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Alex-Alexander Odd-Couple: Deseo, Institución y Poder. A 40 años de «La naranja Mecánica» de Stanley Kubrick.

por Javier Pavez
Artículo publicado el 23/09/2011

«¿De dónde viene esta extraña práctica y el curioso proyecto de encerrar para corregir, que traen consigo los Códigos penales de la época moderna? ¿Una vieja herencia de las mazmorras de la Edad Media? Más bien una tecnología nueva: el desarrollo, del siglo XVI al XIX, de un verdadero conjunto de procedimientos para dividir en zonas, controlar, medir, encauzar a los individuos y hacerlos a la vez “dóciles y útiles”. Vigilancia, ejercicios, maniobras, calificaciones, rangos y lugares, clasificaciones, exámenes, registros, una manera de someter los cuerpos, de dominar las multiplicidades humanas y de manipular sus fuerzas, se ha desarrollado en el curso de los siglos clásicos, en los hospitales, en el ejército, las escuelas, los colegios o los talleres: la disciplina.»
Foucault, M., Vigilar y Castigar.

Resumen
En este ensayo, a propósito de los 40 años de la película de Stanley Kubrick, proponemos una disquisición sobre las relaciones entre «Deseo» e «Institución» desde la perspectiva específica de una indagación en torno a la problemática del «Poder».

Más específicamente, la tentativa de abordar la cuestión del poder se despliega en torno al proyecto de ordenar jurídico-técnicamente el deseo de Alex, proyecto que no es sino la formalización en el orden administrativo e institucional, la puesta en forma, de aquello que se mantiene como resta incapitalizable. Así, articulación Alex-Alexander indica un desplazamiento que interrumpe la disposición narrativo-analítica, la puesta en suspenso de la resolución administrativa-institucional-médico-carcelaria del método Ludovico. Se trataría, con todo, de la diferencia de Alex, el mal chico, en el ajustado Sujeto Alexander de Large.

Palabras Clave: Deseo, Institución, Poder, Normalización, Disciplina, Control.

 

En La naranja mecánica (1971), preliminarmente, se podría plantear una distinción metodológica entre “Alex”, el mal chico, y “Alexander de Large”, el rehabilitado, el ajustado. Esta distinción aparece, en el filme de Kubrick, mediada por la técnica del Tratamiento Ludovico. Sin embargo la diferenciación es, como decíamos, “preliminar” y “metódica”, pues lo que se juega, en el límite, es el quiasmo del esquema. Es decir que el carácter metodológico de la distinción se pone en cuestión en la medida en que el antes (Alex) y el después (Alexander), se despliega desde Tratamiento Ludovico como una administración jurídica, social y psíquica moviliza el disciplinamiento de Alex en el Sujeto Alexander. Sin embargo, tendríamos que añadir, que tanto “Alex” como “Alexander de Large” podrían pensarse, a la vez, como efectos de distintas máquina de control, de otros y similares mecanismos.

De esta manera, el sintagma «Alex-Alexander odd couple» indica una distinción donde la pareja, el par, tiene el rendimiento de la juntura, del doble acoplamiento y del resto. Alex-Alexander es, pues, esa juntura, el pliegue como síntesis disyuntiva y el out of joint de cualquier tópica una y única. El odd couple, en tal rendimiento, deja el trabajo de método Ludovico como oddjobs, como ensamble, desunión y cruce infinito –nunca totalitario– que desplaza la presencia plena de la historia, del relato, como partida y llegada. Con todo, el par Alex-Alexander, fuera de quicio, es el reparto, partición, el parto y partida, el quiasmo del esquema en su tensión interna, la desmesura y la locura en que puede abismarse toda esquemática antes-después y en que podía hacerse sitio un trabajo –oddjobs– sobre esa mecánica. Allí, el método Ludovico, como tratamiento de la administración (jurídica, social, psíquica) no se  presenta sólo como el medio posibilitado por la distinción simple antes-después, pues tanto Alex como Alexander de Large, el “antes” tanto como el “después”, se movilizarían en citas de modos de producción que están constituidos a su vez por citas de otros modos de producción. Frugalmente dicho, no hay aquí una categorialidad histórica de referencia, sea edad, episteme, época o paradigma, ni la presente identidad de las épocas Alex-Ludovico-Alexander.

«La Naranja Mecánica», en esta traza de cuestiones, desbarata los límites, los puntos de referencia, sean éstos positivos, determinaciones de signos, enunciados, de síntesis o históricos, los desmonta denunciándolos, los hace estallar poniéndolos en crisis (1). En la acusación de la indecibilidad de los lugares en cuanto a su identidad, a su mismidad, aparecería la cuestión del poder, darse-el-poder como efectuación, mejor, como efectos de poder.

Así, de cierta manera, en el filme se acusa a la tradición, velada de ciencia, de tratar los problemas sin memoria, de borrar la historia fijando los acontecimientos en meros sucesos o catalogando algunos actos como violencia criminal, hechos que una vez tratados quedarán como un pasado que ya pasó, pues, técnicamente restituibles, se pueden ajustar para que sean «cosa del pasado» (2). Así, se entiende la diferencia entre el protagonista, quien afirma que tal tratamiento “Hace que se salga rápido y asegura que no se regresa más”, y el padre Anglicano quien le asevera:

“El gobernador tiene dudas al respecto. Y yo he oído que conlleva peligros muy serios. […] la cosa es si esta nueva técnica hace que un hombre sea realmente bueno. La bondad viene de dentro. La bondad se escoge. Cuando un hombre no puede escoger, deja de ser hombre.”

