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Edición de libros punk y editoriales independientes en Chile: riesgo, autogestión y rebeldía

por Emilio Vilches Pino
Artículo publicado el 07/02/2023

Resumen: La música punk en Chile ha tenido una historia larga y trascendente desde lo musical y lo sociocultural; sin embargo, en el campo editorial, el punk durante décadas no tuvo participación alguna, ni como objeto de estudio ni como agente de publicaciones. En este ensayo se abordan las problemáticas que provocaron este extenso silencio y se aborda la importancia de las editoriales independientes en el surgimiento, en los últimos años, de libros y proyectos editoriales de temática o perspectiva punk.

Palabras clave: autogestión, editoriales independientes, punk

 

La música punk llegó a Chile de manera tardía en relación con casi todo el mundo. Si partimos de este hecho, parece innecesario, por lo obvio, decir que los libros acerca de este tipo de música en Chile también fueron tardíos. Pero esta demora en la publicación de libros fue mucho más extensa, con más de veinticinco años entre la aparición de las primeras bandas en Chile y la impresión de los primeros títulos. Considerando que el punk es un género que desde su aparición provocó una revolución no solo musical, sino cultural, extendiendo su influencia directa o indirectamente hacia la música, la moda, el cine y la literatura, siendo abordado en cientos de estudios, libros y documentales en todo el mundo occidental, desde los años setenta hasta hoy. Entonces ¿por qué en Chile su aparición fue tan postergada, tanto en libros temáticos de comercialización más o menos masiva como en estudios académicos? Y ¿qué factores hicieron que en la última década este silencio editorial se haya revertido? Partamos contextualizando.

Si bien el punk ha aportado al mundo algunos de los discos más exitosos e influyentes de la historia, sin los cuales sería muy difícil entender la evolución del rock de los últimos cuarenta años, es en los aspectos ideológicos y culturales donde tal vez más se note su influencia, con una actitud desafiante y crítica al sistema de mercado, llegando en algunos casos a buscar lo anticomercial, contracultural, que promueve la autogestión y la solidaridad como valores fundamentales, tal como señala la académica Loreto Aguayo en el ensayo No hay futuro: la importancia del Punk como objeto de estudio y la llegada y construcción del punk en Chile (2006): “El punk es una actitud de vida, una manera de percibir tu realidad, una forma distinta de pensar las cosas, que nos recuerda que existen otras verdades, que no descansan en su lucha por la resistencia”. (10)

Primero, es conveniente retomar la idea de que la música punk llegó a Chile recién una década después de su aparición en Nueva York y su explosión en Londres entre 1974 y 1977. Los motivos son varios y similares a los que provocaron contextos editoriales en otros países de la región que, como Chile, sufrieron cruentas dictaduras militares que anularon cualquier asomo artístico sospechoso de ir contra su postura. Las radios, revistas, diarios y canales de televisión solo podían transmitir música sin contenido político, dejando al punk, y a otras manifestaciones surgidas desde la marginalidad, fuera de cualquier tipo de difusión en medios masivos. Esta distancia entre el punk y Chile comenzó a quebrarse a comienzos de los ochenta a través de jóvenes que tenían los medios económicos suficientes para viajar a Estados Unidos y Europa, y traer discos de música que acá jamás había sido oída. Estos discos comenzaron a circular de mano en mano y, para la segunda mitad de los ochenta, se habían vuelto conocidos ya no solo en sectores más acomodados, sino también en ambientes más alternativos y populares. En esos ambientes fue donde germinaron las primeras bandas punk chilenas, como Los Dadá, Los KK, Fiskales Ad-Hok, Políticos Muertos, Anarkía, Los Jorobados, entre otras. Estas bandas intentaron, a través del formato canción y en palabras simples, dar a conocer su inconformidad con el sistema y disparar críticas ácidas en contra de la dictadura.

Para Vicente Hernández, en su artículo El punk chileno (2011), el surgimiento local del punk fue “un fenómeno entre político, social y cultural tardío, que al igual que otras escenas de la época [segunda mitad de los ochenta] como el canto nuevo, el nuevo pop chileno y el thrash metal nacional, debió convivir junto al aislamiento geográfico, el exilio, el toque de queda y la dictadura militar” (1-2). La respuesta a este contexto de opresión y aislamiento será la base del discurso que levantará este movimiento, con canciones de títulos tan representativos como “Toque de queda” (Los KK), “Libertad de expresión” (Caos), “Yo odio a los políticos” (Los Dadá) o “Bototos de milico” (Anarkía), con letras que critican directamente la realidad represiva que vivían, manteniendo el estilo rebelde y acusativo de las bandas del hemisferio norte, pero adaptadas a la realidad chilena, con su precariedad de información, de instrumentos y de lugares para tocar, naciendo un movimiento que reclamaba por preocupaciones locales y cotidianas, como la detención por sospecha, el abuso policial, la censura y el abandono socioeconómico de las clases marginadas.

