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REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVI
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Al asalto del secreto.

por Rosario Valdivieso Drago
Artículo publicado el 26/01/2007

Agradecimientos a Carlos Ignacio Soto Olhabé
y Pablo Oyarzún Robles

Testigo –al descubierto- de maleta
Farsa-confesada

El ex extraño de la esquina iba de maleta comiendo un perro caliente bajo la lluvia. Los diarios, pendientes de las revistas, divulgaban que la justicia ha servido a nadie divagaba entre faroles y candentes alcantarillados que por esos tiempos solían beber el ajusticiamiento de los extraños. Sin embargo, a él sólo se le notificó indignamenteamenazó cuando intentó ajustarse a la cabina telefónica para excusarse del aguacero así contar a nadie que el perro caliente estaba frío cuando pudiera comerlo las circunstancias diluidas… Bajo el auricular un anuncio: Se busca al asesino.

Recuerda, encerrado en la cabina, tarde aquella sin acabar: Ella era joven, quienes  reconocían en sus huesos la vejez asentada, decían que eran tan oscuras que no tenían manchas- ella y la de los huesos-. Él apareció, sigilosamente tras la mañana, como acordaban terminadas las citas. En el lavadero de los rumores la paz estilaba su tedio, ahí estaba… lavaba y tendía como las primeras y últimas veces, vuelta al muro, ocupada. Nunca acostumbraron saludarse, el balbuceo de un “hola” era suficiente para justificar el ruido de los zapatos contra los adoquines; esta vez se dejó gobernar por el silencio, caminó sin trepidación y se acercó a sus trenzas, por la espalda las manos del aprendiz acariciaron fugazmente su clavícula y deslizándose por la cintura… Contra la pared el golpe seco empapado de sangre, los dedos se enclavaron en el fuego del grito, prendiéndose las prendas enredadas en sus piernas. Furia y deseo hundieron el filo que los hombros tiñen de la danza final de una rutina desgarrada, la partida acabose en juegos silenciados, callando y cayendo entre los ojos vueltos a la vigilia perpetua del cielo. Testigos fueron las sábanas extendidas y limpias que se consumaron en la invitación al crudo encuentro.

Desde entonces la misteriosa maleta trasladaba pequeñas dosis de roja tinta impresa en género, al parecer sin cargos de conciencia. A patio volvía de vez en cuando al momento del asesinato perseguido en canciones que dictaban condenas, musicando la letra secreta de la culpabilidad escucha una, dos, tres veces y media una canción a instantes desterrada por el delirio.

Coro: Las mujeres se preguntan dónde la invitaron, quién la pasó a buscar, por qué no arregló sus cosas, cómo iría vestida…

Si la confesión ha de revelar siempre parece inconclusa, siempre seducida irremediablemente por la contradicción y no ha mentido. El vacío es problemático escucha cinco, seis veces y casi siete la canción  y aunque llame, la mujer no estará dispuesta hoy: se da cuenta su memoria acometida por el patio donde se limpia y tiende la ropa. Observa la misma pared, el reloj cuelga por marcar la discontinuidad de las apariciones de sus agujas clavadas en los vacíos. Cuelga un reloj, once minutos, su llamada.

Se desvanece inclementemente… Entre alucinaciones. Algo se pierde en la cabina abandonada. Es él o es otro. El ruido del auricular habla a ambos.

TESTIMONIO-ENDEMONIADO

Confesarme; volverme así una rosa
destinada sólo al duelo del cementerio… (1)

Quién no recuerda haber sido asaltado por un secreto: aquél esperado desencanto, aquél desesperado encuentro y la desintegración de los cultivos perecederos de expectativas, aguardando lo que se resiste al claro. Qué, pues, incita al deseo de saber y nos lleva a ese algo que nos comprende cuando lo comprendemos, de manera que en el modo de algo se presenta una resistencia que mueve a indagar en…

Silencio: el secreto brota al amparo de un lugar íntimo emanando la naturaleza como un grito irreductible desde su oscuridad, a la vez que se anuncia en extraña proximidad. Las fuerzas del espíritu han transformado lo que era, le han dotado de animaciones que desvían la atención de la diáfana textura. Sombras: son lo primero que se percibe y lo último que se descubre y jugando a muerte, con su secreto en jaque, mas con perfecto dominio del abismo; interpelan al espíritu inquieto que intenta distinguir las apariencias. Cómo seguir estos indicios que deja el secreto << ¿Por qué, en vistas a qué y cómo preguntarse por el secreto?>>.

