Hasta el momento en que gobierna la Unidad Popular (1970-1973) y desde los años veinte, la novela chilena estuvo centrada -mencionaré algunas excepciones de inmediato- en la descripción humanizante del paisaje y la articulación metafórica de los conflictos de clase (criollismos y realismos). Durante ese período1 no hay novelistas que se atrevan o estén en condiciones de desatar un imaginario (en prosa) de la magnitud (en poesía) del nerudiano. De acuerdo a la clasificación moderna de los géneros literarios, la novela es `el género de géneros», capaz de incorporar en su estructura todos y cualquiera de los demás (epopeya, diario, ensayo científico, biografía, crítica, historia, etc.). De ser así, tenemos que la novela chilena del período (ver nota 1) es la obra de Pablo Neruda, quien supo romper los límites intimistas de la lírica -es decir reactualizó los proyectos modernistas de Rubén Darío y Gabriela Mistral- y abrió su escritura hacia los territorios de la naturaleza y la contingencia histórica, creando la poética de lo chileno mesocrático, humanista y revolucionario.2
Mientras criollistas y realistas hacen historia (literaria) a la sombra de la poesía nerudiana -lo que implica que no quieren o no saben cómo discutir que Chile sea `un país de poetas», o dicho de manera menos amable, supone que se trata de un contingente de poetas frustrados-, la obra excepcional de Juan Emar queda aparcada en los márgenes de dicha historia, las novelas de Vicente Huidobro son neutralizadas mediante la etiqueta de `novelas de poeta» y la obra de María Luisa Bombal es adjetivada de `femenina» o `surrealista», con lo que se evita hacer de ella una lectura chilena, tal como se lee chilenamente a Manuel Rojas, Carlos Droguett o José Donoso.
Las novelas que aluden a la figura de Salvador Allende fueron escritas con posterioridad a septiembre de 1973 y forman un corpus que ya puede denominarse, por su eje temático, `Novela del Golpe de Estado». Se trata por tanto de relatos que tematizan, en diversas entonaciones y estilos, una derrota de largo alcance: la del proyecto de identidad nacional que comprometía a las clases sociales popular y media en un modelo de país que debería superar el modelo oligarca-eclesiástico del siglo XIX.
Volodia Teitelboim (La guerra interna, 1979) y Fernando Alegría (El paso de los gansos, 1975) ponen en circulación literaria a un Salvador Allende mediatizado por la amistad y los compromisos políticos compartidos. Enrique Lafourcade (Salvador Allende, 1973) pretende la ventriloquía de un Allende en trance de muerte, atorado en sus contradicciones de caballero chileno comprometido con un proceso político-revolucionario inviable. José Donoso (Casa de campo, 1978) lo incorpora al Gran Giñol de su narrativa como un (supuesto) loco encerrado en un torreón de la gran casa nacional, imposibilitado para guiar a los niños y los esclavos hacia la libertad.
En la novela de Hernán Valdés, A partir del fin (1981), Salvador Allende representaun discurso político. Se trata -parafraseando al personaje Hache- del discurso de una izquierda que esperaba y esperó hasta el último minuto que las Fuerzas Armadas de Chile, o por lo menos un sector importante de ellas, se plegaran al proyecto de la Unidad Popular. Una izquierda que llama `traidores» a los militares golpistas, cuando lo que éstos salieron a defender en septiembre de 1973 fue la nación católica, capitalista dependiente, de damas y caballeros oligarcas, que les dio razón de ser. Una izquierda que pretende cambiarlo todo, a su manera y en su beneficio, nada menos que al amparo de la legalidad de la Constitución de 1925, creada por los dueños y guardianes del país, a quienes ha señalado como sus enemigos. Una izquierda que se ve trágicamente atrapada en la contradicción entre discurso político y práctica política: «usted pone en movimiento todos los factores objetivos que llevarán a la guerra y al mismo tiempo induce nuestros espíritus y nuestros brazos a la paz» (177), reclama Hache, en uno de sus monólogos dirigidos a la figura del presidente Allende.
En 1974 Hernán Valdés había publicado Tejas verdes, el mejor relato que existe sobre el dolor de un sujeto sometido al vejamen militar en los primeros meses de la dictadura. Este libro preciso, que determina para la literatura chilena el fin de la ilusión realista3 recibió en su momento una lectura exclusivamente político contingente -hoy existe una reedición de este libro y nuevas lecturas de él- y fue aclamado como relato paradigmático de la lucha anti dictatorial. Siete años después, en 1981, la publicación de A partir del fin dejó estupefactos a los admiradores de Valdés. No podían creer que el mismo autor de aquel testimonio, tan adecuado a la causa, hubiera derivado hacia una crítica que nadie le había pedido, que `le hacía el juego a la derecha» al detenerse en las contradicciones del discurso izquierdista, acudiendo para remate a Salvador Allende como figura validadora de ese discurso y esas contradicciones.
Hernán Valdés participó en el proyecto de la Unidad Popular sin haberse inscrito nunca en un partido. No respondía por tanto a los compromisos programáticos de las fuerzas políticas organizadas sino a sus propios impulsos críticos de la realidad. Poco después del Golpe de Estado se publicaron varios otros testimonios de hombres y mujeres que conocieron los campos de concentración de la dictadura, pero lo que distingue en ese corpus a Tejas verdes es justamente la falta de justificación político-partidaria para la captura y tormento del testimoniante. En Tejas verdes Hernán Valdés habla desde una experiencia límite, a la que es sometido por una responsabilidad personal: su compromiso (crítico) con el proyecto de la UP.
