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Un acercamiento a la obra de Ron Mueck.

por Carlos Alberto Benavente
Artículo publicado el 19/08/2012

1.- Hablar de la obra de Ron Mueck (1958) es hablar de la última y más asombrosa evidencia de una obsesión primigenia, casi atávica. Una obsesión que invade desde sus inicios a todo el espectro representacional. Esta obstinada persecución no demuestra ni una falta ni una carencia, mas bien exterioriza cierta fascinación que el observador tiene por la realidad cuando esta se encuentra al interior de un espacio controlado, en un espacio que en cierto modo anule esa invasión que hace la realidad sobre nosotros a cada momento. Sin embargo, esta idea de control (un control que nunca tendremos) no es suficiente para comprender una sensibilidad que se complace con un objeto redundante, con meras duplicaciones o repeticiones de un mundo en el cual no tenemos otra alternativa que estar inmersos. Es en cierta manera como mirar constantemente un espejo, mirando siempre esos mismos cabellos, esos mismos ojos y dientes ¿Por qué entonces esta fascinación por la hiperrealidad se torna problemática? acaso esos extractos de realidad que ella sanciona ¿no pertenecen a un universo que por su omnipresencia no significa casi una costumbre, una experiencia cotidiana y por esta misma razón, una vivencia banal y despotenciada? ¿Por qué precisamente debería impresionarnos algo que está en todas partes, que incluso ya debería ser invisible a nuestros ojos? Incluso uno podría ir más allá y decir: “nunca estaremos completamente seguros de que esto ha sido arrancado de la realidad que lo produce, estas extracciones no le causan el menor daño a esa realidad”. Si esta realidad desprovista de uno de sus fragmentos se disolviera o acusara el golpe a través de un inmenso y doloroso agujero negro podríamos comprender el substrato de este anhelo recursivo: apreciar ese vacío, esa falta, ese atentado contra la omnipresencia, pero sabemos que no es esto lo que ocurre. Es algo menos complicado de explicar pero sí de entender: en cierta forma la capacidad de captar la realidad de manera tan perfecta redime las capacidades creadoras del ser humano, y no porque cree cosas nuevas o inverosímiles, sino porque precisamente esa realidad es algo a lo cual él pertenece, algo que definitivamente no podría o no debería poder hacer y representar. Es una recursividad imposible, es como construir la imagen que vemos reflejada en el espejo, sabiendo que nosotros no hemos hecho nada para construirla salvo ponernos frente a él.

2.- Más allá de si las posibilidades con que el hombre cuenta de apropiarse de la realidad pudieran convertirlo en un pequeño dios, la captura de un momento, de una forma, de un sonido, son excitantes para los sentidos precisamente porque estas capturas están sancionadas de ante mano como imposibles, o quizá no como imposibles, pero sí como privilegios de hombres conectados con una realidad otra, hombres privilegiados por fuerzas ajenas a la realidad que ellos mismos tan bien retratan. Esta idea no es nueva, es el basamento de la idea de genio surgida dentro de la melancólica lucidez del romanticismo. Esta es entonces otra razón para no seguir entendiendo esta predilección por la reiteración, por lograda que esta sea. Precisamente porque esta idea, en el contexto que cobija la obra de Mueck, está superada y relegada al sitial casi anecdótico en que son convertidos los cimientos del arte en su constante evolución. La pregunta entonces es: ¿Por qué Mueck es quizá uno de los mejores “escultores” del mundo?

3.- Para entender la asombrosa y avasalladora presencia de las figuras de Mueck quizá sería pertinente remontarse a los propios inicios de su obra, categorialmente menos legitimados que los del arte.

Ron Mueck comenzó su carrera como realizador de efectos especiales tanto para el cine como para la publicidad. Esta capacidad de manipular y transgredir las defensas de nuestros sentidos lo enviaron desde su país de origen (Australia) a trabajar a Inglaterra, país donde fue descubierto por Charles Saatchi, quizás el más importante coleccionista e impulsor de arte de la actualidad. Pero detengamos en estas palabras que en la escultura de Mueck adquieren una inusitada significación: “efectos especiales”.