Una diversa forma es preguntarse por el secreto y la otra, por lo secreto. Estas expresiones se pueden abordar desde dos modelos en que hay contacto con el secreto: el concepto de secreto y la condición de reserva, con el fin de derivar las estructuras que lo resguardan y la efectividad que él tiene desde esas estructuras. Finalmente, el ensayo intenta entender los atributos del secreto, tomando por modelos la  confesión y el consejo, como fundamento de su conversión a un modo de comunidad.

El concepto es el que traza el terreno en que el secreto se vuelve posibilidad del lenguaje, pues en la idea hay algoque no se agota y extrae desde dentro de ella lo que abordará y desbordará su juego en la exigencia de un predicado, en la exigencia de un sentido. Es lugar de un vacío, que se muestra a partir de cierta negatividad que desequilibra los confines de la racionalidad; por lo demás, es este vacío el que permite acercar lo que se dice a lo más propio, llevar la forma a los afectos recogiendo con ella lo original del acto comunicativo. La vacuidad del concepto se manifiesta más allá de sus significaciones (que muchas veces producen esa incomodidad de estar sujeto a lo ajeno) ese más allá se desborda del residuo para abrir un campo de búsqueda que lleva las palabras a dar lo imposible. Donde las significaciones no cubren se acumula el poder de adecuación, es el espacio libre para la producción del acuerdo.

Como contraparte, experimentando el silencio el secreto parece venir impenetrable, callando acontecen desnudos losotros lenguajes, connotación. Aguda o comprensivamente, callar no es el mero destierro de la palabra, sino la reserva de una diferencia entre el pensar y el decir que se hace a partir y a pesar de la palabra. En silencio yace el pensamiento acumulando su poder en el transcurrir preservado de la corrupción; también “guardamos silencio” para escuchar, sin que su impacto modifique del todo las ideas que tenemos al respecto, pues son justamente las expectativas cumplidas las que confirman lo secreto, anticipándose es posible reservarse. La apariencia, a veces propiciando la tregua de lo falso, está en correspondencia con aquello ante lo que se aparece; juego de espejos o estrategia que asimila comportamientos y costumbres con el fin de anticiparse a la sospecha camuflando el secreto de tal manera que resista a las anticipaciones del otro: el periplo por lugares comunes o adulación sazonada con mentiras y omisiones que persuaden al consentimiento, y aun cuando es tarde, el derramamiento de excusas para quitar de la fatalidad el señuelo.

En el concepto del secreto está la evidencia del silencio, sin decir que defina su contenido ni sombras que lo mitiguen, el silencio es análogo a lo que permite que el concepto pueda ser pensado. La definición es necesaria entrada a un lugar en que se configura un tipo de memoria a la que refieren el decir y callar algo.

El secreto es en tanto las circunstancias lo traen a un lugar preparado para diferir su salida. Este lugar define las posibilidades del secreto en la oposición primaria entre pensar y decir, la oposición entre privado y público. Tensión que no llega a cerrarse, es más una duplicidad gravitacional que desvía el recorrido de las cosas asignándoles un dominio que una contraposición absoluta que pierde de vista que hay cosas que pueden ser consideradas respecto a lo público y a lo privado, y no impide ser la estructura de un mismo lugar en que tenemos referencia de ambos. En este lugar se juega el comportamiento a modo de una identidad que guarda indeleble la huella de lo público en la tensión de una distancia representada por la voz que el acontecimiento de la modalidad de llamada y su contenido. Tal distancia es la extensión de un estado; por ejemplo, de ser a deber ser, que compromete a partir de una identificación o identidad habitada por voces, que clama desde la lejanía del seno propia del pliegue que ya se enmienda –en su casus– en la confesión de San Agustín.

Desde el pliegue, el clamor exhuma la invocación:

Al mismo tiempo callando y no callando, porque si calla el ruido de la voz exterior, no calla mi corazón ni cesa de clamar. (2)

La interioridad es perforada por esta huella y voz, por esa fisura el corazón no calla, mas busca concilio en el espacio dispuesto como  fuero interno. Ese desequilibrio se fija por el entendimiento que aparta atentamente ser-poder ydeber ser para conocer aquello a lo cual debe atenerse y obedecer, salvando su poder de las apariencias. Apariencias que separan, y tensión entre pensar y decir ponen de manifiesto en la fijación, diferimiento y resistencia del secreto en una estructura en que la cualidad de secreto puede asociarse a la evasión de la apokálypsis a través de la proliferación de acotaciones.

