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La génesis de El Padrino, un joven que se hizo rico de la noche a la mañana.

por Iván De la Torre
Artículo publicado el 09/06/2002

La película que inmortalizaría a la mafia comenzó con un hombre cuarentón, de inconfundible ascendencia italiana, sentado frente a un ejecutivo de la Paramount esperando el veredicto sobre un manuscrito de ciento cincuenta páginas que había presentado. Si esa noche no pagaba sus deudas, la mafia le rompería un brazo.

Para alivio de Mario Puzo, Robert Evans, el ejecutivo en cuestión, aprobó el guión con palabras definitivas: «Acá tenés doce mil quinientos dólares. Ahora, escribí el maldito libro». Un año después El Padrino encabezaba las listas de best-sellers y Universal ofrecía un millón de dólares por los derechos.

Los ejecutivos de la Paramount decidieron guardarse el filón: lo filmarían ellos mismos, aunque el tono de la novela debía ser actualizado. La nueva versión no agradó a nadie y, de vuelta al principio, decidieron utilizar el original. Como todavía no tenían director, un asistente de Evans propuso a Coppola. La ecuación era simple: italiano=italiano. Ambos se entenderían.

Francis Ford Coppola era, en ese momento, la quinta esencia de la nueva corriente de cineastas: graduado en Arte Teatral por la Universidad Hofstra, para 1970 ya había dirigido Dementia 13 (1963), reescrito Reflejos en un ojo dorado y terminado el guión de ¿Arde París? (1966), mientras pulía sus dos primeros largometrajes: Ya eres un gran chico (1967) y Llueve sobre mi corazón (1969). Esa capacidad para infiltrarse en la industria lo había convertido, según George Lucas, en «el caballero de la blanca armadura. Él fue quien nos dio esperanza».

Además había creado su propia productora, American Zoetrope, con la cual intentaba ayudar a los jóvenes talentos. Con luz verde por parte de los ejecutivos, Coppola empezó a buscar locaciones en Litle Italy. Cuando la mafia se enteró del motivo del paseo estuvo a punto de quedarse sin rodillas. Para calmar las aguas, el productor Albert S. Ruddy se reunió el jefe de la camorra neoyorquina Anthony Columbo, quien le garantizó que podrían trabajar sin problemas si las palabras «Mafia» o «Cosa Nostra» no aparecían en la banda sonora del filme. Ruddy aceptó.

Contra la opinión de Coppola y la Paramount que preferían a Lawrence Olivier, Mario Puzo, se empeño en que el papel de Vito Corleone era perfecto para Marlon Brando. Contra todas las probabilidades, triunfó. El actor, (que apenas leía el guión para que las escenas le salieran naturales), entrevistó a Fran Costello, un verdadero capomafia, de quien copiaría la voz que haría famoso a Vito Corleone.

El rodaje comenzó antes de lo previsto para aprovechar los pronósticos que anunciaban nevadas. La situación no tardo en invertirse, y el director debió luchar para adaptarse al cronograma; su trabajo diario incluía la reescritura del guión por las noches (mas una caja de puros y una botella de whisky), ensayos con los actores durante toda la mañana y filmación por las tardes.

La escena más difícil fue el intento de asesinato de Don Corleone, en el exterior de la factoría Olive. El set se había instalado en la calle Mott, un rincón italiano que no había cambiado en los últimos treinta años. Durante tres días, Brando escogía sus naranjas y recibía los balazos antes de que una multitud aplaudiera desde las ventanas. Aquel apoyo fue terrible para Coppola: el público se colaba entre las cámaras, aparecía en el fondo de la imagen y más de un entusiasta comenzaba a aplaudir antes de tiempo.

Talia Shire, la recordada Connie Corleone (y esposa de Rocky a lo largo de toda la saga del Semental italiano), fue una testigo privilegiada de la respuesta de los estudios a las cintas: «Se volvieron locos: las escenas eran tan oscuras que sólo se podían ver siluetas. Nadie había hecho algo así, y menos con dinero ajeno. Evans terminó preguntándole a su asistente: ¿Qué pasa, tengo los anteojos negros puestos? Y sólo al ver las escenas de Brando volvió a abrir la boca, para decir: ¿Esta película va a llevar subtítulos?».

Un año después, con un nuevo récord de taquilla a su haber, las fricciones habían desaparecido y Coppola paseaba en una limosina Mercedes Benz que le había ganado a los ejecutivos de Paramount, cuando aseguró que su película superaría los cincuenta millones de dólares en recaudaciones. No se había equivocado. El éxito de El padrino lo había convertido, según sus propias palabras, «en un joven que se hizo rico de la noche a la mañana».

 

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