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La larga lucha

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 03/04/2005

Publicado también en La Nación
El Mostrador.cl
y El Quinto poder

Desde el instante cero de la era cristiana, una de las comunidades más violentadas por la violencia machista patriarcal, ha sido la que componen las personas lesbianas, gais, bisexuales, transgéneros, transexuales, travestis, intersexuales y queers (LGBTIQ+) que, siempre han existido, porque es una condición humana. Mientras los cristianos salían de las catacumbas donde habían estado por siglos escondidos para no ser asesinados por el imperio romano, bajaba ahora a las nuevas catacumbas esta comunidad, sólo por tener una orientación sexual que comenzaba a estar prohibida y, como había sido la comunidad cristiana, para no ser asesinados por el nuevo poder que inicia la Edad Media: la Iglesia católica.

Ocultos por más de dos mil años, viviendo su orientación sexual en la clandestinidad por el temor a ser agredidos, vejados, humillados y asesinados, la comunidad LGBTIQ+ sobrevivió en una auténtica catacumba psicológica y física por la marginación y por una violencia represiva sistemática del poder androcéntrico-patriarcal machista heteronormativo judeocristiano (y musulmana en Oriente Próximo donde continúan en las catacumbas).

Tuvieron que pasar miles de años para iniciar su liberación. A fines del siglo XIX y principios del XX hubo un movimiento dinámico de esta comunidad, en países como Francia, Alemania e Inglaterra, que lograron cierto reconocimiento a sus libertades, pero siempre en un plano muy marginal. El arribo del nazismo en Alemania y del fascismo en Italia –de ideologías hiper machistas– arrancó de raíz cualquier derecho civil para esta comunidad. La comunidad judía, gitana y LGBTIQ+ fueron, después de los judíos, las principales víctimas del genocidio nazifascista.

En la página web del United States Holocaust Memorial Museum, se sostiene que, “Entre 1933 y 1945, aproximadamente 100,000 hombres fueron arrestados por violar la ley de la Alemania nazi contra la homosexualidad, y, de estos, aproximadamente 50,000 fueron condenados a prisión. Se estima que entre 5,000 y 15,000 hombres homosexuales fueron enviados a campos de concentración por cargos similares, donde un número desconocido de ellos pereció”. La discriminación contra las personas LGBTIQ+ se manifiesta inclusive en la falta de datos exactos de cuántos fueron asesinados en el Holocausto; la discriminación se extiende hasta después de muertos.

Desde finales de la década del sesenta del siglo XX, el movimiento LGBTIQ+ se organiza por la lucha de sus derechos y libertades, alcanzando, por primera vez en la historia, un avance significativo: después de, exactamente, 1969 años de oscurantismo e injusticias institucionales contra las personas LGBTIQ+, se inicia una lucha que comienza el día 28 de junio de 1969: clientes del bar Stonewall Inn del Greenwich Village en New York, que atendía a esta comunidad, tras sufrir represiones y allanamientos policiales continuos en su contra, se cansan de las humillaciones y se enfrentan a la redada policial sistemática que sufrían. Allí parte la lucha contemporánea por los derechos y libertades de las personas LGBTIQ+.

En Chile, la lucha comenzó en la Plaza de Armas un día 22 de abril de 1973. El país se encontraba, quizás como nunca en su historia moderna, políticamente polarizado. Las personas que participaron en esta protesta exigiendo el fin de la violencia policial, eran, en su mayoría, las “locas” que se prostituían y ejercían en las calles del centro de Santiago. La mayoría, jóvenes que habían sido expulsados de su hogar familiar por ser homosexuales. Jóvenes solos y sin recursos, con graves dificultades para ser aceptados en el mercado laboral por su amaneramiento ―muchos de ellas, seguramente eran transexuales, concepto desconocido en esos tiempos―, y la prostitución era una salida a su desamparo y abandono social.

En medio del fragor político de ese 1973, esta marcha fue recibida casi una anécdota frívola de “locas”. Pocos se dieron cuenta que estas “locas” estaban inaugurado en Chile una de las luchas políticas que más ha cambiado el mundo del último siglo, y continuará haciéndolo, con toda seguridad, en este siglo XXI.

La lucha por los derechos humanos y civiles, intrínsecamente unidos, de la comunidad LGBTIQ+, es uno de los mayores aportes a la mejor calidad de la democracia. El sistema democrático posee la cualidad de que comunidades postergadas por siglos, tengan la posibilidad de trabajar por sus derechos y, con ello, el sistema democrático cumple con una de sus máximas: la inclusión de toda índole, en este caso de una minoría sexual.

Sin embargo, a pesar de grandes avances, el acoso, la discriminación y los asesinatos de la violencia machista continúa ensañándose contra esta comunidad. El Informe Anual de Derechos Humanos de la Diversidad Sexual en Chile, realizado por una de la organizaciones que inicia la lucha sistemática por los derechos LGBTIQ+, es un aporte al seguimiento de la violación de los Derechos Humanos en forma sistematizada.

Queda mucho por hacer: el matrimonio igualitario y la adopción, o las penalizaciones de todo tipo de la violencia por orientación sexual. El que gana con el reconocimiento de todos los derechos humanos de la comunidad LGBTIQ+, es Chile. Ya la calidad de los sistemas de un país, se mide por el nivel que tiene en el avance de los derechos de todo tipo en esta comunidad; es el valor agregado en todos los países que viven en un sistema democrático.

Chile, desde su reencuentro con la democracia, no es la excepción.

Jaime Vieyra-Poseck

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