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Madrid: capital hoy del Impresionismo y el Postimpresionismo.

por Marcelo Coddou
Artículo publicado el 23/03/2013

A quien le guste el arte y viaje a París por vez primera y también al que lo hace con frecuencia relativa, les debe resultar imperativo no limitarse a visitar, o re-visitar, el museo del Louvre, con sus mil tesoros –la Gioconda, la Victoria de Samotracia, la Venus de Milo …–: también deberá darle tiempo al imponente Musée d’ Orsay. En su inmensa colección permanente figuran las más valiosas producciones de ese importante movimiento del siglo XIX que significara la transición decisiva hacia los –ismos de vanguardia del siglo XX: el Impresionismo.

Gracias a una modalidad adoptada desde hace ya mucho tiempo, principalmente en Europa y los EE.UU, de ofrecerse en préstamo posesiones de un museo a otro, se hace posible gozar, como sucede ahora por ejemplo en Madrid, que lo medular del Musée D’Orsay, esté siendo exhibido y por extenso plazo, en la Sala de Exposiciones de la Fundación MAPFRE, situada en la concurrida Vía Recoletos, a escasos metros de la Biblioteca Nacional y a no muchas cuadras de los museos del Prado, Reina Sofía y Thyssen-Bornemisza, vale decir de la tríada de museos españoles que figuran entre los más destacados de Europa. Y, precisamente en el Thyssen-Bornemisza, el viajero va a encontrar un complemento formidable de lo que habrá visto o verá en la Fundación MAPFRE: una exhibición especial, certeramente titulada Impresionismo y aire libre. De Corot a Van Gogh.

Como claramente lo sugiere su título, esta exposición introduce al espectador en la problemática de la pintura al óleo al aire libre, que es una práctica artística que tuvo su momento cúlmine precisamente con el Impresionismo. La excelencia de esta exposición reside en que también ofrece muestras, magníficas todas ellas, de los orígenes de tal práctica y que se remontan a casi un siglo atrás.

Efectivamente, desde finales del siglo XVIII se hizo frecuente que los jóvenes paisajistas que se formaban en Italia se ejercitaran con pequeños estudios al óleo pintados al natural. El paisajista neoclásico Pierre-Henri de Valenciennes (1750-1819), padre de la pintura al aire libre, consideraba esas obras al natural como menores respecto a las composiciones ejecutadas en el taller, pero las reconocía como fundamentales en el aprendizaje del artista: su función esencial, sostenía él, era servir de ejercicios de destreza “tanto para el ojo como para la mano”.

Durante la primera mitad del siglo XIX lo que había sido neta distinción entre paisajes del natural y composiciones de estudio se fue desdibujando. Desde 1820, aproximadamente, se fueron produciendo trasavases entre ambas modalidades, lo que fue implicando un cuidado creciente de los óleos pintados al aire libre y de la utilización de motivos tomados del natural en las obras ejecutadas en el estudio. La práctica del plein air alcanzaría pleno desarrollo en el siglo XIX y sus logros más acabados su cumplirían precisamente en el Impresionismo francés.

De todo ello da muestra cabal esta exposición en el Thyssen-Bornemisza, que reúne cerca de 100 obras que datan desde 1780 a 1900, lo que equivale a decir desde los iniciadores del paisaje al aire libre –el mencionado Valenciennes, el británico Thomas Jones (1742-1803)—a artistas como George Turner (1841-1910), John Constable (1776-1837), Jean Baptiste Corot (1796-1875), Théodore Rousseau (1812-1867) y todos los grandes maestros del impresionismo, hasta llegar al cambio de siglo con Vincent Van Gogh (1853-1890) y Paul Cézanne (1839-1906).

Los estudios al óleo pintados al aire libre ganaron reconocimiento e independencia sobre todo entre los artistas pertenecientes a la Escuela de Barbizon, precursosres del impresionismo: el recién nombrado Théodore Rousseau, Julien Dupré (1851-1910), Charles Francoise Dauvigny (1817-1878), etc., quienes frecuentaron el bosque de Fontainebleau, situado a 60 kmts. al sur de París.

La generación de relevo de la Escuela de Barbizon, vale decir los impresionistas –Claude Monet (1840-1926), Alfred Sisley (1839-1899), Piere-Auguste Renoir (1841-1919), Jean Fréderic Bazille (1841-1870), entre otros y el post-impresionista, adelantado de las vanguardias, Paul Cézanne (1839-1906), también frecuentaron el mismo bosque en la década de 1860. (Insistamos en recordar que fue el recién mencionado Paul Cézanne quien estableció los fundamentos de la transición de las concepciones artísticas del XIX a las modalidades radicalmente diferentes del arte del siglo XX).

Con ellos el trabajo en el taller pasó a segundo plano y la espontaneidad y rapidez de ejecución que había sido consustanciales a los estudios al aire libre se convirtieron en uno de los fundamentos de su pintura. Mas la aparente libertad del trabajo del natural no tardó en sentirse como una traba para la creación plástica. Claude Monet , figura clave en el movimiento impresionista , p.ej., que hacia 1880 aseguraba no poseer otro estudio que la naturaleza, empezó por esas mismas fechas a concluir sus obras en el taller. Se anunciaba así lo que sucedería a comienzos del s. XX, con la eclosión de las vanguardias: el trabajo en el estudio volvió a ganar importancia frente al realizado al aire libre.

Esta evolución se muestra, magníficamente, en la exhibición madrileña, a través de 7 salas dedicadas a los motivos más enraizados en la tradición de la pintura al aire libre: 1) ruinas, azoteas y tejados; 2) rocas; 3) montañas; 4) árboles y plantas; 5) cascadas, lagos y ríos; 6) cielos y nubes y 7) el mar. Cada sala temática reúne escuelas artísticas y estilos distintos para mostrar así tanto la continuidad de la tradición de la pintura al aire libre como sus cambios a lo largo de los años.

Según puede desprenderse de todo lo dicho sobre estas exhibiciones, para un turista interesado su viaje a Madrid debiera implicar visitas obligadas a sus estupendos museos. Son parte decisiva de lo mucho que ofrece la gran capital de España.

 

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