El secreto permanece en medio de los eslabones de una cadena de tergiversaciones, vínculos constituidos por sus declaraciones- que satisfacen el juego de expectativas- permitiendo a lo apartado acoplarse discretamente a la situación e insistir mostrándose nunca por completo. Por eso al hablar de resistencia se hace referencia a la dificultad que tiene develar un secreto con el secreto a cuestas cuando hay intenciones de proponer un juicio verdadero o verídico y aclararse en un sentido que cobije la mayor parte del secreto el rayo de luz; el decir debe cargar con un potencial de interpretaciones que la voluntad intenta subsumir en uno solo, sin jamás poder anular los otros, de  manera que confesamos reiteradamente sin quedar nunca libre del fantasma del malentendido o, peor aun, de las verdaderas intenciones, mal olvidadas.

La multiplicidad que resuena en lo explícito se compone conforme a la amenaza que podría quebrar su condición de dar sentido, y que a menudo persiste como la vanidad que se elide en la rebeldía. Esta amenaza puede desintegrar las causas en su ambigüedad; o bien, disponer sus múltiples sentidos para potenciar la interpretación. El riesgo de lo primero lleva a que las acepciones adquieran una jerarquía que permita tomar una palabra en un sentido u otro, en concordancia con la función que tiene en las estructuras superiores. Este ordenamiento no es en nada claro, de él sólo “sentimos” que algo se adecua mejor a lo que queremos decir y conlleva el peligro de la tiranía del sentido, que puede no sólo omitir sino rechazar a sus sombras y en la univocidad caer en el olvido del diálogo. Mas, por ese modo en que se disponen las cosas en constante tensión, con la advertencia de la multiplicidad de sentidos, lo diferencial que pone a un significado por sobre los otros es la seña que provoca a la pregunta, configurando un sentido relacional entre lo diferencial y la pregunta. Esta se atiene a introducir sigilosamente su cuña entre las referencias y los matices en las palabras y nos hace atender a los pliegues entre los pequeños secretos desentrañados. La pregunta acecha al plexus para abrirlo cuidadosamente; por esto, ella custodia la experiencia mística: desvelamiento cabal e inconmensurable del secreto que consuma todas las posibilidades y quiebra la posibilidad del sentido (y de la contención). La pregunta debe componer entonces el camino a lo indecible sin anular la distancia de alteridad, por esto está siempre agrietada vigilando e investigando un pliegue que en sí guarda infinitos pliegues. Es el caso del cuidado de una palabra a través de la pregunta por su etimología; su historia es más bien un cúmulo de evidencias que conducen a otras palabras, a partir de la relación misteriosa entre sus formas y las cosas. Tal ocurrencia provoca lo real y, al límite de la comunidad, irrumpe desde ese pliegue entre significante y significado, insuflándose la propia experiencia en el sentido acogido por la comprensión.

La estructura guarda el secreto, sin embargo algo se modifica de tal manera que se vuelve insoportable perdiendo su cohesión de tal manera que anuncia su desvelamiento. Es la atmósfera de descomposición de algo que entra en conflicto con fuerzas externas, que nunca habla por sí solo: el vestigio o la evidencia es, pues, lo factible de descubrir y se expresa como testimonio de un instante de corte en que un secreto se configura y resguarda durante un tiempo, sólo para cargar sobre ese testimonio el espectro de otras verdades. En esta evidencia que se rodea de una peculiar atmósfera confunde las categorías de sujeto-objeto; la total referencia al enigma en la singularidad del encuentro suele lanzarse en búsqueda y creación de un sentido que relacione el vestigio con la vía de su observador: orden de los hechos, ley infringida, redes de poder y sus intereses en común, etc.

La noción que se tiene de cierta distancia y, por ende, la transformación que trae al vestigio a ser lo que es, se intenta condensar y llamar hacia un final que es principio de algo. Sin embargo, cuando del principio se omite esta emanación intuitiva, queda lo vano de una imaginación, una abstracción que nada tiene qué decir ante la vitalidad del viaje excepto condenarla. Si los lindes del secreto son arrancados de su insinuación- que es el modo en que nos dirigimos al objeto y preguntamos, ese linde ya no indicará un secreto que no sea mera voluntad: un dogma.

