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Paisajes Distópicos. El arte de Laurie Lipton.

por Carlos Alberto Benavente
Artículo publicado el 09/06/2012

La artista norteamericana Laurie Lipton es actualmente una de las más grandes dibujantes del mundo. En sus obras la vida aparece casi siempre deteriorada, atenazada por la fealdad o la locura, la soledad o el encierro, o por una suprema vigilancia al interior de gigantescas metrópolis superpobladas. Estas atmósferas necesariamente nos llevan a vagar junto con ella al interior de un paisaje Distópico, perturbadoramente parecido al nuestro. Identificar los motivos que hacen de su imaginario una verdadera pesadilla hiper-real es la intención de este trabajo.

Las Distopías surgen generalmente como ejercicios moralizantes, como proyecciones afiebradas de este mundo. En ellas las tendencias actuales se acentúan y cada signo de barbarie es magnificado. Todo es opresión y miedo al interior del paisaje Distópico. En ellos no hay escape. Lo único que realmente importa es sobrevivir o integrarse a ese orden que se reproduce sin sentido y al parecer a cada instante. Pero una Distopía no es solamente una utopía perversa: es también el reverso de una sociedad idealizada, emplazada en un futuro siempre imaginario pero no lo suficientemente lejano como para que no podamos identificar todo lo que hay en él de este presente.

Este juego de espejos es quizás lo que tienen de verdaderamente peligroso cada una de estas especulativas fabulaciones. Pues el mero ejercicio distópico lleva en sí mismo una contradicción o, a lo menos, una oscura posibilidad. No sólo porque es capaz de inspirar un futuro incierto –una Distopía imaginada puede muy bien ser el germen de una sociedad posterior- sino porque lejos de prevenir o atemorizar, (intentando así intervenir en el curso de la historia) el sólo ejercicio de crearlas implica una suerte de contracción del tiempo en que esa sociedad ficticia comienza inevitablemente a contaminar nuestro presente con su innegable semejanza, signándolo finalmente como el origen de un desastre en plena gestación.

Esta suerte de pesadilla anticipada nos convierte de paso en creadores inevitables de millones de otras utopías que por desesperadas y diversas contribuyen a alimentar desde dentro una perversa maquinaria que de pronto vemos proyectada en todo lo que nos rodea y de la cual quisiéramos definitivamente escapar.

La discontinuidad que produce el análisis del presente en relación al futuro -esta intersección involuntaria de historicidades distintas- es extrapolable a muchas otras dimensiones. Escapa al mero campo de la ficción para situarse en nuestra propia vida en sociedad, la cual podríamos apreciar perfectamente como una lamentable Distopía en desarrollo.

La obra de la artista estadounidense Laurie Lipton vendría a ser, según creemos, una suerte de inventario de una Distopía que cruza transversalmente aspectos esenciales de nuestra vida. Ya que en ella podemos apreciar las diversas maneras en que una malograda realidad futura se enraíza en el presente, poseyéndolo, deteriorándolo, aplicando esa contracción temporal que retrotrae negativamente el porvenir, ya sea en sus aspectos síquicos, físicos o culturales.

De hecho en su arte no sólo vemos una increíble fidelidad hacia lo inexistente (precisión que hace aun más violentas sus fotográficas imágenes) sino también un terreno llevado hasta sus últimas consecuencias, donde la realidad es desarticulada hasta hacerse irreconocible y algo siniestra.

En este sentido, la obra de Laurie Lipton es ante todo atmosférica. Se desarrolla en un mundo ajeno al tiempo, en un mundo sin sujeciones posibles como la mayoría de las distopías conocidas o existentes. Todo su imaginario busca instalarse al interior de estos espacios temporalmente vagos, irreales, por mucho que la realidad esté al interior de ellos exaltada, pormenorizada hasta en sus más ínfimos detalles. Esta espacialidad se hace patente en ensoñaciones macabras, en fotografías borrosas y fantasmales, en arquitecturas opresivas, en grotescas estampas de la muerte, en mórbidos retratos del poder y la soledad o en esas imágenes en que el cuerpo comienza tibiamente a transformarse, mostrando los estragos del tiempo, remarcando esa transición inexorable. Es al interior de estos escenarios donde la vida se ve siempre amenazada. Todo en estas claustrofóbicas geografías parece retratar un presente ya lo suficientemente desmejorado como para pensar en un escenario distinto (Watching, 2006).

