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Un pícaro en ‘drag’. Ecos de la picaresca clásica en Al diablo la maldita primavera de Alonso Sánchez Baute.

por Lina Aguirre
Artículo publicado el 08/08/2007

La publicación de Al diablo la maldita primavera en 2003, una novela de temática ‘gay’ referida explícitamente y con lujo de detalles a la realidad bogotana actual, constituyó una suerte de ‘salida del closet’ para la ciudad, una declaración en voz alta – y con voz alta me refiero al uso de la legitimidad que ofrece el género novelesco en oposición a la espectacularidad superficial con que prejuiciosamente se identifica a la comunidad ‘gay’ – de que existe una Bogotá homosexual que quiere ser nombrada, conocida y reconocida.

Este polémico texto ha gozado de un amplio éxito comercial y de la atención de la crítica (1), a la vez que ha suscitado toda clase de reacciones por parte de la comunidad homosexual local, desde quienes consideran la novela una expresión política a favor de la diversidad sexual y la visibilización de un grupo social marginado en estos términos, hasta aquellos que la condenan por no hacer una representación fiel de su forma de vida, llegando a ridiculizarlos y estigmatizarlos.  Así, de una u otra forma, el texto ha demostrado ser capaz de desestabilizar los imaginarios de identidades y roles de género de su público, abriendo espacios para la libertad sexual en un contexto cultural fuertemente reglamentado.

La novela ha sido analizada a partir de perspectivas de género y antropológicas, que abordan aspectos como la identidad sexual, la marginación social y la representación, enfocándose casi exclusivamente en el análisis del discurso y de los referentes que la ligan a la Bogotá real.  En este trabajo, intento establecer una nueva perspectiva de lectura, que vaya más allá del discurso, considerando elementos estructurales del texto, para entender cómo se configura la marginalidad asociada a la opción vital de la homosexualidad en un ambiente urbano altamente jerarquizado y excluyente.  Se trata de rastrear los lazos que aproximan a esta novela colombiana a la tradición picaresca heredada de España, la cual ha constituido históricamente, una manera efectiva para narrar realidades donde las problemáticas de la inserción social y la búsqueda de la libertad ocupan un lugar central.

Al diablo la maldita primavera es la historia de vida de Edwin Rodríguez Buelvas, un barranquillero que se reconoce homosexual desde su infancia, y que migra a Bogotá cansado del provincialismo con que en su ciudad se asume la homosexualidad, en busca de un escenario más apropiado para el desarrollo de su opción sexual y vital.  Allí establece un estilo de vida propio, que alterna entre la rumba, el sexo, su trabajo de ‘costurera’ y el papel estelar de ‘Drag queen’ en la discoteca “La caja de Pandora”.   En su narración, Edwin recolecta momentos de su vida, desde su infancia hasta el presente donde se genera el relato, que se relacionan de una u otra manera con su vivencia de la homosexualidad: aventuras que dan a conocer su modo de vida y el de la comunidad ‘gay’ de la cual forma parte, sus preferencias, su oficio, sus frustraciones; historias de la niñez determinantes en la construcción de su identidad de género, o eventos referidos a la realidad bogotana, que denuncian la forma en que la sociedad practica la exclusión de quienes asumen abiertamente su homosexualidad.

El relato se detiene en la construcción de los personajes relevantes en la vida de Edwin y el desarrollo de su personalidad, a través de descripciones detalladas de su apariencia física, sus hábitos y su carácter.  Su mirada pasa por los hombres ‘straight’ (heterosexuales), las mujeres – en especial estrellas de cine y televisión que sirven como referentes de feminidad –, y amigos y conocidos homosexuales que encarnan diferentes maneras de vivir esta opción sexual, y cuya exhibición se hace importante, en la medida en que explicita la singularidad en la vivencia de la homosexualidad y la complejidad de la definición de una identidad individual cuando se transgrede de alguna manera la matriz reglamentaria de género (2).   Así, conocemos a Giovanni, que es “todo un varón […] alto, acuerpado, con pelo en pecho, goatee y caesar haircut” (93), al doctor Zaruma, a quien Edwin critica porque “a estas alturas de la vida él seguía considerando que era de una raza inferior por ser marica” (153), a la Pérez, que se ganó “el apodo de ATH – como los cajeros automáticos – porque es tan perra tan perra que cambia de marido A Toda Hora” (45), o a Romel, quien teme revelarse ‘gay’ y es violado por la policía en uno de sus paseos sexuales por el Parque Nacional (83).

