EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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Los Grilletes de Alfred Aaron: identidad como proyecto de resistencia cultural.

por Igor Venegas De Luca
Artículo publicado el 27/12/2007

Pero si hay una posibilidad de escapar la humanidad del camino al infierno,
del suicidio colectivo, será por allí, donde van aquellos que quieren el cielo en la tierra.
Todos los otros caminos están cerrados
Franz Hinkelammert, El nihilismo al desnudo

 

A fines del siglo XIX e inicios del XX, en América Latina y consecuentemente en Chile, Europa se encuentra trasplantando (proyectando) el modelo moderno de orden social. Modelo o proceso que se irradia al Continente Latinoamericano generando o reproduciendo los paradigmas dogmáticos en base a la única posible verdad que  es la razón, la que orienta, norma, educa y finalmente condena al sujeto moderno que se ve, siguiendo a Nicolás Casullo y Ricardo Forster, atrapado por esta luz racional que terminó encegueciéndolo (Casullo. 1999).

El desarrollo de la industria y su consecuente modernización no son ajenos en el continente latinoamericano. Esto conlleva al surgimiento de dos polos de poder o clases sociales: la clase dominante o burguesía poseedora del capital y, la clase dominada o proletariado poseedor de la mano de obra. El normal desarrollo de la modernidad y del sistema industrial capitalista sólo recalca la diferencia y aumenta la brecha existente entre ambos lugares de poder.

Existe una constante tensión entre ambos polos de poder. Por una parte, la clase dominante genera una representación antropológica que hizo del Hombre, Blanco, Adulto, Heterosexual, Sano de espíritu y trabajador, le encarnación de lo Universal (Dubet y Martucceli; 291), es decir, un proyecto que impone sus términos y que excluye a quienes no se ajusten a él.

Referente a la exclusión de otros grupos sociales por los sectores dominantes, Gabriel Salazar en el texto Ser niño “huacho” en la historia de Chile (siglo XX), haciendo referencia a los informes presentados a la Asamblea Provincial de Santiago por sectores de poder cita:

Hemos declarado una guerra de exterminio contra el vagabunderío, que debe comenzar, necesariamente, por la extirpación de los niños huachos que, por miles, infestan nuestras calles y plazuelas levantando algazaras insoportables que se extienden por todo el día. (Salazar. 2006; 52)

Por parte del poder dominante existe un fuerte rechazo ante lo popular, lo marginal, lo que no está inserto en su proyecto, ya que, la clase poseedora del capital se siente constantemente en peligro ante estos subalternos que conforman la cultura popular:

Porque nuestra sociedad culta, cristiana y civilizada vive en nuestro país bajo la amenaza permanente de la barbarie y el salvajismo. (Salazar. 2006; 51)

Esta manera de actuar por parte de los sectores dominantes se refleja, por una parte, en el rechazo, la exclusión y la marginación de los sectores populares, pero también en el ocultamiento, la negación de la existencia de estos lugares o sectores de la sociedad. Así cualquier tipo de participación o injerencia de los espacios marginales en la sociedad es o debe ser inexistente.

Los grupos de no poder intentarán “salir a la luz”, tensar el poder a través de sus apariciones y participaciones en la vida pública.

Estos espacios “entre medio” proveen el terreno para elaborar estrategias de identidad (singular o comunitaria) que inician nuevos signos de identidad, y sitios innovadores de colaboración y cuestionamiento en el acto de definir la idea misma de sociedad. (Bhabha. 2002; 18)

Durante la modernidad, las identidades culturales de mayor influencia en la formación de identidades personales han sido las de clase y las nacionales (Larraín. 2001;  40). De esta manera, a lo largo del continente comienzan a surgir diversas propuestas identitarias que chocan, se oponen, se atraen o se anulan, pero surge a su vez un proyecto que acompaña al desarrollo de la modernidad, que es un proyecto dirigido hacia una identidad unitaria, totalizadora y excluyente.