En este primer momento es imposible pensar en libros relacionados al punk en su temática, formas de producción o incluso en actitud. No había periodistas ni autores interesados en escribir acerca de un movimiento que recién se estaba gestando y que, para muchos, no iba a ser más que una moda pasajera; además, habría sido imposible conseguir un editor. Consideremos que las editoriales, al igual que los grandes medios de comunicación, eran escasas y adecuadas al contexto político. En sus primeros años, la dictadura impuso, a través de bandos militares y decretos, la censura y prohibición de la libre publicación y circulación de ideas. Fue así como todas las editoriales con cercanía explícita o implícita a la izquierda política fueron eliminadas, e incluso la editorial Quimantú -estatal desde 1971- fue reorientada hacia un modelo capitalista, subiendo los precios de los libros, cambiando su nombre por Editora Nacional Gabriela Mistral, quemando muchos de sus títulos y designando a un militar como director. Según datos de la Cámara del Libro, en Santiago desaparecieron, entre los años 1973 y 1981, más de 34 librerías, y de los 719 títulos publicados en 1972 se pasó a solo 330 en 1977, la mayoría de ellos reediciones de clásicos de la literatura universal (Subercaseaux 2010).

Por otro lado, y volviendo al naciente punk chileno, los jóvenes que estaban escribiendo canciones no veían en el libro una posibilidad de expresarse; primero, porque era un objeto muchas veces alejado de su realidad inmediata, al menos los que hablaban de música rock, de denuncia social o de rebeldía. Los libros para ellos eran imposibles de hacer y, además, su interés era la expresión inmediata, urgente y libre de censuras, que ofrecía la canción.

A pesar de este distanciamiento del libro, en estos años surgieron una cantidad respetable de fanzines y de cómics autogestionados que sirvieron para promover el pensamiento y la cultura punk que se estaba gestando. Algunos de ellos fueron el Enola Gay -editado por integrantes de la banda Pinochet Boys-, El beso negro -de los integrantes de Los Jorobados-, El trauko, Tiro & retiro, Sudacas, entre otros. Esta afinidad que desde un primer momento logró el punk con el fanzine, se debe a que este tipo de publicaciones son muy baratas, se podían hacer a mano y sacando fotocopias, evitando así el control y la censura; el fanzine era, de alguna forma, similar a la canción: directo, rápido, urgente, autogestionado, fuera del alcance del negocio editorial y de la censura militar. Según Francisco Mallea, cantante de la banda Políticos Muertos y autor del libro Rock Paria y lo que en él se dice: “En esos años los planes literarios escolares aún nos llevaban a Martín Rivas; eran años donde la revista Ercilla vendía la Historia de Chile de Francisco Encina. Miles de casas tenían esas colecciones cerca de un gomero. La dictadura puso el miedo y otros la pereza; los programas de televisión, que se suponían jóvenes, le hablaban solo a una parte de esa generación, también las revistas o los suplementos de prensa, todo para la mejor clientela, los mejores borregos. El resto no tuvo nicho: se inventó uno propio. Si el formato libro hoy merece un esfuerzo económico, en esos años era imposible de imaginar. Fotocopiábamos lo que escribíamos en viejas máquinas de escribir y nos leíamos entre nosotros escuchando música. Esos artículos sobre tocatas o demos de bandas ya eran trabajos de investigación y opinión, pero no en formato libro” (Mallea, comunicación personal, 2022).