También se ocupa de recorrer los espacios físicos en que el protagonista y la comunidad ‘gay’ de la ciudad circulan y dan sentido a su vida social: ciertos barrios, cines, supermercados, parques, gimnasios y otros lugares compartidos con la sociedad ‘straight’, así como discotecas, saunas y ‘after party’, exclusivos para la comunidad ‘gay’, los cuales constituyen iconos de su presencia dentro de la ciudad.  Muchos de los lugares existen con nombres reconocibles en Bogotá, como el centro Andino, el supermercado ‘Gayrulla’ de la 63 (Carulla), el Barbie gym (Body gym) o el Centro Granahorrar, y aquellos que se presentan con nombres totalmente ficticios, también aluden a espacios reales aunque no específicos, que podrían ser frecuentados por la comunidad ‘gay’ en una ciudad del tamaño y la diversidad cultural de Bogotá.

De esta manera,  el relato de la vida de Edwin logra, por una parte, anclarse en la realidad bogotana, destapando una realidad apenas susurrada en la comunidad ‘straight’, que no quiere reconocer los terrenos ganados por la gente ‘gay’ de la ciudad y mucho menos reconocer su presencia en espacios compartidos.  Y de otro lado, al construir espacios urbanos universales (en el sentido en que podrían existir en cualquier gran ciudad), logra mostrar cómo la presencia homosexual y su lucha por espacios propios, por reconocimiento social y pertenencia, constituyen problemáticas urbanas comunes en la actualidad.

En Al diablo la maldita primavera se construye una realidad textual densa, creada en estrecha relación con el mundo real, lo cual nos aproxima a la idea de la novela realista.  Los excesos retóricos que caracterizan el texto, lo numeroso de las aventuras y los personajes, y la riqueza del lenguaje, que corresponde a una jerga urbana con múltiples referentes, son piezas de la síntesis que se obra sobre una amplia y compleja realidad social, y no artificios vacíos que intenten transformar o magnificar aspectos que la hagan simplemente más literaria.  Pero más allá de lo que se intenta representar, el realismo de la novela se encuentra en la forma en que el narrador va conformando el mundo como lo percibe y lo recuerda, de manera fragmentaria y desordenada, entre divagaciones y jerarquías inacabadas y móviles; un mundo limitado por su visión individual, con zonas de sombra y contradicciones, dentro del cual el sujeto se va construyendo.  En palabras de Carlos Blanco “un mundo que, como el nuestro, se va haciendo fuera de nosotros mientras nos hacemos en él y en el entrejuego de cada uno de nosotros con los demás” (312).

La historia de la vida de Edwin, exhibe, en la forma de la novela realista contemporánea, que adopta los relieves y la complejidad del mundo real, varias de las características estructurales de la novela picaresca; no de sus modalidades más recientes como podríamos suponer, sino de su ejemplo fundador, el Lazarillo de Tormes (1554).  La locuacidad crítica del pícaro, reconocida por Gonzalo Soberano como cualidad primordial del personaje (467), y otros “hallazgos constructivos” (206) extraídos por Lázaro Carreter de esta picaresca del siglo dieciséis, tales como la forma autobiográfica de la narración, construida como acumulación de aventuras, su carácter explicativo del estado ‘deshonroso’ del pícaro y  la multiplicidad de ‘amos’ con que éste se cruza en su vida, continúan presentes en Al diablo la maldita primavera, sin mayores mutaciones.