El distanciamiento de las singularidades de “clase” o “género” como categorías conceptuales y organizacionales primarias ha dado como resultado una conciencia de las posiciones del sujeto (posiciones de raza, género, generación, ubicación institucional, localización geopolítica, orientación sexual) que habitan todo reclamo a la identidad en el mundo moderno. (Bhabha. 2002; 18)

Para Sergio Pereira una de estas propuestas alternativas con respecto a la identidad es la de la doctrina anarquista, donde:

Para el anarquismo, la auténtica relación armónica entre los individuos partía de la comunidad de imágenes, principios, ideas, creencias y tradiciones, convergencia que reafirmaba el sentido de identidad colectiva que la cultura popular buscaba como respuesta al hegemonismo monocultural del poder establecido (Pereira. 2005; 49)

Con respecto al problema de la identidad, Iván Carrasco (2005) en el texto “Literatura chilena: Canonización e identidades” establece una relación prácticamente indisoluble e indispensable entre literatura e identidad, formula la idea de que la literatura es siempre un problema identitario, ya que ésta sería un fiel reflejo de la cultura a la que pertenece y, en consecuencia cultura, literatura e identidad estarían ligadas directamente.

Entonces, ante este panorama de choques de proyectos de identidad, la literatura no se margina, es más, está inserta en el problema mismo. La literatura para Carrasco es siempre un cuestionamiento por la identidad y toma partido ante cualquier posible choque de proyectos.

De esta manera, se puede leer la dramaturgia anarquista en Chile de fines del siglo XIX y comienzos del XX como un proyecto identitario alternativo de resistencia frente al proyecto dominante.

Los proyectos modernos, los proyectos nacionales fomentan la uniformidad, todo debe girar en torno a la propuesta de mundo racionalista que, como ya se había hecho mención, termina esclavizando al sujeto moderno.

Para el anarquismo, sin embargo, la sociedad no puede ser y no debe ser sinónimo de esclavitud, de uniformidad ni de promiscuidad (Cappelletti.1994; 9), el proyecto ácrata choca con la propuesta uniforme del poder y se alinea, se atrinchera del lado de los subalternos, de quienes están relegados del poder y del acceso al capital, marginados ante una verdad racional impuesta que los excluye de cualquier injerencia en la construcción de un proyecto de sociedad.

Frente a esta realidad el anarquismo genera una doctrina de resistencia, una propuesta alternativa, una doctrina social basada en la libertad del hombre, en el pacto o libre acuerdo de éste con sus semejantes y en la organización de una sociedad en la que no deben existir clases ni intereses privados, ni leyes coercitivas de ninguna especie (Cappelletti. 1995; 8-9).

Consecuentemente, se genera un choque de proyectos de mundo, donde el anarquismo a través de una resistencia cultural y de una revolución en el aspecto de las ideas y de la moral (1) pretende generar “otra alternativa”, ya que las personas siempre están luchando por expandir el rango de sus derechos, por el reconocimiento de esferas mayores de autonomía y de respeto (Larraín. 2001; 31).

Frente a esto, hay que tener en cuenta que el primer momento de toda reivindicación identitaria consiste en poner de manifiesto el hecho de que toda sociedad impone, la mayoría de las veces implícitamente, un modelo prescriptito del individuo, que obliga a percibirse con los criterios de una normalidad establecida y que transforma toda diferencia personal en un handicap social (Dubet y Martucceli; 291 – 292), por esto el anarquismo denunciará y se enfrentará a todos los vicios morales o valóricos que se vislumbren en este proyecto de mundo capitalista.

El camino de la revolución como acto radical de transformación social, económica y, sobretodo moral y cultural, fue la línea demarcatoria que definió los ámbitos de acción de unos y otros (Pereira. 2005; 21)

La literatura entonces, buscará estrategias para reflejar, proponer y defender al proyecto cultural del cual surge. Así, la dramaturgia anarquista a través de sus personajes y específicamente a través de su moral y de su forma de abordar la realidad generará una propuesta alternativa, dejando en evidencia la falsa moral del proyecto identitario moderno dominante. Contrapondrá dos visiones de mundo a través de la forma de responder a la adversidad de sus personajes dramáticos.

En cambio, los teólogos con su mitología religiosa, han cubierto con un gran antifaz la falsa moral, basada en el misticismo hipócrita, donde se le niega a la naturaleza su fuerza creadora, atribuyéndoles que son obras del misterio y del Espíritu Santo. Mientras sus apóstoles explotan y comercian con la ignorancia de los pueblos. (Pereira. 2005; 208)

El anarquismo como pensamiento se verá reflejado en la moral, en el actuar de los personajes ácratas de la dramaturgia anarquista chilena. El espacio libertario, el proyecto social del anarquismo, donde el hombre y sus derechos estén garantizados por un conjunto armonioso de todos los hombres reunidos (Cappelletti.1995; 9) se manifestará en el actuar ante un espacio adverso, en el que sujetos libertarios se verán enfrentados a una sociedad capitalista, injusta, que no respeta los valores que ella misma profesa, con una falsa moral representada a través de personajes “símbolos” del capitalismo.

