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Danza, amor y duelo

por Lucero del Pilar Miranda
Artículo publicado el 10/03/2024

Resumen
En este artículo se explora el papel significativo de la danza como medio para expresar el duelo y el amor, destacando el escenario donde estas emociones se manifiestan a través del baile. Se aborda la relación entre la mirada del bailarín y el malestar cultural, examinando cómo el proceso de duelo en la danza se enfrenta a los desafíos de la era posglobalizada. Además, se destaca la conexión entre el baile y la psicología como herramienta para abordar las complejidades de esta problemática. En última instancia, se resalta la importancia de comprender la danza como un medio de expresión que refleja y responde a los malestares subjetivos propios de la época y del ámbito artístico.

Palabras Clave: danza, amor, duelo, mirada, malestar cultural.

 

Abstrac
This article explores the significant role of dance as a means of expressing grief and love It emphasizes the settingthe setting where these emotions are manifested through dance. The relationship between the dancer’s gaze and cultural discomfort is addressed, examining how the grieving process in dance faces the challenges of the post-globalized era. Furthermore, the connection between dance and psychology is highlighted as a tool to address the complexities of this problem. Ultimately, the importance of understanding dance as a means of expression that reflects and responds to the subjective discomforts of the time and the artistic field is highlighted.

Keywords: dance, love, mourning, gaze, cultural discomfort.

 

Danza, amor y duelo:
Explorando la autoestima y la autodestrucción en el arte.
El arte no se limita a ser un mero registro estético de la vida cotidiana; más bien, se presenta como una ventana única que nos permite adentrarnos en la psique de una sociedad. A través de diversas manifestaciones artísticas, la historia cobra vida y se convierte en una presencia palpable, dejando una huella duradera en la conciencia colectiva. Estos vestigios artísticos no solo ofrecen una visión del pasado, sino que también desempeñan un papel crucial en la construcción de nuestra identidad colectiva. Son testigos de cómo las sociedades han enfrentado desafíos, celebrado triunfos y transmitido valores a lo largo del tiempo. Las expresiones artísticas no solo reflejan la rutina diaria, sino que también actúan como agentes de cambio, moldeando y reflejando la evolución de las comunidades a lo largo de las eras.

Desde una perspectiva artística, exploramos el impacto de la ruptura amorosa, no solo como el fin de relaciones interpersonales, sino también como la separación del amor propio. En este contexto, el amor hacia uno mismo emerge como un elemento crucial que configura nuestra interacción con el mundo exterior, influyendo en nuestras acciones y reacciones. Las manifestaciones artísticas, como un lenguaje universal, trascienden las barreras temporales e idiomáticas, permitiendo a las generaciones futuras apreciar la riqueza cultural y emocional de sus predecesores. El arte actúa como un hilo conductor que une a la humanidad a lo largo de la historia, conectando nuestras experiencias compartidas y proporcionando una base para la comprensión mutua. El legado artístico no solo documenta la historia tangible, sino que también sirve como un testimonio de las emociones, aspiraciones y luchas de la sociedad. Las distintas formas de arte, ya sea la pintura que inmortaliza un instante, los jeroglíficos que cuentan mitología e historia, las canciones que transmiten identidad cultural, o los bailes que expresan alegrías y penas, todas revelan capas profundas de la experiencia humana, las expresiones emocionales de las personas, ya sea dolor o alegría. El entorno refleja la sociedad de su época, y el arte se presenta como un medio para que el duelo se desarrolle sin prolongarse indefinidamente. Según Guasch (2000, p. 88), «el arte es un medio para enamorarse perdidamente de la vida y debe intensificarse hasta el exhibicionismo más descarado que deriva de los sacrificios». El arte se convierte en una herramienta que nos permite explorar y expresar las complejidades de nuestras emociones, especialmente en el ámbito del amor propio y la autoestima. La danza artística, por ejemplo, representa la conexión entre el individuo y su propio ser, explorando la autenticidad y la vulnerabilidad que surgen en el proceso de autodescubrimiento. En contraste, el odio, asociado a la autodestrucción, puede manifestarse de manera impactante a través del arte. La expresión artística se convierte en un canal para explorar los aspectos oscuros de nuestra propia psique, ofreciéndonos la oportunidad de enfrentar y superar la autodestrucción. Así, el arte se convierte en un medio para comprender y procesar tanto el amor propio como la autodestrucción. A través de la expresión artística, podemos abordar las complejidades de nuestras emociones, transformando el dolor en una experiencia enriquecedora que nos permite enamorarnos intensamente de la vida, incluso en medio de la adversidad.

