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Violencia contra mujeres indígenas y mestizas

por Lourdes Raymundo Sabino
Artículo publicado el 21/03/2021

Resumen
El objetivo de este escrito consiste en relacionar la desigualdad social entre mujeres indígenas y mestizas con los prejuicios que se tienen sobre las mujeres indígenas y pobres; específicamente a partir de la violencia contra las mujeres. Para ello se retoma el trabajo y experiencia organizativa y reflexiva de mujeres nahuas de Cuetzalan, Puebla, desde cuyos testimonios se invita a señalar que mujeres y hombres, y entre mujeres vivimos experiencias de modo distinto, y entre estas experiencias se encuentra la violencia; la cual se sugiere que es la “misma” cuando se trata de mujeres indígenas y mestizas pero que se vive, significa y enfrenta de modo distinto en función de la condición de género, etnicidad y clase social, etcétera. Se alude a los prejuicios para indicar que éstos impiden reconocer que la desigualdad social tiene un carácter estructural, y contribuyen a ocultarla, reproducirla e incluso a legitimarla.

Palabras clave: Mujeres indígenas, desigualdad social, violencia, prejuicios.

 

Introducción
Las violencias que se ejercen contra las mujeres configuran violaciones a sus derechos humanos. En gran parte, tales violencias son resultado de la desigualdad social entre mujeres y varones, que en sociedades patriarcales deviene de la diferencia sexual. La desigualdad entre mujeres y hombres no se da sólo en el ámbito social sino también en el moral, legal, político, económico, cultural, entre otros; de tal manera que la experiencia de la desigualdad se vive de manera diferenciada según se es mujer o se es varón. Estas diferencias, sin embargo, igualmente se “traducen” en asimetrías sociales entre las mujeres, así, la violencia resultado de la desigualdad social se vive de modo diferenciado, considerando la clase social, la etnicidad, la escolaridad, etcétera.

Ni las mujeres ni los hombres son una categoría universal, homogénea e inmóvil; más bien en tanto humanas/os diversas/os y cambiantes, vivimos experiencias de modo distinto, y entre estas experiencias se encuentra la violencia. En este sentido, el objetivo de este texto consiste en relacionar la desigualdad social entre mujeres indígenas y mestizas con los prejuicios que se tienen sobre las mujeres indígenas y pobres; específicamente a partir de la violencia contra las mujeres. Esta discusión es necesaria puesto que se suele pensar prejuiciosamente que las mujeres, indígenas y pobres son víctimas pasivas que viven “más” violencia que las mujeres mestizas. Pensar a las mujeres, indígenas y pobres de este modo, impide develar las raíces estructurales de la desigualdad social en general y entre mujeres en particular.

La importancia de poner el foco en los prejuicios recae en que éstos suelen contribuir e incluso legitimar dicha desigualdad social. Ante ello, se plantea que las mujeres no por ser mujeres, indígenas y pobres viven más violencia que las mujeres mestizas, sino que ambas (mujeres indígenas y mestizas) se enfrentan a distintas dificultades ante situaciones de violencia; que obedecen a la desigualdad social y estructural (por condición de género, etnicidad y clase social, etcétera) y no significa que las dificultades radiquen ontológicamente en las mujeres, por ser indígenas y pobres.

Estos planteamientos se hacen a partir del trabajo y experiencia organizativa y reflexiva de mujeres auto-reconocidas como nahuas y “pobres” de Cuetzalan en la Sierra Norte de Puebla, México; quienes han conformado la Casa de la Mujer Indígena (cami) “Maseualsiuat Kali”, el Refugio para Mujeres Indígenas y el Centro de Defensa de los Derechos de las Mujeres (ceddem); quienes luego de haber vivido violencia no se asumen como víctimas pasivas, por ser mujeres, indígenas y pobres. Así pues, se presentan algunos de sus testimonios, resultado del trabajo de campo etnográfico llevado a cabo con ellas en diferentes momentos desde el año 2012, a través de charlas informales, observación, observación participante, “talleres de reflexión” y círculos de lectura con ellas. La discusión al respecto se sustenta en el feminismo como marco teórico y metodológico.

En razón de lo anterior, el texto esboza un contexto, desarrollo y conclusiones; a partir de las siguientes secciones: Encuadre desde el feminismo y Mujeres nahuas de Cuetzalan, para dar cuenta del contexto histórico, general y particular. El desarrollo y discusión se centra en Prejuicios acerca de las mujeres indígenas y pobres; mientras que las conclusiones se plasman en Consideraciones finales.

