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La primavera revolucionaria árabe

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 12/03/2011

Neruda decía en un poema que no hay nada más revolucionario que la primavera. Esta metáfora se puede aplicar sin grandes dificultades a la tan inesperada como asombrosa revolución en los países árabes del norte de África y del Medio Oriente, alcanzando ¿quién lo sabe ya? a una potencia regional no árabe sino persa, Irán.

La llegada de esta primavera revolucionaria árabe, para seguir con la metáfora nerudiana, se gestó e incubó durante un largo y sufrido invierno, lleno de tempestades dictatoriales, inundaciones de la barbarie, y décadas y décadas de vientos totalitarios que destruyeron todas las esperanzas de los árabes y que al final lo despojaron de todo y, por eso mismo, se revelan, porque ya no tienen nada que perder y mucho que ganar; perder la humillación y ganar la dignidad.

Sí, porque aquí en esta parte del mundo la dignidad se humilló ante la barbarie de una galería de zátrapas y dictadores tan caveranrios como patéticos, siendo el nauseabundo y excéntrico megalómano, intimo amigo de otro egocéntrico aprendiz de dictadorcillo (aún), Hugo Chávez, de la sufrida Venezuela, Muamar Gadafi, el más cualificado representante de esta galería siniestra y patética de dictadores y monarcas absolutistas.

Algunos datos para contextualizar esta primavera revolucionaria árabe. La Liga de Estados Àrabes está compuesta por 22 países y tiene 350 millones de habitante. Con un ingreso per cápita (IPC) muy desigual que va desde los 75.000 dólares US, en Catar, hasta los 600 dólares US en Comoras y Somalia; unos datos que pueden ilustrar las desigualdades entre sus países, algunos como Arabia Saudita, Kuwait, Libia, Catar, Emiratos Árabes Unidos, entre otros, son importantes exportadores de petroleo.

Si comparamos el PIB de los 27 países de la Unión Europea, la mayor potencia económica del mundo con 499 millones de habitantes, de 16.390.000 millones de dólares US en 2009, mientras , según la Liga Árabe, el PIB de sus 22 países (con 350 millones de habitante) en 2010 fue de 2.323.453 millones de dólares US. Y un último dato: el PIB mundial en 2009 fue de 54.863.551 de dólares US, de los cuales el PIB de los 22 países de la Liga Árabe fue de sólo 1.620.360 millones de dólares US. Sólo con estos datos podemos contextualizar las graves dificultades económicas y sociales que padecen los países árabes.

Los gobiernos árabes de las últimas décadas, dictaduras autócratas y monarquías absolutistas, han tenido tanto el poder total como una falta de escrúpulos tan enorme como su poder para enriquecerse, mientras en sus pueblos la miseria crecía a la par con su indignidad y, ahora lo sabemos, con su rabia, gestora de esta primavera revolucionaria que estamos viviendo.

Esta primavera revolucionaria árabe comenzó en Tunisia el día 17 de diciembre de 2010 con la inmolación , a lo bonzo, del joven ingeniero informático, Mohamed Buaziz, como protesta por la arbitrariedad de la policía que le había confiscado su humilde puesto callejero de venta de fruta y, así, condenándole a la cesantía. El fuego de su sacrificio se expandió rápidamente por el país y la indignación crecio como una bola de fuego hasta hacer huir del país al dictador, Zine El Abidine Benali, en el poder hacía 24 años. Con una rapidez inusual el sacrificio del joven Mohamed Buaziz se conoció en todo el mundo árabe; y la juventud, porque en esta revolución la juventud ha estado en la primera línea de combate, y son ellos y ellas la que la han gestado y realizado, representa el 65 % de la población .

Así, a las pocas semanas del triunfo de la revolución en Tunisia, en Egipto otro joven se inmola a lo bonzo precipitando una revolución que despoja del poder a otro dictador, Hosni Mubarak, en el poder hacía 30 años. Todo esto en menos de dos meses.

El tercer país donde llega la bola de fuego revolucionario, es Libia. En los momentos que escribo este artículo, las fuerzas militares del dictador, en el poder 42 años tras un golpe militar en 1969, hacen replegar a los rebeldes; y todo indica, si no hay intervención militar extranjera apoyando la revolución, que la derrota de los sublevados se producirá en los próximos días, prolongando la tiranía de Gadafi.

Como ya nos tienen (mal) acostumbrados ni EE.UU. ni Europa han llegado a un acuerdo en el día que escribo este artículo, (12 de marzo de 2011), para ir en apoyo de los sublevados contra la dictadura en Libia. Una vez más los derechos humanos, que son derechos internacionales, quedan sepultados bajo la burocracia de Naciones Unidas y su inoperante Consejo de Seguridad. El cinismo de la burocracia diplomática no ha hecho más que confirmar que las potencias, enceguecidas por intereses mezquinos, echan al tacho de la basura de la historia tanto la seguridad internacional, los derechos humanos y la credibilidad de Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad.