Pero más allá de la estructura, estas dos novelas, tan distantes en el tiempo y en el espacio, tan diferentes en sus temáticas, personajes, lenguaje y en general en cuanto a lo representado, guardan gran similitud en el lugar que otorgan al pícaro dentro del contexto social, el cual lo condena a la exclusión a causa de su origen deshonroso. A continuación, me detendré en los principales aspectos de esta relación:

La narración se presenta como la seudo-autobiografía de Edwin, narrada en primera persona, de manera que la experiencia y la visión del pícaro determinan el alcance y el sentido de lo narrado, tal como sucede en el Lazarillo, lo cual se enfatiza a través del título del primer capítulo de la novela: “Yo” (13).  La aparición de hechos y personajes, se presenta siempre en relación con la vida del protagonista; es decir, no hay ningún relato dentro de la narración principal que no involucre a Edwin, así sea indirectamente, siendo éstos maneras de expresar sus intereses y preocupaciones vitales.  Por otra parte, se conserva la justificación explícita de la elaboración del relato, del acto de la escritura en voz del sujeto marginal, a la manera del Lazarillo y de otras obras picarescas como la Vida, de Torres de Villarroel o La familia de Pascual Duarte, aunque con cierta ambigüedad, coherente con la alta capacidad de adaptación y mutación que ostenta el narrador.  En un principio, Edwin nos hace pensar que escribe para no sentirse solo, para compartir su vida como no puede hacerlo en la realidad, pero luego nos revela el objetivo supuestamente verdadero de su narración:

Ah, no, pero conmigo se equivocó, de manera que antes que cualquier publicación me deje mal librado, yo he decidido contarlo todo, absolutamente todo lo que hice, pensé, sentí, o no desde el momento en que conocí al tal Jorge Mario ese, una tarde que no puedo llamar cualquiera, sentado frente a mi computador, tratando de hacer amigos en un chat room.  (211)

Frente a esta declaración, asumimos que el relato surge para desmentir cualquier inexactitud que pueda darse en otra narración que lo involucra de manera secundaria.  Pero una vez Edwin revela que no es necesario refutar nada, porque todo lo que sobre él sabe Nicolás – el autor del texto en mención – es mentira, ya que lo ha inventado para presentarse en un ‘chat’ con los atributos ideales, el sentido inicial de la narración vuelve a cobrar sentido, constituyéndose en una manera de auto – reconocimiento y auto-afirmación como sujeto que es producto de su historia, y en una denuncia sobre los prejuicios sociales alrededor de la sexualidad, y la exclusión que de ellos se deriva.

Edwin habla, habla sin parar, sobre sí mismo y sobre los demás, ejerciendo su “libertad de decir” (Sobejano, 470) en oposición a las restricciones que le impone la sociedad.  Si no tiene libertad plena de actuación y de oportunidades, al menos cuenta con la escritura como forma de visibilización y de resistencia.  La narración, compulsiva y desordenada, se presenta como esa oportunidad única, donde hay que decirlo todo, contra todos.  Pero no “contra todos en general, contra ninguno en particular” (Sobejano, 469), sino realizando una clara jerarquización dentro de su crítica – que choca con su desorden retórico –, para rescatar ciertos valores y formas de comportamiento y condenar otros.  De un lado quedan sus ‘amigas’, como referentes Many different Seals of Solomon, or Stars of David, are possible: an Earth and Water star, an Air and Fire star, but also non-perfect stars including additional elements (such as in the above example, which has an imperfection since Saturn and the Moon are in aries monthly horoscope instead of Pisces). de amistad y afecto, cuyos defectos se aceptan y resignifican como formas de defensa y actos de libertad; los homosexuales que se atreven a enfrentar su destino y todas aquellas personas que enfrentan el dolor de la exclusión.  Y de otro lado, se ubican los ‘gays’ hipócritas, todas las personas que rechazan a otras por su diferencia: gobernantes, familiares, patrones, etc., y las instituciones religiosas.