Encuadre desde el feminismo
La necesidad de sustentar este trabajo en el feminismo se debe a que desde esta postura filosófico-política es posible ubicar a las mujeres en el centro de la investigación, en este caso, a las mujeres nahuas específicamente. El feminismo es un discurso político basado en la justicia, al mismo tiempo es una teoría y una práctica política, una filosofía política, un movimiento social, una ética; y en general una forma de vida (Varela, 2005: 14). Hay mujeres autonombradas feministas pero ha habido muchas más que sin reconocerse como tales, son hoy un referente para quien quiera conocer el feminismo.

Hay nombres de mujeres que podemos reconocer hoy como pioneras en cuanto a planteamientos y/o acciones feministas, en Europa: Trotula di Rugiero, Christine de Pisan, Olympia Morata, Anna María Van Schurman, Mary Astell, Eliza Havwod, Marie De Gournay, Arcangela Tarabotti, Mary Montagu, Olympia de Gouges y Mary Wollstonecraft (Caséz, 2007). En otras partes de Europa y de Estados Unidos hubo más mujeres que también abrieron camino en la visibilización política de la mitad de la humanidad: las mujeres, entre ellas están: Clara Eissner, Alejandra Kollontai, Emma Goldman, Simone de Beauvoir, Betty Friedan, Kate Millet, Shulamith Firestone (Varela, 2005), Nancy Fraser y Angela Davis.

El voto, la educación y el trabajo vertebraron las denuncias de las mujeres entre 1900 y finales de 1960 aproximadamente, que para entonces ya eran exigidos como derechos; esos derechos que en teoría desde su inicio se reconocieron como naturales, iguales y universales y que sin embargo como indica Lynn Hunt, ¿cómo pueden los derechos humanos ser universales si no se reconocen universalmente?, puesto que los niños y niñas, los locos, los esclavos, los sirvientes, las mujeres y la gente sin propiedades era excluida de estos derechos por considerarse que carecían de autonomía moral (Hunt, 2010). El cuerpo de las mujeres se ubicó como un lugar controlado por los demás y no por sí mismas, en parte a ello se debe la consigna de “lo personal es político”, desde la que se ha pugnado por la (re)apropiación del cuerpo, en el discurso y la acción feminista en distintas latitudes, este planteamiento representa un gran paso en este somero recorrido. Otro de ellos, es el género como categoría de análisis para visibilizar y cuestionar la desigualdad social entre mujeres y hombres.

Aunado a lo anterior, en América Latina para hablar de feminismo habría que tomar en cuenta también por ejemplo, la condición migratoria, la residencia urbana o rural, la familia, las características del hogar, la orientación sexual, la trayectoria de vida, la “politización de la maternidad”, los regímenes autoritarios en Centroamérica y el Cono Sur, la deuda externa de varios países hacia los años 80, la pobreza, el incipiente apoyo institucional a las mujeres; y algo igualmente importante: las investigaciones acerca de mujeres eran realizadas por personas extranjeras, esto implicaba que las mujeres (que podían) tenían que leer sobre sí mismas generalmente en otro idioma (Chant, 2003).

En México en particular se puede mencionar a mujeres como Hermila Galindo, Rita Cetina Gutiérrez, Elvia Carrillo Puerto (Villagómez, 2003 y Cortina, 1998), Graciela Hierro, Marcela Lagarde, R. Aída Hernández y Martha Patricia Castañeda, quienes desde la academia y el activismo han hecho aportes sumamente relevantes para visibilizar, discutir y mejorar las condiciones de vida de las mujeres indígenas y mestizas. Sin embargo, esta remembranza no hace justicia a las mujeres que han nutrido al proyecto feminista, el cual “es una revolución de la libertad, una revolución que venía a dar a la mitad de la humanidad la posibilidad de ejercer su libertad en igualdad de condiciones con la otra mitad. Por eso ha triunfado, porque era una revolución de la libertad y no una revolución que, como las otras, buscaba imponer por la fuerza un determinado modelo social (Esperanza Aguirre Gil de Biedma, en Gómez-Limón y González, 2011: 9).