Curas, latifundistas, empresarios, policías, “íconos” de los poderes cercanos al proyecto capitalista serán enfrentados a obreros, huachos, mujeres, trabajadores, reflejos de una cultura marginal, popular que a través de su proyecto identitario plural, diverso e inclusivo defiende y establece los márgenes de “otro” posible camino para el desarrollo social y humano. Fueron, por eso, hijos huachos, y a la vez, hijos del pueblo (Salazar. 2006; 18)
La misión de sustituir lo antiguo por lo nuevo, más justo y solidario, constituía la acción revolucionaria misma a lo que aspiraba su ideología (Pereira. 2005; 48)

De esta manera, podemos abarcar desde una perspectiva culturalista el fenómeno de la dramaturgia anarquista producida en Chile a fines del siglo XIX y comienzos del XX y generar la hipótesis de que el anarquismo actúa como un proyecto identitario de resistencia cultural enfocado desde el actuar de sus personajes y de su moral, que se contrapone a una identidad única, nacionalista, totalizadora y excluyente que representa al proyecto de la modernidad y del capitalismo en América Latina.

Para comprobar dicha hipótesis se hará una revisión de la obra dramática de Alfred Aaron ¡Los Grilletes!, proponiendo una lectura desde el choque de proyectos culturales como una característica del proceso identitario ácrata. También la carencia de la figura paterna de uno de los personajes del drama será leído como un elemento fundamental en directa relación con la identidad y su proyección como proyecto doctrinario y cultural, todo en función de una resistencia ante los poderes o estamentos dominantes.

Que yo pido el perdón y la libertad ¡nunca! No conozco en Uds. Ningún valor moral, luego la libertad no se pide, se conquista… Decidme ahora, quiénes sois vosotros para venir a condenar a un hombre honrado, que no ha cometido otro delito que ser hijo del trabajo. Y Uds. ¿Qué papel representan en la sociedad? ¡Oh, ironía sangrienta! (Pereira. 2005; 205)

Choque de proyectos, choque cultural, choque identitario

En el drama social de Alfred Aaron ¡Los Grilletes!, queda claramente de manifiesto un choque de propuestas identitarias, tanto en el mundo representado en el drama, como en los personajes, lo que simbolizan, lo que representan y su actuar.

Es importante especificar antes de adentrarse en la obra, que uno de los aspectos relevantes a tener en cuenta en el proceso identitario es la relación entre el “yo” y el “otro”. Con respecto a esto, Larraín propone que los otros son aquellos cuyas opiniones internalizamos. Pero también son aquellos con respecto a los cuales el sí mismo se diferencia y adquiere su carácter distintivo y específico. (Larraín. 2001; 28)

Entonces la doctrina anarquista, fomentada en la obra Aaron por el presidiario y su compañera, se encuentra establecida como un proyecto identitario y cultural, ya que los individuos comparten ciertas lealtades grupales o características tales como religión, género, clase, etnia, profesión, sexualidad, nacionalidad, que son culturalmente determinadas y contribuyen a especificar al sujeto y su sentido de identidad (Larraín. 2001; 27)

El proyecto ácrata se opondrá al poder establecido que es representado por la cruz y la espada, ya que se impone como un proyecto injusto, amoral y excluyente. El capitalismo y sus simpatizantes representan todo lo que los anarquistas no quiere ser, no quieren reproducir, no quieren avalar.

Esta tensión existente entre ambas propuestas identitarias se refleja en el tipo o categorización de los personajes presentes en la obra ¡Los Grilletes!. Que los representantes o defensores del modelo capitalista sean un juez, un hacendado y un cura, y que quienes profesan la doctrina anarquista sean un presidiario y una mujer es una estrategia simbólica que refuerza la demarcación de clases, de identidades y de proyectos culturales en la obra.

