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Chile en el cine: o nuestra identidad como puro pastiche. Apuntes sobre un libro de Antonio Martínez y Ascanio Cavallo.

por Jaime Lizama
Artículo publicado el 19/10/2015

Nuestra ya clásica compulsión (expuesta con singular constancia por los medios de comunicación), de lo qué somos o cómo nos ven los “otros”, encierra muchos tópicos que no pueden sino relacionarse con la llamada sicología social o con aquello que asociamos, por lo común, al denominado carácter de los chilenos y que, por lo mismo, acostumbra a extraviar nuestras legítimas miradas de lo “propio” hacia un “ombligismo” casi infantil.

Problemática que, a fin de cuentas, se centra en el tema de la identidad. Sin embargo, la habitualidad mediática o turística de estos tópicos, cae irremediablemente en un imaginario social que suele mezclar una liviandad chovinista y un anhelo de reconocimiento “instantáneo” por parte de los Otros, es especial de aquellos pueblos que son claramente más relevantes que el nuestro. Aceptamos con mucha mayor complacencia el veredicto de aquellos que nos miran desde arriba (Europa o los países de la ya famosa OCDE), por sobre la mirada más acuciante o crítica de nuestros propios vecinos, o de aquellos que son más o menos nuestros iguales.

En un sentido paralelo, esa estrategia de marketing institucional y seudo cosmopolita, llamada “Imagen país”, descansa en gran medida en ese imaginario social señalado, el cual suele reflejar ese vacío o esa ausencia de identidad, persiguiendo con denuedo esa revelación en el mismo acto del “reconocimiento”, en este caso metódicamente buscado por razones confesablemente comerciales o de autobombo. En esta particular situación, casi siempre la legitimización de lo propio estaría mediada por una estrategia de seducción acuciosamente banal, que descansa, casi siempre, en la pura promoción mercadista.

Bajo este peculiar y extraño ethos, es que cabe leer también “Chile en el cine”, pues se trata en el fondo se reconocer y encontrar los atisbos o las imágenes de Chile (aunque se trate de las más insignificantes) en todas aquellas películas habidas y por haber, que por gracia mencionan o muestran indicios de la existencia de un país llamado Chile.

Si bien, de acuerdo con los propios autores, se trató de una encomiable investigación que abarcó la revisión de más de mil películas, pocos menos que haciendo un trabajo de hormiga para lograr pesquisar hasta lo más irrisorio de la alusión, el comentario, la cita o la imagen: el sentido mismo de cómo nos ven, o bien ha quedado obliterado por el lugar común, o bien desintegrado en la infinitud numérica de lo rescatado hasta la minucia.

Así las cosas, “Chile en el cine” se podría entender como un arduo pero, al mismo tiempo, un simple ejercicio de coleccionismo de miniaturas que se descubren en un campo abigarrado y saturado de imágenes, al margen del focus central del campo, pues está claro que en última instancia responde a nuestra endémica necesidad de ser vistos, reconstruidos y reconocidos por los “otros”. Estamos tan alejados del “centro” de mundo, que ansiamos arduamente el reconocimiento, aunque se trate a través de imágenes irrisorias e inconexas, fragmentariamente pobres.

En el fondo, persiste aquí, o bien se consuma en un grado significativo, nuestra inexcusable conciencia periférica o “autocolonial”. En otras palabras, sólo podemos ser o llegar a ser a partir de ese extraño “focus group” que realiza o consagra en lo posible la imagen más competente de nosotros mismos, pero siempre construida desde afuera, posponiendo o difiriendo nuestra propia percepción descolonizada, a la postre más auténtica y por cierto mucho más verazmente identitaria que el slogan o la pura apuesta publicitaria de esa trucada “imagen país”.

Todos estamos al tanto que el cine puede llegar a proveer intensos y acuciosos imaginarios capaces de portar señalas ciertas de identidad, por eso es que resulta enormemente más productivo generar una propia cinematografía, que si bien en muchos casos nos es esquiva e incapaz de interpelarnos, a ratos a permitido plasmar importantes resultados, que nos escudriña y nos interroga, lo que a postre resulta mucho más valioso que el coleccionismo indigesto de imágenes perpetradas por una cinematografía de trayectoria canónica, y que nos traduce inexorablemente, como un lejano y perdido pastiche pre-cordillerano.

Nuevamente aquí, nuestra poco explorada identidad, queda sobreentendida y sobreactuada en la superficialidad de la mercadotecnia, como si se tratara de una cita al famoso trozo de iceberg, consagrado en la expo Sevilla por nuestra incurable elite, insoportablemente colonial, la cual sostiene el clisé de nuestra modernidad arribista.

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