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REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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Magia de la imagen.

por Hernán Ortega Parada
Artículo publicado el 09/05/2016

“¡Ah, comprender el mundo esta vez o nunca!”

Estamos escudriñando, como sencillos ciudadanos, energías visibles y otras no iguales liberadas fundamentalmente en el siglo en marcha.

Qué ocurría en la era anterior que pudo habernos llamado la atención: el desarrollo progresivo de los “monos”, esas series para niños y adolescentes que publicaban los periódicos importantes, a plena página colorida. Cierto: Popeye, Mandrake, el Príncipe Valiente (soberbia serie –casi digo “antropológica”-, de la historia de la Europa medieval). Con la Segunda Guerra Mundial, llovieron escenas dramáticas, en la prensa y en los noticiarios del cine, provenientes de la densa e implacable influencia norteamericana. Pero no todo comenzó en esos años del 1900: ya asistíamos a notabilísimas publicaciones ilustradas impresas a gran formato en Barcelona, como la Ilustración Artística (¡qué joya de grabados de arte!). En el Chile de la “belle époque”, las elegantes revistas chilenas publicaban junto a los estrenos en sociedad de las jóvenes de “abolengo”, escenas de la Gran Guerra que eliminaba millones de seres humanos sin alterar el cóctel o la tertulia literaria de grandes salones.

La preocupación del homo sapiens por la imagen tiene miles de años de ejercicio. Desde dibujar en las paredes de las cavernas sus llamados a los espíritus o estampar manos con tierras de color (Patagonia). O, simplemente, el más culto de la tribu utilizaba máscaras para hacer creer que sus antepasados o dioses le entregaban poderes superiores. Pieles, garras, plumas, ayudaban a la puesta en escena de un poder. La máscara integra el símbolo de la imagen dominante.

Pero, estoy anclado en la relación imagen/masa de la contemporaneidad. Toda nuestra literatura infantil y/o juvenil, ha sido muy visual. Inicios: Julio Verne, Emulio Salgari, Karl May (francés, italiano y alemán, respectivamente) y más, aunque la especificidad era para otro grupo etáreo. Todo eso y aquello desapareció cuando el cine llegó a ser nuestra gran fuente de encuentro presencial con otros mundos de la civilización y de la no civilización. Si bien nos impresionaron grandes filmes de Italia, Francia, Inglaterra (muy pocos de Alemania), siempre tuvieron preponderancia las sólidas imágenes de las famosas novelas llevadas al ecrán por Hollywood; consecuentemente, del letal encuentro de los nativos emplumados con los invasores conocedores de la pólvora y la bala que hablaban inglés. La Conquista del Oeste es, en efecto, la imaginería con la superposición de una civilización sobre otra. Creo no equivocarme al pensar que si los chilenos éramos nacidos en una tierra arduamente cristianizada (también desechando al usuario dueño de las tierras), fuimos mentalmente dominados por una segunda oleada de hechos e imágenes del hemisferio norte provistos de otra lengua.

Y tanto fue así que no nos dimos cuenta que, en los contenidos y envoltorios (publicidad) de la tele y del cine en decadencia, a fines de ese período, quedamos boquiabiertos con monitos de rasgos inequívocos orientales pero cuyos ojos, para no espantar, tenían expresiones occidentales. ¿Qué de especial comunicaron a chicos y grandes que sólo tragan? Que los niños podían matar a sus semejantes, en forma tal como supuestamente lo hicieron los samurái de la leyenda. El cine y la tv han sido las herramientas eficaces para tomar como natural el eliminar a balazos a semejantes. Entonces, qué sabe un chico de población chilena: matar para hacer valer su presencia. En vano Akira Kurosawa elaboró “Yume” (Sueños) en 1990, caviar de minorías, y tantos otros filmes inspirados ya sea en los griegos o en Shakespeare, imágenes equilibradas con los contenidos subliminares. No tiene importancia que Martin Scorsese haya interpretado a Van Gogh en aquel plato fino. Esa no es lectura para la manada. La manada, como los millones de búfalos de las praderas del norte, sólo existe para aparearse y comer pastos. Estoy expresándome, en dicho sentido gráfico, asistido por José Ortega y Gasset.