En ese sentido, el primer nexo entre su arte y el concepto de Distopía se encuentra precisamente en que ambos se desarrollan al interior de espacios alterados, dentro de dimensiones indefinibles, donde el presente, el pasado y el futuro se entremezclan. Esta condición es doblemente deslumbrante al apreciar ese realismo que plasma casi fotográficamente realidades fantasiosas donde el hombre pareciere ser solo un juguete del destino (Time travel, 2008).

Esta Distopía propia de su obra se basa sobretodo en la indagación del detritus, en el registro obsesivo de todo proceso de desintegración. Una desintegración que va desde la interioridad más profunda, (retratando un mundo onírico algo tétrico y autoflagelante) hasta llegar al cuerpo y a esas monstruosas urbes que diagraman físicamente su estancia en este mundo.

De hecho, la vida onírica en la obra de L. Lipton se representa básicamente como una pesadilla ingobernable, como negras proyecciones de una vida carenciada, donde la sexualidad pareciera ser solo una fuente sistemática de amargura. En sus sueños, siempre macabros, desprovistos de colores y sonrisas, llenos de animales y de llanto, la Distopía ya es una realidad protagónica donde el descanso o la belleza parecieran ser negados. Como si todo se iniciara ya en el terreno de lo inconciente, como si toda Distopía no fuera más que el reflejo de una vida subterránea, igualmente oscura, regida por incontrolables y atemorizantes desvaríos. En este sentido, no es de extrañar que esa realidad se refleje también en la demacrada corporalidad de sus personajes, casi siempre solitarios, casi siempre desnudos, envueltos en un aura de tristeza y de locura, contemplando su propia y paulatina desintegración.

El cuerpo en estos sueños atonales, apunta siempre hacia el deterioro, al sufrimiento contenido del cuerpo observándose a sí mismo ante un espejo que no deja de anunciarle la fealdad y la muerte, que acentúa la absurdidad de existir dentro de un mundo insatisfactorio, donde la decrepitud y la obsolescencia aparecen como realidades insoportablemente posibles, como el correlato perfecto de una infeliz interioridad. (Mirror, Mirror, 2002).

Pero así como el oscuro mundo psíquico de sus personajes tiene un paralelismo directo con la corporalidad, este cuerpo tendrá a su vez su propia proyección dentro de un mundo alienado, dentro de un mundo gobernado por cofradías despiadadas que manejan todo lo visible (Collateral Damage, 2005) desde oscuras fortalezas repletas de seres inanimados y gregarios, ciudades opresivas que parecen no dirigir hacia ninguna parte, y cuyo único sentido parece ser el acrecentar la pequeñez y finitud humanas (Closed Circuit, 2007).

Este es quizás el aspecto distópico más ostensible dentro del universo de Laurie Lipton. Ese mundo que envuelve y aprisiona la existencia, que la relega a sofocantes departamentos vacíos, a espeluznantes casonas de vidrios rotos y paredes rayadas, a pasillos interminables y sombríos, o a vivir bajo el cielo de ciudadelas laberínticas y colapsadas donde una suerte de religión universal está siendo constantemente promovida y custodiada (Delusion Dwellers, 2007).

Es dentro de estas arquitecturas asfixiantes donde se sitúan estos cuerpos que ella tan fielmente representa, viviendo encrucijadas vitales que nos recuerdan descarnadamente la infancia perdida, el amor no correspondido, la soledad más absoluta, el decaimiento y la banalidad.

Todo esto hace de su arte un testimonio demasiado verídico de nuestra existencia, un intranquilizador sueño del cual a través de su obra despertamos, para vernos finalmente ante sus dibujos como pálidos espectros reflejados, absortos ante la contemplación de imágenes demasiado reales como para ser ciertas o pertenecientes a este mundo.

Junio 2012.

 

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