La danza, como lenguaje no verbal, comunica a través del cuerpo lo que las palabras no pueden expresar. Este proceso creativo culmina en una manifestación artística, pero previo a ello, hay un sujeto que experimenta deseos, dolor y crisis. Este creador es quien da vida a la obra final; la danza y el cuerpo del bailarín se convierten en una vía para sanar procesos emocionales, especialmente frente al dolor que puede estar impregnado de angustia. Siguiendo la perspectiva de Lacan (1962/2006, p. 177), esta angustia circunscribe y se encuentra más allá de los límites establecidos.

Considerar al arte simplemente como un medio de venta para entrar en el mercado es absurdo. Estos malentendidos reflejan la sociedad actual y, a su vez, se convertirán en parte de los vestigios que definirán y mostrarán a las futuras generaciones. Las expresiones artísticas van más allá de lo convencional y actúan como testimonios auténticos de la evolución y la identidad cultural de una sociedad, desafiando las limitaciones impuestas por las tendencias comerciales del momento.

Desde la perspectiva artística, la danza se convierte en un fragmento esencial del individuo, un «trozo de sí» que no está arraigado ni en el pasado ni proyectado hacia el futuro. Este fragmento se sitúa entre generaciones, siendo aquello que se comunica entre líneas y se manifiesta a través del arte. Es lo que perdura en la memoria de alguien, una entidad que ya no es tangible pero que ha sido moldeada por el presente. En el contexto de relaciones perdidas o concluidas, este «trozo de sí» representa lo que ya no será, ya que la persona con la cual se construyeron expectativas, anhelos y sueños ya no estará presente para llevarlos a cabo.

Este proceso implica un retorno del amor dirigido hacia objetos externos hacia el amor propio, un examen introspectivo que guía al individuo de vuelta a sí mismo. Según Guasch (2000, p. 92), este retorno hacia la fuente más cercana, la propia esencia, busca encontrar un material con posibilidades ilimitadas que pueda adaptarse a todas las demandas, al margen de la obstinación de la materia inanimada.

El «trozo de sí» se integra en el proceso del duelo, ofreciendo al bailarín una vía para no perderse a sí mismo. El arte, especialmente la danza, se presenta como la herramienta que permite al bailarín expresar internamente sus dolores. Además, el arte y la danza sirven como medios para revelar aquello que la cultura y la sociedad rehúsan expresar, aunque sea doloroso. Este espacio artístico se convierte en una plataforma para comunicar lo no dicho, explorando las emociones más profundas y dolorosas que de otra manera quedarían ocultas en el tejido social. A través de este «trozo de sí», se desentrañan verdades incómodas, revelando la complejidad de las experiencias humanas a través de la danza.

Es crucial tanto para el individuo artista como para la sociedad en general llevar a cabo un proceso de duelo, entendido como la «reacción frente a la pérdida de una persona amada» (Freud, 1917[1915], p. 241). El duelo se presenta como el camino subjetivo que nos permite enfrentar la ausencia o el cambio de algo que ya no está presente en la realidad. En este contexto, el arte adquiere un significado profundo, instando al artista a resolver el conflicto de una etapa a través del proceso de duelo. La expresión artística se convierte así en una manifestación palpable de esa experiencia vivida, dejando una huella tangible en la realidad.

Cuando Freud menciona que «el examen de la realidad ha mostrado que el objeto amado ya no existe más, y de él emana ahora la exhortación de quitar toda libido de sus enlaces con ese objeto» (Freud, 1917[1915], p. 242), destaca la necesidad de desvincular emocionalmente el objeto perdido. El arte se convierte en el medio a través del cual este desprendimiento se realiza de manera creativa, permitiendo al artista plasmar su proceso de duelo en una obra de arte que permanece como testimonio de esa experiencia.