Imagen: en cualquier diccionario encontramos definiciones correctas, asumibles. Reproducción mental y cosas por el estilo. En filosofía, acota Federico Nietzsche (al.1844-1900): “El mundo real es mucho más pequeño que el mundo de la imaginación” (Aurora). Y tal vez nuestra desgracia es aceptar sin mesura la convicción de Gaston Bachelard (fr.1884-1962), que se atreve a asegurar: es la imaginación el fenómeno mental que nos hace superior a las otras especies. Sin embargo, en alguna página desconocida de ‘La formación del Espíritu Científico’, él mismo nos advierte: “El origen sustancialista es muy difícil de exorcizar.” (p.126). En consecuencia, ¿existe sustancialización en el acto de asimilar imágenes preconcebidas para una acción colectiva? Dura pregunta que debería generar duras respuestas. En ayuda de las últimas, sabemos que la lecto-comprensión no es aplicable sólo a lo que interpretamos de un escrito (sea cual fuere el soporte), también están las herramientas de la semiología. Es cierto: un discurso, captado al azar si se quiere, que es comunicado a través de la tv ó de una tablet, es susceptible de ser analizado a través de lo que no se dijo, en el valor de un sub-texto, en el peso de una dirección (generalmente única). Incluso, dicha facultad lectiva es aplicable a las palabras de la persona instalada frente a uno. Además, que si entendemos que se ha elaborado una imagen diciente para el público (masa), es necesario advertir la necesidad de clarificar un origen y un destino. Un poema, a través de múltiples y a veces opuestas imágenes (manidamente de lo abstracto a lo concreto o del micro al macrocosmos; y/o viceversa) es un metaforón que explica y no explica la intimidad del mensaje. Ello es una de las facultades o debilidades del arte, por supuesto. La imagen de una “prueba” nuclear estremece hasta el tuétano pues de inmediato se nos representa el homicidio de Hiroshima y Nagasaki: no voy a profundizar en el sentimiento que se nos despierta. Hace un par de años extrajeron desde una bahía del Mar Egeo la enorme figura en bronce de un hombre desnudo; esa escultura de peso real, ese hecho comunicado como imagen a todo el orbe, que nos habló a gritos de un mundo admirable desaparecido hace tres mil años, es una materia, en ambos casos, proclive a ser analizada merced a una profunda y exquisita dialéctica. Puede que para la masa haya sido un acto mágico sin mayor trascendencia.

Es posible que todo el fenómeno de sumisión que embarga al ser globalizado, sea producto de la vieja semilla animista. Incluso el anarquismo contiene en su alma una imagen idealizada, de la cual no tiene consciencia por súper posicionamiento de intereses prácticos o de anhelos insatisfechos. Aquel producto de un plan universal, concreto, firmado, deviene a constituirse el ser de un gran segmento humano que se alimenta por necesidades artificiales, tal vez espúreas, no tiene consciencia del valor de su existencia: tal vez tenga en su interior el sueño de una pradera azul eterna. Eso es así como la madre que debe trabajar y abandona su criatura de escasa edad, indiferente el daño que le está haciendo al nuevo ser que carecerá –de por vida- de una imagen protectora, afectiva, que, además, lleva su propia sangre. Es la contraportada de un libro fabuloso que se hace común y que no ha sido leído; salvo por Bachelard: “Sin duda, aquello que pone de manifiesto más claramente el carácter mal ubicado del fenómeno biológico, es la importancia otorgada a la noción de los tres reinos de la Naturaleza y el lugar preponderante que ocupan los reinos vegetal y animal frente al reino mineral” (p.177). ¿Está citando imágenes de un sistema ecológico profundo al cual pertenecemos sin calcular la responsabilidad de nuestros actos volitivos?

