en general y el propio registro de la humanidad del otro. En parte de la primera de ellas señala:

…estamos a una gran distancia de la idea de naturaleza humana. Estamos en lo opuesto. Quiero decir, si lo natural había asfixiado lo humano, merced a un orden impuesto con la idea de lo permanente, ahora estamos diciendo lo contrario: que lo natural debe ser humanizado y que esta humanización del mundo hace del hombre un creador de sentido, de dirección, de transformación. Si ese sentido es libertador de las condiciones supuestamente “naturales” de dolor y sufrimiento, lo verdaderamente humano es lo que va más allá de lo natural: es tu proyecto, tu futuro, tu hijo, tu brisa, tu amanecer, tu tempestad, tu ira y tu caricia. Es tu temor y es tu temblor por un futuro, por un nuevo ser humano libre de dolor y sufrimiento.

Ya en relación al registro del otro, señala a su vez:

…En tanto registre del otro su presencia “natural”, el otro no pasará de ser una presencia objetal, o particularmente animal. En tanto esté anestesiado para percibir el horizonte temporal del otro, el otro no tendrá sentido más que en cuanto para-mí. La naturaleza del otro será un para-mí. Pero al construir al otro en un para-mí, me constituyo y me alieno en mi propio para-sí. Quiero decir: “Yo soy para-mí” y con esto cierro mi horizonte de transformación. Quien cosifica se cosifica, y con ello cierra su horizonte.
…En tanto no experimente al otro fuera del para-mí, mi actividad vital no humanizará al mundo. El otro debería ser a mi registro interno, una cálida sensación de futuro abierto que ni siquiera termina en el sin sentido cosificador de la muerte.

Muy en síntesis, encontraremos en estos textos una propuesta que podríamos enunciar di­ciendo: solo desarrollando una nueva mirada sobre “lo humano”; solo asumiendo que hoy los problemas y sus soluciones ya no están restringidos al ámbito geopolítico del Estado-nación, sino que son universales y se refieren a la Nación Humana; y, por último, solo abriendo el siste­ma hacia la subjetividad, allí donde anidan las necesidades y aspiraciones humanas, podremos intentar resolver positivamente esta encrucijada entre “el caos y la evolución” a la que hemos arribado como especie.

Respuestas o salidas posibles a la crisis
Junto con esta descripción de la crisis y sus consecuencias, el Nuevo Humanismo también ha presentado sus propuestas. Pero en el momento en que esas opciones fueron dadas a cono­cer, pocos alcanzaron a captar su importancia y su necesidad, pues su difusión coincidió con el apogeo del triunfalismo neoliberal. Quizás es por esta particular circunstancia que Silo le otor­gó a su planteo el carácter de una salida de emergencia, una especie de plan B, en el caso “hi­potético” de que el proyecto globalizador fracasara, ante la eventualidad de que la situación de esos momentos siguiera en deterioro o se saliera de control.

Si bien, lamentablemente —y en esto asumimos la responsabilidad que nos cabe a los que participamos de esta corriente desde sus inicios—, no tuvimos la capacidad de poder presentar con mayor fuerza y claridad estos desarrollos, consideramos que el agravamiento de la crisis durante estas últimas décadas ha puesto una mejor condición para comprender sus raíces y aceptar la profundidad de los cambios que se requiere realizar.

Por cierto que cuando hablamos de encrucijadas, y nos preguntamos por las posibles salidas, inevitablemente surgen los adverbios interrogativos: ¿Quiénes, cómo, dónde y cuándo? Silo siempre consideró a la dialéctica generacional como motor de los cambios, tema que desarrolló en la Cuarta Carta del libro Cartas a mis amigos. Hoy vemos que una nueva sensibilidad va creciendo entre las nuevas generaciones, una sensibilidad que rechaza la violencia y las guerras, que repudia la discriminación de las minorías y la injusticia, que cuestiona al patriarcado y que resiste a la voracidad depredadora que está destruyendo nuestro planeta. Tal vez en esas nuevas generaciones encontremos la fuerza para superar esta crisis civilizatoria.

Sin embargo, también observó que esa dialéctica se desactivaba en la medida en que se hacía más profunda la desestructuración del sistema. Aquellas generaciones que estaban en situación de asumir el protagonismo social pierden su cualidad de cuerpo homogéneo y se fragmentan. Entonces dejan de interactuar, se ignoran una a la otra y la dinámica social cesa. Hoy las generaciones se han abismado entre ellas, generando suertes de subculturas desconectadas unas de otras, fenómeno que implica que los cambios de fondo se hagan más difíciles. Entonces empiezan a circular las “soluciones” sincréticas tan propias de las decadencias. Si será posible reactivar esa dinámica social o nos hundiremos irremediablemente en la declinación es algo no seguro y dependerá principalmente de factores subjetivos que habitualmente tienden a dejarse de lado en los análisis.