En este sentido, tal integración no es sino una que cae en la visión única y hegemónica de un proceso total, visión que construye y quiere un sujeto monolítico, plano, sin estratificaciones psíquicas. Así, confiado en las predicciones del tratamiento Ludovico, señala el Ministro del Interior al presentar a Alexander de Large:

“Damas y Caballeros, presentamos al sujeto [Alexander DeLarge] en persona. Como percibirán, está ajustado y bien nutrido. Después de una noche de sueño y un buen desayuno, viene aquí sin drogas, ni hipnotismo. Mañana lo enviaremos, con certeza al mundo de nuevo, como un joven tan decente que hallarán en una mañana de mayo (…) nuestro partido prometió restaurar ley y orden, y que las calles tuvieran seguridad para los ciudadanos. Esta promesa está a punto de convertirse en realidad. Damas y Caballeros, hoy es un momento histórico. El problema de la violencia criminal será cosa del pasado. Pero basta de palabras, que las acciones dicen más. Acción ahora, observen todos” (3).

No es sólo la confrontación, la protesta, la indisciplina abierta y el desafío frontal o la mera crítica, lo que aquí se describe, sino un desborde de las puestas en control, un desborde que no puede ser referido a un sistema de articulación homogénea. Me refiero a que la misma historia de que va de Alex a Alexander, la historia que ocurre el extraño par Alex-Alexander, es una que de ningún modo podría determinarse como absolutamente resuelta, consumada, no responde a un relato referido a una economía familiar de articulación, sino que más bien es una historia que pone a la historia, su misma historia, en una especie de punto ciego donde las relaciones de Alex-Alexander podrían notar algo más que una transición o un paso simple, es una que deja algo irresuelto en esa historia. Se trataría de la diferencia de Alex, el mal chico, en el ajustado Sujeto Alexander de Large. No es sólo la confrontación o la indisciplina frontal lo que expone el filme, sino el temblor de todo proyecto, de toda normalización y de todo discurso. Ese sujeto que el Ministro presenta como la realización de la promesa de la ley y el orden, ese sujeto ajustado y nutrido, guarda la inminencia de un pasado no resuelto y por venir. De otra suerte dicho, en el sujeto Alexander de Large yace, inminente, Alex.

Así, cuando se afirma el Primer Ministro afirma que “Este matón quedará tan  transformado que ni se reconocerá”, se trata de un desborde de las puestas en control, desborde que a apunta, por una parte, a la denuncia de lo que se podría describir como el reclutamiento, la constitución, la demanda como sujetamiento,  es decir la interpelación (4) que transforma individuos en sujetos, es decir el trance y fundación institucional de la ideología, acto que apelaría a la conducción de un único y mismo resultado de la reproducción de relaciones de producción; mientras que por otra parte, se desdice el viaje de Alex a Alexander en la medida en que ese viaje no se cumple cabalmente (como se espera de una historia moderna, una historia “de película”, como se dice), es decir, se expone la denegación de la voluntad de que el orden, encomendado a alguna vigilancia, permanezca, se produzca y reproduzca. Ocurre, entonces, que el producto de esa voluntad que da inconcluso por ese otro contexto, esa resta incapitalizable que pera radicalmente como contexto otro, es decir, Alex (5).

Esa doble serie, como espectáculo performativo, es la que viene a poner en escena Alex-Alexander odd-couple, como un salto que desbroza el tiempo fabuloso de una historia lineal y continua. Se trata de la puesta en escena de una historia en vilo y, a la vez, una acusación de las puestas en orden o control. La inminencia de Alex como el contexto otro del ajustado DeLarge, el odd-couple, pone en escena el cuestionamiento del tratamiento (método) Ludovico como corrección, autoafirmación y afirmación técnica que maniobra como funcionamiento operacional-estructural de una ideología que se quiere siempre como religión, en el sentido de religación, que con pretensiones de incorporar al malchico Alex al sistema de control, lo interpela (6). Así, en la recusación del deseo y la institución, el esquema Alex-Alexander pone en tembladera la economía del sujeto, la interpelación, y su apropiación.

Si la apropiación de Alex en el sujeto Alexander es la garantía de la institucionalidad, el temblor de la apropiación del sujeto es, sin embargo, el espasmo que sacude la pertinencia de un lugar institucional operable. Si la verdad de ese tránsito como esencia, naturaleza o como identidad o representación se ha dislocado en estilos y tonos, si cualquier determinación de verdad se ha indiferenciado sin presente uno, único y atemporal, si se juega como envío sin nominativo, como pasaje y declinación, podríamos aventurara que se ha desvanecido una cierta autonomía del poder en la red disciplinaria y performática de vigilancia y productividad (7).

La disolución de la autonomía del poder, tal crisis categorial, como proceso que se abre hacia una vacilación y desobriedad de toda tópica –como oscilación de cualquier lugar sobrio, propio, se entiende–, es una indiferenciación en que la homogeneidad, la identidad, el presente, la pertinencia y la propiedad entran en el desastre de inapropiabilidad. La diferenciación entre realidad, representación y subjetividad ha eclosionado, de manera que no se pueden disponer las identidades mediante categorías unívocas, autónomamente fijadas, que tradicionalmente han transformado la relación en una relación ideal. La traducción entre los flujos semióticos y materiales sociales, ocurre más allá de su posible recuperación en un corpus significante, en un cuerpo tradicional lingüístico o un metalenguaje teórico o incluso una metafísica, que pueda redefinirlas en una articulación institucional como garante de la producción y reproducción de esa institucionalidad (8).

