EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
PORTADA | PUBLICAR EN ESTE SITIO | AUTOR@S | ARCHIVO GENERAL | CONTACTO | ACERCA DE | ESTADISTICAS | HACER UN APORTE

— VER EXTRACTOS DE TODOS LOS ARTICULOS PUBLICADOS A LA FECHA —Artículo destacado


Nietzsche: un particular estilo*

por Hernán Montecinos
Artículo publicado el 25/06/2008

*Tomado del ensayo de mi autoría, “Nietzsche, un siglo después: filosofía y política para el nuevo milenio” (Editorial Universidad de Santiago, 284 pág, Año 2002)

Nietzsche surge en una época en que la filosofía se pensaba y escribía en el horizonte del racionalismo moderno. Época que exalta la Razón, época que muestra un febril optimismo. Sin embargo, Nietzsche no tiene nada que ver con esto, al contrario, es un aguafiestas de todo aquello que filosófica e intelectualmente se daba por cierto.

En efecto, oponiéndose al exultante optimismo racionalista de entonces, Nietzsche sostiene que no todo es razón, sino también y, sobre todo, caos, azar, irracionalidad y tragedia. Sostiene que siendo la vida un laberinto, ésta se encuentra más asociada a la inseguridad que depara el incierto devenir, antes que la seguridad a que nos conduce el estable ser. Para Nietzsche todas las “verdades” son “seudo verdades”, en cuanto éstas provienen de la necesidad de tornar al incierto mundo del devenir en algo estable, en algo que pueda ser formulable y manejable al más entero arbitrio

Con sus ideas Nietzsche viene a representar, en la filosofía, el arquetipo de crítico radical, en cuanto el alcance de su crítica apunta contra los fundamentos mismos que han sustentado a la filosofía por más de dos mil años, esto es, su horizonte ontológico, la metafísica, las cuestiones relativas al ser y todas esas cosas. Y si bien antes Kant, Locke, Hume, Schopenhaüer, etc., también apuntaron con sus críticas en contra de dicho horizonte, Nietzsche es un crítico distinto, en cuanto apela a una nueva forma de pensar la filosofía y, más aún, a una nueva forma de escribirla.

En efecto, su voluntad de ruptura con el discurso tradicional le impone efectuar una profunda transformación en las maneras del decir propias de la filosofía. Su marcada fuerza polémica no lo conformaba tan sólo en contradecir a tal o cual filósofo, en tales o cuales aspectos, o bien sustituir un concepto por otro, o negar donde los otros afirmaban y alabar aquello que los mismos denigraban. Mucho más que eso, Nietzsche se sintió emplazado al envite de una ruptura total con la tradición entera del pensamiento occidental, dando luz a nuevas formas del pensar y el escribir, rompiendo así los marcos en los que el Occidente platónico-cristiano acostumbra a expresar las ideas.

En este cuadro, introducir la cuestión del estilo en filosofía, significará para Nietzsche una defensa del pluralismo contra todo dogmatismo del pensamiento, ese dogmatismo que no ha dejado más posibilidad que pensar metafísicamente, reduciendo nuestro pensar a la cuestión ontológica, al ser, la trascendencia, etc.

Sin embargo, imponer su nuevo estilo no le resulta fácil, porque ¿cómo vaciar en el papel sus pensamientos si en Ecce Homo confiesa que no es un “hombre sino dinamita” y que ya no habla “con palabras sino con rayos”? Y más aún, de quien confiesa, por un lado, que escribía con todo su cuerpo y toda su vida, y por otro, que no sabía lo que querían decir problemas puramente intelectuales. Y más aún, de quien nos recuerda que “es un ser viviente y no un mero aparato de abstracción”.

De otra parte, siendo su obra autobiográfica, en lo literario, sus emociones y experiencias quedarán prontamente al descubierto en el papel. Y esto tiene que ser así, porque cuando el filósofo tiene que luchar por una expresión que comunique sus experiencias insólitas, desconocidas o infrecuentes, tiene que hacerlo reinventando constantemente la función de su pensamiento, urgido por la necesidad de encontrar un adecuado lenguaje fiel a su subjetividad, no articulado por ningún filósofo hasta entonces.

De allí que para expresar sus ideas, tendrá que enfrentar el problema de que la lógica y el lenguaje al uso en su época de poco o nada le van a servir, en cuanto presentan limitaciones para expresar la exuberante variedad de interpretaciones que admite lo real. Para salvar este problema, tendrá que resolver el cómo poder llevar su crítica sin utilizar un lenguaje, una gramática y una lógica cuyas reglas reflejan ya de antemano lo que se quiere criticar o invertir.