Pero el relato, como ya lo he mencionado, también funciona como espacio de conocimiento y afirmación propia.  Muchas de las aventuras narradas, definen los gustos de Edwin, sus actividades, el espacio en que se mueve, así como sus sueños y sentimientos.  Estas se narran normalmente desde una perspectiva superficial, incorporando términos de moda y apreciaciones frívolas, las cuales aportan a la construcción del carácter de Edwin y la atmósfera de su vida cotidiana, pero se alternan con reflexiones que, sin alterar radicalmente el tono kitsch del discurso, ponen en evidencia la intención de conocimiento propio que atraviesa el relato.  El contraste queda claro en los siguientes fragmentos:

Y para que la piel se vea más saludable […], mientras llega la hora indicada para iniciar la parafernalia de la vestida para el concurso, decido pasarme un rato por el Barbie Gym y meterme a una clasecita de aeróbicos […].  Así que visto mi modelito exclusivo que le compré a Enrique en ese almacén ¡regio! que montó en Unicentro con su marido […] y escojo unos shortcitos fucsias con líneas amarillas que me quedan todos ajustaditos y me veo hasta paquetón, y una blusita compañera del mismo tono, manguita sisa, que no me queda muy apretadita, por lo que no me veo muy barrigón. (134)

Giovanni se me fue, justo cuando estaba lo más full de enamorado, y dichoso con la vida, y ya no sentía rencor con mis padres ni con la sociedad ni con el mundo ni con Dios ni conmigo mismo ni con nadie por ser gay, porque el amor finalmente había tocado mi puerta. (97)

Al diablo la maldita primavera no está construida como una simple fila de aventuras, sino a la manera del tejido de la memoria, en un avance ramificado que superpone personajes, eventos, apreciaciones, que avanza y retrocede en el tiempo, mostrando que todo tiene que ver con todo, que cada evento es inseparable de la identidad de Edwin y de la forma en que él está inserto en su mundo.  Las aventuras se aplazan, al verse interrumpidas por algún otro recuerdo, y se vuelve a ellas evidenciando la conciencia de la divagación: “Perras: ¡de eso era que iba a hablar!  Pero, ya ven, siempre se me chispotea y termino conversando de todo de todo de todo” (53).

Lo que se busca es una superficie sin silencios, que haga valer la oportunidad de hablar; por ello, cuando el narrador no logra expresar lo deseado con su propio discurso, lo sustituye por canciones populares, que aportan al sentido de la narración y a su ubicación en una realidad particular.  Tan importante es este gesto en la construcción de la vida de Edwin y la definición de quién es el al momento de la narración, que el título de la novela, involucra el de la canción favorita de su grupo de amigos, “La maldita primavera”: “y voy tarareando la canción de la Yuri que es como el himno del parche, feliz porque me voy a tirar con un buen camajo, qué importa siiiii, para enamorarme baaaasta una hora, pasa ligera, la maldita primavera, pasa ligera, me hace daño sólo a mí” (82).

Las autobiografías de Edwin y de Lázaro, logran entonces, cierta identificación como explicaciones del estado presente del pícaro, el cual Lázaro Carreter asocia con el deshonor, pero que desde un punto de vista más enfocado en el sujeto, se plantea como momento culminante en la construcción de la subjetividad del personaje.  Ambos hacen un alto en el camino y miran hacia el pasado, para entender algo más de ellos mismos y de su interacción con la sociedad.  Allí van apareciendo los múltiples ‘amos’, que subordinan a Lázaro y que son comparables con los múltiples amantes de Edwin, a quienes frecuenta en búsqueda de su sueño de amor, el cual aparece como un bien negado para los ‘gays’, que muy a pesar del sujeto, termina sustituyéndose con aventuras netamente sexuales: “sexo es todo lo que he tenido en mi perra vida.  Amor, jamás; ternura, ni idea qué es eso; comprensión, ¿cómo se escribe? Pero sexo, sexo sí, todo el del mundo, de todo tipo y con todo el que se me ha antojado” (53).  Sin embargo, estas aventuras que explicitan la imposibilidad de conseguir el amor, también son muestras de la búsqueda libre del placer y del disfrute sexual que emprende Edwin, en oposición a las restricciones impuestas por la sociedad.