La disolución de la autonomía, en tanto crisis categorial, se moviliza también como crítica del poder y sus dispositivos de control, en la medida en que lo categorial es también una forma de control. Sea en el caso de la clasificación de la enfermedad mental o en la denominación de sólo de cierto tipo de violencia como “criminal”, se trata de la manifestación de la fuerza en el ejercicio del poder. Esta clasificación o denominación, para continuar los ejemplos, tratan a un enfermo mental o a un criminal en el presupuesto que deben ser excluidos de la sociedad, encerrados. En definitiva es clasificado y analizado como un objeto, signo propio de la voluntad de dominio, como voluntad de poder: El sujeto es  tanto objeto de sabe como objeto de poder.  Ahora bien, aquí se condesa una inclusión en la exclusión, en la medida en que la operación fija los polos autónomos como hijos del principio de contradicción. Se sustenta, de este modo, el “centro” en sus “márgenes” en una mirada totalizante de la alteridad siempre heterogénea.

Más precisamente, la sociedad expuesta en la película, al clasificar, expresa una forma de control de sí misma. De este modo, lo excluido se sitúa en el “no derecho”, el anormal está fuera de la norma, se lo sitúa fuera del (su) derecho como expresión pura de la norma, del derecho. Tal como la locura ha sido nombrada, ha sido llamada, desde la cordura, ha sido incluida desde la exclusión, de este modo es “norma-l” que ocurra una (un) “anormal-idad”. Se trata de que lo anormal esta dentro de la norma, en los márgenes del derecho y constituyendo –desde el margen, desde la anormalidad que se le ha sido dada– el centro, la norma, la ley. En este sentido afirmábamos más arriba que tanto Alex como Alexander de Large se ofrecen como efectos otras máquinas de control, de otros y, sin embargo, similares mecanismos de producción.

La jerarquización asigna lugares de de norma-lidad (en el derecho) o a-morma-lidad (fuera de la norma, del derecho). En el sistema carcelario, le dicen a Alex,  “Usted es ahora el 655321 y su deber es memorizar ese número”, cuestión que no es sino la expresión de la norma como jerarquización, categorización que normaliza  y excluye.

“La renuncia instintual ya no tiene pleno efecto absolvente; la virtuosa abstinencia ya no es recompensada con la seguridad de conservar el amor, y el individuo ha trocado una catástrofe exterior amenazante –pérdida de amor y castigo por la autoridad exterior– por una desgracia interior permanente: la tensión del sentimiento de culpabilidad (…) si bien al principio la conciencia moral (más exactamente: la angustia, convertida después en conciencia) es la causa de la renuncia a los instintos, posteriormente, en cambio, esta situación se invierte : toda renuncia instintual se convierte entonces en una fuente dinámica de la conciencia moral; Toda nueva renuncia a la satisfacción aumenta su severidad y su intolerancia”(9).

Freud relaciona con el concepto de cultura nociones tales como hostilidad, privación, insatisfacción, sufrimiento y, más radicalmente, el sentimiento de culpabilidad, estas últimas ligadas íntimamente con el principio de placer. Sitúa entonces, en constante pugna, por una parte a lo que llamamos cultura, y por otra a lo que él denomina el principio de placer, pero no plantea el fin de la cultura en la supremacía de los instintos como única institución. En otras palabras, se trata que el campo de la “cultura” de una sociedad está fundado en la exclusión o represión violenta de lo que la “cultura” entiende por “barbarie”, como escribe W. Benjamin “No existe un documento de cultura que no sea a la vez de la barbarie. Y como en sí mismo no está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de transmisión por el cual es traspasado de unos a otros” (10). Bien, esos procesos de exclusión o represión nos hablan de la barbarie inherente a la cultura misma o, dicho de otro modo, que la represión es el precio que es necesario pagar por el progreso de la civilización: la realidad social reprime los deseos y fuerza a los individuos a renuncias que no pueden aceptar de manera consciente y racional.

“[…] por una parte, todo el desarrollo de la civilización está condenado, al menos implícitamente,  debido a la represión de potenciales pulsionales en beneficio de las relaciones sociales de dominación y explotación; por otra parte, la represión como renuncia a la satisfacción de pulsiones está concebida como condición necesaria e insuperable de la emergencia de actividades humanas “más elevadas”, es decir, de la cultura.”(11).

Cuando nos referimos a un desplazamiento del saber-poder fuera de los márgenes categoriales (crisis de las categorías para el análisis del poder, las categorías para representar y reflexionar el acontecer), se indica que las categorías como lugares-uno han caducado. El estatuto de tal desplazamiento no es representacional, no pertenece al orden del juicio reflexionante-determinante, o de la decisión bajo el orden de la representación, de la emancipación o de las luces. La crisis de las categorías, para la crítica del poder-saber, es la indiferenciación de las autonomías, de cualquier autonomía de la escena, autonomía de los actores, autonomía de los espectadores inmóviles o del margen. Claro está que las categorías modernas que descansan en fundamentos de unidad representan categorías autónomas. La crítica del poder-saber difiere entonces cualquier representación de autonomía; de esta manera, la caducidad de las categorías, entendidas tradicionalmente como lugares-uno, quiere decir aquí reconocer que los trayectos, los flujos, entre un lugar y otro se han cruzado en un viaje dinámico, indiferenciando el lugar entonces como pasaje en tránsito, tal como el psicoanálisis, pensamos, establece la dinámica de la construcción de la personalidad y de todo el edificio metapsicológico.