Sin embargo, el proceso de duelo no se limita únicamente a la pérdida de un objeto externo; también implica la posibilidad de perderse a uno mismo. En este sentido, el artista puede entrar en duelo consigo mismo, un proceso introspectivo en el cual enfrenta la transformación interna y la pérdida de aspectos fundamentales de su identidad. La creación artística se convierte, entonces, en un medio para explorar y expresar esta pérdida interna, permitiendo al artista confrontar y sanar las heridas emocionales que surgen en la autotransformación. El duelo de sí mismo se manifiesta como un examen hacia la fuente más íntima del ser, como menciona Guasch (2000, p. 92), «hacia la fuente más próxima, la de ellos mismos, para encontrar un material de posibilidades ilimitadas». Este proceso creativo implica, en sí mismo, un desgarramiento emocional y un renacimiento personal, donde el artista se sumerge en la crisis de su propia identidad para emerger con una obra de arte que refleja no solo el duelo, sino también la superación y la reconstrucción de sí mismo.

El arte no solo se convierte en un testimonio de la pérdida externa, sino también en un espejo que refleja el duelo interno y la búsqueda constante de la identidad en una transición en la cual una persona, consciente o inconscientemente, se va perdiendo a sí misma. Es crucial realizar un proceso de duelo, entendido como esa «…reacción frente a la pérdida de una persona amada…» (Freud, 1917[1915], p. 241). Por lo tanto, el duelo se revela como el proceso que nos capacita para desplazarnos subjetivamente y enfrentar de alguna manera lo que ya no está presente en la realidad o ha experimentado un cambio. Es esencial comprender que este proceso de duelo no se limita únicamente a las pérdidas más evidentes, sino que también se manifiesta en los duelos constantes que llevamos a cabo con nosotros mismos frente a los diversos cambios de la vida cotidiana.

En este sentido, el artista se enfrenta a duelos internos cada vez que se mira en el espejo, ya sea debido a transformaciones en su gestalt o percepción corporal, o simplemente por la asunción de cambios en su identidad. Sea cual sea el caso, estas experiencias solo perduran en el recuerdo, convirtiéndose en elementos que solo pueden ser evocados a través de la memoria. El duelo, en este contexto, emerge como el proceso que permite al individuo reconocer la conclusión de una etapa, el fin de una relación o la ausencia de un ser amado en la vida tangible. El duelo posibilita al doliente dar significado a lo que ya no estará presente, permitiéndole encontrar una nueva perspectiva frente a la realidad cambiante. El arte, como medio de expresión, ofrece al individuo la posibilidad de regresar a estas experiencias a través de la contemplación de diversas manifestaciones artísticas. Ya sea pintura, danza, música o cualquier otra forma de expresión, el arte se convierte en un catalizador que facilita el reencuentro con lo que una vez fue.

No obstante, es crucial reconocer que este proceso de duelo puede generar cierto temor en algunos casos. Las pérdidas, por su naturaleza, nos enfrentan a una nueva realidad desconocida, y el miedo no surge tanto de una amenaza directa, sino más bien de la incertidumbre asociada con lo desconocido que se manifiesta. Como señala Lacan (1962/2006, p. 173), el individuo no teme algo que lo amenace, sino algo que remite a lo desconocido de aquello que se presenta. Este miedo puede convertirse en un desafío a superar durante el proceso de duelo, donde el arte actúa como un aliado en la exploración y la comprensión de lo que se ha perdido y lo que está por venir. En la danza, el paradigma del duelo se extiende más allá de las pérdidas convencionales, involucrando incluso la relación del individuo con su propio cuerpo. Específicamente en el ballet, el cuerpo del bailarín actúa como medio de expresión y al mismo tiempo como objeto al servicio de un propósito mayor. Los bailarines, al prestar sus cuerpos para representar narrativas, se convierten en sujetos y, de alguna manera, en objetos que expresan el dolor cultural, el cual, por diversas razones, no puede ser verbalizado directamente en la sociedad.

