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Rosario Castellanos. Símbolo del Feminismo.

por Alondra Camarena
Artículo publicado el 21/05/2018

Rosario-Castellanos
Hace 93 años, el 25 de mayo de 1925, nació en la Ciudad de México la gran escritora Rosario Castellanos, quien con su talento dio voz a quienes no la tenían. Vivió su infancia y adolescencia en Comitán, Chiapas, México. Estudió la licenciatura y la maestría en filosofía enla Universidad Nacional Autónoma de México. Con una beca del Instituto de Cultura Hispánica estudió cursos de posgrado sobre estética en la Universidad de Madrid. Trabajó en el Instituto Indigenista Nacional en Chiapas y en Ciudad de México, preocupándose de las condiciones de vida de los indígenas y de las mujeres en su país. En 1961 obtuvo un puesto de profesora en la Universidad Autónoma de México, donde enseñó filosofía y literatura; posteriormente desarrolló su labor docente en la Universidad Iberoamericana y en las universidades de Wisconsin, Colorado e Indiana, y fue secretaria del Pen Club de México. Dedicada a la docencia y a la promoción de la cultura en diversas instituciones oficiales, en 1971 fue nombrada embajadora en Israel. Para la poeta, narradora, ensayista y crítica literaria Dolores Castro Varela —quien además entabló una amistad entrañable con Rosario Castellanos desde el último año de secundaria— la aportación de la escritora a la literatura mexicana fue que dio voz en medio del ruido ensordecedor a los indígenas, las mujeres y los pobres; habló de temas “impropios” en su época, como el injusto trato social y además dio a los escritores de su tiempo un ejemplo de cómo practicar todos los géneros literarios con maestría.

En una sociedad como la nuestra, organizada en torno a conceptos diseñados por los hombres para su propio beneficio, Rosario Castellanos desterró el lugar común de la inferioridad de la mujer respecto al hombre: su inteligencia, coherencia y aptitud para las letras estuvieron por encima de casi todos los miembros de su generación. Se habló de igual a igual, en ciertos aspectos, con escritores de sus años tan valiosos como el Jaime Sabines poeta y el ensayista Carlos Fuentes.

En toda su obra, tanto lírica como narrativa, se pronunció enfáticamente a favor de las mujeres y de los indígenas. Las citas textuales elegidas ilustran de manera contundente su postura al respecto. Inmersa tanto en su época como en su contexto, Rosario Castellanos presenta las diferentes formas de acción y roles sociales de las mujeres que las muestran en absoluta dependencia del hombre, tal como se consigna en la Epístola de Melchor Ocampo, según la cual “la mujer debe dar al marido obediencia, agrado, asistencia, consuelo y consejo” (Ley de matrimonio civil 1859, Art. 15). Este ámbito mexicano es el que Rosario Castellanos se dedica primero a descifrar, después a explicar y, por último, contra el que se rebela, contra la imagen que se tiene de la mujer. Sus escritos son de reivindicación de los derechos de la mujer: “Una mujer intelectual es una contradicción en los términos, luego no existe” (Castellanos 1979). El título de la colección de ensayos Mujer que sabe latín, evoca el conocido refrán que concluye diciendo “ni encuentra marido ni tiene buen fin”.

La sociedad cataloga a las mujeres en dos grandes clasificaciones: en la cima está la casada, la que ostenta con orgullo el calificativo de “la legítima”, en oposición a la querida. La esposa es “la bestia que ya ha tascado el freno” (Castellanos 1972 ), a quien se “le atribuyen las responsabilidades y las tareas de una criada para todo” (Castellanos 1979). Dos estigmas pueden quebrantar este orden: el primero es ser estéril, en palabras de Gertrudis en Los convidados de agosto “machorra” (Castellanos 1964) o “La nuez que no se rompe para dar paso, crecimiento y plenitud a la semilla” (Castellanos 1972). El segundo estigma es haberse divorciado; a este respecto, con el sentido del humor que la caracteriza, la autora pone en boca de Lupita, personaje de El eterno femenino, las siguientes palabras: “Rosario Castellanos no tiene siquiera la disculpa de ser soltera. Es algo peor: divorciada, lo que, a mi modo de ver, no la justifica de ninguna manera, pero explica su cinismo, su desvergüenza y su agresividad. El fracaso conyugal, del que, ninguna duda cabe, ella es la única culpable, la anima a dar un bofetón en la mejilla de una sociedad a la que no es digna de pertenecer” (Castellanos 1975). Por otro lado, está la soltera, que se asoma al “balcón que le sirve de vitrina para exhibir disponibilidades”, como ridiculiza Castellanos este comportamiento en la novela Oficio de tinieblas (Castellanos 1972). No conseguir marido se considera “saladura” (Castellanos 1964), ya que aleja a la mujer de la vida social y la obliga a refugiarse en la Iglesia, ya sea como monja o como su sucedáneo, la “beata”, “rata de sacristía” (Castellanos 1972), mientras que, en lo ínfimo de esta escala se encuentran las “mujeres de mala vida”, “las gaviotas” (Castellanos 1972). Todo este universo está regido por los hombres, y la posición de las mujeres se reduce a ser “hembras, barro que la mano del macho moldea a su antojo” (Castellanos 1972). Son los hombres quienes proporcionan a la mujer “respeto de varón” (Castellanos 1964), personificados primero enel padre, de quien “heredan un apellido, una situación, una norma de conducta”; en orden de importancia sigue el esposo, el “colmador”, quien coloca a la mujer “en el rango para el que está predestinada”; debajo de ellos se encuentran tanto el hermano, a quien se puede arrimar como “hiedrezuela” (Castellanos 1972) como los hijos o –en última instancia– el padrote, como “El Cinturita”, personaje que aparece en El eterno femenino.