En este sentido, una proposición que no sostiene la extensión y pasa ingenuamente por esa fisura del fuero se empobrece y pierde conexión con la voluntad que puede destinarla a hundirse en nuestro modo de ser. El diálogo palidece tímida y tiránicamente olvidando el riesgo –incalculable- de volverse esclavo de la erudición, sin darse cuenta.

La descripción del vestigio es la de un objeto-agujero que de su interior despide una esencia que hacia él conduce, conjurando cierta ocurrencia (la curiosidad, el entusiasmo); se comprende en la coincidencia, y la coincidencia está rodeada de ese mar de sombras. Preguntarse cómo ha permanecido el secreto mientras estábamos sumidos en ellas, puede llevar a darle un estatuto de duración que sólo está facultada para cargar el cadáver al museo de historia, desarraigado en la imaginación de una causalidad de la cual únicamente recogemos los efectos (como cadáveres que escamoteamos). Buscar las causas es atraparlo en los efectos y en la continuidad que supone antes la historia que los puntos en los cuales el secreto aparece, se reconoce al secreto por hijo ilegítimo, hijo finalmente, phílios o filium de la historia.

Así pues, esta historia que encuentra entre sus causas la medida del tiempo (in illo tempore), no puede dar un sentido propio a las interrupciones, formando conciencia de ellos como hechos.

Cómo puede encontrarse el secreto en un tiempo sin duración (cómo seguir su hilo), esto sólo puede ser si el secreto se ha fijado de tal manera que su tiempo respecto al nuestro se condensa en el instante en que nos sale al encuentro.

La posible simultaneidad de ese otro tiempo está dada por la coincidencia, así como la vida de los otros prosigue y persiste en su ausencia gracias a la reunión en la memoria.

Pero aún cabe preguntarse de dónde surge aquello que nos mueve en su indagación, cómo pensar la coincidencia sin recurrir a la continuidad de algo en su omisión, que algo siga siendo durante la separación. Cuando conversamos con un amigo, por ejemplo, a quien no veíamos hace mucho tiempo, las posibilidades de reunirse están; pero en cuanto comprendemos que hemos cambiado, no es posible tener en la memoria una continuidad de las vidas de ambos, sino que el encuentro viene dado en la intensidad del asombro al recibir algo que ignorábamos, el asombrarse que se aviva según cuan cercano es nuestro confidente y nos seduce a seguir preguntando por lo que le ha sucedido.

Si sabemos del secreto es porque a pesar de su modo particular de persistencia y la insistencia de sus modos, él mismo cambia y nos invita a penetrar en esa estructura que encierra algo que produce alteraciones en el modo en que percibimos ese concepto, algo que produce predicados plurales y diversos.

La temporalidad en el fuero es tensión afectiva y reflexiva ¿Cuáles son las condiciones de que el secreto se guarde por tal o cual tiempo, cuáles sus consecuencias? ¿Por qué esa distancia temporal parece amplificar el secreto? ¿Por qué hay un quiebre al revelarse?

El diferimiento es lo que primero se revela del secreto,  contar un secreto es contar inicialmente de algo que se ha detenido en la cotidianidad, se modifica la primaria tensión en la medida que diferir un secreto implica reservar poder.

Ahora bien, la inversión del poder en su contención no parece tan desvariado concebirla desde la conservación de un gasto que se hace en la presencia y, en este caso, precisamente en la resistencia del secreto a salir que persiste como consecuencia de un movimiento que el poder hace sobre sí.

Acumular poder torna necesario el desvelamiento para que algo vuelva a “fluir”, quizá con todo lo vertiginoso de liberar la fuerza que ha retenido en su tiempo de sustracción. El secreto se vuelve un obstáculo que aumenta hasta adquirir un peso, una gravitación, que pone en riesgo la conservación de la estructura que lo ampara si no se prepara un nuevo lugar que esté en concordancia con quien deposita discretamente parte del poder de lo reservado en un lapsus, para manejar un privilegio otorgado por quien recibe la confianza en que se induce a cierta obediencia (ob-audientia).