Los bailarines de ballet a menudo consideran que caminar en puntas es una forma de pertenecer a una élite dentro de su disciplina. Este acto simbólico de no tocar el suelo puede interpretarse como una estrategia de evasión, como si al evitar el contacto directo con la realidad, pudieran eludir la conciencia de verdades incómodas. La danza clásica, de esta manera, se presenta como un medio evasivo que, aunque estéticamente bello, puede considerarse una forma de escapismo humano, utilizando el arte para revelar el malestar cultural.

Es asi como los bailarines asumen roles duales como actores y observadores de su propia realidad. Sus reflejos en el espejo no solo representan una práctica técnica, sino también un proceso psicológico complejo. Las imágenes corporales, observadas por ellos mismos, pueden parecer carentes de significado, ya que los cuerpos entrenados están al servicio de la danza para expresar el malestar presente en el mundo real. La danza clásica, por lo tanto, va más allá de la ejecución técnica y estilizada; se convierte en un lenguaje simbólico que revela las tensiones y angustias culturales que a menudo no se pueden expresar directamente. Los bailarines, desempeñando su papel dual como sujetos y objetos de la expresión artística, juegan un papel crucial en la evasión y, al mismo tiempo, en la revelación del dolor cultural a través del arte. El paradigma del duelo se manifiesta como un fenómeno en constante transformación en la era posglobalizada. La globalización, que ha extendido su influencia a casi todos los aspectos de la vida, ha generado implicaciones subjetivas en áreas que antes no se contemplaban. En el siglo XXI, el duelo se experimenta como algo anacrónico, ya que los ritmos acelerados de la vida moderna lo hacen prácticamente imposible. Además, el duelo ya no ocupa el mismo espacio cultural que tenía en épocas anteriores.

Allouch, en su obra «La erótica del duelo en tiempos de la muerte seca» (Allouch, 1996), sugiere que la vivencia de la muerte y el cierre de etapas ya no sigue los patrones tradicionales. Los ritos funerarios, que solían proporcionar a los dolientes un espacio para resignificar la pérdida y transitar entre la conclusión de una etapa y el inicio de otra, han quedado prácticamente obsoletos en la actualidad.

En la era posmoderna, dedicar tiempo al luto y procesar el duelo se percibe como un lujo en una época caracterizada por la superficialidad y relaciones efímeras, casi desechables. Todo sucede rápidamente, y permitirse el dolor, o «llorarle un poco a tu muerto», se considera inapropiado. Lo adecuado es superar rápidamente y seguir con la vida como si nada hubiera sucedido. Este enfoque contemporáneo, marcado por la inmediatez, a menudo genera angustia, ya que, según Freud, «la angustia es esencialmente Angst vor etwas, angustia ante algo» (Lacan, 1962/2006, p. 171). En este caso, la angustia surge ante la falta de tiempo destinado al duelo, la carencia de ese espacio necesario para procesar la pérdida. No tener tiempo para llorar a un ser querido o al final de una relación o etapa provoca angustia debido a la imposibilidad actual de lidiar con la pérdida. El arte se convierte en un vehículo para expresar y resignificar esa pérdida, y el body art utiliza «el cuerpo como soporte y material de la obra de arte» (Guasch, 2000, p. 85). El cuerpo físico del doliente se convierte en el lienzo que facilita la sublimación de la pérdida.

