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REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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Conflicto Generacional: Una lectura desde la construcción de realidad, la delegación del poder y la resignificación de la felicidad en los mundos juveniles.

por Alejandro Romero
Artículo publicado el 15/09/2016

El presente escrito, aborda la forma de entender lo generacional y la construcción de realidad por parte de adultos y jóvenes, para lo cual, las reflexiones se centran en la lógica de las actuales formas de asociación juvenil, los conflictos suscitados entre adultos y jóvenes en torno a la delegación del poder, hasta recalar en la resignificación de preceptos y valores por parte de los mundos juveniles que ponen entre dicho la actual organización societal.
Palabras Claves: experimentación, experiencia, felicidad, Homo Faber, Homo Ludens.

 

“Así surge el modelo de pensamiento y conducta unidimensional en el que ideas, aspiraciones y objetivos que trascienden por su contenido el universo establecido del discurso y la acción, son rechazados o reducidos a los términos de este universo”.(Marcuse)

 

A modo de contextualización
Nuevos bríos revisten la aprehensión de lo juvenil. Atrás quedó la postura positivista de Augusto Comte (1965) que ponía en lo biológico -en el dato fáctico, en la edad, en síntesis; en la limitada duración de la vida-, la unidad comprensiva de las generaciones y los cambios en las corrientes espirituales y sociales del hombre y del ser juvenil.

Un avance significativo en esta nueva noción de entender lo generacional, viene de la mano de Wilhelm Dilthey (Mannheim, 1993) por medio del concepto de “contemporaneidad”, que pondrá a la cultura y las relaciones sociales de una época, como elementos que producen visiones particulares y múltiples de los fenómenos que experimentan los sujetos pertenecientes a una misma generación. Del mismo modo, Wilhelm Pinder (Mannheim, 1993) reforzará lo anterior por medio del concepto de “entelequia”, que terminará restándole importancia a la pertenencia generacional como articuladora de mundo, y situando en contraposición a la vivencia personal, como el elemento esencial en la construcción de la realidad. Un tercer aporte a esta nueva concepción de entender lo generacional desde adentro, desde las propias subjetividades de los individuos, lo entrega el propio Karl Mannheim (1993) a través de las nociones de “situación de clase”, que hace referencia a la identificación entre sujetos de diversas generaciones en razón de su afinidad con el poder (es decir, como la identificación puede responder a grupos de poder y no generacionales), y de “situación generacional”; que apela a la identificación de los individuos según la cercanía con otros cohortes etáreos (esto es, como los individuos se sienten parte de generaciones cercanas en el tiempo a la suya, y no a la suya en cuestión). Serán estos aportes, los que debilitarán el argumento de Augusto Comte en relación a la visión univoca y estandarizada de los hechos como producto de la pertenencia generacional.

Esta nueva noción de entender lo generacional desde las propias subjetividades de los sujetos que la componen, en este sentido, desde las partes antes que del todo, cimienta una de las ideas fundamentales en la comprensión del ser-joven, cual es, la imposibilidad de plantear un modelo universal de juventud que reduzca su complejidad y tienda a la estandarización de los sujetos. Por el contrario, es necesario expandir el radio de observación y análisis aceptando una “diversidad de juventudes” (o polijuventudes), diferentes formas de vivir y experimentar la juventud en atención a factores subjetivos, sociales, económicos y culturales, lo que implica, optar por una mirada caleidoscópica de la juventud que recoja y reconozca el carácter dinámico y discontinuo de sus relaciones (Duarte, 2007).

Ahora bien, este nuevo enfoque comprensivo que en apariencia cae por el peso de su lógica, se torna caliginoso al momento de intentar comprender las relaciones al interior de estas mismas juventudes por un lado, y su relación con el mundo adulto por otro.

Formas de asociatividad juvenil
Un foco de análisis para comprender las relaciones al interior de los mundos juveniles, nos lleva desde el concepto de tribus urbanas desarrollado por Michel Maffesoli a la óptica de los movimientos sociales juveniles propuesto por Rossana Reguillo.

Para Maffesoli (2004a, 2004b), las nuevas formas de agrupación juvenil están basadas en el nomadismo, es decir, en la sublevación, en esa acción de salir de sí, que pone acento en todos los aspectos lúdicos, festivos, enraizados en un hedonismo latente y un corporeismo exacerbado que se crean y recrean al interior de los mismos grupos juveniles, los que desconectados con lo externo (con el mundo adulto), y determinados por las propias relaciones de reciprocidad internas, hacen que los/las jóvenes se despersonalicen situando sus mecanismos de control e identidad en aquello que los une e identifica con el otro (en la heteronomía) dando paso así a intereses propios y particulares que se desconectan de su matriz socio histórica y del mundo adulto.