Esta misma “comunidad internacional” no hace ni tres meses besaba las manos de los dictadores cerrando sustanciosos tratados comerciales para enriquecer a los países desarrollados y a las autocracias y monarquías absolutistas de los Estados corruptos y totalitarios árabes. EE.UU. y Europa, lo hizo durante décadas sin ningún prejuicio ni sonrojo.

Pero ahora, instalados en el nuevo escenario con las revueltas de los pueblos árabes, se sonrojan y miran para todos lados sin saber cómo reaccionar a ésta tan inesperada como sorprendente revolución árabe, haciéndolo a destiempo y forzados por los hechos consumados. Y más vergonzante aún: se han preocupado, en los primeros semanas de la revuelta, sólo a crear las condiciones para reprimir la posible migración que la revolución árabe podría desencadenar hacia Europa.

Y es que el occidente norteamericano y europeo ha subestimado y prejuzgado siempre la potencia del mundo árabe, otorgándole a sus países el status quo mundial sólo de gasolineras abastecedoras del bienestar del occidente desarrollado.

El apoyo a unas dictaduras, sean de derecha o de izquierda (esta última como la libia), en pos de la estabilidad energética del mundo desarrollado en total detrimento del pueblo árabe oprimido por dictaduras cavernarias, asegurando los intereses occidentales, más exactamente, para que no se pare el flujo de petroleo hacia los centros de poder occidentales, ha estallado en mil pedazos con la primavera revolucionario de los pueblos árabes.

El nuevo escenario tanto geopolítico como económico y social que se está construyendo en este momento histórico en África del Norte y en Medio Oriente, sólo tiene su equivalente con el derrumbe del comunismo real del bloque soviético a finales de la década del 80`del siglo pasado; y Occidente, con EE.UU. y Europa a la cabeza, deberá modificar, rápidamente, su óptica y su estrategia hacia esta parte del mundo.

Pero un componente diferencia la primavera revolucionaria árabe de la derrota del comunismo: la incertidumbre.

En efecto, nadie, ni los más doctos especialistas en la materia que, por cierto, fallaron rotundamente en no predecir esta primavera revolucionaria árabe, saben a ciencia cierta cuál será el escenario que se configurará después de la caida de las dictaduras: ni Tunisia, ni Egipto, ni menos Libia, como tampoco ningún país de la zona, (exceptuando Marruecos con un sistema monárquico (cuasi) absolutista pero con un parlamento y partidos políticos dominados por el peso de la corona), ni tienen partidos políticos, ni líderes, ni sindicatos.

Pero también hay una certidumbre: el pueblo árabe exige dignidad, respeto y libertad; libertad para ser ellos y ellas y no unos cuantos sátrapas autócratas o monárquicos y sus familiares, como tampoco potencias extranjeras, los/las arquitectos/as y dueños/as de su propio futuro (las mujeres árabes han estado también en la primera línea del combate; es un dato que hay que destacar.)

Si bien es cierto que en los países árabes no existe un tejido social vertebrado y organizado y, por supuesto, menos instituciones democráticas, existe un pueblo que no tiene nada, nada que perder y mucho que ganar con esta primavera revolucionaria.

Y hay una segunda certeza, y es que esta primavera revolucionaria árabe es tan irreversible como postislamista, y no permitirá que se la secuestren los fundamentalismos religiosos y políticos; los árabes quieren su legitimidad en un mundo global, basada en la dignidad y la libertad de sus pueblos para elegir democráticamente su futuro.

Pero todo depende, una vez más, de las resoluciones que se tomen en los centros del poder: en EE.UU. y Europa. El mundo llamado desarrollado debe hacer respetar el derecho internacional de los derechos humanos; prestar cooperación política, económica y cultural al pueblo árabe que lucha, con su vida, para zafarse de las dictaduras, de la indignidad y de la barbarie. Y también apoyo militar en el caso de Libia. Aún es tiempo para el mundo “desarrollado” de no escribir, una vez más, otro capítulo de la infamia.

La primavera es lo más revolucionario nos lo enseñó Pablo Neruda, y la revolución que están haciendo los y las jóvenes árabes, sin romanticismo alguno, es primaveral: nos está mostrando cómo florece la democracia, cómo la libertad comienza a brillar; y la flores del mal, de las que nos habló otro poeta, Charles Baudelaire, comienzan a ser reemplazadas por las del bien de la dignidad.

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