La falta de realizar el duelo puede tener serias repercusiones psíquicas, según Lacan, ya que en muchos casos, el miedo puede paralizar (Lacan, 1962/2006, p. 173). La imposibilidad de llevar a cabo este proceso puede complicar la vivencia del suceso, incluso marcándola con el miedo. Sostenemos la idea de que dedicar el tiempo necesario para realizar el duelo tras la culminación o alteración de una relación o etapa de la vida permite resignificar el suceso. Freud destaca en sus reflexiones sobre el duelo que se necesita tiempo para llevar a cabo el examen minucioso que dinamita la conexión con el objeto perdido, y una vez completado, el yo libera su libido del objeto perdido (Freud, 1917[1915], p. 250). Este proceso es esencial para la transformación subjetiva, modificando la percepción de la realidad. El arte ilustra este proceso, donde la escultura, ya sea de bronce o representando un cuerpo lleno de deseo, sirve como un espacio donde el artista manifiesta la transformación del dolor en expresión artística. El cuerpo, en este contexto, se convierte en el lienzo donde el arte se despliega, siendo el arte del cuerpo un medio para expresar lo que las palabras, e incluso la sociedad, no permiten mencionar directamente. El cuerpo es visto como una imagen u objeto externo al yo, una suerte de doble, como describe Guasch (2000, p. 110). Este espacio del arte del cuerpo se convierte en la herramienta del artista para dar forma y voz a las emociones y experiencias que de otra manera podrían quedar sin expresar, permitiendo así una catarsis tanto para el creador como para el espectador.

Hoy en día, a pesar de la importancia que conlleva, el proceso de duelo tiende a no llevarse a cabo, lo que dificulta la resignificación del acontecimiento. Esta incapacidad para narrar ha alejado cada vez más el proceso del duelo de nuestra cotidianidad, al mismo tiempo que se modifican las formas y ritos funerarios. En el arte, «la desmaterialización de la obra de arte, el arte corporal puede considerarse deudor de ciertas actividades previas a este proceso» (Guasch, 2000, p. 81). Aquí, el arte se convierte en un espacio curativo para el cuerpo y el alma, donde lo real deja su huella, y el arte resuena, como expresaba Yves Klein: «el arte es salud. Esta salud nos hace existir».Es la naturaleza de la vida misma. Es todo lo que somos” (Guasch, 2000, p. 83). Por ello, es importante considerar la realización de un proceso de duelo, puesto que éste nos permite percatarnos que ese objeto ya no está, y que sólo se tendrá algo de él en la medida en que se recuerde su Gestalt, imagen o representación psíquica que se ha formado la persona al respecto, ya que en la realidad no se tendrá más, o al menos ya no como se tenía anteriormente, “el duelo es siempre un momento enloquecedor, ya que el sujeto se encuentra con el dolor de existir asociado a una pérdida en lo real” (Insua, 2000, p.33), Allouch nos diría al respecto que:

(…) Si el objeto está fundamentalmente perdido, (…), su reencuentro, condición de la obtención de la satisfacción, no podría ser más que el de sus huellas perceptivas, depósitos procedentes de experiencias anteriores de satisfacción; así el objeto susceptible de traer la satisfacción se halla en Freud como preso entre dos espejos planos que, indefinidamente, lo duplican con relación a “él mismo” (de hecho es siempre ya imagen de sí mismo) conservando un mínimo de sus propiedades gestálticas (que permiten su reconocimiento) (p. 100).

Realizar un proceso de rememoración es crucial para evitar la pérdida repetida del objeto y prevenir la caída en límites que podrían causar angustia. El arte, según Guasch, ofrece un medio efectivo para este propósito, ya que implica el sacerdocio de una nueva concepción existencial, beneficiando así el proceso de duelo.

En el siglo XXI, las formas de subjetivación han cambiado, afectando también las imágenes y prácticas asociadas al duelo. En el ámbito artístico, especialmente entre los bailarines, el proceso de duelo es constante y presente. Este proceso implica la aceptación del cuerpo y sentirse bien consigo mismo, o la autocensura cuando el cuerpo no cumple con los estereotipos establecidos para los bailarines. La presión para cumplir con estándares estéticos y atléticos puede generar prácticas no saludables, como trastornos alimentarios o una obsesión por la alimentación saludable, generando procesos de duelo que no se ajustan a las expectativas sociales convencionales. Esto desafía la idea común de que el duelo solo ocurre por la pérdida de un ser querido, mostrando la complejidad de los procesos de duelo que experimentan los artistas, en este caso, los bailarines.