Cuando nuestro país recupera la democracia, músicos, escritores, artistas de performance, compañías de teatro y pintores, que por uno u otro motivo habían sido relegados a la oscuridad en los años de dictadura, parecían ahora haber encontrado un sitio más reconocido y aceptado. La música ya llegaba de manera mucho más expedita desde el extranjero, y bandas importantes se presentaban en vivo en Chile, incluyendo a estandartes del punk como Ramones (en 1992 y 1994) y Sex Pistols (en 1996). Este fenómeno fue creciendo hasta alcanzar su apogeo a mediados de los noventa. Tras el triunfo comercial del rock alternativo en Estados Unidos, con Nirvana como punta de lanza, los sellos musicales multinacionales con sede en Chile, como EMI o Warner, comenzaron a firmar con bandas hasta entonces ligadas a lo underground, como Fiskales Ad-Hok, Machuca, Los Miserables o Los Peores de Chile, quienes incluso llegaron a presentarse en vivo (y en horario prime) en el programa Martes 13 del canal televisivo de la Universidad Católica. Con el éxito de canciones como “Síndrome Camboya” y “Chicholina” de Los Peores de Chile, o “Corazón desilusionado” de Machuca, el punk comenzó a estar en todas partes, en las radios, en las revistas, en televisión, pero no en las editoriales. Los libros acerca de otros estilos de música popular comenzaban a aflorar, pero al punk aún le quedaban muchos años para entrar en el circuito.

Entrando en el siglo XX, ya eran muchos los libros con temática rock que estaban en las librerías del país, ya sea a través de sellos editoriales nacionales como internacionales. Si bien este nicho aún era menor en comparación a lo que pasaba en Argentina, España y en el mundo anglosajón, en Chile comenzaba a instalarse esta temática como una alternativa viable desde lo comercial. Algunos libros incluso llegaron a transformarse en éxitos de ventas, como La vida mágica de Los Jaivas; los caminos que se abren, de Freddy Stock (Grijalbo, 2002); Maldito sudaca, Conversaciones con Jorge González, del periodista Emiliano Aguayo (RIL Editores, 2005) y Los Tres: La última canción, de Enrique Symms y Vera Land (Aguilar Chilena, 2002). Del punk aún nada.

Considerando que la censura se había acabado -al menos en su forma más tradicional- y que el rock demostraba que era un tema de interés editorial e incluso rentable, ¿por qué el punk seguía siendo excluido? La respuesta esta vez tiene que ver con razones comerciales.

Pues, el discurso anticapitalista del punk hacía que sus discos se movieran de manera más pirata que original. La mayoría de la sociedad, de manera maniquea y prejuiciosa, veía que su vestimenta era barata y vieja, y que sus intereses no solían incluir a la lectura. Recordemos que la industria editorial chilena estaba –y está—dominada por los grupos transnacionales que han ido comprando y fusionando sellos editoriales, como el grupo alemán Bertelsman, el francés Hachette Livre, y el español Planeta. Estos grupos instalan sellos editoriales que operan a nivel nacional y que están sujetos a estrictos controles de inversión/ganancia que los obligan a publicar solamente éxitos seguros, con importantes campañas publicitarias y de prensa. Estos sellos editoriales trabajan, a decir de Bernardo Subercaseaux (2014) “[bajo] un férreo control financiero por parte de la casa matriz, lo que se traduce en altas exigencias de rentabilidad anual”. (264)

Tal como señala Subercaseaux, las multinacionales y sus filiales en los distintos países tienen una finalidad económica al momento de publicar libros. Su calidad no corresponde necesariamente con el nivel de ventas que estiman y que realmente consiguen. Lo que buscan y necesitan es vender, dejando relegada a un segundo plano la intención de aportar culturalmente, o a la bibliodiversidad. Es por eso por lo que, en los primeros momentos de los libros de música rock en Chile, las temáticas apuntaban hacia artistas o bandas comercialmente probadas: Jorge González y Los Prisioneros, Los Tres, Violeta Parra o Los Jaivas. De esta manera las editoriales podían ir probando el mercado, asegurando venta y difusión, cosas que en ningún caso habrían conseguido editando libros punk.

Es aquí donde entran en el juego las editoriales independientes, quienes serán las encargadas de comenzar a publicar este tipo de libros. Esto se debe, en primer lugar, a las pretensiones de estas editoriales, que se apartan de lo puramente comercial y se acercan más a lo cultural y a ser un aporte a la bibliodiversidad, tal como lo señala Daniel Valdivieso (2016) en Radiografía de las editoriales independientes chilenas: hablan los editores:

“[Las editoriales independientes son] una alternativa para el público a la literatura oficial que publican las editoriales trasnacionales. Ellas son en gran medida las responsables de haber renovado el panorama literario chileno durante los últimos años, de hacerse cargo de una amplia generación de autores, darles difusión y acercarlos al público, a través de libros más baratos y de un material cercano a la idiosincrasia de ese amplio público por conquistar”(1).