La Rebelión de las Masas (1929), es una obra reveladora, casi franca, del citado Ortega y Gasset (OG, en adelante). El “casi” es porque él no advierte al otro (nosotros) acerca del origen de sus informaciones sobre la “marcha de Occidente”. El contenido es dramático, hecho que las generaciones actuales, incluso de muchos académicos, ignoran. Por si no lo han advertido, es una obra muy visual –por la lógica de aceptar las divisiones de clases que vienen desde remotas antigüedades-. ¿Queremos decir, entonces, que por remotas pueden ser revisadas y mejoradas? Sí, por cierto. Mi propia lectura del libro citado, generó en mí una sospecha. El autor proviene de universidades alemanas donde la filosofía emanaba desde las raíces greco-latinas del conocimiento y del lenguaje. Admirable. Pero también conocía de la evolución intensa y privada del pensamiento económico que se fortalecía con la industrialización en marcha; al menos desde el enunciado de Adam Smith (brit.1723-1790), que “considera el capitalismo como el estadio natural de las relaciones sociales” (Océano Uno). Recordemos que la Historia también es visual por la cosa concreta y cuyas imágenes se tornan invisibles con la filosofía de la historia, que no es otra cosa que interpretación individual. OG se especializó en este último ramo. De modo que mi, a lo mejor insuficiente e ingenua lectura de La Rebelión, enriquecía una severa crítica hacia el neoliberalismo despiadado que pervive de la sangre de las guerras de este siglo XXI; más crueles en su esencia que las guerras anteriores. Más crueles, ojo, porque hoy no hay enemigo real que amenace con hacerse de nuevos territorios. De pronto, abrí unas viejas páginas mercuriales del centro de un cuerpo (1980), que recogían la palabra maestra del chilenísimo Martín Cerda, estudioso microscópico del pensamiento orteguiano. Título del artículo: “Ortega y la Modernidad”. En la primera columna (página completa), explica lo que el filósofo español publicaba en El Espectador y cómo disentía de los escritos de Dilthey, Nietzsche, Hegel, Marx y hasta de Kierkegaard. Para, enseguida, en la columna opuesta (también página completa), escribir explícita y extraordinariamente una ácida y lapidaria visión: “Apuntamos al defecto capital de Ortega: la prisa, la precipitación, el desenfado, la inconsistencia síquica. Es un pensador que no pesa, que carece de verdadera enjundia espiritual. (…) Tampoco posee ideas claras sobre los temas que más importan al hombre: su origen, su naturaleza, su destino. No sabemos si su idea acerca de una divinidad es la de un Dios personal o la de un simple concepto carente de correspondencia extramental. Tanto afirma lo uno como lo otro, sin hacernos saber a qué carta quedarnos.” Curiosísimo aunque potente dictamen de nuestro gran maestro; dicho texto lo descubrí mucho después de su muerte, cuando la globalización es un hecho, las manadas se dispersan por el mundo satisfechas de las imágenes que recogen en todas las praderas que pueden alcanzar (sin siquiera rumiar como aquellos búfalos del norte). Qué me queda de esta terrible historieta: la imagen del trabajador observado por el dueño de fundo que disfruta y acrecienta su capital hasta límites inhumanos, muchas veces pulsando él las leyes que puedan ampararlo. Más cruel aún es la imagen que fluye por sobre toda la economía mundial. La invasión de miles y miles de desarrapados sirios que huyen hacia la cercana Europa (co-partícipe de sus desgracias), niños, mujeres, viejos, jóvenes, constituyen un nuevo holocausto. Es una imagen que se explica por sí al resto del mundo pero que no se atreven a leerla en toda su crudeza. A Occidente sólo le queda reconstruir los países arrasados en el Medio Oriente y en África. ¿Y el petróleo, y las armas afiladas, entran en una lectura clarividente?

Así como los interesados en la globalización se han adueñado de los medios de comunicación, del poder digital, del cine, de los grandes espectáculos sociales (música, deportes), repartiendo sólo las imágenes que no estimulan la imaginación ni la autocrítica, asimismo, de pronto, cuando una tercera guerra mundial está en la mesa de paño verde como una amenaza, las partes en pugna difunden las más notables imágenes de su tecnología militar (norteamericanos, rusos, chinos, coreanos). Alardean de tecnología y disciplina mortal. Son feos como animales clonados; y formados en escuadrones geométricos. Como perros enfermos ladran al oponente, pero son diestros en el manejo de la imagen. Y todo está comprometido sin que la masa, la manada, pueda hacerse escuchar: tal vez la agitación del resto de algún aminoácido, subsistente en su cerebro, se agita y se duerme por la salud mental. Hasta la imagen del Papa Francisco (y acepto lo de imagen “sagrada” por lo que su misión representa) me preocupó cuando acaba de divulgarse el encuentro solemne ocurrido a fines del 2015 entre él y los altaneros Rockefeller, Rothschild y Kissinger. Vedlos en youtube, gratis: el Papa besa las manos de los tres magnates (pero ya cortaron la escena descrita: dos personas la vimos por separado cuando recién apareció la noticia en las redes). Es un acto de humildad del Vaticano ante representantes de un pueblo que sufrió el holocausto, aunque esos tres magnates no estuvieron en campos de batalla ni prisioneros en Auschwitz. ¿Puede ser el gesto de contrapartida por aquel Papa que apoyó el nazismo criminal? Esta es una imagen sobrecogedora porque ahora menos sabemos qué nos espera a los componentes de la manada. Es como si a Dios le temblaran sus cartas en mano, ya sin valor, ante el juego maestro de sus adversarios.

Todo aquello porque la divulgación de esa imagen, trascendental para Occidente, no fuera nada más que un pase mágico. Nosotros no valemos nada respecto de la globalización pues nuestra lecto-comprensión se debilita al no poseer el texto completo a la vista. Está escondido. Los gobiernos actúan a espaldas de la ciudadanía y los grandes compromisos no son consultados. La imagen completa la tendrán nuestros descendientes en cincuenta años más… si la Humanidad no se ha extinguido. Y con ella, toda imagen posible ingresará a un hoyo negro.

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Requerido.

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