Con esto –siguiendo al autor-, lo suyo son las emociones, la estridencia, el juego recursivo que se agota en las performance y que se reproduce por medio de la música y la moda, cuyos intereses ya desconectados de la matriz adultocéntrica (Duarte, 2007), esto es, de los valores, intereses y discursos del mundo adultos que actúan como visiones hegemónicas de la realidad, operan bajo una lógica inversa, post modernista, que trasciende el individualismo que actúa como espíritu de la modernidad como lo plantea Habermas (2008), y se abre en contraposición a esa viscosidad de reconocerse en el otro y desde ahí re significar el mundo.

Por su parte, Rossana Reguillo (2000) ve y comparte esta resignificación de sentido del mundo de los/las jóvenes, pero a diferencia de Maffesoli, no la desconecta de su matriz socio histórica, -en este sentido no la descontextualiza de la procedencia, de la realidad cotidiana, de los problemas de clase del sujeto joven-, sino que por el contrario, plantea a ésta matriz como la base misma desde la cual se levanta dicha resignificación. Con esto, las peticiones de los/las jóvenes, sus anhelos, sus intereses, sus visiones de los hechos sociales, ya no son propias de un mundo diferente al del adulto como plantea Maffesoli, -por mas lúdicas, festivas, hedónicas y exacerbadas que sean-, sino que por el contrario se fundamentan justamente en él, siendo la diferencia sustancial, los canales de expresión que utilizan los/las jóvenes para hacerlas manifiestas, canales que no son los consuetudinarios, los clásicos del mundo adulto -el voto, el debate concertado, la reflexión política-, sino otros, que aparecen camuflados en una primera lectura y que es necesario desentrañar (como los graffiti, los murales, la música, poesía, entre otras).

Con esto –siguiendo a Reguillo-, las necesidades y manifestaciones de los mundos juveniles, surgen como respuestas a demandas de carácter político, demandas relacionadas con la falta de espacios de participación que la política tradicional no les han brindado (instituciones sociales, partidos políticos, Gobierno, Estado, en resumen el mundo adulto), y que por el contrario, se las han negado sistemáticamente logrando su exclusión de las esferas de poder -por ende de construcción de país- anulándolos como sujetos de cambio social.

Juventud, adultez y delegación del poder
Si aceptamos la idea de Rossana Reguillo, en atención al carácter político que subyace en las demandas y por tanto en la relación adulto – joven, el análisis de las relaciones sociales entre éstos pasa entonces, por determinar cómo se va ejerciendo y administrando el poder entre los que lo poseen (adultos) y los que aspiran a tenerlo (jóvenes). Por tanto, el problema entre adultos y jóvenes no es un problema de edad, sino uno relacionado con la delegación del poder.

En ésta línea, Pierre Bourdieu (2002) va más allá y plantea que los problemas entre sujetos jóvenes y adultos no obedecen tan sólo a la sucesión de poder, sino también al tiempo, al momento, en que éste traspaso debe realizarse, delegación que para los adultos ha de producirse lo más tarde posible (cuando los jóvenes ya no sean tales), y para los/las jóvenes lo más temprano que se pueda. Para Bourdieu, es el problema de la sucesión del poder y el tiempo de su delegación lo que actúa como base de los problemas entre sujetos adultos y sujetos jóvenes.

Esta idea matriz de la sucesión del poder y sus conflictos concomitantes planteada por Bourdieu, no puede ser simplificada al extremo y acordar como solución trascendental una entrega acordada entre partes, aún cuando existen hechos sociales que indudablemente aumentan la cuota de entrega de poder hacia las personas jóvenes -como lo es la mayoría de edad y el status de padres de familia por nombrar unos casos. La experiencia en trabajo con sujetos jóvenes y adultos, indica que un elemento importante que media en el traspaso del poder, es la desconfianza que generan los/las jóvenes en los adultos, desconfianza que se fundamenta en una incertidumbre frente al surgimiento de una sociedad diferente (o diametralmente diferente = anormal) a la que ellos viven y gobiernan, como consecuencia de una secularización de valores que se asumen fundacionales para el mantenimiento del orden social (relacionados principalmente con la violencia, la sexualidad, la construcción de pareja y los valores que identifican a la familia, entre otros), y el temor al caos producto de una mala e irresponsable utilización del poder por parte del sujeto joven como resultado de su moratoria (a trabajar en las páginas venideras). En resumen, lo que subyace en este discurso es un temor basado en la inseguridad, que no sólo se relaciona con en el nacimiento de una sociedad diferente (anormal), sino también, con el cuestionamiento que las nuevas generaciones puedan hacer de la responsabilidad (y culpa) que le cabe a los adultos (o generaciones anteriores) en los problemas que aquejan a la sociedad actual. Como señala Rossana Reguillo (citando a Martín Barbero):