(…) esa imagen de quien está de duelo, solitario, solo con su dolor, parece derivar de una considerable simplificación. La aflicción es, por supuesto, una experiencia psíquica personal y el trabajo del duelo un asunto psicológico. Pero sostengo que el trabajo del duelo es favorecido u obstaculizado y su evolución facilita o es convertida en peligrosa según la manera en que la sociedad en general trata a quien está de duelo (…) (Allouch, 1996, p. 57).

Suponer que el duelo se experimenta solo frente a circunstancias específicas y de una manera predefinida es un grave error, especialmente en el caso de los bailarines. Estos suelen estar en un constante proceso de duelo consigo mismos y sus cuerpos, manifestándose en diversas etapas. Desde la negación, donde resisten el cambio y se sobreentrenan, generando ira por no alcanzar sus propios estándares, hasta la depresión al no lograr metas en un tiempo establecido arbitrariamente. La aceptación del cambio finalmente llega cuando el bailarín puede hacer algo nuevo con la transformación que ha descubierto en sí mismo.

Este proceso de duelo interno se refleja en la relación del bailarín con su cuerpo, manifestándose a través de prácticas extremas como el sobreentrenamiento o preocupaciones excesivas por la alimentación. No obstante, al aceptar el cambio y entenderlo como parte de su evolución, el bailarín puede canalizar estas experiencias a través del arte del movimiento. Ya sea descansando o expresando su malestar en una coreografía, el bailarín logra comunicarse consigo mismo y con el espectador. Este acto artístico no solo representa una forma de superar el duelo personal, sino que también permite al público conectarse con experiencias universales de malestar en la época, la cultura y el entorno social. En última instancia, el arte se convierte en un medio de expresión poderoso y terapéutico que trasciende las barreras individuales para reflejar y abordar el malestar colectivo. El ritmo acelerado de la vida cotidiana se convierte en un obstáculo para realizar un proceso de duelo de manera efectiva, complicado aún más por la premura impuesta por la cotidianidad y los cambios en las formas de subjetivar. Cada individuo experimenta su duelo de manera única, y la expectativa de comportarse de cierta manera limita la capacidad de concebir el duelo de manera personal y en su propio tiempo. La incongruencia en las demandas de la sociedad, que apremia a seguir adelante rápidamente mientras alienta expresiones de dolor, dificulta la posibilidad de llevar a cabo el duelo o resignificar el suceso. La sociedad, al imponer expectativas específicas sobre cómo se debe vivir el duelo, compromete el proceso de subjetivación. A pesar de esta paradoja, es crucial considerar el entorno cultural, ya que en él se originan los significados que influyen en la percepción y las acciones del individuo. En el duelo, se busca hacer un corte con el objeto perdido, buscando lo que Allouch denomina «un trozo de sí», que representa lo que la persona o la expresión artística significaban para el doliente. El bailarín resignifica sus propios significantes ante el malestar del día a día a través de su baile, hace su duelo y busca su trozo de sí ante sí mismo.

En los procesos de duelo, el concepto de «un trozo de sí» persiste de manera notable en los bailarines. En escena, estos artistas expresan lo que el malestar en la cultura impide decir a quienes no son artistas. A través de su danza, los bailarines comunican el fragmento de sí mismo que representa a la sociedad, expresando deseos culturalmente restringidos que no pueden ser llevados a cabo abiertamente. En la escena, son sujetos que bailan los discursos culturales velados socialmente, actuando como portavoces de los deseos no expresados en la cultura. Este acto de bailar se convierte en una forma de hablar por el otro (autre), representando a los semejantes y revelando al mismo tiempo ese «Gran Otro», un tesoro de significantes que, aunque presente, a menudo permanece sin ser dicho en la vida cotidiana. En la danza, los bailarines encuentran el espacio para expresar no solo sus propios conflictos internos y experiencias, sino también para dar voz a lo no dicho en la cultura, revelando capas más profundas de significado y simbolismo que van más allá de las palabras habladas.

