La competencia febril por ser la “izquierda verdadera” y hegemónica ya es clásica en el sistema democrático. Esta tan interminable como nunca inconclusa disputa ha dividido a las izquierdas en momentos cruciales de la historia; tres ejemplos, a cual más dramáticos: la toma del poder por el nazismo en Alemania (entre la socialdemocracia y partidos a su izquierda); en la guerra civil española (entre el fragmentado Frente Popular y anarquistas de la Revolución Social Española), o el golpe de Estado de 1973 en Chile (entre la dividida Unidad Popular y el Movimiento de Izquierda Revolucionario). En todos estos casos las izquierdas padecieron de un fuego amigo en todos los frentes. Incapaces de unirse para defender la democracia amenazada, la dictadura triunfó arrasando con todas las izquierdas.
La primera potencia mundial, Estados Unidos, y cinco países de la Unión Europea, entre ellos Italia, están gobernados por la ultraderecha que, además, tiene representación ya en casi todos los Parlamentos europeos; potencias locales como Brasil, India, Rusia y Filipinas se agregan a este catálogo de regresión política que crece imparable. En todos estos países se erosionan las instituciones de la democracia quitando autonomía a los poderes del Estado, especialmente al Poder Judicial, y se demoniza la libertad de prensa (“los enemigos del pueblo”, según Trump). Conscientes de que son la base del Estado de derecho en el sistema democrático, la estrategia global de la ultraderecha apunta contra “los enemigos del pueblo” y la autonomía de sus instituciones.
Mientras todo esto pasa, las izquierdas lidian entre ellas con el solo afán de consagrarse como la “verdadera izquierda” hegemónica. Los esfuerzos perdidos en esta miopía política las incapacitan para percibir el pulso político; y el efecto de esta sinrazón es sintomático: repetir una praxis política que ha terminado siempre en un desastre histórico.
Este puede ser el caso Español (el chileno está aún engendrándose).
En efecto, el renacimiento del decimonónico nacionalismo en toda Europa encontró terreno fértil, paradojalmente, en uno de los países más descentralizados del mundo. Con 17 regiones autónomas, cada una con su gobierno y parlamento propios y con competencias institucionales que en algunas Autonomías superan las formas de un estado federal, Cataluña abre la puerta al precipicio abrazando el ultranacionalismo excluyente y exige, con procederes antidemocráticos e inconstitucionales, la secesión de España. La respuesta no se hace esperar: el retorno de una ultraderecha ultranacionalista. Mientras, las izquierdas españolas continúan combatiéndose recíprocamente por ser, una de ellas, la “verdadera”.
Este infértil debate se ha mantenido en España entre Podemos, nuevo partido al extremo izquierdo del espectro político, con el centenario Partido Socialista Obrero Español (PSOE). La obsesión de Podemos por dar el “sorpasso” al PSOE —superarle en votos y convertirse en la izquierda hegemónica “verdadera”— lo lleva a votar, junto a la derecha, en contra de la investidura del candidato a la presidencia del socialista Pedro Sánchez, en 2016, que es cuando se ganó el distintivo de “izquierda boba” por la ex presidenta de la comunidad Autónoma de Andalucía, la socialista Susana Díaz.
Una definición mucho menos coloquial de “izquierda boba” ya se había hecho hace más de un siglo: la “izquierda boba” es el infantilismo de izquierda, la enfermedad endémica de las izquierdas; a saber, un grupo de iluminados haciendo la “auténtica revolución” a la izquierda de la izquierda con modos mesiánicos y a golpes de mazazos dogmáticos en las cabezas de los que no tienen el privilegio, como ellos, de tener los atributos de ser seres auténticamente izquierdistas. En este escenario, la unidad de estas fuerzas políticas es inviable.
Grosso modo, el nacimiento de Podemos se produce por el crack financiero de 2008 que hizo en España tambalear todos los cimientos socioeconómicos produciendo un trauma sociopolítico de gran calado, aún no resuelto, y que puso fin al (im)perfecto bipartidismo. Los bloques de centro derecha y centro izquierda se fragmentan con el surgimiento de nuevos partidos, a ambos extremos del espectro político, que canalizan el enorme disgusto ciudadano por la gestión de la mega crisis financiera que hicieron ambos bloques y que, ya sin mayorías, deben pactar con los nuevos partidos para alcanzarla.
Podemos se presenta como la “verdadera izquierda”. Su ingreso arrollador tiene una sola finalidad: ocupar del terreno político de la izquierda hegemonizado por el PSOE desde el inicio de la Transición a la Democracia (1975).
Sin embargo, el mapa político que arroja la última Elección General en España (28 de abril de 2019) mantiene al PSOE como el partido más votado con un 28,67% que equivale a 124 parlamentarios, muy superior a Podemos que recibe un 11,97% y 44 parlamentarios. Por la fragmentación de la izquierda, el PSOE necesita el apoyo de Podemos y la abstención de otras fuerzas políticas para formar un Gobierno en minoría.