La preocupación de la sociedad no es tanto por las transformaciones y trastornos que la juventud está viviendo, sino más bien, por su participación como agente de la inseguridad que vivimos, y por el cuestionamiento que explosivamente hacen de las mentiras que esta sociedad se mete a si misma para seguir creyendo en una normalidad social que el descontento político, la desmoralización y la agresividad explosiva de los jóvenes están desenmascarando (Reguillo, 2000:65).

Incertidumbre generacional
Este sentimiento de desconfianza que experimentan los adultos, que denominaremos “incertidumbre generacional”, se basa en su desconocimiento y prejuicio sobre las prácticas juveniles que en todo momento se asumen transgresoras y carentes de robustez moral. De esta suerte, si los adultos no traspasan el poder, en algunos casos no lo traspasan todo, o en el peor de los escenarios ni si quiera cuestionan dicha sucesión, se debe a la incertidumbre de no saber hacia donde irá la sociedad, y por ende, en alguna medida el destino de sus propias vidas. En ésta línea, las concepciones de mundo de los/las jóvenes les parecen tan refractarias, que en algunos casos le suenan hasta peligrosas; cómo no va a ser infame, irresponsable y falto de moral repartir la píldora del día después, cómo no mirar con malos ojos la tentativa de legalizar la marihuana, cómo estar de acuerdo en legitimar las uniones homosexuales y más. Lo sorprendente de éste discurso, es que ninguna de estas aseveraciones proviene en exclusividad del mundo juvenil, sin embargo, por ser en esencia transgresoras en razón de lo instituido, son asociadas a su inherencia por parte de los adultos.

El temor a la sucesión del poder se basa entonces, en la angustia de perder terreno ganado y avanzar hacia lo incierto, -como si el estado actual de las cosas fuera el mejor posible y todo esfuerzo por cambiarlo terminara inevitablemente en el error y el caos-, y en desconocer el derecho de los/las jóvenes a experimentar y articular con fórmulas alternativas o divergentes la realidad social, dejando en desuso las experiencias de los adultos generacionalmente más cercanos como manuales de vida y progreso. Así, esta incertidumbre generacional supone en esencia un temor al cambio (hacia lo instituyente), y de manera más específica, un temor ante inminentes secularizaciones de valores que se asumen fundacionales y trascendentales para la pervivencia del sistema social, como; a) lo relacionado con la moral sexual de los sujetos jóvenes -donde muchas de sus conductas son igualadas a parafilias o aberraciones sexuales por el mundo adulto-, b) la adscripción a un modelo más amplio de hacer pareja y familia -donde hoy por hoy muchos sujetos jóvenes no piensan en casarse, son del mismo sexo, o proyectan su relación sin tener hijos-, y c) la reinterpretación del concepto de felicidad, que reorganiza las prioridades de los individuos y justifica su comportamiento. En resumen, utilizando la frase de Jaime Valdivieso: “hay un temor a la falta de estructura, de forma, semejante a las que provocan ciertas enfermedades o anomalías (Valdivieso, 1997:22).

Homo Ludens v/s Homo Faber
Los adultos y los/las jóvenes ven el mundo desde veredas opuestas. En esta línea, los adultos miramos la realidad a partir de la “lógica productivista” herencia de la revolución industrial (1). De aquí, que la actividad laboral desarrollada por cada sujeto nos entregue datos referenciales en torno a su persona. El trabajo, la calificación, nos brindan coordenadas, información estandarizada y artificial que nos permiten clasificar, conocer y atribuir cualidades a los individuos. De esta suerte, el hombre encuentra su identificación y autorrealización en lo que produce (2).

