Dos son las características, según mi opinión, más notables de la economía de mercado globalizada y desregulada que ha producido el crash bursátil, a) la poca conciliación que tiene con la justicia social, y b) que ha sido la derecha, de todo el mundo y la chilena no es la excepción siendo una de las más ortodoxas y fundamentalistas, la que fue apologista de este sistema otorgándole al mercado un total albedrío para que se autorregule, en un ejercicio en absoluto detrimento de la política y de la función del Estado como institución protectora de los intereses públicos de todos los ciudadanos. El postulado ideológico estratégico de la derecha, fue que para maximizar la economía de mercado se requería la minimización del Estado en la participación política en su regulación. Este verdadero axioma para la derecha permitiría que la riqueza producida por el mercado chorreara (¡qué palabreja!) hacia las capas más pobres de la población en forma automática, sin intervención política alguna del Estado. Este endiosamiento que la derecha de todo el mundo le ha estado otorgando al mercado, sin duda, nos ha llevado al desastre.
Constituye una desorbitada paradoja que la execración que la derecha de todo el mundo en los últimos 40 años ha exhibido, en forma arbitraria y absolutista, contra el Estadoenel manejo de la economíadeclarándolocomo el problema y no la solución(máxima de uno de sus apóstoles, Ronald Reagan); que prácticamente anunciaron la muerte del Estado y, por lo tanto de la política, esté ahora precisamente recurriendo al Estado para la solución de esta debacle financiera nacionalizando la banca e inyectando billones de dólares de los impuestos del contribuyente para sanear las finanzas. Estamos presenciando la desfachatez y la doble moral de esa derecha que ha cambiado en cosa de meses su ADN de odio al Estado y al sistema tributario, pero cuando se desata la crisis contemplamos atónitos, en una suerte de ingeniería política rocambolesca y maquiavélica, como esa misma derecha que ha endiosado el mercado desregulado y, paralelamente, ha demonizado el Estado desnutriéndolo hasta dejarlo casi anoréxico, recurre al Estado y a su Erario público para solucionar elcrash económico. O sea, cuando ganó, privatizó las ganancias, pero cuando pierde, socializa las pérdidas recurriendo nada menos que al Tesoro público, al dinero de todos los contribuyentes.
La ceremonia de fin de un ciclo que el mundo está viviendo con esta mega crisis del sistema financiero capitalista, sin ningún género de dudas, no tiene punto de comparación: es un 11 de septiembre (los dos, el chileno y el norteamericano) de la economía de mercado del neocapitalismo. Pero este 11 está ejecutado desde dentro del sistema y por un protagonista de primera línea: el mercado desregulado. Estamos, además, presenciando el fin de la hegemonía geopolítica y financiera de EE.UU. Esta debacle del sistema económico del neocapitalismo liderado por EE.UU., es un punto de inflexión de dimensiones históricas que agrieta los pilares monolíticos de su liderazgo; su credibilidad y legitimidad financiera quedan muy mal heridas. Esto contribuirá a crear un mundo más pluridimensional, con varios centros de poder desplazados especialmente hacia Asia, con China y la India como ejes neurálgicos. Y los cambios a corto plazo que está produciendo esta crisis ya están aquí: el sistema desreglado del mercado promovido con gran fervor por la derecha de todo el mundo como una panacea y un axioma y que fue eje central de la arquitectura en la política económica liderada por EE.UU., ha llegado a su fin.
La consecuencia, por lo tanto, más relevante de esta crisis, es que la ideología del conservadurismo más riguroso y autócrata que defendió un mercado desregulado y el reduccionismo del Estado y la política, se estrella contra un fracaso histórico. Y mientras se retira este modelo económico, entra un Estado más protector que deberá gestionar la economía en toda su amplitud: un Estado más socialista, más socialdemócrata. Y donde la política y el Estado deberán gestionar la regulación y fiscalización del mercado y la distribución equitativa de la riqueza producida por éste.
La experiencia chilena
En el caso chileno, la enorme riqueza que se ha acumulado bajo el sistema de economía de mercado (yo, más bien en el caso chileno, la llamaría economía socialde mercado) ha sido posible por una política económica que ha mantenido saneada la macroeconomía permitiendo con esto un crecimiento económico sostenido en los últimos 18 años. La riqueza de la economía chilena se ha cuadruplicado a partir de 1990, que es el año en que arranca la recuperación de la democracia administrada desde entonces por la coalición de centroizquierda, La Concertación. Es este crecimiento lo que está permitiendo la creación de un Estado de bienestar pequeño, hasta ahora. La implementación de una cascada de políticas públicas que, hay que reconocerlo, apuntan a minar las obscenas asimetrías en la distribución de la riqueza, verdadero talón de Aquiles concertacionista, han logrado, en parte, minimizar las consecuencias perversas de la economía de mercado. La Administración de los cuatro gobiernos concertacionistas ha intentado dotar al Estado de más poder político para equilibrar la balanza entre, por una parte, mercado y, por la otra, Estado y política, entendiendo que sólo con un Estado más musculoso se logrará este objetivo, y que sólo la (voluntad) política puede crear esa musculatura: la única fórmula hasta, por cierto, ahora conocida para ofrecer a los ciudadanos garantías y derechos universales en salud, educación y vivienda y, con ello, una mejor calidad de vida. Un dato importante: el poder económico del Estado chileno no llega al 20% del PIB; es la herencia del capitalismo salvaje que dejó la dictadura con la venta prácticamente de todas las empresas públicas (ojo, no así de la minería, principal riqueza de Chile); y, como sabemos, se requiere como mínimo entre el 25 y el 30% del PIB para hacer operativo un Estado de bienestar digno. Este dato es importante de cara a una reforma tributaria, impostergable, para activar verdaderamente un Estado solidario, entendiendo que sólo los Estados poderosos son capaces de articular la cohesión social, sin que por ello la política y el Estado funcionen en detrimento del mercado, o viceversa, como ha estado ocurriendo en los últimos 40 años.