En los recuerdos de sus parejas pasadas – no en los amantes enganchados por puro gozo – se consolida el lugar subordinado de Edwin en las relaciones amorosas, dependiente, temeroso del abandono, dispuesto a la pérdida de su individualidad, con tal de conservar su relación. “[E]n tan poco tiempo junto a Nicolás sé ya que no soy más que un títere suyo, y lo peor es que me importa un pito que sea él el dueño de mi voluntad” (228), confiesa Edwin reconociéndose completamente feliz en su lugar de ‘esposa’, y aparentemente dispuesto a la vida doméstica, a la fidelidad y la mesura, por mantener a Nicolás a su lado.  Pero son sus ‘amigas’, rivales y enemigos homosexuales, quienes sirven de modelo y compañía para sus aventuras picarescas; las ‘malas compañías’ que le enseñan la vida vil del margen, de las fiestas y el escándalo que le entrega tantas satisfacciones.  En esta combinación de influencias, percibimos cómo Edwin pasa por un proceso de aprendizaje en dos dimensiones, la amorosa y la social, cuyas contradicciones hacen de su vida de pícaro una experiencia ambigua y marcada por la voluntad individual, que se distancia de la resignación que caracteriza la experiencia de Lázaro.

La figura del maestro y de la iniciación, que son determinantes en la vida de Lázaro, lo son también en el desarrollo de la personalidad de Edwin.  De su primer amo, el ciego, Lázaro “aprenderá que la vida exige, para mantenerse en ella, paciencia, disimulo y engaños” (Carreter, 110), valores que también le son transmitidos a Edwin, pero a través de la figura de Alexis Carrington, uno de los personajes protagónicos de la serie de televisión “Dinastía”:

Es por eso que la amo tanto, a Alexis me refiero, porque ha sido mi luz, mi faro, y me enseñó, como dije, que en la vida hay que ser perra para sobrevivir manteniendo la alegría, tal como viven las arpías, pero las de verdad, esas águilas que habitan en los Andes peruanos y que, a pesar de comer carroña, son más felices que las perdices. (24)

Edwin va a aprender de ella a guardar las apariencias y protegerse de los demás a través de sutiles agresiones que conserven intacta su imagen inocente y aristocrática.  Es a partir de estos rasgos que el personaje se consolida como pícaro, capaz de engañar a todos para obtener el mayor beneficio posible; esto es, atención, admiración y aprobación dentro de su círculo social, que sustituyan de alguna manera el legítimo reconocimiento social que le es negado por su condición homosexual.  El exitoso aprendizaje de estas técnicas, queda claro cuando Edwin cuenta su experiencia como concursante y costurera en el concurso de Miss Universo ‘drag’, que constituye el logro más importante para una ‘Drag queen’ bogotana:

Y claro, como la loca es inteligente, ¿qué creen que hizo? A todas les dejé el vestido mal hecho, para que no puedan resaltar sus atributos […]. Y el mío, ¡hostias!, quedó perfecto, resaltando lo que tiene que resaltar y ocultando lo que tiene que ocultar.  Y yo me pregunto ingenuamente, ¿acaso fue mi culpa que a última hora las cosas salieran mal? (132).

La iniciación – que para Lázaro se da en el episodio del jarrazo (Carreter, 1972, 117) –la vive Edwin en su primera experiencia sexual, con un conocido político costeño a quien conoce en los baños de un centro comercial.  Así como para Lázaro, la iniciación de Edwin marca el inicio de su proceso de aprendizaje en la dimensión amorosa, con una contundente lección sobre la diferencia entre su sueño de amor y el disfrute sexual, que le hace entender la encrucijada a que estará enfrentado en adelante: “entendí entonces que con los hembritos la cosa era sólo sexo, y me dediqué a ello.  Fue cuando comencé mi largo peregrinar por la entrepierna de todos los hombres que se me acercaban” (91).  En la dimensión social, Edwin experimenta una iniciación temprana, al tener que enfrentar las burlas y críticas de sus amiguitos del colegio por su homosexualidad, la cual no se da como un evento definido, sino como un recuerdo que atraviesa su memoria, lo cual contribuye a la visión de la homosexualidad como una condición natural, que marca la vida de este ‘pícaro en drag’.

Según Edwin, él no eligió ser homosexual.  Su preferencia sexual por los hombres lo acompañó desde la infancia, con una claridad y una estabilidad que contrastan fuertemente con el resto de rasgos de su carácter, siempre adaptable según lo exija la obtención de alguna satisfacción individual.  Y a esta la acompañó a su vez, la conciencia del rechazo y la marginación: “Desde que era un pelaíto yo entendí que mi rollo era con los hombres y, por lo tanto, sería la oveja rosada de la familia.  Y supe además para entonces que la vida es dura y la gente es mala […] a muy tierna edad me acostumbré a que todo el mundo me sacara el cuerpo, me rechazara, me evitara” (19).

