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Hijo de Ladrón, una lectura personal

por Raúl Alfonso Simón Eléxpuru
Artículo publicado el 08/07/2025

En su novela “Hijo de Ladrón”, Manuel Rojas incluye un trozo sorprendente. Consiste en un único párrafo (nos referiremos a él como “la parrafada”) que abarca varias páginas, y, en apariencia, no tiene relación con el resto de la novela, ya que no es narrativo; además, está escrito en segunda persona (el resto de la obra está en tercera), y en un tono de reflexión filosófica. Comienza con estas inolvidables palabras:
“Imagínate que tienes una herida en alguna parte de tu cuerpo, en alguna parte que no puedes localizar, y que no puedes, tampoco, ver ni tocar, y supón que esa herida te duele y amenaza abrirse o se abre cuando te olvidas de ella y haces lo que no debes, inclinarte, correr, luchar o reír…” (“Obras Escogidas”, tomo 1, Santiago, Zig-Zag, 1974, pp.450-455.)

Y termina con estas otras ―no menos inolvidables―: “…Y piensa que en este mismo momento hay, cerca de ti, muchos seres que tienen su misma apariencia de enfermos, enfermos de una herida…., que los limita, los empequeñece, los reduce y los inmoviliza.”

Todo el párrafo está puesto entre paréntesis, para separarlo del resto del texto, para ponerlo como en sordina, y para darle un tono de reflexión íntima del autor… quien, sin embargo, mientras la desenvuelve, se está dirigiendo en segunda persona al lector.

¿Qué quiere decirnos aquí Manuel Rojas?  Esta reflexión, aparentemente extemporánea, contiene, a mi juicio, la clave de la novela toda. Esta obra, justamente célebre, relata la azarosa y desamparada juventud de Aniceto Hevia, quien comienza su vida entre vagabundos. Estos son los “seres con apariencia de enfermos, enfermos de una herida…” a quienes se refiere la última frase de la “parrafada”. Esta última contiene un intento de precisar la psicología del vagabundo o del “marginal”.

Sin embargo, mirando más atentamente ―leyendo entre líneas, y poniéndonos la mano en el corazón―, reconoceremos que todos padecemos de una u otra clase de “herida” que nos dificulta el vivir. La “parrafada”, por lo tanto, no describe sólo al ser marginal, sino a todo ser humano. Ello se ve claramente hacia la segunda mitad de este texto:

“…Puede suceder que la herida aparezca en tu adultez, espontáneamente…, o provocada por la vida, por una repetición mecánica, supongamos: el  ir y venir, durante decenios, de tu casa al trabajo, del trabajo a tu casa, etc., etc., o el hacer, día tras día, a máquina o a mano, la misma faena: apretar la misma tuerca, si eres obrero, … No le haces caso al principio, aunque sientes que el camino entre tu casa y la oficina o taller es cada día más largo y más pesado; …”

La parrafada describe circunstancias que nos afectan a todos y que pueden terminar agobiándonos. La sensación de estar haciendo un trabajo absurdo por inútil, que nos obliga a recomenzar todos los días, para nada.

“… ¿Qué pasa? La herida se ha abierto, ha aparecido y podrá desaparecer o permanecer y prosperar; si desaparece, será llamada cansancio o neurastenia; si permanece y prospera tendrá otros nombres y podrá llevarte al desorden o al vicio… a las mujerzuelas o al suicidio.”

Estas últimas palabras nos remiten sin quererlo al ensayo de Camus “El Mito de Sísifo”. Este dice, en el primer capítulo de su primera parte:

“Son muchas las causas de un suicidio, y de una manera general, las más aparentes no han sido las más eficaces. …Lo que desencadena la crisis es casi siempre incontrolable. Los diarios hablan con frecuencia de “penas íntimas” o de “enfermedad incurable”. Son explicaciones valederas. Pero habría que saber si ese mismo día un amigo del desesperado no le habló con un tono indiferente. Ese sería el culpable, pues tal cosa puede bastar para precipitar todos los rencores y todos los cansancios todavía en suspenso.” (Buenos Aires, Losada, 1957, p.14.)

Pero Manuel Rojas no se ocupa, como Camus, de los suicidas, sino de quienes sobreviven, aguantando el absurdo: “…muy poca gente sabe hasta dónde es capaz de resistir el ser humano…. Sostenido sólo…por ese algo misterioso y absurdo que mantiene en pie aún a los que quisieran morir…”

Es decir, la vida es difícil: difícil de sobrellevar, y más difícil aún de abandonar. El instinto vital suele ser aún más fuerte que “los rencores y los cansancios”, y nos impulsa a seguir adelante, incluso en las peores condiciones físicas y morales. En esta situación se hallan los personajes de “Hijo de Ladrón”.

Raúl Alfonso Simón Eléxpuru
Artículo publicado el 08/07/2025

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