No podemos traspasar sólo linealmente, mecánicamente, como aparato de relojería (clockwork), las categorías. Se trata de, esquinadamente, remirar la crisis de la óptica categorial, de transmutar las categorías del significante, de pensar desde el lugar del límite. Que la relación sea incidental, esquinada, no quiere decir que olvidemos que hay una forma institucional directa de relación con el poder, sino que se trata de pensar cómo opera una relación propiamente institucional con el poder, cómo incide, entonces, en la fábrica de las representaciones, en la puesta en forma institucional.

Ahora bien, en el desvanecimiento de la cartografía macrofísica moderna, sostenidas en las categorías de unidad, propiedad y centralidad, con todo, ¿dónde situar el poder, cabría situarlo? El poder es condición de posibilidad de clasificación, de categorización, de la voluntad de poder como voluntad de dominio, pero no podríamos, decíamos ya, hablar ontológicamente del poder: el poder no es, se presenta, se da, domo efectuación de efectos de poder. Efectuación y efectos,  pues no hay la verdad del poder, sino que el poder ha producido la verdad, y en cuanto tal se ha producido como poder. En este sentido podría decirse que, en un doble movimiento, todas las testificaciones, que ha producido el poder, pertenecen al tejido del poder como sus producciones y clasificaciones, pero por otra parte y a la vez, double bind, el poder pertenece a esas testificaciones, es sus producciones, las produce como condición de su producción.

Respecto del poder, del caso del poder  –el “caso” pues no se trata sino de su declinación infinita–, podríamos decir lo que J. L. Borges escribe a propósito de la obra de F. Kafka: “en todas sus ficciones hay jerarquías y esas jerarquías son infinitas”(12). La cuestión del poder como ficción, que se moviliza aquí en torno a las figura del Tratamiento Ludovico, pone en escena que Alexander de Large no es sino una invención reciente, un constructo que surge de las formas discursivas de poder: No es sólo sujeto y objeto de saber, sino que es sujeto y objeto de poder ahí donde el poder produce discursos que, como discursos de verdad, son efectos o envíos de poder, del poder como efectos o envío. El asunto es que el poder, si es ya efecto de jerarquías infinitas, no podría ser restituido o atribuido a un sujeto positivo que lo realice, pero si a  quien lo padece: Alex-Alexander lo padece, como poder productivo que está integrado al juego, a la distribución, a la dinámica, a la estrategia, a las eficacias de las fuerzas.

“(…) me parece que al hacer de las grandes características que se atribuyen al poder una instancia de represión, una instancia superestructural, una instancia cuya función estructural es reproducir, y, por consiguiente, conservar unas relaciones de producción, no se hace otra cosa que constituir, a través de modelos históricos superados y diferentes, una especie de daguerrotipo del poder, que se establece en realidad a partir de lo que se cree posible observar de él en una sociedad esclavista, una sociedad de castas, una sociedad feudal, una sociedad como la monarquía administrativa. Y tal vez sea desconocer la realidad de esas sociedades, pero poco importa; en todo caso, es desconocer lo que hay de específico, lo que hay de novedoso, lo que pasó en el transcurso del siglo XVIII y la edad clásica, es decir, la introducción de un poder que, con respecto a las fuerzas productivas, con respecto a las relaciones de producción, con respecto el sistema social preexistente no desempeña un papel de control y reproducción sino, al contrario, un papel efectivamente positivo. Lo que el siglo XVIII introdujo mediante el sistema de disciplina con efecto de normalización, el sistema disciplina-normalización, me parece que es un poder que, de hecho, no es represivo sino productivo (…) que está integrado al juego, a la distribución, a la dinámica, a la estrategia, a las eficacias de las fuerzas; un poder, por lo tanto, invertido directamente en el reparto y el juego de las fuerzas (…) un tipo de poder que no está ligado al desconocimiento sino que, al contrario, sólo puede funcionar gracias a la formación de un saber, que es para él tanto un efecto como una condición de su ejercicio”(13).

La integración de Alex podríamos entenderla como un proceso que “restaura” la ley y el orden, con la tesitura de un proceso de normalización social, política y –ante todo– técnica de la criminalidad. Si, como escribe Foucault, “La norma trae aparejados a la vez un principio de calificación y un principio de corrección. Su función no es excluir, rechazar. Al contrario siempre está ligada a aun técnica positiva de intervención y transformación, a una especie de proyecto normativo” (14), podríamos afirmar que el poder clasifica a Alex y en la clasificación, como poder de producción mediante el saber que es efecto y condición de su ejercicio, pone en duda la posibilidad de una verdad absoluta. En este sentido, la película muestra los efectos de normalización, es decir, los efectos de un proceso general que tiene consecuencias en el ámbito de la penalidad, pero también de la educación, de la hospitalización y de la producción industrial (15). El «Método Ludovico» es un procedimiento disciplinario, una tecnología o mecanismo propio de un poder productivo que no sólo reprime sino que fabrica, crea, produce, responde a la mecánica de la manipulación controlada de los cuerpos en términos de utilidad y obediencia. Escribe Foucault:

“El momento histórico de las disciplina es el momento en que nace un arte del cuerpo humano, que no tiende únicamente al aumento de sus habilidades, ni tampoco a hacer más pesada su sujeción, sino a la formación de un vínculo que, en el mismo mecanismo, lo hace tanto más obediente cuanto más útil, y al revés. Fórmase entonces una política de las coerciones que constituyen un trabajo sobre el cuerpo, una manipulación calculada de sus elementos, de sus gestos, de sus comportamientos. El cuerpo humano entra en un mecanismo de poder que lo explora, lo desarticula y lo recompone. Una «anatomía política», que es igualmente una «mecánica del poder», está naciendo; define cómo se puede hacer presa en el cuerpo de los demás, no simplemente para que ellos hagan lo que se desea, sino para que operen como se quiere, con las técnicas, según la rapidez y la eficacia que se determina. La disciplina fabrica así cuerpos sometidos y ejercitados, cuerpos «dóciles»”(16).

En este registro, leemos la escena «Proyección de Películas» donde la Dra. Branom, asistente del Dr. Brodsky,  le dice a Alex: “Tenemos que ser duros, tiene que curarse.  Claro que fue horrible. La violencia es algo muy horrible. Eso es lo que aprende ahora. Su cuerpo lo está aprendiendo. Se sintió mal esta tarde porque está mejorando. Ve, cuando estamos saludables, respondemos con miedo y nausea ante lo odioso. Está poniéndose saludable es  todo.” Y como se trata de pensar la indiferenciación de cualquier autonomía –incluyendo la identidad del sujeto (autónomo) moderno, como amo y señor de sí mismo que asume el peso de la humanidad en sus hombros–  ya que no parece fácil que prolifere la separación, se trataría, entonces, de la indiferenciación entre verdad y poder y de la apertura –en la clasificación, en el dispositivo– de la diferencia que resiste al señorío de la presencia. Tal apertura no es otra cosa que el gesto excesivo a la economía del intercambio, la perturbación del equilibrio simbólico abismáticamente producido. Alex-Alexander odd couple –también el otro Alex y lo otro de Alex, Alex-ander– padece el poder normalizador, y lo padece como una marca, una mancha no trasparente –no  podría serlo– que pone un escollo en la senda de la autotransparencia del sujeto, un secreto en el sujeto, un secreto que no podría ser tal sin secreciones y que es capaz de abrirlo a la exterioridad de lo inconfesable del poder, a la otredad en su alteridad.

De la misma manera en que no hay una metapatología que domine las esferas psicológica y orgánica, imponiendo e indicando los mismos conceptos y métodos como postulados del modelo médico orgánico a las conductas, no podemos situar la reflexión sintomáticas sin acusar que esas testificaciones se han indiferenciado como lugar de paso, donde los códigos absolutos se han diseminado infinitamente en la disolución imposible de reunir bajo el mismo territorio o metarrelato. Ahí, el ideal de la reunión totalitaria, de la reunión exhaustiva, figura de la enciclopedia, se disuelve en la eclosividad que empuja hacia el borde el final perfecto, glorioso. El final perfecto, “Oh gloria, gracia y cielo, esplendor y esplendorosidad hachos carne” (17), que era para Alex el Glorioso Ludwig van, es para Alexander un malestar, la eclosión del cuerpo. Exclama:

“[…] entonces noté, en medio de mi malestar, que música era la que tronaba y resonaba. Era el Cuarto Movimiento de la Novena Sinfonía de Ludwig Van. ¡Basta!, ¡basta! ¡Por favor, se los ruego! ¡Es un pecado! ¡Es un pecado!” […] Usar así a Ludwig van, el no hizo daño a nadie. Beethoven sólo compuso música.”

En las figuras de Alex, como la puesta en escena de la representación de “los fantasmas de deseo”, y de Alexander DeLarge, el reformado, creemos que se concentra la significación de que lo ético se resuelve institucionalmente, en una representación de la acción en términos de productividad denunciando una pérdida de todo valor absoluto, como se ve en la escena ultraviolencia contra un vagabundo, cuando el anciano exclama “Ya no me importa vivir en un mundo tan apestoso como éste” (18). La naranja mecánica, muestra como cuestionamiento que la eticidad de Alex, entonces, no se consuma en lo que representa la Iglesia Anglicana sino que se resuelve en la producción que pone lo humano y sus relaciones en términos científicos. En la escena «La demostración», cuando Alexander es presentado como un chico reformado ante las autoridades, como prueba del funcionamiento exitoso del «Tratamiento Ludovico», El padre anglicano exclama que

“El chico no puede escoger en verdad en realidad ¿eh? El miedo al dolor físico lo llevó a ese acto grotesco de humillación propia. Su insinceridad se veía claramente. El deja de ser un malhechor. También deja de ser una criatura capaz de selección moral”.

