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Apuntes sobre ¿Cuán postmoderna es la intertextualidad? de Manfred Pfister

por Yesenia Ramírez
Artículo publicado el 01/06/2018

Resumen
El concepto de la intertextualidad en la producción textual de la modernidad pareciera ser una constante, pero bajos los preceptos de la postmodernidad estos criterios eclosionan y dejan de ser tan lúcidos. A partir de una valoración de algunas de estas estéticas se valora el concepto de intertextualidad y su relación con la postmodernidad, a partir de la propuesta del teórico Manfred Pfister.

Palabras claves
modernidad, posmodernidad, intertextualidad, procedimiento textual.

 

Acercarse a los rótulos modernidad y posmodernidad resulta, en principio, tentativo. Numerosos estudios se han ocupado del tema que pretende esbozar el siguiente trabajo; y esto siempre resulta, un tanto, arriesgado. Manfred Pfister en su ensayo “¿Cuán postmoderna es la intertextualidad?” trabaja aspectos caros a estos términos a partir del filtro de la intertextualidad.
El texto de Pfister sirve como pretexto al siguiente trabajo. Algunas de las ideas que se abordan en el primero son discutidas a continuación, junto a otras que, de alguna manera, funcionan bajo el mismo paradigma.
Para comenzar, resulta oportuno presentar la siguiente idea:

La intertextualidad posmodernista dentro del marco de una teoría postestructuralista no es usada meramente como procedimiento entre otros, sino que es puesta en primer plano, exhibida, tematizada y teorizada como un principio constructivo central.

Es fundamental la contextualización que se hace de la intertextualidad en la posmodernidad, insertándola dentro del marco referencial postestructuralista. Es decir, en esta aseveración se contempla dos elementos esenciales: se percibe una distinción en la manera en que opera el mecanismo de intertextualidad en la posmodernidad en relación con su inmediato precedente: la modernidad, y una diferenciación en las marcas de los derroteros teóricos del postestructuralismo y, por consecuencia directa, del estructuralismo. Para vehicular esta idea la proporción: el estructuralismo es a la modernidad como el postestructuralismo a la posmodernidad, podría esbozar algunos elementos.
El estructuralismo cierta la certeza en la discursividad. El sustento del modelo es, inevitablemente, el lenguaje. La dominante, la regularidad paradigmática y la homogeneidad figuran entre los baluartes que sustenta el estructuralismo. Así mismo, la modernidad maneja la discursividad. Fomenta la idea de la creencia en la universalidad de los grandes relatos. Estos prefiguran valores fundacionales encaminados a la totalidad. Se apela a una regularización artificial de los paradigmas. La historia se entiende como ininterrumpida y lógica secuencia causa – efecto. Claro que todos estos elementos se construyen de esta manera en busca de un efecto de verosimilitud y confiabilidad para asegurar su entronización.
El postestructuralismo eclosiona como contrapoder frente a estas ideas. Dinamita la cuestión de la confianza y la certeza en los relatos. Funda la duda, la fragmentación, la deconstrucción. El sentimiento posmodernista se emparenta con estos semas. Instaura una época donde la desconfianza, el desarraigo y la desilusión marcan gran parte del producto cultural. Aparecen los microrrelatos, resquebraja los pilares sobre los que se construyó gran parte del discurso modernista. Se dirige hacia las zonas silenciadas, ya no privilegia los discursos de las grandes hazañas, sino el discurso de lo subalterno, lo solapado. Atiende a estas voces: el discurso gay, el discurso poscolonial, discurso de género, discurso étnicos–raciales; y hace de ellas también, discursos de grandes hazañas.
Deja entre dicho la moralidad del arte, y hasta su existencia misma. Aparece la cuestión de la decepción, y de un modo hiriente, ironiza con la propia realidad circundante.
La intertextualidad mirada a través de los prismas de la modernidad y la posmodernidad proyecta espectros interesantes. Funciona en muchos casos como detonante de otras cuestiones no menos importante:
El texto posmodernista del tipo ideal es pues un “metatexto”, un texto sobre otros textos o sobre la textualidad, un texto autorreflexivo y autorreferencial, que tematiza su propio status textual y los procedimientos en que este está basado. En el centro temático de esta metacomunicación del texto posmodernista sobre sí mismo hallamos una y otra vez su intertextualidad.
Esta idea reproduce metáforas caras a la teoría postestructuralista de la intertextualidad como el “laberinto de los espejo” y “la cámara de ecos” donde se apela insistentemente a las digresiones metalingüísticas y metadiscursivas que laceran la linealidad y progresión de la historia. La significación misma del texto no se concibe como un efecto de causalidad, sino como una diseminación del significado, que se manifiesta potencialmente en el modo de enunciación. La historia se construye como una urdimbre de ideas, que se diseminan, una y otra vez, en otras. El fin último está en el recorrido, en el eco perpetuo.

