Resumen
Genio y figura. No habrá otro igual. Es un caso de trascendencia única este multifacético Orson Welles, de quien el pasado 6 de Mayo se cumplieron 103 años de su nacimiento. Coincidiendo con el 33º aniversario de su desaparición física, la cadena Netflix anuncia el postergado lanzamiento comercial, 40 años después de su registro inédito, del film “Al Otro Lado del Viento”, un proyecto póstumo que verá finalmente la luz gracias a una cuidada restauración.
La desaparición física de Orson Welles se produjo justo a tiempo cuando los críticos de la época y el público, que durante tanto años le diera la espalda, comenzaban a reconocerlo por el talento que tuvo y la trascendencia que su figura implicó: un auténtico pionero e inventor que revolucionó las bases del cine de su tiempo y del futuro. Para entender la permanencia de su figura a lo largo de los años y lo esencial que su obra contribuyó al progreso del cine, basta evidenciar el adelanto cronológico de sus obras en cuanto a una técnica depurada gracias a recursos renovados y a una narrativa dramática desconocida hasta entonces.
También, y como muchas de sus películas lo muestran, Welles sentó las bases para la evolución en la puesta en escena, el cine de autor y el genero noir, entre muchas ramas cinematográficas que impactó. La obra del cineasta siempre ha sido un poco críptica de desentrañar y su abordaje ha resultado más que complejo, puesto que ha llegado en pleno nacer del cine sonoro a cambiar drásticamente las reglas de progresión fílmica conocidas hasta entonces.
Welles, desde muy joven, comenzó desarrollando sus aptitudes artísticas representando obras de William Shakespeare, su gran obsesión en los inicios de su vocación. Hasta que tanto ahínco tuvo su recompensa cuando puedo llegar a representar en Broadway varias de las grandes obras del celebre escritor ingles. Su gran suceso en Broadway le abrió las puertas de la radio, donde en un espacio radial propio llevo a cabo un 30 de Octubre de 1938 su famosa adaptación de la novela de H.G. Wells La Guerra de los Mundos. El semejante suceso de tal impactante puesta en el aire sobre la ficticia invasión extraterrestre le abrió las puertas a los estudios RKO. La emisión radial había desatado una polémica en una nación que siempre tuvo un enemigo exterior que combatir (llámese el comunismo, el terrorismo o los alienígenas). Su desembarco en el mundo del espectáculo no podía haber sido más escandaloso.
Impactados quedaron los gerentes de la RKO quienes le ofrecieron un contrato para filmar películas a su gusto y placer, mientras que la manera en que Welles se abrió paso en el mundo artístico -con semejante escándalo y conmoción-, daba muestra de su personalidad rebelde y arrolladora. El hecho de filmar a gusto y placer seria un beneficio del que Welles –dada su mala reputación- no gozaría a lo largo de su fructífera y ecléctica carrera.
Un jovencísimo Orson Welles revolucionaba a Hollywood con su opera prima, una película de características de leyenda a la que Welles se adentró de lleno una vez que fracaso su intento de llevar a la pantalla grande la obra El Corazón de las Tinieblas. Desde la prodiga concepción de un rebelde y nuevo cineasta, su polémica y caótica filmación en los estudios RKO dio como resultado el film en cuestión: El Ciudadano (Citizen Kane, 1941), para algunos al momento de su estreno un fracaso absoluto, para otros una obra maestra. Esta segunda mención perduraría a lo largo del tiempo reivindicando a Welles y su primera criatura como una de las mejores películas de todos los tiempos.
La historia contada en El Ciudadano hablaba de un hombre nacido en la pobreza que llegaría a triunfar de tal manera extendiendo su enorme imperio a registros impensados, convirtiéndose en un autentico magnate con vinculaciones políticas y ambiciones de poder cuya cúspide le acarrearía a un descenso vertiginoso que lo haría acabar sus días en la desidia y el olvido. El personaje en referencia no es otro que el magnate de los medios William R. Hearst, quien cuando supo del contenido del film puso su grito en el cielo, y el hombre tenia poder suficiente como para anular el mismísimo rodaje. Esta compleja pieza narrativa de indudable audacia para la época encuentra su estructura a manera de retrospectiva que nos proponen como espectadores descubrir quien es realmente este ciudadano Kane. Las personas de su entorno que más lo conocieron dan sus puntos de vista bien ambiguos entre sí sobre el aspecto de la personalidad que conocieron de Charles Foster Kane, poniendo en tela de duda la ética y la moral de este personaje o ensalzando al mismo.
