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Breves y ligeras crónicas de un gusano de La Habana en Santiago de Chile.

por Luis García de la Torre
Artículo publicado el 22/09/2018

Extracto del libro homónimo y en proceso
de Luis García.

 

Cual decidido emigrante siempre tuve plena conciencia de la profunda inserción que necesitaba para mi nueva vida. Por lo que ya en Santiago le puse mucho ánimo a todo. Incluyendo al aprendizaje del nuevo léxico sexual, ya que quedé bastante ignorante las primeras veces que me acosté con una mujer chilena.

Cuando se tiene sexo siempre los fluidos van acompañados de buenas dosis de palabras obscenas, pero lo que no había tenido en cuenta era que al comenzar a decir las cubanas, de vuelta, o en supuesta respuesta, me vendrían las chilenas.

Al no manejarme verbalmente a la chilena y mi pareja tampoco a la cubana era todo una rareza lo que se armaba. Tanto así que en ocasiones la opción de callar y gozar era lo que venía al caso ya que sino ahí mismo se abría una conversación bien interesante y curiosa, con preguntas y respuestas que obligaban a detenerse, aclarar y luego volver a retomar.

Ya con más experiencia en lo que sucedería al ser el encuentro de una ocasión ni hablaba y si volvíamos a juntarnos curioso indagaba sobre el verbo lujurioso santiaguino entrenándolo de muy buena gana.

Me eduqué entonces en el lenguaje “inmoral”. Pero tuve el traspié que al saber los términos el tema estaba en que para nada me envalentonaban, y cuando con quien me revolcaba conocía los míos tampoco la motivaban por lo que se iba volviendo aquello un intercambio de palabras individualmente sucias que en vez de poner el momento más gozador se percibía un compromiso lingüístico, y competitivo.

Entonces vinieron los acuerdos, íbamos primero a los vocablos de un país para después usar los del otro. La calentura verbal dependía de un turno.

También descubrí que por suerte teníamos algunos que coincidían, y aunque poquísimos eran bien útiles. Pero ojo estaba el peligro latente de repetirlos incesante y la monotonía anafórica podía aburrir.

Así fue hasta que el empeño más temprano que tarde funcionó. La práctica hace al maestro.

El sustancioso aprendizaje lo incluí en mi nueva vida. Nunca lo imaginé cuando me dije me voy de La Habana y me vengo a Santiago de Chile.

La verdad que el español es un idioma idealmente sabroso ya sea para singar, culear, follar, coger, amar o un sinfín de etcéteras.

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