De este modo, El Homo Faber: “el hombre que fabrica”, “el hombre que construye”, “el hombre que sabe” (De Col, 2007), se alza como la figura del deber ser adulto, y más, se constituye en su inherencia. Ser adulto es ser por esencia trabajador, productivo y generador de capital, es estar en sintonía con lo instituido y seguro de su saber. Quien ose no adscribirse a esta lógica y no encontrar la autorrealización en el trabajo, ha de ser mirado con malos ojos por sus congéneres, ha de ser estigmatizado y redefinido (3). Y he aquí donde aparece la figura del holgazán, del flojo, del desalentado, del adulto/estancado (Romero, 2010) como denominador común, que no hacen sino arrojar sobre el sujeto la disonancia entre su comportamiento y lo que se espera de él (4). Lo anterior, nos muestra un hecho de interés, cual es, que a diferencia de las diversas materializaciones de los mundos juveniles o polijuventudes, el ser- adulto post industrial en su imagen y proceder es absoluto, unívoco, unidimensional y estandarizado en su deber ser. He aquí la “mono-adultez”, resabio directo del modelo patriarcal forjado durante generaciones y reforzado por el advenimiento y la consolidación del modelo económico neoliberal.

Así, mientras la esencia del adulto esta en el trabajo, en la producción de capital, los/las jóvenes por el contrario adhieren más al hedonismo (5), a la sede de vivir, a la búsqueda de nuevas sensaciones, en una palabra; a la figura del hombre preindustrial representada en el Homo Ludens: “el hombre que juega”, “el hombre que se divierte”, pero también “el hombre que arriesga”, “el hombre que experimenta” (De Col, 2007). Así, el sujeto joven construye realidad a partir de algunos atributos esenciales característicos del juego que lo alejan y diferencian del Homo Faber. A su haber:

  • La libertad como base de la experiencia y como articuladora de conocimiento, que lleva a los/las jóvenes a dar primacía a la propia experimentación como elemento central para la construcción de mundo. “El juego es libertad” (Huizinga, 2008:20).
  • La necesidad de experimentar una sociedad desde nuevas perspectivas, que escapen a la vida corriente o “propiamente dicha”, lo cual, dice relación con la reinterpretación de valores que brindan nuevas miradas de los hechos y el mundo. “El juego no es la vida corriente o la vida propiamente dicha, más bien consiste en escaparse de ella a una esfera temporera de actividad que posee su tendencia propia” (Huizinga, 2008:21).
  • Estas nuevas maneras de ver la realidad, surgen a partir de la necesidad de romper con la matriz adultocéntrica del Homo Faber, a fin de facilitar la delegación del poder hacia los sujetos jóvenes. “El juego es la lucha por algo o una representación de algo” (Huizinga, 2008:23).

En este sentido, los/las jóvenes (los Homo Ludens) no se contentan con ejemplos de vida, por el contrario, quieren vivenciar por ellos mismos los aciertos y errores que supone vivir en sociedad, mismos errores que se han cometido y se cometerán a lo largo de la historia de nuestro país, pero que ahora se quieren hacer pasar como males intrínsecos de las nuevas generaciones (6).

Experiencia v/s Experimentación
Otro elemento que se circunscribe en esta dinámica de la incertidumbre generacional, es la marcada diferencia entre sujetos adultos y sujetos jóvenes al momento de utilizar herramientas para construir realidad. En este sentido, mientras los adultos nos valemos de nuestra “experiencia” para crear mundo, resultado de la adscripción a la lógica de generaciones pasadas y del cúmulo de aciertos y fracasos que transformamos en recetas de comportamiento y ejemplos de vida, los/las jóvenes por el contrario, se paran desde la “experimentación”, esto es, desde la libertad, desde las ganas e ímpetu por vivenciar y sentir en primera persona los hechos que devienen y acaecen. Como señalan Margulis y Urresti:

La juventud tiene de su lado la promesa, la esperanza, un espectro de opciones abierto, mientras que los no jóvenes poseen una prudencia que tiene que ver con la experiencia acumulada, pero más con el tiempo que se ha escapado o perdido (Margulis y Urresti, 1996:6).

Así, mientras los Homo Faber ven en su experiencia de vida el manual que es necesario seguir y consultar por parte de los/las jóvenes, los Homo Ludens quieren experimentar, quieren vivir en carne propia los sabores y sin sabores de la vida, quieren construir un mundo con herramientas alternativas, muchas de ellas no consolidadas aún pero que se presentan más colectivas e inclusivas (como la adhesión a movimientos sociales más que a partidos políticos), donde el trabajo no actúe como señal única de asociación e identificación, sino más bien como parte de un todo mayor, donde la felicidad no se relacione con la tenencia de bienes, ni la libertad con la facilidad para adquirirlos (Baudrillard, 1969), donde exista respeto por las cosas superiores como la naturaleza y la dignidad del otro, y donde por último, se asuma un nuevo discurso, el cual pregone, que en esta vida no todo tiene un precio y que es necesario avanzar con urgencia a la instauración de una nueva filosofía política y un cambio de modelo económico, que facilite la delegación de poder de adultos a jóvenes, y que permita que todos podamos vivir juntos, sin humillaciones y con dignidad. En síntesis, como señala Avishai Margalit (2010), sentar las bases de una “sociedad decente”, donde exista respeto por la diferencias, y se erradique la humillación y la exclusión como modelo de relación social.