Desde su punto de vista, la homosexualidad es algo inexplicable, doloroso, que implica la pérdida de sí mismo y de los afectos cercanos: “es el inicio de ese gran dolor que enfrentamos en nuestras vidas, el desconcierto de saber quiénes somos […]; el sentimiento de ese monstruo grande que va creciendo en nuestro interior y que no podemos doblegar, sin saber siquiera de dónde surge, cómo nace, por qué.  Nadie que no haya vivido el sinsabor de enfrentar algo a lo que todos juzgan maligno puede entender claramente este suceso  (70-71).  Así, al atravesar y definir el destino individual, la homosexualidad originaria y no elegida de Edwin, viene a jugar el papel que el origen vil desempeña en el Lazarillo y en otras novelas picarescas, como condición limitante de la realización personal del pícaro.

A lo largo de la narración, Edwin nos va contando cómo su diferencia sexual se iba conformando más allá del deseo y las prácticas homosexuales (Butler, 51), filtrándose a sus hábitos y preferencias cotidianas: “Siempre me gustó vestir prendas femeninas.  Y no se asusten, porque ¿qué tiene eso de malo? […]  Yo, de niño, me encerraba en el baño de mamá y me probaba todos sus vestidos, sentado horas enteras frente al espejo maquillándome” (127).  Esta identificación con lo femenino, que lo hacen sentir como “una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre” (276) nos permite afianzar la diferencia sexual como marca de origen del pícaro, en la medida en que abarca toda su experiencia vital y le exige la construcción de su identidad desde ese lugar híbrido, y también en tanto dispara toda la serie de adaptaciones, engaños y aventuras que lo identifican con lo picaresco, y que funcionan como mecanismos de inserción social.

El protagonista asume la homosexualidad como un “acto de fe” (250), un camino duro y decepcionante, que condena al constante duelo y al sufrimiento solitario (72).  Es una condición que limita la libertad, reduce las oportunidades de desarrollo individual, y en últimas termina por negar una satisfacción completa a quien, en vez de ocultarla, decide asumirla de manera sincera.  Y no se refiere únicamente al plano afectivo, sino al trabajo, donde ya no importa su inteligencia sino su estigma homosexual; el derecho a la protección, que es violado por una policía corrupta que comete delitos sexuales contra los ‘gays’; a las oportunidades de diversión, placer y libre expresión, que la sociedad les niega al sancionar moralmente sus prácticas, por ser escandalosas o simplemente diferentes.

Edwin puede ser la ‘reina’ de las apariencias, una hipócrita que habla a las espaldas de sus supuestas amigas; puede hacerse pasar por macho (homosexual activo) cuando en realidad es toda una “mujER” (53), engañar a sus conocidos con un origen aristocrático o pagar un gimnasio inaccesible, sólo por mantener la apariencia.  Pero en cuanto a su identidad sexual es inflexiblemente sincero; la asume con sus fortunas y desventuras y la defiende como una opción vital válida, que no puede ser considerada como enfermedad, pecado o tara genética.  Su integridad en este aspecto le permite enfrentar a su madre, con quien quiere compartir la felicidad de su unión legal a Nicolás, y criticar a aquellos que ocultan su homosexualidad:

Pero yo sí la paré de una, […] que no tratara de venirme con cuentos culposos sobre la muerte ya que, en últimas, el marica era yo, el que había tenido que soportar los chismorreos y las sacadas de cuerpo y los rechazos cotidianos era yo, […] y que cada quien en esta vida tiene que asumir su propio destino, […] yo sí no estaba para vivir como los matachines, los comediantes esos de la Edad Media que se escondían detrás de máscaras para ocultar su homosexualidad, irresponsables que no eran capaces de asumir su propia honestidad (258-259)