Así pues, la resistencia concierne a la constitución del secreto y a la organización de su contenido en la convicción por la cual insiste. Se llega a él por una pregunta por lo secreto del secreto que surca un camino a través de lo expreso. Esta pregunta, por tanto, está dirigida a las condiciones del secreto que la pregunta trae, como aquello que se oculta en el lenguaje corriente, lo que gobernaba espectralmente y lo muestra definiéndolo a un dominio. ¿Por qué tenemos noción de esta resistencia? ¿Por qué su insistencia? En estas preguntas el secreto va a depositarse donde las relaciones de poder encuentran intereses de por medio, pero se mantienen persistiendo en la diferencia.

A través de las pulsaciones de la aparición y su manifiesto, aquellos vacíos nos llevan al secreto y éste se va asentando en las relaciones de poder, a partir de las cuales es el residuo de la subordinación. Esto implica que el subordinado es receptor de un secreto sin dominar el secreto todo, lo cual lo hace cómplice de un dominio. Qué nexo entonces establecemos entre el secreto y un secreto ¿contenido o forma? El primer riesgo que presenta es la constatación de secuencias al infinito de secretos que ya no son secretos, sin embargo en este mismo esquema aparece bajo la multiplicidad de contenidos que ampara, se disfraza como el poder toma distintas formas para proteger su unidad; a esto se debe la conveniencia de atender a su carácter diferencial, pues ahí donde el secreto se ha manifestado ya no es lo que era. No encontramos en la secuencia al infinito de contenidos un contenido final, el principio supremo parece ser la forma, una vez más el concepto y la necesidad de su  medida para que ese algo de la diferencia devenga un contenido que ha de acumularse en la relación de poder que ha de ocuparlo como fundamento. De esta manera el secreto y un secreto quedan unidos por su forma, por ejemplo la corrección sintáctica; sin embargo, el secreto depende del contenido de un secreto para seguir ocultándose, así como la tortuga es protegida por la divisibilidad de los intervalos que la separan de Aquiles.

La insinuación es el reverso de la condición de acechanza, implica auscultar en el poder del secreto y sus atributos en que el poder se acumula difiriéndose y potenciándose en la singularidad de sus depositarios. No hay en el secreto una caótica diversidad de secretos, sino algo similar a una estrategia que pone las potencias de lo reservado en juego, como se dispone el azar de tal manera que de él llega a pensarse. Tiene lógica o enigma…

No es totalmente material pero de eso tampoco es posible derivar que el secreto sea funcional. Su resistencia a reducirse al contenido y a cualquier tipo de acción opera con máxima eficiencia en términos de redes de poder. Los actores son comprendidos en roles cuyas decisiones pertenecen al gobierno de la jerarquía de los secretos. Sin embargo el secreto, queda fuera de su determinación y de su alcance, en tanto oculto por la multiplicidad de contenidos y sus peculiares ordenamientos de tal forma que siempre verifican su sesgo. Este sesgo puede o no reconocer residuos o pistas del secreto del poder. La protección de ese residuo es la labor de quien quiere mantenerse en el poder; haciendo un gasto por tentar a la amenaza de esa distancia, desviándola hasta perderla en enmiendas y condenas proferidas ante su pura presencia, cuya fortaleza es la debilidad: la paradoja.

 

En lo inconciliable se está ante el secreto, que corresponde al vestigio en su máxima autoridad. Es el caso del cuadro de alguien en perpetuo silencio ante los inútiles intentos por arrancarle una respuesta, un gesto, y su capacidad de provocar una tensión de tal dimensión que llegan a desfigurarse los espacios, y el mismo tiempo acontece en doble frecuencia: la de lo real y la de los demonios.