Y el Primer Ministro responde:

“¡Padre, esas son sutilezas! No nos conciernen los motivos, la ética de altura. Sólo nos concierne la disminución del crimen y el aliviar la espantosa congestión de nuestras prisiones. Él será el verdadero cristiano, listo para volver la otra mejilla, listo a ser crucificado antes que crucificar. Enfermo hasta el corazón ante la idea de matar una mosca. ¡Restauración!. La cosa es que funciona”

A la política disciplinaria, expresada en el método Ludovico y su demostración, no le concierne la ética de altura sino una relación administrativo-económica de restauración y funcionamiento. Poner lo humano y sus relaciones en términos administrativos implica proyectarlo económicamente en una estructura de la ley científica: “la cura del crimen fortalecerá la política de ley y orden” (19). Sin embargo, el conflicto que señalamos entre Alex y Alexander, que estamos tentados a interpretar como un conflicto entre el yo y lo reprimido, el Ello (así aislado y en oposición del yo) y lo que institucionalmente regula, como centro, en términos de normalidad y anormalidad, que podríamos reconocer como Superyo, sin embargo decíamos, el conflicto entre Alex y Alexander pone en escena el advenimiento que algo que aguarda su consumación, el advenimeinto de algo irresuelto que retorna como una neurosis llegada a una curación incompleta.

El advenimiento de lo irresuelto, tiene el índice de retorno de lo reprimido, el retorno infamiliar de aquello que debía permanecer oculto, secreto, y que provoca una sensación siniestra que va más allá del simple temor o miedo (20). Así, el Médico de Alexander, a propósito de su primera sesión, luego de la segunda película, explica el malestar producto de ver aquello que antes, a Alex, le causaba placer total, beethoveniano:

“Pronto la droga hará que el sujeto experimente una parálisis de muerte, junto con un profundo sentimiento de terror e impotencia. Un sujeto de pruebas anterior, o escribió como la muerte misma. Un sentimiento de atiesamiento o ahogamiento. Y hemos hallado que es durante este período que el sujeto logra sus conexiones de más gratificación, entre su catastrófico medio ambiente experimentado y la violencia que él ve”

Me parece que esta represión, esa sensación de culpabilidad, fundada en el sentimiento de ley-del-padre y que es justamente lo que vuelve lo reprimido como posibilidad de retorno (de doble) y a la vez lo que vuelve al Superyo, la institución médico-carcelaria, tan peligroso, pulsional  y a-moral como el Ello, Alex, es lo que aparece en la cópula que arriesgamos. Por ejemplo, en la última imagen de la película donde Alex(ander) –indecidibles aquí uno del otro– fornicando y diciendo, a la vez, “De veras que estaba curado.”

Así, en nuestra apuesta de lectura, creemos que Alex viene a operar como la escena de la escena, como la apertura de lo que Alexander mismo no es, es decir, como margen de la institucionalidad reconocida, aunque, quizá como todos los márgenes, sólo vive del deseo de constituir, él, el centro, claro está, pero ojalá conservando, de algún modo, el adjetivo de “marginal”, de lo otro, de la alteridad (21). Es decir, que Alex es el margen que desea, en lo marginal, ser centro. Así,  cuando Alex se da cuenta que “Georgie iba a ser el general, diciendo qué hacer o no hay hacer”  y luego de haberlo solucionado con violencia dice, “ahora saben quién es el amo y líder”.

Como margen y centro, Alex, su identidad, es ya pura alteridad interna, lo siniestro de varias cabezas donde la alteridad es también los otros que lo nombran, es las relaciones que lo median. “Lo  otro” de Alex es las relaciones no dichas, es las relaciones supuestas bajo la unidad de algún fundamento:  “Era yo. O sea, Alex y mis tres droogos. Que eran Pete, Georgie y Dim” (22), se afirma al comienzo de La naranja Mecánica, cuestión capital que pone en crisis tanto la identidad como la soberanía del principio, del principium y del subiectum, ahí donde las relaciones consisten en una intrincada red de microrelaciones que van en todas direcciones, dislocalizadamente.