“El placer, el sufrimiento, la muerte, la enfermedad dejan huella (…), dibujan a un individuo socializado” (Guasch, 2000, p. 92), el trozo de sí se ve afectado por las exigencias de la sociedad, una sociedad que es paradójica en sí misma, que marca lo que se debe hacer en función de reglas, pero ¿acaso no es justamente el duelo, el proceso que no posee reglas?, es el proceso psíquico que va a su propio ritmo, que no respeta reglas ni tiempos sociales; es similar al arte corporal y el baile quien se torna también “exclusivo, arrogante, intrigante. No mantiene relaciones con ninguna forma supuestamente artística…” (Guasch, 2000, p. 93).

En el arte, realizar un proceso de duelo tras una ruptura amorosa es esencial, ya que implica la pérdida de la conexión con uno mismo y el cierre de etapas personales. El artista asume el papel protagónico en su propia ruptura, enfrentándose a la pérdida de su identidad o al final de una fase específica. La danza destaca como una forma significativa de abordar el duelo, actuando como una medicina para las enfermedades sociales reflejadas en los desórdenes políticos y culturales. El baile, como expresión artística, va más allá de la búsqueda de la belleza; se convierte en un lenguaje no convencional y sin códigos. Al rechazar la historia, el sentido y la razón, la danza se transforma en una herramienta para expresar el cuerpo en el presente y preparar el terreno para el futuro. En el baile, el cuerpo se convierte en un ser tanto doliente como deseante, sujeto a los estándares de la sociedad globalizada que dicta cómo y cuándo debe llevarse a cabo el duelo. Esto sugiere que el dolor no puede ser estandarizado, ya que cada individuo lo experimenta y evalúa de manera única. Llevar a cabo este proceso, conlleva la finalidad de permitir al doliente, al bailarín; percatarse subjetivamente que “el objeto ya no existe más” (Freud. (1917[1915]), p. 252), por lo que la instancia psíquica llamada yo podrá decidir –de cierta manera- “si quiere compartir ese destino, se deja llevar por la suma de satisfacciones narcisistas que le da el estar con vida y desata su ligazón con el objeto aniquilado” (Freud. (1917[1915]), p. 252), o permanece en ese estado de dolor perpetuamente, en el bailarín lo podemos observar cómo esos sobre entrenamientos, o descuido de la alimentación.

Realizar un proceso de duelo es crucial debido a los movimientos subjetivos que este implica. No obstante, en la sociedad contemporánea, particularmente en las costumbres mexicanas, se observa una exclusión de este proceso, a pesar de que la cultura dedica dos días al año para celebrar su importancia. A través del duelo, se confronta una nueva realidad cargada de angustia, la cual opera como una señal irreductible de lo real, según Lacan. Las manifestaciones peligrosas del dolor en los bailarines, como trastornos alimentarios, reflejan las formas contemporáneas de expresar la angustia. En el contexto actual, caracterizado por cambios rápidos y globalización, el proceso de duelo se ve afectado, alterando las formas de subjetivación. Los profesionales del arte deben estudiar estos cambios y colaborar con psicólogos para comprender y abordar nuevas maneras de expresar el dolor a través del arte corporal.

En el contexto de la sociedad globalizada y capitalista, el arte desempeña un papel vital en la identidad cultural, pero enfrenta desafíos significativos. La presión para que el arte sea comercialmente exitoso, basada en criterios de popularidad y convencionalismo, puede resultar en la pérdida de autenticidad y deseo creativo. Este fetichismo moderno y transestético en el arte, señalado por Warhol, implica una simulación que puede socavar la esencia original de la expresión artística. Los artistas contemporáneos, al adaptarse a las demandas comerciales y convenciones, corren el riesgo de perder su autenticidad y originalidad, conformándose con las tendencias establecidas para garantizar su sustento. Este fenómeno plantea un desafío crucial para preservar la integridad artística en una sociedad fuertemente influenciada por criterios comerciales y convencionalismos. En una sociedad que trata el arte como una máquina de producción masiva y venta, se experimenta una pérdida de sentido y humanidad. La deshumanización se refleja en la ausencia de procesos de duelo y la búsqueda desenfrenada de vender arte sin considerar su verdadero significado. En este contexto, la sociedad contemporánea enfrenta la problemática de la falta de trascendencia, donde los signos pierden su significado natural y resplandecen en el vacío con un brillo artificial. La virtualidad ha ganado más relevancia que la vida física, llevando a una desconexión con la realidad corpórea y reflejando una pérdida de autenticidad y deseo. Fenómenos como la proliferación de selfies y la obsesión por la imagen en el espejo ilustran cómo la mirada ya no es genuina y original, sino una repetición artificial, conectándose con la teoría del estadio del espejo de Lacan, donde la identidad y el reconocimiento de uno mismo se ven distorsionados en la era de la autopresentación constante.