El secreto domina en aquel lenguaje abisal que se juega en los pliegues y que desafía al vacío a entrar en escena como tal, vuelve a apoderarse de toda posibilidad de permanecer incólume a él, desatando las fuerzas que intentan a pulso desvencijarlo, sucesivos golpes que anuncian  y amenazan con la aniquilación. A pesar de que perder el control y desplegar sin medida esa fuerza, hasta causar la muerte de quien detenta un secreto, no puede ser sino su victoria. Lo normal se perpetúa en la exigencia de estar en continua acechanza del momento en que “se puede ser libre”, libertad que se distiende en el deseo hasta extraviarse en una rebeldía asaltada por la duda, sospecha de algo terriblemente esquivo y siniestro. Cuando se cree emprender un viaje, alejándose de la morada caminando por senderos trazados en el desarraigo, se es errabundo en la certidumbre de llegar a un lugar hasta que se abalanza el anochecer sobre los círculos en que se creyó haber avanzado. El terror de lo vano, el horror del aburrimiento, del vacío al descubierto. El miedo demanda sólo volver y quedar. Quedar. Sin abismos y esperanzado como un alma en pena, derrama su humanidad sobre la poltrona poseída por el abotargamiento, el paquete turístico y los museos junto con las compañías de seguros en las que invierte el valor de cinco o seis artículos, el mismo artículo, que no perdió. La acechanza corresponde a la medida en que concurren el asombro y la ocultación de esas extrañas fuerzas que lo impulsan a dejar de ser lo que es; fuerzas que se presentan como amenaza, y cuyo despliegue completo es el estado perplejo de la paradoja total. Declarándose, irrumpe, y trágicamente quema las sombras de las cuales se ha alimentado. Esas sombras que han sido la condición de su reserva, las apariencias y creencias que permiten a un pueblo callar la invisibilidad de las telas de su Emperador y que completan el traje. En ese momento sincero en que las sombras son tomadas por lo que cubrían. En su manifiesto, las sombras que lo han cobijado quedan cobijadas por lo contado, por su relación con la hoguera…

Todas las cosas al llegar el fuego las juzgará y condenará. (3)

Las pistas del secreto yacen tras el fuego que se prende y apaga con medida, que por un modo acontece y en el que todas las cosas son enjuiciadas y condenadas. Si las cosas serán consumidas en el fuego que juzga y condena ¿puede aquel ser la razón que comprende las cosas y las condena destinándolas, dándoles un sentido?

Entre todas las cosas está latente el secreto El secreto es esencialmente susceptible de ser contado (4), puesto que parece configurarse a partir de la conflagración de mantenerse resguardado esencialmente por la medida, por la cual algo aparece y luego desaparece. El paso del fuego se singulariza en el vestigio para comunicar una originalidad, algo auténtico que en cierto modo carga con el devenir fuego que comunica un juicio y convierte las cosas, conversión del secreto en una verdad.

¿Cómo se lleva a cabo esta conversión es un desdoblamiento cuyos límites y distancias los da la reflexión? La conversión se da cuando lo reservado participa en una medida que hace comunicable un secreto. Por la razón se da testimonio de un mundo, pues ella es lo común que en la reflexión se curva hacia dentro siempre dejando el final abierto, evitando el quiebre y abriendo distancia al con-centrarse. Este seno es una lejanía por la cual nos deslizamos, la rodeamos; sin embargo su totalidad no se concibe sin el eco. Habitar cabalmente nuestro centro es quedar desprovisto de la voz y sus portavoces, por esto el alejamiento de la confesión como indicio de un más allá no permite dejar el repliegue cerrado; por esa fisura hay escuchar. Esta es la imposibilidad que siente la reflexión acerca de la verdad absoluta, que se cierra herméticamente atentando con aquella flexibilidad propia del proceso de conversión. La “verdad” sin conversión es revestimiento y esclavitud.

Antes que me devore vivir o me transforme en vestigio de sus órganos.
Antes que me desangre entre sus dientes y aun, me contuerza de dolor entre sus labios.
Antes de una puerta que los pasajeros abren y cierran, salidas incesantes a cubierta.
Antes del descubrimiento de un mar que aterra en la oscuridad y el viento que se desborda del frío de muerte

hubo un sueño de dormir en tierra, en la cálida tierra por mañanas enteras
hasta que el sol se fundiera en mis entrañas.
Anónimo

Un tenebroso aliento de muerte se desborda de los albores de la curiosidad. Tempranamente se sabe que mueren los gatos en las tinieblas del porvenir, como si toda indagación cargara con la fatalidad de la verdad indecible. Fatalidad que también se anuncia desde el secreto cuidado de decir que se tiene un ‘secreto’, palabra que sopla la inminente confesión. El anuncio de la condición de secreto (de pliegue) en la tradición es una cuenta reflexiva de las manchas que las somete a juicio y condena. Se distinguen estados: quien había sido y quien es, a partir de una distancia de modo que se produce un referente hacia el cual convertirse, un punto externo que pide entregar el secreto, la confesión tiene una carga ética que implica no caer en lo mismo y en este sentido pone una valla entre el pasado y el presente: la conversión.