Notas.
1. Se podría afirmar que, incluso, Kubrick nos obliga a renunciar a la segura distancia de observadores externos, porque nos convierte o, más bien, nos señala en Alex. Es decir, la escena «Proyección de Películas» donde nos muestran a Alex (con camisa de fuerza) viendo unos films de ultra-violencia con música de Ludwig van Beethoven remite, de alguna manera, a lo que hemos estado haciendo nosotros al ver «La naranja mecánica», sobre todo la escena en que Alex ve a los mal chicos abusando de una mujer.
2. Por ejemplo, en la inspección en que escogen a Alex para el tratamiento Ludovico el Primer Ministro exclama: “Estos criminales comunes serán tratados con base curativa. Matando los reflejos criminales, es todo. Implementación completa en un año. El castigo no significa nada para ellos, puedo ver eso. Gozan de su llamado castigo”.
3. Más adelante, aventuraremos que lo ético se resuelve institucionalmente en una representación de la acción en términos de productividad. Esto quiere decir, que el cambio de Alex, por decirlo así, en una persona buena no ocurre, no se resuelva, mediante el castigo un castigo carcelario más tradicional ni por medio de la moral cristiana más ortodoxa, representada en el Padre Anglicano, sino que se produce técnicamente. El sujeto del que habla el Primer ministro, responde a un proceso de ajustamiento institucional, de, responde a una producción técnica de tal comportamiento.
4. “Sugerimos entonces que la ideología «actúa» o «funciona» de tal modo que «recluta» sujetos entre los individuos (los recluta a todos), o «transforma» a los individuos en sujetos (los transforma a todos) por medio de esta operación muy precisa que llamamos interpelación, y que se puede representar con la más trivial y corriente interpelación, policial (o no) “¡Eh, usted, oiga!” […] Naturalmente, para comodidad y claridad de la exposición de nuestro pequeño teatro teórico, hemos tenido que presentar las cosas bajo la forma de una secuencia, con un antes y un después, por lo tanto bajo la forma de una sucesión temporal. Hay individuos que se pasean. En alguna parte (generalmente a sus espaldas) resuena la interpelación: «¡Eh, usted, oiga!». Un individuo (en el 90% de los casos aquel a quien va dirigida) se vuelve, creyendo-suponiendo-sabiendo que se trata de él, reconociendo pues que “es precisamente a él” a quien apunta la interpelación. En realidad las cosas ocurren sin ninguna sucesión. La existencia de la ideología y la interpelación de los individuos como sujetos son una sola y misma cosa.» Luis Althusser, Ideología y aparatos ideológicos de Estado, Acerca de la reproducción de las condiciones de producción, Buenos Aires, Nueva Visión, 1988, pp., 33 y 39.
5. Alex  como contexto otro, como exterioridad y alteridad absoluta irreducible a Alexander, es nuestra posibilidad de pensar la excepcionalidad del otro y su diferencia en las puestas en control del «Tratamiento Ludovico», pensar al fin la posibilidad de una ética de lo otro no despojada de su alteridad, ética que piensa el estatuto extranjero, extraño, ajeno a cualquier categoría o paradigma, de lo otro como ello que se da, Il y a, es gibt, del otro que desplaza el sistema regulado-regulador Ludovico, que desmantela el corpus estructural sincrónico y los elementos codificados por este corpus programador, este aparato-programa que determina los elementos y sus entradas.
6. «nótese antes que la teoría althusseriana, por ejemplo, no busca desacreditar una cierta autoridad del sujeto sino que reconoce en la instancia del “sujeto” un lugar irreductible en una teoría de la ideología, ideología a su vez irreductible, mutatis mutandi, tal como la ilusión trasdental en la dialéctica kantiana. Este lugar es aquel de un sujeto constituido por la interpelación, por su ser interpelado (aún el ser-ante-la-ley, el sujeto como sujetado a la ley y responsable ante ella)» Jacques Derrida, Hay que comer o el cálculo del sujeto, entrevista por Jean Luc Nancy, disponible en: http://www.jacquesderrida.com.ar/textos/comer_bien.htm.
7. El hombre, en este sentido, como invención reciente, es un constructo que está destinado a desaparecer, o diríamos mejor aún, que la idea que tiene de sí está destinada a desaparecer. No hay un concepto adecuado de hombre y es esto lo que, a la vez, el poder apropia, en cuanto clasificación como forma de control que va produciéndolo.
8. La alteridad como resta inapropiable “en” lo mismo, opera desde la cita, desde la economía del arrebato, de la rememoración que extiende a lo otro más allá y más acá de la dialéctica,  más allá y más acá de una historia de tipo hegeliana, unitaria o bajo la forma de la representación. No cierra representacionalmente, no construye un fetiche, la operación inaudita. En cada paso se instala una interrupción sin relación de continuidad, como fragmentación es un discurso interrumpido diagrama y telegráficamente. De esta manera, pensamos que la historia o el viaje de Alex a Alexander DeLarge es una que queda inacabada, trunca, dispersa, digresiva, extemporánea y externa, en una palabra, imposible. Se trata de una historia imposible “en” la historia como puesta en vigilancia  y control de la totalidad sistemática.
9. Sigmund Freud, “El malestar en la cultura” en Obras completas, Vol. III, Madrid, Ed. Biblioteca Nueva, 1968, pp. 50-51.
10. Walter Benjamin, “Sobre el concepto de historia”, Tesis VII, en La dialéctica en suspenso, Santiago, LOM, Segunda Edición, 2009, p. 43.
11. Slavoj Žižek, Las Metástasis del goce, Buenos Aires, Paidos, 2003, p. 24.
12. Jorge Luis Borges, “Prólogo” en Franz Kafka, La metamorfosis y otros relatos, Barcelona, Edhasa, 1987, p. 10. Pablo Oyarzún, a su vez, escribe en torno a «la típica estratificación kafkiana del poder que nos es sobradamente familiar a partir de toda su obra y de su imagen privilegiada»: “El poder es esencialmente jerárquico, pero las jerarquías son infinitas (…)” “Del poder en Kafka” en La letra volada, Santiago, Ediciones Universidad Diego Portales, 2009, p. 220.