Resignificación de la felicidad
Una importante diferencia entre el Homo Faber y el Homo Ludens, dice relación con la concepción de felicidad que cada uno de ellos maneja, tratar de alcanzar y también defiende, situación que no responde a un problema generacional reciente, sino más bien, a una discusión filosófica que se traza desde la antigua Grecia y que se puede resumir en el pensamiento de dos figuras emblemáticas: Epicuro y Aristipo.

En Atenas entre el 341 y el 270 AC vive Epicuro, filósofo fundador de la escuela “El Jardín”, para quién, la felicidad de los seres humanos se relaciona con la satisfacción de las necesidades naturales indispensables para la vida (comer, vestirse, conocer), ya que la felicidad no es otra cosa que la ausencia del dolor del alma y un estado de ánimo libre de cualquier perturbación o pasión: la ataraxia.

La ataraxia, es ese estado de paz imperturbable que el ser humano ha de alcanzar mediante la renuncia a los placeres cinéticos (o destinados a satisfacer los sentidos y el cuerpo) y la adopción del placer catastemático, basado en la imperturbabilidad del alma, que resulta de una vida austera asociada a la paz interior, a la tranquilidad del espíritu, al sosiego, a la quietud y el equilibrio, que dan como resultado la felicidad (Epicuro, 1995).

De esta forma, el placer esta en todo aquello que evite el dolor del alma y tienda a la tranquilidad, al reposo, a la inmovilidad, a ese anhelo de “bajarse del mundo”, de “desconectarse de lo cotidiano”, para encontrar en el silencio, en la quietud, en el descanso, en la paz, la esencia de la felicidad del ser, para nuestra propuesta, la felicidad propia del ser-adulto y que los Faber se autoimponen es transmitir e inculcar.

En efecto, en la medida que los sujetos cumplen años -pero sobretodo en la medida que transitas de la polijuventud a la mono adultez-, la tranquilidad y el equilibrio se transforman en vectores de felicidad. Con la llegada de la adultez, poco a poco se abandona el espíritu aventurero que guiaba las salidas nocturnas, poco a poco se abandonan las ganas de arriesgar, de experimentar y de transgredir. Con la adultez, atrás quedan esos maratónicos jolgorios de baile y música, atrás los carretes (fiestas) y rumbas de toda una noche, atrás los ímpetus de tirar la casa por la ventana, pues el recato, las responsabilidades y el cansancio, exigen nuevas fórmulas para la diversión.

Con esto, el adulto (el Homo Faber) se aleja cada vez más de las fiestas y bailes, cada vez aumenta su desconocimiento de la música en boga y los pasos asociados, cada vez acorta más la duración e intensidad de sus salidas nocturnas, hasta que un buen día reemplaza la discoteque por el asado, que entre conversaciones, karaoke y recuerdos jocosos, crea una atmósfera agradable y distendida pero de duración limitada, “razonable”, que raras ocasiones sobrepasará las tres de la mañana, pues muchos Homo Faber están cansados, otros deben trabajar, algunos tienen compromisos temprano por la mañana, y a otros simplemente los venció el sueño… Del asado al quedarse en casa un fin de semana disfrutando de una película hay un paso. Así, lenta pero sistemáticamente, la quietud, la tranquilidad, el descanso, van ganando terreno en la vida del Homo Faber hasta transformarse en la esencia de su felicidad.

Concepción contraria a la antecedente es la que profesa Aristipo, filósofo que nació en Cirene, Grecia en 435 AC, y quien atraído por la fama de Sócrates se hizo su discípulo. Sin embargo, no pasaron muchos años para que Aristipo presentara diferencias con su maestro sobretodo en lo relacionado con el método de la dialéctica. Razón por la cual, se alejó para fundar tiempo después la escuela Cirenaica, cuyos principios dicen relación con asumir como verdadero todo aquello que proviene de las emociones internas y la sensación, y plantear la felicidad como producto del los placeres de la vida (Laercio, 1998).