Cuando se examinan las relaciones sociales y de poder se entienden las fuerzas históricas que dan forma al texto. (Ziauddin Sardar. 1999; 12)

El poder legislativo, la iglesia y el capital, tres poderes constituyentes del mundo moderno capitalista enjuician a un activista anarquista y a su mujer. Se denota en esta relación la brecha y tensión existente entre ambos proyectos. Pero también queda manifiesto el temor de una clase hacia otra a través de la persecución y hostigamiento procurado al presidiario y su compañera, demostrando (capitalismo) ser un proyecto excluyente, perseguidor e intolerante.

Pues estamos invadidos por pandillas de huachos; bandas de rotos alzados; gavillas de cuatreros; colleras de cangalleros; encierros de ociosos, mal entretenidos tahúres; nubes de mendigos en todas partes y turbas de mujeres que vociferan en las puertas de billares y cafés chinos. (Salazar. 2001; 50–51)

Ante esta tensión existente, los personajes actuarán de manera de ser fieles a sus proyectos identitarios. Representarán a través de sus actos y de las respuestas que generen a ciertos estímulos las características más esenciales de sus identidades culturales.

Se hace relevante entonces especificar el concepto de moral, el que es entendido por la filosofía como: Moral, que concierne las reglas de conducta admitidas dentro de una época, dentro de una sociedad determinada. 2. Que concierne el estudio del bien y del mal. 3. Conjunto de reglas de conducta admitidas por un grupo humano. 4. Conjunto de reglas de conducta sostenidas incondicionalmente como válidas. (Lalandre. 1988)

Así el actuar desarrollado por el juez, el cura y el hacendado reflejará las reglas de conducta referentes al bien y al mal establecidas por su proyecto capitalista y moderno. En cambio el presidiario y su compañera actuarán de acuerdo a su moral, a sus valores a sus conceptos de bien y mal permeados por la doctrina anarquista.

Julio Plaza en cada movimiento, cada palabra, cada respuesta o cada actitud realizada proyectará la doctrina anarquista a tal punto de encontrarse a punto de perder su vida. La identidad de Julio Plaza, el presidiario, es el detonante del rechazo que provoca ante los poderes del mundo capitalista. El estilo patético se refleja claramente en este personaje, ya que, el héroe de un drama debe ser activo; un héroe paciente no es dramático. (Staiger. 1966; 179) y Julio Plaza está constantemente provocando reacciones en los demás, proyectando sus ideas y pensamientos, genera relaciones entre diversos actores o sujetos, interroga con frecuencia y ahínco al mundo o realidad en que le tocó vivir, con la cual no está de acuerdo.

Querer e interrogar son empero una misma cosa en una existencia futura, la cual, según su energía y temperamento, se decide más en un sentido o en otro. (Staiger. 1966; 179)

Para ser más claros en la categorización de Julio Plaza como actor patético, podemos compararlo con otro personaje, el primer cosaco, el llavero. Ambos personajes pertenecen a la misma clase social, pero se encuentran distanciados porque uno adscribe o, más bien, se resigna ante un orden imperante, mientras que el otro, el presidiario, cuestiona, interroga, enfrenta y se resiste a este entorno que le es ajeno.

COSACO: … Dice sin miedo que todos somos esclavos de ricos y hasta de los mayores que nos mandan, le da en lo que es clavo, pero lástima que es un subversivo, ¡Cuánta verdad!… (Pereira 2005; 198)

El presidiario cuestiona su realidad, se resiste ante el sistema imperante, cuestiona los poderes establecidos y no comprende una vida regida por estos.

Una vida para qué sirve si ha de estar privada del aire, del sol que nos brinda la naturaleza. (Pereira 2005; 207)

Como actor patético, Julio Plaza está movido por aquello que debe ser; y su movimiento está encaminado a derrocar  lo existente (Staiger. 1966; 160). Razón por la cual, el temor expresado por los poderes dominantes ante su existencia.

ACHARÁN: Pero ese hombre es una fiera! ¿Cómo lo toleran?. Y no le han aplicado la pena capital que merecen estos malhechores? (Pereira. 2005; 200)

Podemos comprobar entonces, la existencia de un choque de proyectos identitarios en la obra ¡Los Grilletes! de Alfred Aaron, los que se oponen generando una tensión en la obra que provoca el desencadenamiento de constantes acciones y enfrentamientos doctrinarios e identitarios de un “yo” frente a un “otros”, presidiario resistiendo a los poderes dominantes impuestos en la sociedad.

Julio Plaza defiende su proyecto cultural resistiéndose a cualquier imposición proveniente de los poderes pertenecientes al sistema moderno capitalista.