Invocar estos nombres es relevante, pues todas ellas abrieron posibilidades para que las mujeres tuvieran el lugar que en la historia se les ha negado, pero en su mayoría todas estas mujeres son de Europa y Estados Unidos, otras más de México; y su reflexión deviene de un contexto mestizo, de clase media y alta. Esta acotación se hace solamente para ubicar sus aportes, en ningún momento se les rechaza ni al feminismo, pues si bien éste surgió en occidente, ha contribuido a propuestas propias de mujeres indígenas, lo cual puede vislumbrarse por ejemplo en el feminismo indígena (Cabnal, 2010) y comunitario (Paredes, 2014) o el mismo trabajo de las mujeres nahuas de Cuetzalan.

Es así que, en México y América Latina no se puede hablar de movimientos sociales dejando de lado a las mujeres, en los movimientos campesinos e indígenas en particular ha sido muy importante la participación social y política de las mujeres; resultado de esta participación hombro a hombro con los hombres indígenas, varias mujeres se han organizado, consolidando algunas asociaciones civiles mixtas y algunas sólo de mujeres, plasmando sus propias problemáticas, necesidades y propuestas.

Con este telón de fondo, mujeres indígenas que no necesariamente se llaman feministas han realizado acciones que pueden considerarse feministas, ya que han transformado prácticas en sus familias y en sus comunidades con la finalidad de mejorar las condiciones en que viven. Sin embargo, generalmente se ha victimizado a las mujeres mestizas e indígenas, por el hecho no de ser víctimas; sino por ser mujeres (Velázquez, 2004). A las mujeres indígenas, pobres, sin escolaridad se les ha victimizado y violentado no sólo por parte de los hombres, sino de otras mujeres; ocultando y limitando sus posibilidades de conocer su propio potencial en la vida social, política y comunitaria; en la familia, en el trabajo, en la escuela, etcétera.

Las mujeres indígenas no son víctimas por “naturaleza”, han sido victimizadas, debido a la desigualdad social ante los hombres y ante otras mujeres, sea por el estatus económico, la condición étnica, la escolaridad, la lengua, la forma de vestir o el color de piel, entre otros. Las mujeres indígenas no son vulnerables o más vulnerables en sí mismas, más bien sus derechos han sido y siguen siendo vulnerados por el Estado, las instituciones y la sociedad en general. Pese a estas cuestiones de carácter estructural, las mujeres indígenas también han decidido y realizado acciones por cambiar sus vidas, las de sus familias y comunidades; una acción importante en este sentido, es nombrar la violencia que se les ejerce, cuestionándola y planteando propuestas para su erradicación, como lo han hecho las mujeres nahuas de Cuetzalan.

Mujeres nahuas de Cuetzalan
En Cuetzalan, Puebla, las mujeres indígenas nahuas de las organizaciones Maseualsiuame Mosenyolchicuani, Yankuik Siuat, Siuame Chikauka Tejkitini y Yankuik Masualnemilis (Durán, 2013: 128) han trabajado por varias décadas en la consolidación de procesos organizativos, de, para, entre y por mujeres; y de este modo ayudan a otras mujeres que viven alguna “situación de violencia”, apoyan también a sus familias e inciden en sus comunidades (Alberti, 1994; González, 1996; González y Mojarro, 2011; Mejía y Mora 2005; Mejía 2010; Mejía y Palacios, 2011 y Terven, 2012). Desde el año 2003 estas mujeres formaron la Casa de la Mujer Indígena “Maseualsiuat Kali”, en 2004 el Refugio para Mujeres Indígenas, y el Centro de Defensa de los Derechos de las Mujeres (cedem) en 2010.

Estas mujeres nahuas son originarias de diversas comunidades del municipio de Cuetzalan, a decir: San Andrés Tzicuilan, San Miguel Tzinacapan, Santiago Yancuitlalpan, Tecolapan, Tepetzalan, Xalpatzingo, Xaltepec, Xiloxochico, Xochical Xocoyolo y Yohualichan. La mayoría de ellas habla náhuat (variante del náhuatl) y español, su escolaridad fluctúa entre la primaria y la licenciatura, a excepción de una de ellas que no tiene escolaridad. Desde finales de los años 70, aproximadamente, fue que ellas empezaron a reunirse y a discutir las necesidades y problemáticas que vivían, destacando la pobreza, y la violencia que sus parejas les ejercían, además de la excesiva carga de trabajo y el desconocimiento de su cuerpo y su sexualidad (Alberti, 1994; González, 1996 y Raymundo, 2015). Como resultado de estas reuniones, decidieron buscar alternativas para mejorar sus condiciones de vida, sobre todo para tener ingresos económicos, y se organizaron para producir y vender artesanías; así como también se organizaron para conocer y promover sus derechos como mujeres indígenas y así trabajar en visibilizar y erradicar la violencia contra ellas y sus hijas/os. Es así que, hasta inicios del año 2000, sus esfuerzos se vieron concretados en los procesos enunciados.

