CRITICA.CL
EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVI
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Los Insobornables

 

1.         El desembarco
—¡Tierra, tierra! —grité. Me acuerdo como si fuera ayer.
El Capitán consiguió salir del chinchorro y caminar sin que la pata se le hundiera demasiado en la arena. Avanzó unos metros y se agarró del bichero que el judío tenía clavado en la playa, con su camiseta enganchada al garfio a modo de banderola. Apoyado de esa asta el veterano sacó del bolsillo un pañuelo blanco (con sus iniciales bordadas con hilo blanco) y secándose la frente dijo: “Aquí, en medio del Pacífico, escribiremos la novela ejemplar de la literatura moderna. ¡Con mayúsculas!”
—¡Efectivamente! —lo refrendó entusiasmado el sefardita, agachándose a golpear madera en la prótesis del lisiado— Anticipo en este preciso momento e idílico paraje el libro del futuro: «Descripción del Universo y Explicación de todas las Cosas». ¡En cursiva!
El judío tras correr todos los caminos, desde la fría Varsovia hasta las sagradas fuentes del Ganges, y demostrar que ninguno conduce a Roma, prefirió embarcarse en el Loncomilla.

—Nunca me había sentido tan a gusto —decía. ¡Por fin a salvo de las majaderías del amor, por no mencionar el sexo!

Dos o tres años antes, y gracias a los oportunos consejos de sus inolvidables —mitológico Berttoni (cartógrafo) y el tan mentado Guatón Albornoz (agente de correos)— había comprado, consiguiendo un descuento considerable, su económico pasaje. (1)
—¡Mamarrachos! —ladró la llamada Generala, recogiéndose la falda para brincar a su turno, sombrilla de papel en ristre, fuera del bote.
Había que oírla rechinar las muelas durmiendo o cuando el alcohol le anegaba las neuronas que, sin exagerar, parecía tenerlas en escabeche. Enojada se acercó al judío y lo apuntó con el parasol, enseñándole su valiosa dentadura.
—No le veo ninguna gracia —le dijo, escupiendo al suelo, para después alejarse playa arriba dando cortas pero enérgicas zancadas, hasta perderse entre los inclinados troncos de las palmeras.

Yo que sujetaba el esquife por la proa, con los pantalones arremangados a las canillas y los pies en el agua, me di vuelta contagiado de risa por el argentino, que aún apoltronado en el bote disfrutaba del espectáculo. Y cómo olvidar, más atrás, a contraluz, el Loncomilla balanceándose en la laguna. Y arriba de los mástiles, agazapado como un gato, el Onanista, que no se resolvía a bajar a tierra.
—¡Damas y Caballeros! —declaró el sefardita, ignorando las protestas de la dama— ¡El demorado desembarco, tras no sé cuántas peripecias, de este arriesgado grupo que desafiando los mares arriba enriquecido con el incalculable tesoro de la experiencia!
—¡Cacorro! —gritó el argentino desde el bote.
Entre paréntesis, el argentino había sido encontrado solo y ciego en los manglares ecuatorianos y acompañado al Capitán hasta esta isla hospitalaria.
—¡Aventura más intrépida que cualquiera de Simbad! —continuó el judío.
—¡Y no menos instructiva que los prolongados viajes de Marco Polo! —agregó el Capitán.
Yo miraba para todos lados, apenas menos desconcertado que el resto de la concurrencia. Decían lo primero que se les venía a la cabeza.

 


1. Aunque en lo que al nudo de esta historia se refiere no tenga ninguna importancia, no quiero pasar por alto el hecho de que el dinero con que el judío contribuyera al viaje del Loncomilla no provino directamente de sus ahorros, sino de la venta de una silla de ruedas holandesa perteneciente a su madre, muerta en su cama algunos meses antes del zarpe. Nota del texto original.
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