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Ludwig Zeller en Chile

por Hernán Ortega Parada
Artículo publicado el 09/11/2009


En la foto, Susana Wald, Ludwig Zeller y A. Balakian.
Santiago, Chile, 1964

 

Junto a ese nombre del titular surge de inmediato el cuestionamiento sobre la sobrevivencia del surrealismo, en lo principal referido a movimiento literario activo, creador sobre sus propias cenizas.

Sin embargo, hay dos perspectivas, dos atalayas: una situada en nuestro territorio -aun sobre lo más alto de la Cordillera de Los Andes- y otra, en el Hemisferio Norte. Se trata de la cultura que brota en el casco terrestre. Hay diferencias entre el norte y el sur, y es tema para un análisis socioeconómico o una meditación ensayística profunda.

El caso de Zeller es paradigmático. Goza de un prestigio enorme en el extranjero y en su patria es apenas una sonrisa para una gran mayoría desinformada. Nacido en 1927, en el desaparecido pueblo Río Loa, a pasos de Calama, tuvo presencia en la cultura santiaguina a partir de 1948 cuando abre la tienda de libros usados El Arquero, en Alonso Ovalle, detrás de la Universidad de Chile. De acuerdo a su tendencia hacia lo pulcro y lo selecto, fue un lugar para bibliófilos, bien montado. De allí se fue como Encargado de Artes Visuales del Ministerio de Cultura; en la práctica, director de la sala de exposiciones de Alameda. Sus años en la Escuela de Bellas Artes le permiten desarrollar una ingente y seria labor durante más de catorce años, donde se esforzó por otorgar un espacio a más de doscientos pintores emergentes cuando en Santiago no proliferaban galerías de arte.

Dos acciones ingresan a la mitología capitalina: la creación de la Casa de la Luna y la gran exposición Surrealismo en Chile, de 1970. Lugar de recitales, talleres literarios, música, poesía, pintura, conferencias, en aquella. Happening denominado «El entierro de la castidad en la Universidad Católica», en la segunda; donde todos, incluso el rector, debían dejar sus zapatos al lado afuera de la sala para no deteriorar los pechos femeninos sembrados en el parquet.

Hay recuerdos del año 1968, por supuesto: «Investigaciones me revisó la casa. El MIR me revisó la casa. El PC me revisó la casa. La Embajada de los EE.UU. quiso comprarme; yo les dije: «Muchas gracias, muy  gentil de su parte pero no.» Y entonces nos pusieron un negro, un moreno norteamericano todo el día en la Casa de la Luna. Muy simpático el negro pero nos tenía completamente vigilados. Así y todo, en la Casa de la Luna (Villavicencio 349) nosotros congregábamos a unos trescientos jóvenes en cada actividad…» Sus exiguos ingresos sólo eran por la venta de café y de libros usados. El pecado de los dueños del local, Ludwig Zeller y Susana Wald, ha sido siempre su amor a la cultura sin restricción alguna y por eso en tal ocasión hubo muestras artísticas de origen cubano. Ya eran surrealistas y su pancarta ideológica sólo declaraba: «Poesía, libertad, amor.» No era jipismo, no eran adictos a drogas. No se referían al amor corriente, sino al de más allá que pudiera adoptar una pareja: el respeto a la vida, el afecto casi de monje tibetano hacia todo congénere. El amor al libro, el amor al arte… a la cultura en general.

Pese a dicha ardua labor, el escritor no descansaba en otras áreas, ya había publicado una docena de libros que le proporcionaban prestigio literario en el ambiente nacional y los collages despertaban curiosidad y una admiración limitada. Diseñaban libros y portadas preciosas para Enrique Gómez-Correa, Braulio Arenas y otros; hasta editaron «Maremoto» para Neruda. A fines del 70 miraban hacia el exterior, Ludwig vendió su precioso mascarón de proa (La Sin Nombre) a Pablo, y la pareja y sus hijos se preparan para volar a Canadá.

A principios de 1971 se inicia la saga que llamará la atención de poetas, artistas y críticos de habla inglesa y francesa. Crean la editorial Oasis Publications en Toronto y junto con traducir a poetas de habla castellana a ese idioma, crean obras maravillosas en su formato y calidad, algunas de las cuales están en museos.