Con relación a la apocalíptica crisis financiera internacional actual y la ideología de la política económica de las Administraciones concertacionistas, la Presidenta Michelle Bachelet la ha definido claramente:
“Desde que recuperamos la democracia hace 18 años, Chile ha progresado muchísimo. Hemos demostrado que no hay una sola manera de concebir la economía. La que hemos aplicado aquí se ha basado en una unidad muy fuerte entre el principio de crecimiento, pero con equidad; en la idea de un Estado regulador y una sociedad vigilante (…). El complejo panorama financiero nos está mostrando que si bien necesitamos mercados eficientes, (también) necesitamos Estados fuertes, capaces de regular mercados para asegurar el interés general; porque no es rol del mercado asegurar la equidad”.
Es aspecto legal de la crisis
En el plano estrictamente legal, el diagnóstico de la agonía del sistema económico, es que el mercado sufrió de una patología fóbica endémica que ha tenido al mundo entero al borde de un ataque de nervios y camino al diván del psicólogo, su aversión a la regulación política a terminado por convertirse en una fuente globalizada de corrupción y criminalidad económica sin precedentes. Esta suerte de dictadura mundial del mercado por sobre la política y el Estado -en realidad un Estado dentro del Estado y muchas veces con un PIB superior al del mismo Estado -, un mercado de facto que, por cierto, navegó demasiadas veces sin viento en las velas y que perdía fuelle especialmente cuando se le exigió responsabilidad social y jurídica o se le puso por delante una norma, se ha llevado por delante la dignidad de la honradez en el mundo de la economía y los negocios: al no contar con una política de regulación fiscalizadora, los actores del mercado han desatado sus excesos especulativos y sus ambiciones descontroladas y han terminado globalizando la corrupción y la especulación criminal de la economía, colapsando en un gigantesco revoltijo de inmoralidades y putrefacciones.
Es patético ver al hombre más poderoso de la tierra, el Presidente de EE.UU., George W. Bush, devoto representante máximo del paradigma de una derecha intransigente y fundamentalista de las bondades sempiternas y sagradas del mercado desreglado, pedir 700 mil billones de dólares del dinero de todos los contribuyentes para poner parches a las heridas que ha provocado el desastre económico de su propia política económica. La Administración Bush, representante de la derecha reduccionista del poder del Estado, que alienta una cascada de privatizaciones salvajes de empresas estatales; que se complace de cortar hasta el hueso prestaciones sociales, e implementa reformas tributarias regresivas con el sólo afán de maximizar el mercado dejando, muchas veces, al Estado con un cuadro de anorexia crónica, con esta crisis económica mundial, ha saltado por los aires y ha quedado al descubierto un volumen abrumador y monstruoso de corrupción en la administración del mercado sin precedentes históricos.
Por eso se agradece que el gobierno socialdemócrata de Gran Bretaña, que ya tuvo que poner todo el poder del Estado para intentar salvar la economía de su país, como está sucediendo en todo el mundo, anunciara castigo para los especuladores corruptos que han provocado esta bancarrota. Enhorabuena. Es de esperar, sí, que los demás gobiernos del mundo sigan el ejemplo británico. (Los culpables de esta crisis financiera tienen nombres y apellidos; para conocer algunos recomiendo ver el reportaje de Ramón Muñoz “Culpable, millonario e impune” en: www.elpaís.com del día 12/10/2008.)
Reduccionismo existencial
En el plano existencial-filosófico, el libre mercado ha dejado huellas profundas. La vida se ha reducido prácticamente sólo a conocer y aprender el precio de todos y cada uno de los muchas veces inútiles artefactos en un ejercicio de consumismo rayano con lo obsceno; y como artefacto entra todo: la salud, la educación, la cultura y, en fin, el sentido mismo de la vida ha terminado colonizado por el excesivo protagonismo del mercado de facto en la vida de todos.
El filósofo francés Jean Paul Sartre postuló que los seres humanos estamos “condenados a ser libres”. ¿Qué quiso decirnos con esto? Que la finalidad principal y suprema del ser humano es buscar la libertad; y que esa búsqueda permanente por una mayor y mejor libertad es innata en el ser humano. Por primera vez en la historia ese planteamiento ha estado amenazado: el neoliberalismo híper salvaje del mercado desregulado del neocapitalismo, ha estado convirtiendo la totalidad de la existencia humana en una sola razón de ser esclavizante: en sólo una transacción mercantilista que funciona en total detrimento de todas las otras condiciones humanas relevantes, como la solidaridad y la política que propone la distribución equitativa de la riqueza.
Un rápido y urgente control político normativo del mercado y de la economía global en general, como también la modernización y transformación de los organismos económicos internacionales, léase el Banco Mundial y El Fondo Monetario Internacional, impediría este desastre humano. Mercado, política y Estado no deben colonizarse ni funcionar en detrimento de unos contra otros, sino sus únicas cardinales e ineluctables finalidades, son la armonización y conciliación con la justicia y la protección social de las grandes mayorías.
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