Confesamos en la íntima convicción de conversión, cobijados por la experiencia de la verdad que exhorta a la experiencia común. Entonces <<por qué se confiesa un secreto>> es la pregunta por el poder que tiene el descubrir el secreto como promesa de redención. La confesión irrumpe en la historia desnudando sus nudos desde los cuales lo desconocido persiste en tanto se resiste a ser develado. La resistencia es potencia, por esto decir un secreto esentregarse. En consecuencia, si no fuese de tal modo, se está sujeto a la resistencia de un secreto que subyace la pasajera opinión, mero contar un secreto que parece ser gobernado a causa de la negación de el secreto, sólo convirtiéndose se está en la verdad. Por esto, la conversión es una singularidad acogiendo la totalidad (que se sustrae), así es prueba de una verdad que no puede ser demostrada, por lo cual, reconocerla es un acto de autenticidad.

Porque oír ellos lo que decís de ellos mismos, ¿qué otra cosa es sino conocerse a sí propios? ¿y quién es el que llegando a este conocimiento, se atrevió a decir: es falso esto que conozco, sino mintiendo él mismo? (5)

Autenticidad que no deja de parecer el resto de la producción de un camino nunca exento de nuevos saneamientos; la confesión es constante, no descansa y debe lidiar con la angustia cuando se pone el secreto en continua reducción de posibilidades a través del lenguaje… En secreto la espera entre palabra tras palabra esgrime sinceridad, sumidos en las luces bajas de las voces o el cuarto de luna –incompleta sólo para la conciencia- en la carta, contando un secreto como quién cincela una estatua. La autenticidad parece ser el vacío que hay en la abstracción de la operación que depura lo secreto convirtiéndolo en verdad, vacío velado por una producción: la verdad. Mas ser sincero es una condición que la declaración del secreto tiene como efectividad. Crecer en una misma dirección es la manera en que la totalidad puede insinuarse en lo singular de una producción, que es angustiante ímpetu del pensamiento e incitación de la curiosidad.

La reserva se debe fielmente a la soledad que por el modo sincero llega a ser cómplice con otras soledades, matriz de su escritura. Soledades que se agradecen mutuamente la posibilidad de lo común, siempre al borde del abandono si se dejan de comprender y persistentemente hundiéndose y sobreviviendo a él. Ya en ellas resuena el eco del destino y la disolución que en sola confusión es la más aflictiva de las negaciones, donde no hay límites no hay apuesta, sentido ni posibilidades; es radical reducción a todas las cosas. La confesión está contenida en el consejo como una experiencia vivida de depuración y angustia, como muchas veces se confiesa o presente para obtener consejo. Ambos se pronuncian como límites en el cuidado de ese íntimo testigo de la lucidez y los bienes sobrevenidos del coro trágico de sus pliegues.

Confesión y consejo surgen ante un conflicto de las estructuras internas que albergan el secreto, el consejo se pide frente a un problema que nos llega de una manera, a la cual la misma metafísica abre puertos, y la confesión es también la apuesta por una comunidad que está inmersa en la contingencia, por lo que intenta sobreponerse a ella, pese a que agradece a ella lo original (de la situación):

Esta suerte de ingratitud metafísica va, ciega, al encuentro de peligros “no previstos”, de alguna contingencia que desde un perdido horizonte empieza a trabajar con nuestros cálculos: salta sobre ellos y los destruye, afinados, como estaban sobre la docilidad de los objetos o la persistencia de la conducta ajena. (6)

El agradecimiento brota de lo que pudo ser de otro modo, se agradece la exuberancia de las coincidencias que presentan otra realidad y se perciben en un tiempo-espacio poético. Pero en el presente la experiencia es problemática pues refiere a un objeto o un conjunto de relaciones extrañas para el fuero interno que intentará incorporar o bien rechazar el problema representándolo en un dominio que lo concierne como posibilidad. Es esta la ocasión de interrumpir al otro, el propio fuero trasciende el límite de la interioridad continuándose en busca de un consejo. Por una parte aconsejar es reunirse, concentrar lo que permanecía disgregado y afirmarlo desde el pasar, desde un pasado, hacia el cómo y qué hacer ante una situación. Pasado y porvenir convergen y se hacen semejantes en la entrega que hace el sobreviviente a quien duda lanzarse al vacío, pues el consejo se pide a quien ha vivido algo similar, como se escucha al coro trágico y por el silencio algo resiste para no permitir que el destino se transfiera como experiencia.