La importancia de las editoriales independientes, tal como lo expresa Valdivieso, ha sido vital para la renovación de la literatura en Chile. El caso de los libros de música es solamente un ejemplo de los tantos que podríamos dar al respecto. Al no tener la urgencia de lograr grandes ganancias económicas, pueden publicar lo que quieran, y así poner los ojos en autores más experimentales, inéditos, rescatados del baúl o simplemente poco comerciales. Bernardo Subercaseaux señala: “Son editoriales que se arriesgan publicando géneros y temas que no abordan las editoriales transnacionales (…) pero que sin embargo juegan un rol significativo en la difusión de la creatividad y del pensamiento que se produce en el país, contribuyendo así a la bibliodiversidad”. (2014, pp. 264-265)

Subercaseaux señala una vez más que estas editoriales “se arriesgan” a no vender cantidades enormes, al publicar otros géneros y temas, abriendo así el aporte cultural de los libros que hasta hace algunos años se publicaban en Chile.

Con un gran abanico de temáticas, estilos y alcance, en lo que coinciden todas las editoriales independientes es en su organización, funcionamiento y espíritu de autogestión, partiendo por la elección de los libros. Cada editorial es la encargada desde este primer paso hasta el evento de presentación o lanzamiento, incluyendo casi siempre todas las decisiones de edición y de diseño. Muchas veces, incluso, la distribución de estas editoriales corre por cuenta de los propios miembros del grupo.

Existe también un fuerte espíritu de solidaridad entre estas editoriales, que organizan ferias donde comparten no solo la oferta de novedades, sino que generan espacios de conversación y de relación horizontal. Quizás la feria más importante organizada en Chile por editoriales independientes es La furia del libro, organizada por la Cooperativa de editores de La Furia, Cooperativa que funciona básicamente a través del apoyo mutuo para ir mejorando la propuesta y la difusión de todas las editoriales que son miembros del grupo.

Con todo lo que se ha señalado, el espíritu de las editoriales independientes podría resumirse en tres pilares fundamentales: la autogestión, la innovación y la solidaridad, los mismos pilares del punk como movimiento cultural alternativo.

Con respecto a la autogestión en el punk, señala Lorena Aguayo: “Importante, en este sentido, fue la incorporación de la máxima del ‘Hazlo tú mismo’, clave ideológica desarrollada por los primeros movimientos punks internacionales, la que incitaba al establecimiento de una crítica y lucha social, política y cultural desde la base de la autogestión”.(2006, p.9) Este principio es el que ha acompañado al punk durante décadas, dejar de lado a la maquinaria comercial y hacer lo que quieras hacer con tus propios medios, desde el margen, desde la independencia.

La innovación, pues el punk nace como rechazo a las convenciones anteriores, al rock de virtuosos y de dinosaurios. También porque, al estar fuera de las expectativas comerciales, da espacio a que cada banda haga lo que quiera hacer.

Solidaridad, porque el punk siempre ha actuado como un movimiento de conciertos donde conviven numerosas bandas y, debido a los bajos recursos económicos que suelen tener, sobre todo en los sectores populares, apelan a la solidaridad entre músicos para sacar estos eventos adelante. También porque se han generado muchos sellos discográficos autogestionados, así como numerosos centros culturales, casas okupa y talleres que funcionan de manera colaborativa.

De esta asociación entre los códigos del punk y el espíritu de las editoriales independientes, los libros punk han florecido en los últimos quince años con excelentes análisis socioculturales, musicales, crónicas y biografías. Por mencionar algunas obras importantes, tenemos: Dada: Underground en dictadura, de Leonardo Aller (La Calabaza del Diablo, 2009), que narra la formación de la banda Dadá y su contexto en el nacimiento del punk en Santiago, a mediados de los ochenta; La canción Punk de los 80 en Chile, de Jonathan Lukinovic (Ediciones Oxímoron, 2015), libro que aborda la formación y los primeros años del movimiento Punk en Chile, principalmente a través de la letra de las canciones de bandas representativas, como Los Dadá, Pinochet Boys, Anarkía y Fiskales Ad Hok, entre otras; El peor libro de Chile, de Pogo (Santiago-Ander, 2018), una autobiografía del legendario músico Pogo que recorre su intensa vida ligada al arte y el enorme éxito comercial alcanzado con su banda Los Peores de Chile a mediados de los noventa, antes de ser abandonados por la industria; Punk chileno, 1986-1996: diez años de autogestión, de Jorge Canales (Editorial Camino, 2019), que aborda los primeros diez años del punk en Chile bajo la tesis de que el punk tiene como hilo conductor la autogestión; y Disco Punk, veinte postales de una discografía local (Santiago-Ander, 2020), libro que tuve la oportunidad de escribir junto a Ricardo Vargas, y que cuenta la historia del punk en Chile a través de los discos más representativos de veinte importantes bandas del género.