Pero surge una nueva pregunta con respecto a la identidad y al por qué de la identificación de Julio Plaza con ciertas categorías subversivas y revolucionarias. ¿Cuál es el origen de dicho sentimiento?, ¿Cuándo se produce este acercamiento con la doctrina anarquista?, ¿Dónde comienza a generarse esta identidad?

El arrebato del padre: el origen de la subversión

El presidiario Julio Plaza carece de un padre, hecho que lo lleva a ser categorizado como “Huacho”, y que lo inserta en un espacio popular, marginal, apartado del poder dominante burgués, ya que los hijos huachos son a la vez hijos del pueblo (Salazar. 2006; 18), pues son criados por el pueblo, educados en la solidaridad y la pluralidad marginal.

Pero esta carencia de la figura paterna no es producto de una abandono como en la mayoría de los casos, es producto de una arrebato, de una situación de injusticia que denota las diferencias de poderes de dos sujetos pertenecientes a espacios identitarios distintos, el hacendado y su peoneta.

Mi padre al llegar al sitio, ve al patrón que luchaba con la muchacha. El amo le da la orden a mi padre que se retire, él le increpa su actitud y le dice que eso es una infamia; el señorito enceguecido por no haber conseguido el logro de sus afanes, saca un revolver y le dispara un tiro. Mi padre cae herido de muerte, por la mano enguantada de un potentado. Recibí la herencia de la orfandad… (Pereira. 2005; 205)

Ni Julio Plaza, ni su padre tiene derecho a cuestionar lo que ellos consideran como injusticias o actos amorales, ya que se encuentran en un posicionamiento asimétrico ante la autoridad representada en sus respectivos patrones. Ambos son subalternos, pertenecientes a una cultura marginal que forja su identidad desde una situación de inferioridad.

La niña violentada, el padre y Julio Plaza pertenecen a sus amos, al dueño de la hacienda. Sus cuerpos son herramientas, objetos que el amo puede tomar, utilizar y desechar a destajo. Hay que tener en cuenta, que el cuerpo es el primer peldaño dentro de las referencias identificatorias, ya que sin el cuerpo, que le proporciona un rostro el hombre no existiría. Vivir consiste en reducir continuamente el mundo al cuerpo, a través de lo simbólico que éste encarna. (Le Breton. 1995; 7)

Ante la pregunta referente a la identidad de dónde provengo, el presidiario se encuentra con el recuerdo de un padre arrancado injustamente de sus brazos, extirpado por un acto moralmente condenable, injusto realizado por un sujeto perteneciente a uno de los poderes dominantes, el capital, dueño del territorio, del trabajo y de la fuerza laboral. En palabras de Sarlo, del pasado se habla sin suspender el presente y muchas veces, implicando también el futuro. (Sarlo. 2005; 13)

Este hecho marca el discurso y la identidad del presidiario, lo sitúa en un espacio confrontacional frente al poder dominante, frente a los estamentos poseedores del capital y de la fuerza.

Debido a que su identidad fue truncada en un aspecto, Julio Plaza repetirá constantemente en sus relaciones con el medio social el enfrentamiento de su padre ante su amo. Los poderes pertenecientes al estado opresor reflejarán la imagen del verdugo de su padre, y él se sentirá portador de la moral, los valores, el ideal surgido en el actuar de su padre ante una situación límite que lo llevó a la muerte.

Llegado de no se sabe dónde, el recuerdo no permite que se lo desplace; por el contrario, obliga a una persecución, ya que nunca está completo. (Sarlo. 2005; 9-10)

La falsa moral del amo es el elemento que detona el sentimiento de rechazo ante el poder dominante en Julio Plaza. La corrupción, el abuso de poder, la injusticia son elementos que el presidiario ve en este entorno moderno y capitalista, a los que, por una parte, se resiste y, por otra, cuestiona con tal de desestabilizarlos demostrando su  aspecto o lado más negativo, su esencia.

De la misma manera, el que Julio Plaza manifieste este posicionamiento de rechazo y resistente ante los estamentos burgueses pertenecientes o alineados con el estado, es el detonante de su intento de anulación, ocultamiento y agresión de este sujeto subversivo que representa un peligro para sus intenciones de “estabilidad”.