Si desde tiempos muy remotos se ha considerado lo masculino como “conciencia, voluntad, espíritu, sol que vivifica, viento que esparce la semilla, mundo que impone el orden sobre el caos; y lo femenino como pasividad inmanente, inercia, mar que acoge su dádiva, tierra que se abre para la germinación, forma que rescata de su inanidad a la materia” (Castellanos 1984, 8), ¿qué debe hacer la mujer para romper este círculo y trascender, ya no sólo a través de la maternidad, sino a través de la cultura? Pues la respuesta es considerada así­­: No basta adaptarnos a una sociedad que cambia en la superficie y permanece idéntica en la raíz. No basta imitar los modelos que nos proponen y que son la respuesta a otras circunstancias que las nuestras. No basta siquiera descubrir lo que somos.

Rosario Castellanos busca en sus estudios de literatura y de filosofía, “respuestas para las grandes preguntas: ¿Por qué? ¿Para qué?, y para ello desarrolla la tesis de que el varón recurre a la producción cultural para trascender en el mundo, ya que los actos culturales son considerados vías para alcanzar permanencia y superar la finitud humanay la mujer, en cambio, logra esa trascendencia a través de la maternidad. Así, escribir se vuelve un imperativo, tanto poesía “porque se le presentaba una imagen con tal nitidez, con tal persistencia y con tal fuerza que no le quedaba más remedio que describirla y que interpretarla”.

la otra gran preocupación de Rosario Castellanos fue la cuestión indígena. Para dar el contexto de la literatura indigenista hay que tener presente que en los años cuarenta, cincuenta y sesenta, la descolonización de muchos países africanos y asiáticos se reflejó en la crítica literaria a través del enfoque postcolonialista que quiere reivindicar la voz de los hasta ahora sin voz, excluidos del discurso hegemónico y dominante. Esta perspectiva tenía su primera expresión en el pensamiento de Frantz Fanon y pretende restablecer la identidad digna del colonizado. En América Latina, esta tendencia no tenía una repercusión amplia, debido en parte a que la Independencia de principios del siglo XIX instauró en el poder y en los puestos de mando a los criollos, y no a la población indígena. Sin embargo, en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, apareció en América Latina, sobre todo en los países con mayor densidad de población autóctona, un renovado interés por su mundo y el intento de darle cabida en la literatura. Desde el Perú, donde José María Arguedas procuró una expresión auténtica al integrar el quechua en sus relatos y, al darse cuenta de que aquello no bastaba, se sumió en el silencio, pasando por Guimarães Rosa con la Tercera orilla donde manifestó la imposibilidad de dar justicia al otro, hasta Julio Cortázar quien, con voz delicada e irónica, exploró la posibilidad de ser devorado por un pasado soñado y petrificado. En México se escribe el relato indigenista. Si el indígena está reprimido, la mujer indígena lo es doblemente ya que sufre los desplantes machistas y de dominio del hombre, el papel ideal que debe asumir la mujer es el de la progenitora que perpetúa la estirpe; si no puede,se decía que era por que se le seco el vientre. El mundo indígena tampoco es un mundo idílico, falto de conflicto y contradicciones. En resumen, Rosario Castellanos, como la gran escritora que es, no concilia las contradicciones abiertas y entrevistas en su obra y ofrece un panorama complejo, crudo, desencantado, como la realidad misma en que se inscribe.

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