El film trabaja la gramática de la imagen como ninguno lo había hecho hasta ese entonces. Dando cuenta del excelente manejo de tiempos que Welles poseía, cuya astucia con la cámara queda evidenciada en el uso de los primeros planos, del plano medio y del plano detalle, en un enfoque simultáneo que daba por tierra con todo lo conocido y empleado. Sumado a los encuadres y juegos de focos que utiliza y que, sin dudas, como proveniente de Welles, rompían con las reglas establecidas y asentaba como un cineasta joven con una visión moderna de hacer cine.
Luego de estremecer una vez mas al mundo entero con su brillante opera prima El Ciudadano, Welles acrecienta una vez mas su mito con el film Soberbia (The Magnificent Ambersons, 1942), un proyecto mas que íntimo, en su emprendimiento de llevar a la pantalla la novela de Booth Tarkington. El Ciudadano ya había involucrado infinidades de polémicas por su rodaje y posterior estreno. Amado u odiado, no se podía negar que Orson Welles revolucionó Hollywood por completo y esto determinó que los estudios cinematográficos RKO se reservaran contrato de por medio los derechos para editar en su formato final cualquier film que el genio de Welles rodara.
Welles encara en Soberbia otro proyecto ultra personal. La forma en que construye la historia, con no pocos paralelismos en torno a su figura (el personaje central se llama George, tal el nombre de pila del realizador) a medida que el relato transcurre en la clase aristocrática de la alta burguesía (un recuerdo de la infancia del director), marcas personales que conforma su universo creativo. El film relata el ascenso y caída de la familia Amberson, con su esplendor a fines de siglo XIX, a medida que vemos avanzar y transformarse el mundo (con la moda masculina y su evolución como parámetro) y su lento declive a principios del convulsionado siglo XX (con la invención del auto como referencia).
Aunque también, claro está, mas allá de las debacles económicas y los irremediables ciclos sociales que transforman la vida en la gran ciudad, el presente el film se centra en mostrar la caída de los Amberson por culpas propias, en cuanto a diferencias internas de la familia o miserias que se van revelando poco a poco. Allí Welles resulta por demás efectivo, desnudando esas debilidades ocultas al ojo público que acaban con tantos años de prosperidad. El film contrapone el clasicismo y el renombre a la pobreza y la honestidad, a la vez que acompleja una trama de amores perdidos y antipatías varias con un tono de evidencia melancólica y nostálgica.
Como es conocido, el autor tenía más que un problema, dado sus rebeldías y divismos, a la hora de conseguir financiación para sus proyectos. Es por ello que mucha de su filmografía quedo sin completar o recién se edito varios años después de concluida su realización. Lo cierto es que El Extraño (The Stranger, 1945) fue uno de los tantos que estuvo a punto de naufragar, de no ser porque uno de sus socios decidió hacerse cargo del presupuesto de la misma para darle un tono más formal y un carácter comercial a la bien personal mirada de Welles. De lo contrario, el film hubiera engrosado la lista de la docena de títulos sin acabar que el autor poseía. Así, fue que se embarcó en su próxima aventura, con una puesta en escena notoriamente influenciada por la novela de Nicholas Blake The Smiler with a Knife que el propio Welles fracaso de adaptar previo a su debut cinematográfico con El Ciudadano. El Extraño se suma a la gran serie de películas exitosas y novedosas que lanzo durante la década del ’40, tan prodigiosa para su cine.