Mas, mientras Podemos y el PSOE se ponen en desacuerdo, la llamada centro derecha se une con la ultraderecha “sin complejo” alguno y a una velocidad que deja pasmada a toda Europa que, a diferencia de España, en la mayoría de los países se ha creado un cordón sanitario para cerrarle a la ultraderecha el ingreso al poder en las instituciones de la democracia, entre ellos Alemania y Suecia. Es decir, mientras en España la ultraderecha regresa por primera vez desde el fin del fascismo franquista (1975) y que, cómo no, vuelve envuelta en la bandera del ultranacionalismo excluyente decimonónico español (en respuesta al ultranacionalismo catalán de iguales indumentarias), las izquierdas continúan, muy proverbialmente, combatiéndose para ser una de ellas la “auténtica” y la hegemónica.
Es decir, en medio del auge ultraderechista que amenaza no sólo los derechos civiles alcanzados sino que la misma democracia como sistema, y donde ya ni uno ni lo otro está garantizado, Podemos y el PSOE juegan nuevamente un rol histórico: dividir las fuerzas progresistas mientras las derechas con la ultraderecha se unen para materializar una involución política en toda regla.
Podemos es hermano del Frente Amplio chileno, también con modos y ropajes políticos mesiánicos. Como en España, esta izquierda no llega a más del 20%, y ya es mucho. Pero ese 20% es el que impide en España que gobierne un centro izquierda que, para desgracia de muchos, es la única con posibilidades y capacidades reales de alcanzar el poder y, en el mejor de los casos, desarrollar tanto políticas públicas en beneficio de las grandes mayorías como garantizar los derechos civiles alcanzados. En Chile en Frente Amplio, como en España Podemos, define el péndulo político.
El representante chileno de la ultraderecha se reúne en España con sus camaradas para aprender del proceso español y prepararse a su más que segura entrada al Parlamento (o a la presidencia, según él) que, como en España y sin ningún género de dudas, se le unirá la derecha(¿ex?) pinochetista, actualmente en el gobierno.
¿Cuál será la respuesta del Frente Amplio en una más real que hipotética fusión de la llamada centro derecha con la ultraderecha? ¿Se unirá a las fuerzas de centro izquierda para crear el cordón sanitario que minimice su poder, como no se ha hecho en España?
Las izquierdas no han aprendido la lección histórica: en democracia, la hegemonía política no la tiene ningún partido, sea de izquierdas o de derechas; si así fuese estaríamos instalado de un sistema totalitario. Todos —partidos y líderes políticos— son prescindibles en democracia. Si bien es cierto que la mirada política es coyuntural de corto plazo, no es menos cierto que debe ir siempre acompañada de una mirada de largo plazo que alcance a lo que vendrá, más aún con la democracia amenazada, y aún más, en la encrucijada global de vida o muerte por el calentamiento del planeta, del cual las ultraderechas son negacionistas (Donald Trump retira a Estados Unidos del Acuerdo de París sobre cambio climático). Las miradas cortoplacistas de las izquierdas peleándose la coyuntura de una absurda autenticidad hegemónica no dan el ancho en el amenazador panorama político actual, global y local.
Lo absoluto en política sólo se puede dar en un sistema totalitario o en países tiranizados por dogmas religiosos o por ideologías absolutistas y fanáticas. En democracia la política es el arte de consensuar lo posible.
El dilema ético orgánico de las izquierdas—concordar principios con pragmatismo— requiere un ajuste quirúrgico de ambos conceptos, en apariencia duales: ¿pueden las izquierdas ser pragmáticas sin ser cínicas, y pueden mantener los principios sin ser fanáticas?
Mientras se resuelve esta eterna crisis existencial, las últimas máximas inquisitorias entre los secretarios generales de Podemos y del PSOE ilustra el intercambio de toxicidad: “izquierda en el PSOE no significa nada”. “De tanto decir Podemos que no confía en el PSOE, hemos terminado nosotros no confiando en Podemos: la desconfianza (…) es recíproca”.
Ambas izquierdas aran en el mar.
Mientras, se profundiza la amenaza a la democracia.
2 comentarios
El problema está que todos los analistas políticos hablan muy sueltos de cuerpo de una izquierda, o centro izquierda que sólo existe en sus imaginarios. En Chile, por ejemplo, no existe ningún partido político de izquierda en sentido estricto. Hace muchos años el Partido Comunista y Socialista lo fueron, pero ya no lo son, hace años que dejaron de serlo. Lo que existe en Chile son partidos socialdemócratas y punto, que nada tiene que ver con la izquierda política. A saber los partidos de izquierda desde sus orígenes fundacionalistas están por los «cambios» estructurales al sistema capitalista para hacer surgir otro sistema distinto: el «socialismo». En cambio, la socialdemocracia está por las reformas al sistema capitalista pretendiendo con ello mejorarlo, humanizarlo. No son lo mismo, políticamente, cambió con reforma, al contrario se muestran antagónicos. Y en Chile eso se hace más patente, cuando ni siquiera las reformas que han pretendido llevar a cabo los conglomerados socialdemócratas (Concertación-Nueva Mayoría), ni siquiera han sido tales, sino una pura cosmética. En fin, no hay que buscarle las 5 patas al gato. Hay que acabar con ese jueguito que lo único que hace es distraer la atención del problema para no analizarlo desde el fondo en el cual subyace.
Muy bueno. Un tema de plena actualidad.
Recomiendo su lectura.
Gracias Jaime