13. Michel Foucault, Los anormales, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2000, p., 59.
14. Michel Foucault, Los anormales. Ed., cit., p. 57.
15. Cabría señalar que antes de caer preso por asesinato, Alex fuera a una escuela correctiva y el Sr. Deltoid es su consejero postcorrectivo. Éste, después de la pelea con Billyboy, apelando a su buen  juicio, le dice a Alex: “tu Consejero Postcorrectivo te dice que te cuides, pequeño Alex. Pues la próxima vez no será la escuela correctiva. Será el lugar de rejas, y todo mi trabajo arruinado. Si no te respetas a ti mismo, respétame a mí que tanto he sudado por ti. Una marca negra, te digo, por cada uno que no reformamos. Una confesión de fracaso por cada uno de Uds. que va a parar al hoyo rayado (…)No porque la policía no te haya agarrado… últimamente es que no has estado en algo malo. Anoche pasó algo malo, sí. Algo extremadamente malo, sí. unos amigos de un tal Billyboy fueron llevados en ambulancia fueron llevados en ambulancia. Se mencionó tu nombre. Me enteré por los canales usuales. Ciertos amigos tuyos también fueron mencionados. Oh, nadie puede probar nada de nadie, como es usual. Pero te advierto, Alex, siendo como siempre he sido, ¡el único en esta comunidad enfermiza y resentida que quiere salvarte de tí mismo! ¿Qué se les mete dentro? Estudiamos el problema. Lo estudiamos hace casi un siglo. Pero no adelantamos nada. Aquí tienes un hogar,  padres cariñosos. No tienes mala cabeza. ¿Es algún demonio que se mete dentro de ti?”
16. Michel Foucault, Vigilar y Castigar: nacimiento de la prisión, Buenos Aires, S. XXI Editores, 2002, p. 141
17. En La Fuente de Leche Korova, justo antes de que disciplinara a su droogo Dim “Por ser un bastardo sin modales” al interrumpir el canto de la “La devotchka smeckaba”,  Alex exclamaba: “Había unos Sofistas del estudio de TV al doblar, riendo y govoreeteando. La devotchka smeckaba sin importarle un comino el mundo cruel. Entonces el disco del estéreo chilló al terminar. Y en el silencio entre éste y el siguiente, ella prorrumpió en un canto. Y fue como si, por un momento, un gran pájaro hubiera  volado dentro de la fuente de la leche. Y se me erizaron hasta los pelos más malenkitos de mi armazón y los escalofríos subiendo como lagartos y bajando de nuevo. Porque yo conocía lo que cantaba. Era un trozo de la Novena Gloriosa de Ludwig van.” Al llagar a su casa, añade: “Había sido una noche maravillosa. Y lo que necesitaba para darle un final perfecto, era un poco de Ludwig van. ¡Oh, Gloria! ¡Oh, Gloria y Cielo! ¡Era esplendor y esplendorosidad hechos carne! Fue como un ave del más raro hilado metal celeste. O como vino plateado derramándose en una nave espacial, la gravedad sin sentido ahora. Mientras slooshaba conocía tales cuadros.”
18. Ante la pregunta de Alex “¿Y qué tiene de apestoso?.” El anciano vagabungo, responde “¿es un mundo apestoso porque ya no hay ni orden ni ley! Porque deja que los jóvenes abusen de los viejos, como han hecho Ustedes. Oh éste ya no mundo para un viejo. ¿Qué clase de mundo es? Hombres en la luna y hombres girando alrededor de la tierra. Y ya no se presta atención a la ley y orden terrenales. Oh, amada tierra Luché por vos.”
19. Uno de los titulares de diario aparecidos con ocasión de la salida al mundo de Alexander, como un buen muchacho, por lo menos uno re-formado.
20. En este sentido la distinción “Alex-Alexander” es su propio doble o la figura del doble, ominosa o siniestramente irreprimible. Dicho de otra manera, no se pretende situar a Alex-Alexander como polos o lugares históricos estables ni identificables en una exposición histórica resuelta de continuidad unívoca, más bien se trata trata de plantear el problema de la topología en los bordes, en la vacilación  y el temblor interno que “es” Alex como Alex-Alexander, como el pliegue donde los extremos se repliegan y no de reducir ni objetivar a Alexander en la cesura de un corte limpio. Alex es ese repliegue y no podría situarlo en un lugar estable y ofrecerlo a una aprehensión unívoca (si fuera así, tal aprensión unívoca anularía el ofrecimiento que hay). Alex es ese repliegue indiscerniblemente y al mismo tiempo Alex-Alexander. En esta indiscerniblilidad  la articulación Alex-Alexander no era otra cosa que un pivote en la alternancia apertura-cierre, un pliegue en la tensión Alex-Alexander que lo (des)constituye, el infinito movimiento (sin teleología) que acerca o rechaza, esa tensión vacilante e infinita del fort/da, ahí donde la inscripción de lo histórico es, a la vez, desajuste de la clausura técnica.
21. “La escena de ‘escena’ -Nietzsche y Freud, sus orígenes- sigue desconocida en nuestra cultura universitaria (así como igualmente, en los llamados ámbitos alternativos de la Universidad, esos márgenes de la institucionalidad reconocida que, como todos los márgenes, sólo viven del deseo de constituir, ellos, el centro, claro está, que ojalá conservando, de algún modo, el hermoso adjetivo de «marginal»)” Patricio Marchant, “Desolación. Cuestión del nombre de salvador allende” en Escritura y temblor. Santiago, Cuarto Propio, 2000, p. 228.
22. La frase de Alex es: “Era yo. O sea, Alex y mis tres droogos. Que eran Pete, Georgi y Dim. Y nos sentábamos en la fuente de Leche Korova tratando de decidir en nuestras cabezas qué hacer esa noche. La Fuente de Leche Korova vendía Leche con-. Leche con venocentina o sintesiteína o drencromina que era lo que estábamos bebiendo. Pone a uno perfilocortante y listo para algo de ultra violencia”.
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