El film es una de las primeras películas de la posguerra que centra su temática en la caza de criminales nazis y en un tono similar al que Alfred Hitchcock encaminaría su Encadenados (Notorious, 1946). Welles mezcla misterio, trama policial y cine negro, aunque de forma mas pragmática y menos intrincada que el triangulo amoroso y político que la citada película de Hitchcock abordaba. En las influencias del cine negro de Welles se denotan su clásico y siempre sobresaliente dinamismo visual, evidenciado a lo largo de toda su filmografía, gracias a arriesgadas puestas en escena que en los planos sombríos captan la esencia de la estética del cine policial noir que tanto le debe a Welles, sumado a los elementos narrativos que caracterizaron la filmografía de Welles a lo largo de toda su obra: la clásica tragedia shakesperiana en clave de irónica observación sobre el origen y las vinculaciones verdaderas del marxismo, paranoias xenófobas, interpretaciones filosóficas de la guerra y las consecuencias del nazismo para una posible futura resurrección.
Welles despliega su enorme capacidad técnica y su amplitud artística para un desborde de maestría desde la pacifica ambientación del comienzo del film al caos general en que en esta tiene lugar, mostrando los dobleces de los simples habitantes del pueblo, las identidades secretas de los protagonistas y las caras ocultas del fascismo. Tal volumen de evolución (y subversión) argumental y emocional presenta el film que se permite a su final que el suspenso de espionaje, entre emboscadas y persecuciones, pistas que desorientan y pactos criminales. El desenlace da paso al melodrama trágico, en una escena bellamente captada desde su oscuridad que en su epílogo encuentra el momento de mayor tensión de todo el relato. En su abrupta conclusión resume una obra de absoluta maestría del séptimo arte que el tiempo se encargo de consagrar como un clásico y que el destino quiso el mundo conociera «El Extraño» como la enésima visión de un genio.
Años más tarde llegaría La Dama de Shangai (The Lady from Shangai, 1947), un film representativo para la rica historia de un cine noir, por entonces en su apogeo. La magia de Welles se percibe en cada escena, en cada toma, en cada dialogo. Y al final resulto ser (como tantas otras veces en la inigualable carrera de este prolífico realizador) que su libertad de expresión no lo fue tal, que una vez mas los estudios decidieron recortar ciertas escenas y la rebeldía de Welles lo convirtió casi en un proscrito de Hollywood, en un rebelde sin causa, en un enfant terrible. La escena final, cuya edición de montaje corresponde nada menos que al luego celebre Robert Wise, esta lejos del final pensado por Welles, las piezas se reacomodan en un final si puede decirse feliz donde todo retorna su cauce y cada pieza argumental ocupa su lugar. De todas formas este detalle no empaña un film que lleva el sello característico de Welles por su audacia visual y su talento narrativo.
El film esta adaptado del cuento corto de Sherwood King The Day I Wake Before I Die y es un triángulo amoroso que se forma en base a intereses y conveniencias que deviene en un pacto criminal para cometer un asesinato y que envolverá una póliza millonaria, un juicio de características dantescas. Una trama que se va decantando en su intrincada red de engaños, traiciones, personalidades ambiguas y relaciones imposibles que culmina en una antológica escena de un tiroteo en un salón de espejos brillantemente filmada por Welles. Este clímax visual es en uno de los tantos momentos del film que muestras retazos de maestría de un autentico pionero que decidió filmar una historia de suspenso de características policiales con una trama romántica, cuya virtud principal también es el misterio.
Welles se reserva para si mismo el personaje principal, a la vez que transforma completamente a la mujer explosiva y sensual de Rita Hayworth en Gilda convirtiéndola en una femme fatale tan atractiva como repulsiva. La dirección de actores de Welles y los planos que se dedica y le dedica a Hayworth hacen junto con la puesta en escena un logrado registro de cámara que eleva aun mas el ambiente entre confuso y surreal que rodea al film. Esta compleja composición que elige Welles para la historia desorienta los caminos de la misma y por momentos no resulta del todo homogénea, pero en sus individualidades entrega momentos de calidad única.
Con semejante palmarés a sus espaldas Orson Welles se convirtió, queriendo o no, en un temido de los estudios cinematográficos quienes no querían financiarle los proyectos dado lo caóticos que podían llegar a resultar los mismos en una garantía de calidad artística si, pero también de polémica y controversia. El film en cuestión se aleja de los parámetros establecidos por las obras mencionadas y se acerca mas a El Extraño un film de aire noir que Welles había concebido con suma maestría y que coronaria una década que lo tuvo como protagonista indiscutido con una incendiaria versión de Macbeth.