Si Epicuro fue austero y reflexivo, Aristipo fue libertino, divertido y locuaz, cobraba a sus discípulos por sus enseñanzas y mezclaba su filosofía con los placeres de la vida mundana (asiduo visitador de prostitutas, buen y abusivo bebedor, amante de las riquezas y una vida con lujos). Para este inusual filósofo, la felicidad esta asociada a disfrute de los placeres de la vida que ejemplifica en el “movimiento”. Para Aristipo, la felicidad humana consiste en librarse de toda quietud, siendo la vía para lograrlo la autarquía (sólo depender de uno mismo). Así, la felicidad del ser humano esta en el descubrir, en el experimentar, en recorrer el sinuoso cuerpo de la vida. El movimiento es lo que produce el conocimiento y la experimentación quien lo ratifica. Con esto, no todo es reflexión, no todo es tranquilidad, la vida se descubre día a día, cada hora es un bocado agridulce que es necesario probar por uno mismo.

Si prestamos atención a Aristipo, es posible identificar elementos que se condicen con la idea de felicidad descrita por los jóvenes. Al decir que la felicidad esta en el movimiento, en el descubrir, en evitar la quietud, lo primero que viene a colación es la esencia del Homo Ludens, cual es, su sed de experimentar, de conocer por si mismo los vaivenes de la vida, de dejar a un lado los consejos y recomendaciones de los Homo Faber como recetario conductual para descubrir por sí mismo el sentido y significado de los hechos. En una palabra, la felicidad del Homo Ludens contradice y debilita la tradición que hace de los hombres esclavos sublimados (Marcuse, 1970).

Así, cuando los/las jóvenes evitan la quietud, por contrapartida se vuelven activos frente a la realidad, asumen su rol como sujetos de cambio que los llevan a probar diversas fórmulas, algunas radicales, otras idealistas, otras divertidas sin enjambre lógico aparente, pero todas provenientes de un foco común: el movimiento, que es motor de la felicidad que rompe con la esclavitud sublimada de la herencia post industrial.

Será esta doble visión de la felicidad (sumada a la delegación de poder y la incertidumbre generacional), lo que actuará como elemento de conflicto entre sujetos jóvenes y adultos, entre padres e hijos, entre la generación instituida y la generación instituyente.

Moratoria y delegación de poder
El último concepto que cobra relevancia en éste análisis, y que ya se adelantaba en las páginas antecedentes, es el de moratoria, que según Mario Margulis y Marcelo Urresti (1996), debe entenderse como un excedente temporal (capital temporal y energético) que permite extender el período de ser-joven en comparación con épocas anteriores. En efecto, la moratoria juega un rol importante en la dinámica de la sucesión del poder, pues, arroja luz sobre un factor elemental que actúa como obstaculizador de dicha sucesión: la postergación de responsabilidades por parte de los/las jóvenes. Hoy más que en otros períodos de la historia, los sujetos tienen más tiempo para ser jóvenes, lo que supone por un lado, un aumento en el período de experimentación, y por otro, un aplazamiento de las responsabilidades y adscripción a la lógica productivista característica del Homo Faber. Así, la moratoria trae aparejada información posicional o referencial del sujeto en razón de su capacidad para adquirir compromisos y administrar el poder, misma información que los Homo Faber leen como una señal que deja en evidencia la incapacidad de los Homo Ludens para recibir la sucesión (no estar preparados).

¿Cómo entregar las riendas de la sociedad a quien todavía vive bajo el alero de sus padres y ha sido incapaz de independizarse?, ¿cómo atender a las peticiones de poder de quien se viste como un arlequín y hace del jolgorio un manifiesto?, ¿cómo confiar en quien no adscribe al matrimonio y propone sustituir la familia heterosexual como base de la sociedad?, ¿cómo prestar oído a quiénes entre demanda y demanda se dejan llevar por la moda, el baile en boga y la contradicción?, ¿cómo atender a quienes reúsan y denostan el voto en la urna y piden a gritos la apertura de una embajada en la isla de Tomás Moro?… En síntesis, ¿cómo confiar y traspasar el poder de construcción de realidad y sociedad a quienes por iniciativa propia posponen la responsabilidad de valerse por sí mismos y bregan por valores opositores a los instituidos?. Entregarle poder a los jóvenes sería como pasarle una cuchara de oro a un niño para que comiera su sopa y descubrir con sorpresa, tiempo más tarde, como éste la utiliza para excavar la tierra…

Esta y otras ideas deambularon libremente por la mente de los Faber, hasta que una tibia tarde de 2006, los Ludens, tomando las sandalias y la espada de Teseo, se movilizaron hombro a hombro por las grandes alamedas de nuestro país, luchando contra monstruos y bandidos que impedían (he impiden) soñar con una educación gratuita y de calidad y con un Chile más decente y solidario.