Prejuicios acerca de las mujeres indígenas
¿Las mujeres indígenas son más violentadas que las mujeres mestizas? Yo misma hice una pregunta similar durante el trabajo de campo: “¿Hay diferencias entre la violencia que viven las mujeres indígenas y la que viven las mujeres mestizas?” Las respuestas de las mujeres nahuas indican que “la violencia en sí es la misma, pero se vive de forma distinta, dependiendo si eres mujer indígena o no”.

Como he planteado, sugiero que los prejuicios acerca de las mujeres indígenas encubren las raíces estructurales de la desigualdad social entre mujeres y hombres, y en este caso, entre mujeres. No obstante, antes de seguir es importante tener un punto de partida sobre lo que puede entenderse por prejuicio, a decir de Ungaretti (2012: 14) “ha sido típicamente conceptualizado como una actitud, constituida por un componente cognitivo (e.g. creencias acerca de un grupo específico), un componente afectivo (e.g. odio) y un componente conativo (e.g. comportamientos predispuestos negativamente hacia un grupo)”. El autor hace un amplio recorrido por cuatro posturas acerca del prejuicio, por mi parte no me detendré más en ello porque me interesa poner sobre la mesa los testimonios de las mujeres nahuas, que dan cuenta de tales prejuicios; que en tanto ideas, comportamientos y actitudes contribuyen en señalar que las mujeres por ser indígenas, sufren “más” violencia que las mujeres mestizas y esto ha hecho que sean vistas como víctimas pasivas, además de que haría pensar que en general la población indígena es más violenta que la población mestiza, lo cual también es un error. Enseguida, recupero las palabras de las mujeres de Cuetzalan para ubicar algunos prejuicios.

Las mujeres nahuas enfatizaron que las mujeres mestizas por su condición “más tradicional, por el qué dirán”, “están en un estado de más subordinación”, generalmente por estar casadas por la iglesia y por lo civil. Mencionaron que las mujeres mestizas con frecuencia viven con una familia, cuyo esposo idealmente es proveedor, y si ellas hicieran visible que viven violencia, muy posiblemente podían perder prestigio y privilegios; mientras que las mujeres indígenas han nombrado y visibilizado la violencia que les han ejercido, como lo refirió una de las psicólogas que labora en cami:

Siendo mujeres mestizas o siendo mujeres indígenas siento que igual se padece [la violencia], se sufre, pero pues “tiene que haber un hasta aquí”. Yo pienso que [la violencia] es igual, nada más que está enmascarado todo, porque todas sufren de la misma manera, nada más que aparentemente las mujeres indígenas sufren más violencia, ¿por qué?, porque, pues a lo mejor el vecino se dio cuenta ¿no?, y lo vio. Y en cambio las mujeres mestizas lo ocultan todo, como si todo fuera felicidad y como que ellas lo hacen todo debajo del agua para no ser criticadas o ser mal vistas.

En este contexto, las mujeres indígenas generalmente no poseen propiedades, cuando hay herencia se prefiere que ésta le sea concedida a los varones, la inexistencia de patrimonio es otro de los elementos que hace posible que las mujeres indígenas decidan en determinado momento decir que viven alguna situación de violencia, puesto que en términos materiales y económicos “no tienen nada que perder” (Mujeres de cami, Refugio y ceddem). Si las mujeres indígenas dicen que viven violencia, es muy probable que la familia y las autoridades no les crean (Terven, 2012), pero vivir violencia “no es algo que les de pena, no es algo que oculten por pena”, como sí suele pasar con las mujeres mestizas.