Desde las primeras teorizaciones efectuadas en torno al realismo, desde aquellos pájaros estrellados contra el muro persiguiendo esas uvas tan engañosamente reales y apetitosas, todas aquellas exploraciones sobre el verosímil han sido teñidas de cierto halo de perversidad que aun perdura. Desde las famosas trampas al ojo, pasando por la manipulación del dispositivo realista por excelencia (la foto) todos esos acercamientos encierran en su génesis cierta peligrosidad que invade a toda repetición. En Mueck esta peligrosidad y perversión van de la mano con las desconcertantes posibilidades de sus tecnológicos materiales.

Ver las esculturas de Mueck bajo el mismo miedo irradiado por Frankenstein, o para ser más modernos, desde las oscuras posibilidades del robot no parece tan descabellado, sobre todo cuando lo que precisamente asombra es la pulcritud del detalle, la pasmosa turgencia de esa piel artificial, la luminosidad de esos ojos que parecen estar descansando en un punto fijo para luego posarse sorpresivamente en ese espectador incauto que lo observa.

4.- Mueca, sin embargo, es también fotografía, resultante de un cuestionamiento que se origina al ver sus propias esculturas fotografiadas. Pero es también pintura sobretodo al apreciar una de sus esculturas más famosas “Big Man” verdadero Lucien Freud materializado.

5.- Pero no es esto lo verdaderamente importante en su obra. Ron Mueck con sus trabajos de proporciones poco convencionales busca recrear la magnitud de las emociones en relación al cuerpo, pues en ellos es parte esencial la manipulación de la escala humana, ya sea en su amplitud (Boy, Big Baby, Mask) o reducción (Two women, Dead Dad, Angel). Y es quizá ese elemento el más sorprendente de su obra, un elemento que va más allá incluso que sus motivos.

Las dimensiones de sus obras son siempre invasivas, incluso en la miniaturización. La escala humana es algo relativamente estandarizado y es también una posibilidad que se le escapa a la pintura y a la fotografía, pues en cierta medida, la bidimensionalidad coarta las posibilidades espaciales de los cuerpos. Las esculturas de Mueck en cambio, permiten posarnos sobre esas increíblemente reales figuras, nos permiten recorrer cada detalle de sus cuerpos convirtiendo a los seres humanos en juguetes al completo arbitrio de su magistral intervención.

Siempre estamos descolocados frente a sus efigies, siempre estamos por sobre ellas o por bajo de ellas, compartiendo un espacio dislocado, escindido, que ante la hiperrealidad que ellas exhalan nos sumerge en una perspectiva nueva y problemática de las cosas y de nuestra propia corporalidad.

6.- Se tiende a pensar que las emociones humanas son proporcionales al tamaño de nuestro cuerpo. Sin embargo, sería interesante saber cómo se sentirá una soledad proporcional a cinco metros de altura, una felicidad o miseria equivalente.

7.- A través del perfecto manejo de la anatomía, el artista logra exponer las emociones de sus obras y hasta recrear el instante de vida que corre por sus esculturas.

Ciertamente el viaje “topográfico” por las formas humanas es un estudio de nuestra propia existencia, y este conocimiento trae consigo quizá el principal hallazgo de Mueck: esas expresiones que nos subyugan desde dimensiones desconocidas.

Los rostros de Mueck no exudan el vacío constitutivo de la práctica hiperrealista. En sus figuras siempre hay un conflicto, un problema que trasciende la perfección de sus caras y cuerpos. Porque justamente esos hallazgos expresivos proveen a esos cuerpos humanos la habitabilidad que el mismo Mueck les niega al situarlos en espacios vacíos, remarcando de paso esa desnudez mórbida que los caracteriza. Es aquí donde Mueck se desmarca de Hanson el otro gran hiperrealista. En Hanson las figuras humanas repiten el entorno del cual han sido extraídas, traen consigo todas esas señales identificatorias que Hanson quiere reunir e ironizar. Mueck en cambio nos enfrenta a imágenes que descolocan la realidad de la cual fueron arrancadas para descolocar al mismo tiempo el espacio en que son exhibidas.

8.- Pero lo que realmente logra Mueck con sus intervenciones espaciales y anatómicas es problematizar la única visión y proporción activa en este conjunto: la humana.

 

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