Orson Welles hizo su Macbeth (1948) en un mes de rodaje; con un presupuesto ridículo y decorados de cartón piedra, armó una obra magistral que todavía impresiona por su fuerza dramática y la nitidez con que la obra de Shakespeare llega hasta nosotros. El principal método de Welles en la adaptación basó en una escenografía rudimentaria, con armaduras y pieles totalmente rupestres, y cuernos y coronas de lo más estridentes y estrafalarias. De alguna manera el film de Welles es puramente teatral, ya no sólo por la falta de escenarios, sino por la adecuación de los pasajes. La ferocidad y la violencia de este Macbeth lo convierte en la más trágica de todos los llevados a la gran pantalla.
El texto teatral de la tragedia de Macbeth resulta tan vívido, tan expresivo, que a la fuerza había de llamar la atención de un cineasta como Welles, explosivo y vital como pocos. Una aventura sustentada con apenas 75.000 dólares para llevar a cabo su adaptación son el fiel reflejo de la relación que el autor vivió con Hollywood. Una cronología de años turbulentos, sus disputas por la libertad autoral con los estudios y su fama de indomable le ganaron numerosos detractores. Muchos de sus proyectos quedaron a mitad de camino y otros tantos se estrenaron con bajo perfil. En este caso, el público rechazó al film ni bien estrenado y la critica le dio la espalda, quitándole crédito al hecho de haber rodado con tanta rapidez y -así y todo- obtener resultados tan brillantes.
Preso de los estudios durante gran parte de su trayectoria, un auténtico prófugo de Hollywood hacia una Europa que le abría las puertas con mas libertad, su regreso triunfal con Sed de Mal (Touch of Evil, 1958) ya en la madurez de su carrera, es no menos que un renacer de las cenizas. Y aun así, todavía no podía sacarse de encima las reglas de mercado de los estudios y la censura en plena época del Código Hays. Es por esto que este film tiene para Welles y su filmografía un significado especial en cuanto el no pudo disponer con el tiempo de metraje para la totalidad del film, cuyo argumento y orden narrativo es mas bien un sueño cumplido para Welles en forma póstuma ya que en 1998, 40 años después del estreno oficial del film se conoció la versión final que Welles había ideado y le habían censurado.
Sed de Mal constituye el típico policial de cine negro clásico de los años ’50 y ’60, no le faltan elementos desde narrativos en su construcción argumental, hasta visual en la construcción de espacios, manejo de tiempos y estilo de cámara. Con Sed de Mal Orson Welles nos da una clase de como construir un film policial noir a la perfección: el guión abundará en policías corruptos, tramas oscuras, traiciones y venganzas y el estilo único del director, un auténtico adelantado para la época, visualmente construye al film con un estilo audaz e inusual para aquellos años (basta ver la escena inicial, de creación perfecta) consigue lograr la mixtura ideal para atrapar al espectador con una trama original y a la vez con un ritmo sin respiro.
Lejos del agudo punto de vista político y de las referencias sociales de la época, Sed de Mal trasciende como unas de sus mejores obras, pero en otro sentido y alejado de la polémica y la trasgresión. Es una fiel muestra de como un artista en la cumbre su arte se puede dar el lujo de contar una historia muy bien construida con el solo pretexto de entretener y al mismo tiempo entregar una pieza de cine de lujo para el genero noir de aquellos años y posteriores, como sólo los verdaderos maestros saben hacer.
Entrados los años ’60, basado en el libro El Proceso (Lé Process, 1962) de Franz Kafka, ésta es otra de las famosas genialidades de Orson Welles. Uno de sus ambiciosos proyectos concretados de la manera en que solo él sabia para un tibio recibimiento de critica y luego después de muchos años ser reconocido como la gran obra maestra que era. Constante en su obra, un adelantado en términos de estructura narrativa y de destreza visual e incomprendido de sus colegas contemporáneos, concibe aquí un análisis cinematográfico sobre la justicia de doble moral dentro de un sistema de leyes dictatorial.