La solución la encuentra en la escritura fragmentaria, en que la utilización, entre otros, del aforismo, sentencias y máximas le permiten evadir las reglas de la gramática, del lenguaje y de la lógica que le son insuficientes para hacer expresión de su particular tarea de subversión filosófica. ¡Y sobre todo! evadir las fastidiosas coherencias y sistematicidades a que convoca cualquier tipo de escritura convencional.

En su nueva forma de decir va a destacar el aforismo, forma literaria que contiene una engañadora antonimia: por un lado, la concisión perentoria de las afirmaciones apodícticas dan la impresión de haber dicho la verdad íntegra y, por otro, la dialéctica infinita y perspectivesca que la misma encierra, abren las posibilidades de interpretaciones múltiples que anularían cualquier intento de sentencia admonitoria. No resulta casual entonces que sobre su nuevo estilo, Enrique López Castellón, en una introducción a la Gaya Ciencia, apunte lo siguiente: “ En principio, el estilo discursivo, razonador, deductivo de la filosofía destinada a convencer, cede aquí el puesto a la literatura discontinua, al aforismo en el que brilla el relampagueo de un pensamiento cazado al vuelo. No se trata de demostrar nada, no se esperan contra argumentos por parte del oyente o del lector, no hay un razonamiento articulado tras la enumeración nietzscheana de los fragmentos de sus libros”.

Para hacer más patente su nuevo estilo Nietzsche apela al recurso de la contradicción. Para él, su contrario, esto es, la no contradicción, representa lo puramente sistemático, aquello que obliga a un camino para llegar a lo “Ideal”. Por eso, acostumbrado el lector a asimilar los textos mediante procesos de incorporación intelectual, se le hará difícil comprender que las contradicciones deberán ser soportadas y mantenidas hasta el final por el ideal de hombre que el filósofo preconiza.

En dicho sentido, denuncia que los filósofos afanados por su ideal estigmatizarán la contradicción, en cuanto ésta representa el rompimiento del ideal que persiguen.. Incluso más, preocupados por no caer en desaciertos que lo desacrediten, se empeñarán por amoldar su escritura a la continuidad y coherencia de un pensamiento original que conservarán con todas sus fuerzas. Para Nietzsche esa ha sido la impronta del pensamiento filosófico tradicional. Por tanto, considera obligatorio cambiar de opinión, renovar constantemente los puntos de vistas, convencido de que nuestro pensamiento no es más que el resultado de nuestras vivencias, antes que el resultado de un pensamiento racional en sentido estricto.

Nietzsche verá en lo sistemático nada más que una ordenación forzada de las cosas, una camisa de fuerza puestos en los conceptos y las palabras. Sin embargo, lo sistemático de nada sirve para reflejar la realidad, del momento que el carácter enigmático de ésta no puede ser expresable en ningún tipo de sistema. En efecto, la vida siempre se mostrará ambigua, misteriosa, ajena a cualquier intento del comprender humano.

Tampoco traspasa su pensar al papel a través de ese acostumbrado pathos de la distancia que obliga al pensador tradicional y metafísico a hablar en tercera persona. Al contrario, Nietzsche hablará en primera persona, en una especie de monólogo, pero no al modo habitual, no para hablar de sí, sino desde sí, haciendo de la filosofía algo personal, pero sin que esta personalización aleje su mente del hombre y del mundo en general.

¿Y si Nietzsche innova la escritura propia que le era a la filosofía, cual será la actitud del lector no acostumbrado a su nuevo estilo? Nietzsche consciente de ello, dejará establecido que requiere ahora de un nuevo tipo de lector, un lector dotado del arte de “rumiar”. Rumiar, en el sentido literario lo entiende Nietzsche, como la capacidad que se tiene para deletrear cada palabra, de interpretar por sí mismo cada símbolo, de hacer la pausa justo en el momento preciso; en último término, capacidad de detenerse justo allí donde el pensamiento corre el peligro de extraviarse, etc. En definitiva, todo el nuevo ambiente estilístico-literario introducido por Nietzsche en la escritura nos llevará a tomar partido sin términos medios: o nos defraudará o nos será al gusto. Ello dependerá si sabemos o no rumiar cada aforismo, o verso que pone en sus libros.

Print Friendly, PDF & Email


Tweet



Comentar

Requerido.

Requerido.




 


Critica.cl / subir ▴