La práctica contemporánea de la selfie, la observación en el espejo de los bailarines y las pinturas de autorretrato de los artistas pueden interpretarse como una búsqueda de identidad más allá de la oscilación entre el «yo ideal» y el «ideal del yo». En este contexto, estas expresiones se convierten en una forma de aceptar y afirmar la verdad insoportable con la que se debe vivir, según la perspectiva de Lacan. Más que identificarse con una verdad profunda, estas prácticas reflejan el reconocimiento de uno mismo como un sujeto con deseos, referencias culturales y la capacidad única de enfrentar procesos de duelo ante el cierre de etapas o relaciones. Influenciados por la cultura y los significantes, estos individuos se posicionan en la compleja red de la subjetividad contemporánea al afirmar su identidad y deseo al reconocerse como sujetos con cuerpos cargados de experiencias y aspiraciones.

El arte, la creación de éste inicia en el interior de un sujeto, no se puede producir arte en masa justamente porque no es el exterior quien lo propicia, sino a la inversa, “…el estímulo pulsional no proviene del mundo exterior, sino del interior del propio organismo” (Freud. 1915/1986. p. 114), El sujeto, al interiorizar su cultura, canaliza sus pulsiones a través del arte, creando expresiones únicas que contribuyen al acervo cultural. Este proceso le permite al individuo exteriorizar su cotidianidad, proporcionando referentes culturales al mundo que lo rodea.

Para concluir es menester tener en cuenta que, la globalización de la cultura a través de los artistas plantea un dilema crucial. Obligar a los artistas a producir arte según demandas comerciales amenaza la autenticidad del proceso creativo. Este enfoque, que impone restricciones y expectativas económicas, socava la sublimación de las pulsiones y transforma al artista en un mero objeto de producción. La creación artística, concebida como una respuesta genuina del sujeto a sus pulsiones, se ve amenazada por la imposición de normas externas. Esta dinámica impacta especialmente a los artistas, incluyendo a los bailarines, quienes, al sucumbir a las demandas de una sociedad globalizada, pueden experimentar malestares derivados de la pérdida de autonomía creativa. La producción artística instrumentalizada para la rentabilidad monetaria se aleja de la sublimación genuina de las pulsiones, generando tensiones y conflictos internos en los artistas. Este desafío evidencia cómo la imposición de un paradigma económico en el ámbito artístico puede ser perjudicial para la salud psicológica y creativa de los individuos.

Lucero del Pilar Miranda
Artículo publicado el 10/03/2024

Bibliografía y/o Referencias
  • Allouch, J. (1996). Erótica del Duelo en el Tiempo de la Muerte Seca. Editorial Edelp, México.
  • Baudrillard, J. (1996). El esnobismo maquinal. El crimen perfecto. Barcelona. Anagrama.
  • Cativiela Emilse. (2014). Sublimación y Danza. Publicación del centro de investigación de estudio Sahar. No. 18. Argentina.
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  • Freud, S. (1915/1986). Pulsiones y Destinos de Pulsión. Obras Completas T. XIV. Buenos Aires, Argentina, Amorrortu Editores.
  • Freud, S. (2006). Duelo y melancolía (1917[1915]). En: obras completas. T.XIV. Ed. Amorrortu Editores. Buenos Aires, Argentina.
  • Gómez-Mont F., Avalos, L. (2020). Salud mental y neurodanza. Mente y Cultura. Volumen 1. Número 1. México.
  • Guasch, A. (2000). “El arte último del siglo XX del posminimalismo a lo multicultural”. Ed, Alianza España.
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