La justicia que se nos muestra en la película es ambigua, va mutando en función del desarrollo de la historia a manera de que en sus interpretaciones queda sujeto el protagonista de la historia, como envuelto en un laberinto que profundiza aun más los rasgos desigualitarios entre el acusado y el sistema que quiere condenarlo, algo así como un círculo vicioso donde el ciudadano entre desprotegido e incrédulo sufre los vaivenes persecutorios del gobierno mientras los personajes mas bizarros y las mujeres de su vida se cruzan en su camino. O bien un acto de subversión, o bien como afluente de una sociedad corrupta de la cual el acusado reniega convirtiéndose así en un insurgente, el autor consuma una visión contundente sobre la obra kafkiana, cuyo relato en forma de fábula resulta atrapante.
Welles plasmó en su adaptación la lucha desigual entre el protagonista y un ente superior que domina su destino. Este protagonista es un hombre abandonado a la suerte de un tiempo y un escenario físico hostiles, casi salido de una pesadilla. Es una crítica contra los estamentos de poder y en el gusto del realizador por la incongruencia de un mundo que parece desaparecer para dar paso a otro a costa de la vida del protagonista, en una visión, si se quiere, acorde al pensamiento revolucionario y contestatario de Welles. En cuanto al escenario, los espacios donde transcurre la acción son siempre oscuros y cerrados, lo que da al espectador una terrible sensación de estar inmerso en una prisión, creando climas claustrofóbicos, absorbentes, intensos. Una clara muestra de la maestría visual de Welles que junto con su inmejorable manejo de tiempos hacen del film un espectáculo único. Solo nuestro autor podría haber concebido una visión tan personal y atormentada del mundo de Franz Kafka.
En sus episodios donde no rodaba películas, Welles se permitía ejercitar como actor en roles secundarios de films casi siempre de buena elección y convertidos en clásicos a la postre como Moby Dick (1956), Un Largo y Cálido Verano (The Long, Hot Summer, 1958) y Casino Royale (1967). Campanadas a la Medianoche (Midnight Bells, 1966) fue quizás su última gran obra y bien vale para sintetizar la total filmografía de Welles: una película hecha sobre su más íntima y personal obsesión, la obra de Shakespeare. Un proyecto llevado adelante con esfuerzo y sacrificio por un hombre que siempre tuvo problemas para financiar sus obras, muchas de las cuales resultaron inacabadas. Por último, una muestra cabal del prolífico y multifacético talento de Welles en sus labores de actor, director y guionista: como intérprete un actor dotado y como realizador un maestro de la inventiva visual, hacedor de un lenguaje estético cercano al barroco: opulento y exuberante.
Triunfó en Cannes gracias a sus celebres adaptaciones de Shakespeare y nunca pudo alzarse con el premio Oscar a la Mejor película ni al Mejor Director por El Ciudadano o por El Cuarto Mandamiento, films por los que fuera nominado. La Academia recién lo premio con un tardío Oscar Honorario a la trayectoria en 1971 gracias a su versatilidad artística en la realización de films. Es sorprendente, y hasta paradójico, que el cineasta más grande de todos los tiempos no tuvo el merecido respaldo de la crítica en su época de esplendor. Si llegara a competir oficialmente por su film póstumo próximo a estrenar, este hecho no haría más que engrandecer aún más su mito.
Sin embargo, Orson Welles no necesitó jamás del aval de la industria, su obra se retroalimentaba en su propia pasión por el cine como arte en constante evolución, impronta de una llama incandescente reflejada en esa necesidad imperiosa de desafiar las reglas de forma constante. Inmerso en ese vértigo creativo logró dar rienda suelta a su prolífica obra, de magnitud y trascendencia única. Con él, cambió todo.
3 comentarios
[…] Extractos de esta nota pertenecen al especial sobre Orson Welles dedicado, bajo el mismo autor, a la revista Crítica de Chile. […]
[…] de esta nota pertenecen al especial publicado, bajo la misma autoría, en la revista Crítica de Chile, con motivo del especial sobre Orson […]
[…] de esta nota pertenecen al especial publicado, bajo la misma autoría, en la revista Crítica de Chile, con motivo del especial sobre Orson […]