Las mujeres indígenas pueden no nombrar la violencia porque es una experiencia que muchas han vivido desde sus hogares y por lo tanto no la han cuestionado, debido a su interiorización y normalización, o pueden no denunciarla por miedo a sus parejas o a quienes las violenten. Cuando el miedo es hacia sus parejas, frecuentemente se debe a que ellas no saben leer ni escribir o no hablan español; a que no tienen patrimonio alguno y no tienen participación en las decisiones de su familia y menos en sus comunidades; por tanto suelen desconocer sus derechos y es muy fácil para sus parejas engañarlas, diciéndoles que “si los dejan, ellos les van a quitar a sus hijos, o las chantajean diciéndoles que si los demandan, entonces ellos les van a quitar los papeles de sus hijos, como el acta de nacimiento o la curp” (integrante de ceddem). Así pues, las mujeres indígenas debido a situaciones como las mencionadas, no denuncian la violencia que viven; pero a diferencia de las mujeres mestizas no temen decirlo “por el qué dirán”.

Cuando se habla de la violencia que se ejerce contra las mujeres mestizas, podría decirse, según las palabras de las mujeres nahuas, que las mujeres mestizas: se ponen en riesgo a sí mismas, arriesgan lo que se dice de ellas y lo que se dice del varón (su esposo, quien generalmente tiene más poder económico y simbólico que ellas). En lo que respecta a los varones indígenas, pueden no tener dinero, pero no por ello dejan de representar una supuesta superioridad social frente a las mujeres indígenas en estos contextos. Por tanto, la vivencia de la violencia se vive de manera diferenciada, según se es mujer o se es varón, y la violencia se significa también de manera distinta según lo que se espera socialmente de las mujeres y de los varones, considerando la etnicidad, la clase social, la edad, la religión, el matrimonio civil y religioso, la escolaridad, el idioma, etcétera. A partir de condiciones estructurales como estas es que se puede pensar, visibilizar, denunciar y negociar o no, en torno a la violencia vivida.

De manera que, las mujeres nahuas refirieron que la violencia que se ejerce contra las mujeres en general es la misma, mientras que la forma de vivirla (visibilizarla u ocultarla) es diferente si se es mujer mestiza o si se es mujer indígena. “Yo digo que, que todas las mujeres sufren de violencia, lo único que pues, a lo mejor lo que tienen ellas es el miedo, a lo mejor por el miedo al marido, a la suegra o no sé” (integrante de caddem).

Una de las compañeras psicólogas mencionó que se puede hablar de vivir violencia a partir del ciclo de la violencia, desde él se le puede nombrar como tal, independientemente de si se es mujer indígena o mestiza, “en la violencia hacia mujeres indígenas y mestizas existen los mismos aspectos, porque la violencia lleva un ciclo y se tienen que tomar en cuenta esos elementos para que se diga que existe violencia, y no tanto por si eres indígena o mestiza. Pero también creo que la vida que llevan las mujeres, la vida en general que lleva una mujer indígena, es diferente a la de una mujer mestiza”.

“Yo no creo que existan diferencias entre la violencia hacia mujeres indígenas y mestizas, no, no hay diferencia porque, yo veo que tanto indígena como gente mestiza, ¡hasta quizás serían peor con la gente mestiza!, porque ahí ya se maneja lo que son las armas, y en las comunidades indígenas no” (Usuaria del Refugio). Entonces, puede haber diferencias en la manera en que se ejerce la violencia, puntualizando la posesión de armas como algo que pueden adquirir las personas mestizas, mientras que desde su experiencia, esto no ocurre en las comunidades indígenas; entre otras cosas por la falta de dinero.

Así, específicamente respecto a la violencia ejercida hacia mujeres indígenas y mestizas, “yo pienso que no hay diferencias porque las mujeres tanto en la ciudad, como las indígenas en el medio rural, siempre hemos vivido violencia” (promotora en cami). Cuando “las indígenas, una vez que se deciden [a decir que viven violencia] no les importa el qué dirán, ellas por ejemplo en una denuncia deciden, no importando ¿qué van a pensar mis vecinas o qué van a pensar los demás?” (integrante de ceddem). Sin embargo, “ya sea mujer indígena o mestiza se sufre la misma violencia, o sea psicológica, física, emocional, verbal, económica o la explotación también” (integrante de ceddem); sin importar su condición étnica o económica. Aunque las mujeres mestizas puedan pagar por atención psicológica por ejemplo y las indígenas no, pero no significa que las mujeres indígenas vivan más violencia que las mestizas, simplemente la viven bajo distintas condiciones y contextos, y la enfrentan también de modo diferente, de acuerdo a las herramientas materiales y simbólicas con las que cuenten.