Conclusiones
Existen diferencia en como los adultos y los sujetos jóvenes miran y experimentan la realidad. Mientras la mayor parte de los adultos (Homo Faber) ven en el trabajo un indicador de realización personal, apuestan a la experiencia como manual de vida, ven en la tranquilidad y la estabilidad el modelo de felicidad, y aplazan la delegación del poder a las nuevas generaciones, (que se fundamenta en una incertidumbre frente a lo que pueda suceder a causa del espíritu de trasgresión y reinterpretación de valores de los/las jóvenes y su supuesta falta de habilidades para administrar el poder a causa de su moratoria), la mayor parte de los sujetos jóvenes (Homo Ludens) por el contrario, quieren vivir por ellos mismos la realidad, experimentando, descubriendo, reinterpretando y cambiando las cosas en razón del movimiento que actúa como fundamento de su felicidad. También apelan a un cambio en la forma de entender a los sujetos, sacando al trabajo como señal única de identificación, realización e inherencia, y planteando la delegación del poder como una herramienta importante para la construcción de una sociedad más decente e inclusiva (7).

Los esfuerzos deben encaminarse entonces, a construir esquinas comunes, puntos de encuentro que permitan un diálogo constructivo y significativo, que recoja la experiencia de unos y las ganas de vivir del otro, para generar puentes que complementen y enriquezcan la visión del mundo y su aprehensión.

Alejandro Romero-Miranda
Sociólogo UdeC, Chile.
Máster en Criminología y Delincuencia Juvenil Universidad Castilla – La Mancha, España.

 

 