Si seguimos a Larraín, cuando especifica que una identidad bien integrada depende de tres formas de reconocimiento: amor o preocupación por la persona, respeto a sus derechos y estima a su contribución (Larraín. 2001; 30) vemos como, en consecuencia, Julio Plaza ha sido constantemente marginado y agredido en la esencia misma de su identidad. No se ha respetado su integridad ni su proceso identificatorio.

Esto es lo que se denomina “falta de respeto”: abuso físico o amenaza a la integridad física, exclusión estructural y sistemática de una persona de la posesión de ciertos derechos y, finalmente la devaluación cultural de ciertos modos de vida o creencias y su consideración como inferiores o deficientes. (Larraín. 2001; 30)

Social, moral y doctrinariamente, Julio Plaza es agredido en su integridad identitaria misma. Desde el arrebato de su padre, que lo condiciona a repetir un posicionamiento moralmente correcto y subversivo, pasando por la negación y marginación de su proyecto de identidad desde el espacio del poder, hasta llegar a su reclusión, este sujeto ácrata ha recibido la exclusión y ha sido agredido por los diversos poderes cercanos al Estado y al capital.

La consecuente reacción emocional frente a esta falta de respeto es la fuente de las formas colectivas de resistencia y lucha social. (Larraín. 2001; 30). Así las relaciones interpersonales que denota Julio Plaza se proyectan en la construcción de un proceso revolucionario.

El anarquismo será para este presidiario la idea a proyectar, el vínculo con otros marginados, con otros excluidos, quienes generarán relaciones en el ámbito cultural, proponiendo una unidad en lo diverso, en lo “otro”, una identidad en el margen que reniega de toda falsa moral, de todo poder injusto, de toda exclusión. Una identidad que se resiste a ser parte o a ser aplastada por este proyecto moderno capitalista.

Al principio quizá sólo una cosa es clara: ¡Lo existente no debe ser! ¡En su lugar ha de existir otra cosa! ¿Qué cosa? Esto permanece todavía incierto. Sólo más tarde se reconoce la meta, y entonces frente a la vida real se sienta un ideal claramente definido. (Staiger. 1966;161)

Bibliografía:
  1. Bhabha, Homi K. El lugar de la cultura. Editorial manantial, Buenos Aires, 2002.
  2. Cappelletti, Ángel. La ideología anarquista. Editorial Espíritu Libertario, Santiago de Chile, 1994.
  3. Carrasco, Iván. “Literatura chilena: canonización e identidades”, Estudios Filológicos 40 (2005).
  4. Casullo, Nicolás. Itinerarios de la modernidad. EUDEBA, Buenos Aires, 1999.
  5. Dubet, Francois y Martucceli, Danilo. ¿En qué sociedad vivimos?, Losada
  6. Larraín, Jorge. Identidad chilena. LOM Ediciones, Santiago de Chile, 2001.
  7. Le Breton, David. Antropología del cuerpo y modernidad. Editorial Nueva Visión, Buenos Aires, 1995
  8. Montseny, Federica. Qué es el anarquismo. Biblioteca de divulgación política, Barcelona, 1976.
  9. Pereira, Sergio. Dramaturgia anarquista en Chile. Editorial Universidad de Santiago, Santiago de Chile, 2005.
  10. Salazar, Gabriel. Ser niño “huacho” en la historia de Chile (siglo XX). LOM Ediciones, Santiago de Chile, 2006.
  11. Sardar, Ziauddin. Introducción a los estudios culturales. Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona, 1997.
  12. Sarlo, Beatriz. Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión. Siglo Veintiuno editores, Buenos Aires, 2005.
  13. Staiger, Emilio. Conceptos fundamentales de poética. Rialp, Madrid, 1966.
Notas
1 Moral (Del lat. Moralis) adj. Perteneciente o relativo a las acciones o caracteres de las personas, desde el punto de vista de la bondad o malicia. RAE, vigésima primera edición, Madrid, 2000.
1. Moral, que concierne las reglas de conducta admitidas dentro de una época, dentro de una sociedad determinada. 2. Que concierne el estudio del bien y del mal. 3. Conjunto de reglas de conducta admitidas por un grupo humano. 4. Conjunto de reglas de conducta sostenidas incondicionalmente como válidas.
Lalande André, Vocabulaire Tequnique et Critique de la Philosophie, Presse Universitaires de France, Paris, 1988. Traducción libre de Igor Venegas De Luca.
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