La poesía de Zeller, auténticamente surrealista por su génesis, le abre espacios en revistas y antologías especializadas. A pesar de su carácter que lo mantiene en un bajo perfil -no es ambicioso-, es amigo de Max Ernst, Breton, Edouard Jaguer, Eugenio Granell y una élite impresionante. Lo visita en Canadá Octavio Paz. Es invitado a Estados Unidos, México, Venezuela y a toda Europa varias veces. Expone en la Bienal de Venecia. Sus poemas y sus collages, son dos lenguajes para una misma síntesis poética, para un diciente mensaje que nace de sus  fuentes oníricas más puras. Zeller estudió con Lola Hoffmann, en Santiago, durante tres años, el fenómeno de los sueños hasta dominar el sueño vigil dirigido, que no es otra cosa que liberar represiones, visiones del pasado y recientes, archivadas por el subconsciente. El oficio, la concepción del arte, disfrutan del resultado. Esa es su técnica profunda y por eso sus trabajos visuales no son un capricho, un juego surrealista, sino consecuencia de ese insight que siempre tiene para el observador una lectura. Fijémoslo derechamente: sus collages son poemas gráficos que se pueden decodificar como sus versos. Pero nadie, menos él mismo, puede asegurar cuál de estos ejercicios es superior al otro, porque son una misma cosa.

Ludwig Zeller es un poeta formal, maduro, a cuyo oficio ha entregado su vida entera. Hasta La Casa de la Luna no es posible sin el sueño de este creador. Su bibliografía registra alrededor de ochenta títulos con antologías y reediciones especiales; y más de cuarenta de ellos guardan «todo el oro de sus castillos» (Alone).

«Zeller pasó el tiempo observando los modelos del lenguaje de los dementes en asilos de locos en Chile: ha aprendido a comunicar su sensación de desorientación de un modo poderoso y mantener a su lector en trance, logrando ese poder narcótico de las palabras soñadas por Breton y Aragón en sus años de juventud.», ha dicho la perspicaz Anna Balakian.

«La poesía del chileno Ludwig Zeller, con su combinación de elementos románticos y modernos, su impulso experimental hacia el futuro y sus preocupaciones clásicas, es una fusión excepcional de corrientes españolas, hispanoamericanas, surrealistas y romántico-alemanas. (…)Esta actitud uniforme, al tiempo que multifacética, y los versos magistrales que lo expresan, llevan a Álvaro Mutis a ubicarlo entre ‘los santos’ de la poesía como Blake, Hölderlin, Rimbaud, Trakl, Michaux y Desnos.», dice críticamente el gran poeta norteamericano A. F. Moritz, uno de los más importantes en lengua inglesa de la actualidad.

Profanamente suele decirse que el surrealismo ya no existe, que fue una ola, un embarazo literario. Pero el libro «Ludwig Zeller. Arquitectura del escritor», Ed. Cuarto Propio, Oct. 2009, que firmo, demuestra lo contrario. La extraordinaria exposición que repleta los muros de dos pisos del edificio de la Fundación Salvador Allende, en  estos momentos abierta al público, es un  testimonio irrecusable. Pintores y poetas de muchos países están revelando su inteligencia en Santiago, junto a un grupo importante de gente joven de nuestro país que renueva sus votos bajo la experiencia libertaria del surrealismo.

En los últimos años, Zeller, radicado desde 1993 en Oaxaca, México, ha mantenido junto a Susana Wald, pintora de excepción, una actividad incansable y a fines del 2008, la obra visual de ambos fue acogida por el Museo Eugenio Granell de Santiago de Compostela. Suelen venir a Chile, preocupados en parte de devolver al terruño, a la Biblioteca Nacional, el legado de su obra literaria, y de generar ediciones en nuestra tierra sin patrocinio de nadie. El 2007 la Universidad de Chile le otorgó el título de Profesor Honoris Causa, en sesión solemne. Es decir, a nivel académico recién se está valorando la obra de Zeller y es justo considerar su nombre para la otorgación del Premio Nacional de Literatura porque, de acuerdo a su reglamento, es una distinción a quien ha entregado su vida a la literatura y que en forma simultánea ha producido un legado poético de excelencia y potencia innegables.

Hernán Ortega Parada. Refugio Huelén, Noviembre 2009.

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Un comentario

En esos tiempos yo era alumno de Emilio Morales en la Escuela de Artes Gráficas y me los presentó, conocí a ambos en la sala de exposiciones del ministerio de educación, en donde Susana Wald exponía sus maravillosas cerámicas y dibujos, en la sala de exposiciones del Ministerio de Educacion; Ludwig Zeller trabajaba en el ministerio de Educación. Yo tenia en ese tiempo 18 anos, Susana al ver que yo admiraba tanto sus cerámicas y que era un estudiante que ni podía comprarlas, espontáneamente me regalo y hermoso bowl azul, Gracias Susana, siempre recordare ese hecho. Mas tarde cuando yo estudiaba en La Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile, eramos habitues de » LA CASA DE LA LUNA» me reencontré con Susana y Ludwig quienes eran sus dueños, y descubrí que eran personas célebres ademas de grandes personas. un abrazo para ambos desde Australia para ambos,
Lautaro Alvial Basualto

Por Lautaro Alvial el día 25/06/2012 a las 20:28. Responder #

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