Edwin es un pícaro dispuesto a enfrentar su destino, Su adultez y su sólido proceso identitario, lo alejan de la culpa y los prejuicios asociados al ser homosexual, y también le otorgan una visión clara de las limitaciones sociales y de las alternativas que tiene para romperlas.  Edwin quiere ser una persona feliz, con una pareja estable y un trabajo que lo dignifique; quiere ser reconocido como la mejor ‘Drag queen’ de la ciudad, querido por su familia y sus amigos: no aspira riqueza y fama mundial, sino el reconocimiento que merece, la salida del margen.  En este sentido, se distancia radicalmente de Lázaro, cuya juventud y escasa conciencia lo dejan a la deriva de las circunstancias, limitando no sólo sus posibilidades, sino también sus aspiraciones a actividades de connotaciones sociales negativas, lo cual lo condena a una vida siempre en el margen.

La voluntad de Edwin, se configura entonces, como instrumento para retar el determinismo del pícaro y de acercarlo a su realización personal.  Gracias a ella, el personaje logra casarse con Nicolás, obtener la aprobación de su mamá y planear un proyecto productivo, que pueden acabar con su historia de inestabilidad y soledad.  Pero su fragilidad emocional y sus impulsos sexuales, lo llevan a ser infiel a su marido, a romper con él y entrar una vez más en la espiral de abandono y sueños frustrados, pero también en la bulliciosa y feliz vida de soltería, de rumba, sexo, drogas y amigas superficiales, que le entrega alegrías efímeras pero más factibles y propias de su personalidad espectacular y bulliciosa: “y puse música alegre, festiva, carnavalesca, arrabalera, para continuar con el mismo boroló de mi vida de siempre, con la bulla entusiasta de la que tanto disfruto verme rodeada” (276).

Edwin demuestra que su voluntad puede superar el determinismo que él mismo asocia a la condición homosexual y vivir de manera solitaria y superficial también depende de sus propias decisiones.  En su narración queda claro que la zona de sombra reservada a los homosexuales no es solamente una condena, sino una posibilidad de libertad para el desarrollo de su vida sexual y el estilo de vida desaforado que prefiere.  Ser parte de una pareja homosexual legitimada por el sistema legal, implica llevar una vida visible que pueda reivindicar los derechos de los ‘gays’ y acogerse a ciertos estándares sociales que sin duda reducen su libertad.  Así, Edwin termina de poner en evidencia su vocación de pícaro, que se debate entre las ventajas reglamentadas de la inserción social y la vida difícil pero placentera del margen.

Bibliografía
Blanco Aguinaga, Carlos.  “Cervantes y la picaresca.  Notas sobre dos tipos de realismo”.  Nueva revista de filología hispánica, volumen XI, 1957.  313-342.
Butler, Judith.  El género en disputa.  El feminismo y la subversión de la identidad.  México: Editorial Paidós, 2001.
Carreter, Lázaro.  Lazarillo de Tormes en la picaresca.  Barcelona: Ariel, 1972.
Guillén, Claudio y Lázaro Carreter.  “Constitución de un género: la novela picaresca”.  Historia y crítica de la literatura española. 468-482.  Fotocopias.
Sánchez Baute, Alonso.  Al diablo la maldita primavera.  Bogotá: Santillana, Punto de lectura, 2007.
Sobejano, Gonzalo.  “Un perfil de la picaresca: el pícaro hablador”.  Studia hispanica in honorem Rafael Lapesa.  Volumen III, 1975. 467-485.
NOTAS _____
1. El grupo Santillana ha realizado ocho ediciones de la novela hasta el momento.  Fue galardonada con el premio nacional de novela Ciudad de Bogotá en 2002.
2. En el libro El género en disputa, Judith Butler analiza la forma en que, a pesar de la movilidad de los modelos de género a lo largo del tiempo, se mantienen ciertos perfiles reglamentarios, masculino y femenino, en cuya vivencia se exige “coherencia y continuidad entre sexo, género, práctica sexual y deseo” (51).  Está definida una relación causal entre estos cuatro elementos, que al romperse de alguna forma (género no es consecuencia del sexo, práctica sexual no es consecuencia del género, etc.), genera la exclusión, y sin embargo no impide la construcción de una identidad sexual, en tanto el sujeto es capaz de ubicarse por fuera de la regla y construirse de manera singular a partir de las rupturas.
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