La voz de Tejas verdes es el antecedente directo de aquella otra que dejó perplejas a las huestes anti dictatoriales, en A partir del fin. Sólo un intelectual no militante, liberado de las disciplinas programáticas y las precauciones reflexivas que impone la lealtad partidista, estaba en condiciones de ocupar con su escritura el territorio de la autocrítica. Pero la izquierda histórica no consigue ningún rendimiento político de este segundo esfuerzo literario de Hernán Valdés, y le retira la legitimidad que le había otorgado por el primero.
Esto me parece clave para situar `la mala recepción» de una novela como A partir del fin. Hasta el momento de su publicación, su autor había conseguido una audiencia importante porque Tejas verdes fue un libro donde su experiencia personal coincidía con las necesidades del conglomerado izquierdista en el exilio, es decir era un libro políticamente correcto.
A partir del fin es un libro mucho más amplio y elaborado que el anterior. En él se articulan la crítica de un discurso político y la autocrítica del intelectual de izquierda romántico e iluminista de los años sesenta (el personaje Hache), la desconstrucción de un triángulo amoroso (Hache, Eva, Kurt), la reflexión sobre la escritura novelesca, la desolación de la ciudad y algunas de sus voces inmediatamente después del golpe militar, la configuración de Hache como personaje ideológico (contingente) pero también en sus dimensiones amorosas, oníricas, deseantes (universal). Incluso, en la novela hay evidencia explícita de que lo narrado en Tejas verdes es parte del mismo relato. Eva, la ex-mujer del personaje, es la misma en ambos libros. Y en el capítulo XIV de A partir del fin, entre los fragmentos 1 (última visita a la casa de Kurt) y los siguientes (2: descripción de la experiencia onírica de desdoblamiento que permite al durmiente observar gozosamente su cuerpo desde afuera; 3: Hache asilado en la embajada de Suecia) hay un vacío o salto textual correspondiente al lapso en que Hache ha estado detenido. Las referencias al clima de Tejas verdes -ya en la relativa seguridad de la embajada- son por lo demás inequívocas: «Hache miraba el techo, tendido en la cama del pequeño cuarto, y a pesar de los días transcurridos sentía que el terror se mantenía tenazmente en el mismo lugar, especie de segundo nivel de conciencia» (237).
No era posible leer esta novela desde la contingencia política, que era de lucha anti dictatorial y crisis general de la izquierda histórica. Con A partir del fin Hernán Valdés estaba proponiendo una elaboración crítica e imaginaria demasiado compleja para el público lector que había recibido con agradecimiento su Tejas verdes. Este segundo libro suyo fue cotejado con las necesidades del exilio y de la lucha anti dictatorial del momento, resultó improductivo y su código fue tácitamente declarado ilegible.
A la no-lectura de esta novela de Hernán Valdés en el momento de su publicación por motivos de contingencia política, se suma su no-lectura en el contexto de la producción novelesca chilena de los últimos veinticinco años por carencia de rigor e interés investigativo en el área de los estudios literarios. A partir del fin es una de esas novelas que no existen en la historia literaria chilena. Su lectura atenta, a pesar de ello, entrega antecedentes singulares, imposibles de conseguir de otra manera, sobre el tiempo en que fue escrita y publicada. Figuras como la de Salvador Allende han dejado ya de ser sujetos históricos y van camino del mito. Pero en cualquier recuperación que se intente de su pensamiento político, de su importancia como referente histórico, me parece conveniente reparar en `la voz negativa» que Hernán Valdés pone en página, en su novela, para hablar de él. Hay ahí un grado de elaboración discursiva quizás todavía hoy inconveniente para la izquierda histórica, pero indispensable para seguir allegando piezas al rompecabezas del fracaso de la vía chilena al socialismo.
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Bibliografía
Valdés, Hernán. 1981. A partir del fin. México: Era. —— 1974. Tejas verdes. Barcelona: Ariel.
NOTAS______________________
1 El problema de los períodos literarios -y su relación con los períodos socio-políticos- no puede ser abordado aquí. Pero conviene aclarar que son las novelas que tematizan el golpe de estado de 1973 (entre ellas A partir del fin de Hernán Valdés) las que marcan el cierre del período literario que se inicia en los años veinte.2 El negativo de esta gran panorámica nerudiana de matriz francesa y romántica es la obra de Pablo de Rokha, que gesta un idioma barroco sin concesiones con la tradición del modernismo. Queda pendiente la lectura comparada de los dos Pablos -seudónimos bíblicos de dos hombres de origen popular, de militancia comunista, afanosos de `la obra total»- y su importancia en el desarrollo, o estancamiento, del género novelesco en Chile. Y luego el hilado fino que hace Juan Luis Martínez, ya en los años setenta, cuando titula su obra poética La nueva novela.
3 El propósito de los realismos era `hacer ficción», es decir crear una ilusión de realidad que posibilitara la humanización del paisaje o la comprensión metaforizada de los conflictos de clases. Con su testimonio redactado como ficción -los modelos de Tejas verdes son La metamorfosis de Kafka y El extranjero de Camus- Valdés desilusiona al realismo, por cuanto aquí la realidad de la experiencia no admite nada positivo o edificante: es puro horror, puro absurdo.
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