Con respecto al cómo, seguramente habrá que avanzar hacia formas de Democracia Real que empoderen realmente a las poblaciones a la hora de plasmar transformaciones estructurales, y allí hay un verdadero desafío, porque hemos visto cómo en numerosas ocasiones la fuerza revolucionaria de potentes movimientos sociales se termina diluyendo en los laberintos burocráticos y posibilistas de la democracia formal, manipulada por políticos que son rehenes o socios de un Poder Real —el para estado financiero— que se opone a los cambios. Y con respecto al cuándo y dónde, hoy resulta muy difícil vislumbrar una respuesta, precisamente porque las características de la crisis global hace que el caos penetre en todas partes; no obstante cabe recordar en ese sentido los primeros párrafos de la “Décima Carta a mis amigos”, escrita por Silo hace casi 30 años:

¿Cuál es el destino de los acontecimientos actuales? Los optimistas piensan que entraremos en una sociedad mundial de abundancia en la que los problemas sociales quedarán resueltos; una suerte de paraíso en la Tierra. Los pesimistas consideran que los síntomas actuales muestran una enfermedad creciente de las instituciones, de los grupos humanos y hasta del sistema demográfico y ecológico global; una suerte de infierno en la Tierra. Los que relativizan la mecánica histórica, dejan todo reservado al comportamiento que asumamos en el momento actual; el cielo o el infierno dependerán de nuestra acción. Por supuesto, están aquellos a quienes no les interesa en lo más mínimo qué ocurrirá a quienes no sean ellos mismos.

Entre tanta opinión nos importa aquella que hace depender el futuro de lo que hagamos hoy. Sin embargo, aún en esta postura hay diferencias de criterio. Algunos dicen que como esta crisis ha sido provocada por la voracidad de la banca y las compañías multinacionales, al llegar a un punto peligroso para sus intereses estas pondrán en marcha mecanismos de recuperación, tal como ha sucedido en ocasiones anteriores. En materia de acción propician la adaptación gradual a los procesos de reconversión del capitalismo en beneficio de las mayorías. Otros, en cambio, indican que no es el caso de hacer depender toda la situación del voluntarismo de las minorías, por lo tanto se trata de manifestar la voluntad de las mayorías mediante la acción política y el esclarecimiento del pueblo que se encuentra extorsionado por el esquema dominante. Según ellos llegará un momento de crisis general del sistema y esa situación debe ser aprovechada para la causa de la revolución. Más allá están quienes sostienen que tanto el capital como el trabajo, las culturas, los países, las formas organizativas, las expresiones artísticas y religiosas, los grupos humanos y hasta los individuos están enredados en un proceso de aceleración tecnológica y de desestructuración que no controlan. Se trata de un largo proceso histórico que hoy hace crisis mundial y que afecta a todos los esquemas políticos y económicos, no dependiendo de éstos la desorganización general ni la recuperación general. Los defensores de esa visión estructural insisten en que es necesario forjar una comprensión global de estos fenómenos al tiempo que se actúa en los campos mínimos de especificidad social, grupal y personal. Dada la interconexión del mundo no sostienen un gradualismo exitoso que sería adoptado socialmente a lo largo del tiempo, sino que tratan de generar una serie de “efectos demostración” suficientemente enérgicos para producir una inflexión general del proceso. Consecuentemente, exaltan la capacidad constructiva del ser humano para abocarse a transformar las relaciones económicas, modificar las instituciones y luchar sin descanso para desarmar a todos los factores que están provocando una involución sin retorno. Nosotros adherimos a esta última postura. Está claro que tanto ésta como las anteriores han sido simplificadas y, además, se ha eludido a múltiples variantes que derivan de cada una de ellas.

En definitiva, nada está determinado y el futuro está abierto en uno u otro sentido; aunque por momentos las urgencias pueden hacernos desesperar y caer en el pesimismo, ya que tanto la amenaza de una guerra nuclear, como el acelerado desastre ecológico y las catástrofes económicas son inminentes, mientras que la posibilidad de un cambio aún no se vislumbra en el horizonte. Y efectivamente, nada ni nadie nos asegura que los cambios llegarán, o que lo harán a tiempo, nada nos garantiza que la civilización no retrocederá a una nueva edad media de oscurantismo y precariedad. Pero tal vez la aceleración de la crisis termine acelerando también la reacción de las poblaciones y, ya no sólo por vocación revolucionaria sino además por necesidad de preservación, las poblaciones se rebelen y los efectos demostración comiencen a multiplicarse.

Quisiéramos terminar esta presentación de la “Colección del Nuevo Humanismo”, con el párrafo final de uno de sus libros, el de Salvatore Puledda, Interpretaciones del Humanismo, escrito en la última década del siglo pasado:

En los pocos años que quedan para concluir el segundo milenio tal vez comience a dibujarse la silueta de la primera civilización planetaria. En tal situación, es posible que el Nuevo Humanismo encuentre campo fértil para el desarrollo de sus ideas. No obstante, esta civilización que se vislumbra tomará impulso entre conflictos y crisis que habrán de afectarnos profundamente. Será entonces cuando comencemos, como organización humana y como individuos particulares, a preguntarnos seriamente por el destino de nuestra especie y por el significado de nuestros actos. El Nuevo Humanismo, precisamente, pretende dar respuesta a esos interrogantes.

Muchas gracias
José Gabriel Feres

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