Las mujeres nahuas señalaron que los tipos y modalidades de violencia hacia las mujeres son las mismas, sólo que se dan bajo diferentes circunstancias, mientras las indígenas visibilizan la violencia, las mestizas suelen ocultarla; y las decisiones al respecto las toman sobre todo pensando en la posición que tienen las mujeres en cada situación; siendo el patrimonio algo que puede definir el rumbo de las decisiones de las mujeres mestizas, pues como ya se ha referido, éste se puede perder al visibilizar la violencia porque “a veces hay diferencias [entre las mujeres indígenas y mestizas] en el patrimonio, la pareja, muchas cosas. Y a veces igual en la sociedad, pues para evitar el escándalo, las mujeres mestizas se siguen ahí callando cuando hay violencia, creen que no pasa nada y, aunque esté pasando y aunque estén sabiendo que hay lugares que las pueden apoyar, no acuden por la pena” (promotora en cami).

Consideraciones finales
El trabajo de las mujeres nahuas de Cuetzalan configura un proceso organizativo sólido en sí mismo, pero desde una lectura feminista, su experiencia ha permitido reflexionar más allá de las situaciones de violencia al interior de sus hogares y comunidades, o de su auto-adscripción de género y étnica; para ahora reflexionarse ante otras mujeres a partir de una “misma” experiencia: la violencia.

De este modo, como lo han enunciado las mujeres nahuas, las violencias que se ejercen contra las mujeres, son las mismas pero se viven de modo diferente. La violencia que se ejerce contra mujeres indígenas o mujeres mestizas, en cualquier caso, configura una violación a sus derechos humanos. Aunque con frecuencia se suele pensar que las mujeres indígenas son “más” violentadas que las mestizas, ¿por qué se piensa de este modo? Se ha planteado que, porque existen prejuicios que indican que las mujeres son víctimas por ser mujeres, y pareciera que son “más” víctimas por ser indígenas y ser pobres. En efecto, las mujeres indígenas y pobres son víctimas pero porque sus derechos son vulnerados (y no porque ellas en sí mismas sean vulnerables), porque el conocimiento y ejercicio de sus derechos no es garantizado por el Estado, pero son condiciones externas y no inherentes a ellas por ser mujeres, indígenas y pobres. Hacer hincapié en los prejuicios se debe a que he señalado que éstos tienen una estrecha relación con la desigualdad social, pues contribuyen a encubrir y “enmascarar” las raíces y las condiciones en que se vive dicha desigualdad, y que más bien los prejuicios ayudan a reproducirla y legitimarla, al no reconocer su carácter estructural, y en su lugar suelen fincar su origen (ontológico) en el ser mujer, indígena y pobre, en este caso.

Este tipo de “aclaraciones” son necesarias porque es importante dejar de victimizar a las mujeres y en particular a las indígenas, ya que no se trata de las mujeres indígenas que a menudo se representan en los museos, congeladas en el tiempo. Las reflexiones y el trabajo de las mujeres nahuas de Cuetzalan nos permiten desmitificar a la mujer indígena como una categoría universal y monolítica. Ellas y otras mujeres no solamente han conocido y se han apropiado de sus derechos, sino que también reclaman su ejercicio y hacen propuestas desde sus necesidades y contextos, encaminadas al mejoramiento de las condiciones en que viven ellas y sus familias en sus comunidades, pues “la revolución de los derechos humanos es por definición, continúa” (Hunt, 2010: 28).

De tales planteamientos se pretendió dar cuenta con los testimonios presentados, desde los cuales se puede señalar que los tipos de violencia (física, emocional, sexual, económica y patrimonial; véase Raymundo, 2015) y sus modalidades se viven tanto por mujeres indígenas como por mujeres mestizas, lo que es diferente es el contexto y las condiciones en las mujeres viven y enfrentan la violencia. De acuerdo con lo presentado, las mujeres mestizas suelen ocultar que viven violencia por pena, vergüenza o por temor a perder cierto patrimonio o prestigio social; mientras que a las mujeres indígenas suele no darles pena decir que viven violencia, porque ellas generalmente no tienen patrimonio que perder. En términos sociales y económicos, las mujeres mestizas, al menos en teoría tendrían más herramientas para enfrentar esa violencia, pues en general por ejemplo su grado de escolaridad es mayor al de las mujeres indígenas, o pueden pagar por ayuda psicológica; sin embargo, las denuncias sobre violencia o las solicitudes de consulta psicológica por parte de mujeres mestizas no ocurren con frecuencia en este contexto.

 

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