Muchos otros libros se han ido publicando en los últimos años, y no parece que el terreno se haya secado como objeto de investigación y creación, sino que se ha ido abriendo a nuevas posibilidades y espacios, incluso con la aparición de ferias del libro relacionadas al género. Todo esto de la mano con la consolidación de las editoriales independientes, que han ido dando espacio a otras voces muchas veces apartadas del mercado tradicional. Todo esto, además de mejorar la cada vez más variada propuesta de los libros en Chile, otorga al punk por fin el reconocimiento como objeto de estudio cultural e histórico, y también como fuente literaria y bibliográfica.

Emilio Vilches Pino

BIBLIOGRAFÍA
Obras citadas
Aguayo, Loreto (2006). “No hay Futuro: la Importancia del punk como Objeto de Estudio y la Llegada y Construcción del punk en Chile (1981-1988)”. Revista Virtual Historia y Patrimonio, no. 2, pp. 1-11.
Hernández, Vicente (2011). “El punk chileno” en Artículos para el Bicentenario de Memoria Chilena. En línea en http://www.memoriachilena.cl/602/articles-123109_recurso_2.pdf
Subercaseaux, Bernardo (2010). La historia del libro en Chile. Desde la Colonia hasta el Bicentenario. Santiago, LOM.
Subercaseaux, Bernardo (2014). “La industria del libro y el paisaje editorial”. Revista Chilena de Literatura. Santiago, número 86, 263-268

Valdivieso, Daniel (Entrevistas) (2016). “Radiografía de las editoriales independientes chilenas: hablan los editores”. En Revista Historiaycultura.cl. Santiago, Chile http://historiaycultura.cl/observatorio/1_Editoriales_indp.pdf

Obras consultadas
Aller, Lalo. Dadá, underground en dictadura. Santiago, Chile: La Calabaza del Diablo, 2009. Impreso.
Ávila, Francisco. El Rock: sonido y testimonio de la energía y el desencanto generacional. Santiago, Chile: Ediciones Universidad Católica Cardenal Raúl Silva Henríquez, 1999. Impreso.
Castillo, Ávila, Francisco. El Rock/Pop como fenómeno social. Santiago, Chile: Ediciones Universidad La República, 2004. Impreso.
Del Solar, Felipe y Pérez, Andrés. Anarquistas: presencia libertaria en Chile. Santiago de Chile: RIL editores, 2008. Impreso.
Escárate, Tito. Canción Telepática. Rock en Chile. Santiago, Chile: LOM Ediciones, 1999. Impreso.
Mallea, Francisco. Rock Paria y lo que en él se dice., Santiago, Chile: Santiago-Ander, 2017. Impreso.
Salas, Fabio. Utopía. Antología Lírica del Rock Chileno. (1967-1990). Santiago de Chile. Bravo y Allende Editores, 1993. Impreso.
Lukinovic, Jonathan La canción Punk de los 80 en Chile., Santiago, Chile: Ediciones Oxímoron, 2015. Impreso.
Midia Comunicaciones. Los Pinochet Boys: Chile (1984-1987). Santiago de Chile: Midia, 2008. Impreso.
O’Hara, Graig, The philosophy of punk: more than noise. Los Ángeles. Ak press, 1999.
Valenzuela, Andrés. Anarkía y rebelión: una historia de Fiskales Ad Hok. Santiago, Chile: La Fiskalía, 2014.  Impreso.
Benítez, Luciano, Yanko González y Daniela Senn. “Punkis y New Waves En Dictadura: Rearticulación y Resistencia De Las Culturas Juveniles En Chile (1979-1984)”. Revista Latinoamericana En Ciencias Sociales, vol. 14, no. 1, 2016, pp. 191-203. Redalyc, www.redalyc.org/pdf/773/77344439012.pdf

 

 

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