Notas:
1. Para profundizar en la idea véase Huizinga, Johan, (2008 7° edición). Homo Ludens: Buenos Aires: Alianza/Emecé.
2. Es necesario aclarar, que ésta aseveración se enarbola desde la visión marxista que concibe al trabajo como una herramienta que le permite al hombre realizarse y desarrollar lo mejor de si, por lo tanto, esta visión del trabajo se relaciona directamente con la libertad, la creatividad y autorrealización (el hombre es un ser productivo por esencia y el trabajo es su materialización). Por el contrario, el trabajador actual no responde a ésta inherencia, sino a su antítesis, esto es al sujeto alienado (al sujeto escindido, quien pierde su esencia para transformarse en otra cosa). Es desde la alienación –producto del sistema capitalista y ahora neoliberal- que el adulto actual (Homo Faber) vive el trabajo como algo exterior y forzado, dicho de otro modo, sufre de “alienación hacia la actividad”, que determina que éste trabaje por amor al dinero y no porque la actividad desarrollada se quiera por si misma o porque sirva para otros fines superiores con los que el sujeto se pueda identificar (esencia del sujeto antes de su escinción). Así, cuando decimos la frase “el hombre encuentra su identificación y autorrealización en lo que produce”, ha de entenderse que esta producción se relaciona con el capital, con el dinero, que Marx asocia al sujeto alienado.
3. Jaime Valdivieso muestra muy bien esta redefinición en la figura de Hans Castorp, el joven burgués protagonista del libro “La Montaña Mágica” de Thomas Mann, En su análisis literario señala: que la peor carencia y defecto de Castorp, era su constante trasgresión al espíritu de la burguesía industrial, debido a su incapacidad para el trabajo práctico, y desinterés por cualquier actividad económicamente eficaz, que contradecía no sólo los principios éticos y sociales de la burguesía industrial y financiera, sino también, la imagen que se esperaba de un hombre, el cual debía situar al trabajo como el valor máximo en la vida, a la altura de una religión, incluso por encima del amor, la amistad, la lealtad y la compasión.
4. Al respecto, es importante señalar que no todo adulto ha de adscribirse a la lógica del Homo Faber, algunos por el contrario han de identificarse con el Homo Ludens (y viceversa), describiendo comportamientos y discursos asociados al sujeto joven. Cuando esto sucede, se está en presencia del adulto/estancado, cuya lógica –siguiendo a Mannheim-, se basa en la “situación generacional” (identificarse con generaciones cercanas a la suya, y no con la suya en cuestión). Este estancamiento se produce en tres niveles: estancamiento primario, donde la conexión con los mundos juveniles está dada por lo estético (ropas, accesorios, peinados), estancamiento secundario; que se hace presente con la adopción del léxico, modismos, formas diversión y relación características de la población juvenil. Estancamiento terciario, que hace referencia a la adopción de formas de interacción asociadas al sujeto joven relacionadas con a) sus padres y familia (dependencia económica), b) con la pareja (falta de consolidación) y c) con el trabajo (no adherencia a la lógica productiva). (Romero, 2010: 13-20)
5. En este sentido, cuando el joven no se identifica o desarrolla acciones en razón de la lógica Ludens, sino más bien bajo la lógica Faber o con primacía de ésta, su representación social se asocia a la imagen de: a) el adulto o en tránsito hacía la adultez o b) un adelantamiento en razón de la experiencia (Romero, 2010). De esta forma, a los jóvenes se le atribuye la inherencia Faber, impidiéndoles la construcción de roles adultos desde la perspectiva Ludens. No se puede actuar como adulto a propio juicio, hay que seguir el patrón. Como ejemplo de lo anterior podemos citar, el joven de 19 años que se transforma en padre, donde más que presentar una dualidad de representaciones sociales, lo que recae y se espera de él, es la superposición del espíritu productivo por sobre el espíritu lúdico (que se haga cargo de su hijo, esto es, que lo mantenga, que trabaje). Es decir, asumir la responsabilidad paternal por medio de la reproducción de capital abandonando la lógica del juego. Y ésta dinámica es aceptada por los jóvenes (no sólo por los de ahora sino desde siempre), porque en fin de cuentan, no existe un modelo Ludens de concebir la paternidad. En la misma línea, podemos circunscribir a los adolescentes que actúan como sustento económico de su hogar, quienes al momento de auto catalogarse lo hacen bajo el esquema productivo (soy cartero, trabajo de reponedor, etc) y no necesariamente desde el lúdico.
6. Tal es el caso de proponer la utilización de la violencia como herramienta propia de los jóvenes para plantear y alcanzar sus objetivos, no recordando como señala Gabriel Salazar, que la imposición de la fuerza está en la propia base de la construcción del Estado Chileno, donde la historia muestra como el diálogo ciudadano ha sido sustituido por un consenso operacional, que ha impuesto una visión unilateral de gobernar legitimada en muchos pasajes de la historia con ayuda de las fuerzas armadas (Salazar, 1999).
7. En este sentido, los adultos debemos poner atención al ejemplo que nos brinda Egeo, padre del joven Teseo, quien tras su partida a Atenas, hereda a su hijo unas sandalias y una espada para que éste alcanzando la juventud, pueda encaminarse a dicha polis abriéndose paso por los peligrosos caminos que llevan a ella. En esta línea, es interesante el análisis simbólico de dichos elementos. Las sandalias por ejemplo, se entienden como necesarias para el paso firme y seguro del joven, la espada por su parte, da cuenta de la preocupación para que éste se defienda de los peligros que le acecharán en la travesía. ¿Por qué no heredó Egeo a su hijo un martillo o una escuadra?… En esta línea, podemos plantear una triple aseveración: a) primero, que el indicado no desea imponer la lógica faber representada en la responsabilidad inmediata de trabajar y producir (aun cuando tras la partida de Egeo Teseo queda sólo con Etra, su madre), por el contrario, con las sandalias y la espada, le entrega libertad, la posibilidad de elección. Una herramienta de trabajo habría sido coartar el proceso de crecimiento destinado al traspaso de la responsabilidad y sobre todo, de la delegación del poder que Egeo parece comprender y cautelar. B) En segundo término, este padre brinda a su hijo –en este sentido el adulto brinda al joven-, la posibilidad de experimentar la travesía (para nuestros fines un símil con la vida de la juventud actual) con éstas herramientas concretas (que podríamos interpretar como valores introyectados en Teseo), las cuales, no son acompañadas de un manual de uso ni recomendaciones a transmitir al joven titán (en este caso experiencia y receta conductual). Por el contrario, el padre confía en que su hijo sabrá descubrir por sí mismo (por medio de la experimentación) la aplicación de los elementos heredados, no cuestionando de ante mano su correcta o errónea utilización. Es decir, Egeo con estas herramientas simboliza no sólo el traspaso de poder, sino además, la “confianza” en la construcción de un nuevo mundo, de una nueva Atenas. C) Finalmente, estos dos elementos, podemos interpretarlos como un ícono de la secesión de poder sin temor ni beligerancia hacia la nueva generación, si se quiere como un vector de “tranquilidad” hacia lo instituyente. Así, con estas apreciaciones, Egeo no sólo encarna la antítesis del Homo Faber, sino que además, se transforma en un ejemplo de la delegación del poder y la responsabilidad generacional.

 

 

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