Manfred Pfister describe el procedimiento intertextual dentro del marco del postestructuralismo como “cita citada” o “la cita a la segunda potencia”. Esta categoría la asocia a un efecto acumulativo de numerosas citas, que se disponen progresivamente, donde una apela a la otra y esta, desencadena en otras. Enfocar el asunto desde otra perspectiva arrojaría más luces.
Lo que potencia el postestructuralismo es el procedimiento mismo. El modernismo, sin dudas, operaba también con este elemento; solo que el posmodernismo recoloca, refuncionaliza y tematiza, de manera particular, este patrón. Entonces cabría la siguiente interrogante ¿Bajo qué circunstancias opera la intertextualidad en el posmodernismo? ¿Qué hace que sea una característica tan importante de la posmodernidad? ¿No funciona este mecanismo tanto en la modernidad como en la posmodernidad?
Si se apela a la funcionalidad que contempla la interxtexualidad, respectivamente, en la modernidad y en la posmodernidad, el desasosiego mitigaría; o al menos, tendríamos la sensación de experimentarlo. Ahora bien esta idea funciona bajo los resortes metadiscursivos con los que opera la posmodernidad. El efecto acumulativo no brinda la efectividad del procedimiento, sino la disposición y la funcionalidad misma del mecanismo intertextual.
La modernidad trabaja con la intertextualidad como un mecanismo legitimador, las citas se erigen como fuentes de autoridad. De alguna manera sus pilares se sostienen sobre estas citas “canonizadas” y “normativas”, que disponen como base constructiva de su relato. Apelar a las citas de los grandes, presupone una toma de posición frente a la tradición y le brinda al discurso cierto cultismo.
La intertextualidad posmodernista subvierte esta idea, juega con este concepto, satiriza, hiperboliza, y hasta caricaturiza. La posmodernidad se sustenta en el reciclaje de imágenes, las retuerce hasta el paroxismo. Ironiza con las imágenes, se inclina por los trueques de valores y se cuestiona desde la propia imagen su valor comunicativo y artístico.
Los grandes relatos que postula la modernidad como uniformes no hallan consuelo en la posmodernidad. La historia no pretende ser lineal ni ser un discurso felizmente lógico, donde A derive irremediablemente en B. Se interrumpe la historia, la fragmentación, lo aleatorio, ahora constituye, la manera más verosímil de percibirla. Se experimenta un cambio en la percepción del tiempo. La historia se muestra difractada, y en ese desvío, aparecen las diferencias, las zonas de silencio, lo subalterno; y es allí donde el posmodernismo procura accionar.
Hace suyo el pastiche y el bricolage. La fragmentación es adalid de su método creativo y pretende poner en solfa los grandes relatos. Se funda en el reciclaje, en la parodia, a medida que asiste a una experiencia libresca. Aparentemente se despoja de los términos discursivos, pero más allá de la entusiasta pretensión, no deja de constituirse, a partir de la propia negación y del antidiscurso, en otro canónico discurso, que enarbola la insignia de la falaz originalidad.
La posmodernidad se quedó el plano discursivo, en términos reales no existe. Opera un cambio de sensibilidad, pero no de poder. Los resortes de poder no conviven bajo estos mecanismos. La sensibilidad posmoderna es apreciable. Se asiste a la virtualidad y a la simultaneidad que propone.
El posmodernismo, en términos de discursividad, apuesta por el acto reescritural como parodia, la renuncia a la progresividad del canon y a la creencia en lo unívoco del significado. La puesta de manifiesto de los creadores posmodernistas descansa bajo el estandarte de rupturismo frente a la tradición; elemento que contribuiría a colocarlos bajo la prescripción de poetas fuertes. Socavar los valores que postulan sus precedentes y asumir una postura de rebeldía coquetea con la quimérica idea de vencer las angustias de las influencias.
Solo que esta pretensión muestra algunas fisuras. Reciclar los elementos con los que se erige la modernidad y desconfiar de la integridad de los grandes relatos que postula, no atestigua un deslinde explícito con la tradición; sino una toma de posesión que no puede hacer más que montarse sobre ella. Trabaja con los productos que esta deja a la zaga, se revisitan sus postulados y se trasladan a otra plataforma programática. Su afirmación está necesariamente condicionada por los parámetros de esta, ya sea para deconstruirlos o desacralizarlos. Lo esencial se revisita, lo fenoménico es su expresión. No se vence la angustia de las influencias, sino que, felizmente, se transcurre en un proceso de ignorancia de ellas.

Yesenia Ramírez

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