El consejo es, en un sentido, el extracto de lo que se ha reflexionado en la tensión departida -a veces de empatía, a veces de un sí mismo- una distancia interior que tiende a aspirar a lo que perdura, y que lleva más allá de lo físico. La distancia del llamado que carga con la distancia reflexiva, lleva lo contingente al más allá, de dónde proviene la voz. El consejo se da para generar una reserva entre la metafísica y la experiencia, no es el pensamiento sino la conciencia que lo incita a practicar un camino que se acerque a las cosas desde lo que persiste para avanzar, modificación de antiguos límites que cuidan la insinuación del compromiso al comportamiento de alguien respecto de lo que ha recogido de su curso raso.

Dar un consejo es dar para ser tomado; la experiencia íntima-como si fuera comunicada de lo propio y de lo externo: algo de lo cual participamos. En esta dinámica en que lo aconsejado ya no es un mero hecho o advertencia, tampoco una simple opinión que se exterioriza o la reflexión sobre lo propio. El contenido se traslada remitiendo a una comunidad, lleno de nudos como llamados para agrietar el destino, el llamado viene a conciliar a los seres que confluyen en un yo para amparar un espíritu al que Séneca refiere la residencia dentro de todos y en cada hombre bueno. Sus consejos son modos que definen las posibilidades de elevarse sobre la fortuna La apuesta ante el azar, lo sagrado.

Un espíritu sagrado reside dentro de nosotros como observador y guardián de nuestras malas y buenas acciones. Tal como lo tratamos, así nos trata él. (7)

Espíritu que debe trazarse entre destino y azar, sobrevivir a ellos limitándolos. Entonces cabe preguntarse por una relación entre destino y azar, a lo cual me parece que el estar afecto proporciona un sustrato al azar en tanto destinado. El ser destinado implica al azar o todo aquello que no es de nuestra operación (8), y ante tal fatalidad Epicteto ha señalado la importancia de saber distinguir qué pertenece a nuestro dominio y qué está sujeto al ajeno poder. Por la conciencia se despliega una posibilidad de padecer, sin ser esclavo. Este alcance es una llave, pues el que padece por su discreción tiene un poder guardado, un dominio en el que puede concentrarse y conducirse, estar a solas consigo mismo. En cambio quien intenta manejar lo que está fuera de su alcance, se vuelve esclavo de sus fracasos o de su ilusión que abstrae falsos límites, quedando totalmente abierto y vulnerable a la fuerza ajena.

La jerarquía se ve en jaque cuando se conoce el secreto que se guarda en la distinción, por lo cual no llega a consumir lo que se decide no poner a su disposición. Epicteto rescata, al respecto, la voluntad de llegar a ser mejor, divisando la libertad en hacerse cargo del propio poder; así, el consejo da confines que restituyen las posibilidades que una voluntad errónea pierde de vista, hasta el caso extremo de no esperar nada de su potencia.

El recoger se abre en el juicio que retorna lo que pasa al lugar que le corresponde y respecto de lo que pertenece a nuestro actuar, el espíritu sagrado es observador y guardián. La exigencia del consejo está en hacer venir una experiencia, una verdad en que se arraiga entrañablemente la inquietud que significa el cómo tratar bien a ese espíritu. Quizá porque en su indeterminación lo que queda es preguntarse qué es y qué es lo que quiere, dos aspectos que concurren en tal traspaso del querer. La llamada es interpelación de quien es indicado (o nombrado), quedando oculto el agente de ese llamado primal, esto ocurre en simultaneidad. Es la simultaneidad del acecho, como la contemporaneidad del todo. Pero ella sólo corresponde al instante y la experiencia de ella no puede ser citada sino por medio de una abstracción, por consiguiente, el llamado, sea por una imposibilidad de reflexionar simultáneamente sobre él o porque hay un llamar anterior al ser llamado, ha de abordarse desde un emisor y un receptor que puede comprender a quien in-quiere reproduciendo una relación en la posibilidad del sí mismo y del poder estar a solas consigo. La duplicidad en este caso es modelo del ser llamado en cuyo destino se fisura o desgarra la subjetividad.

En este sentido, el espíritu discurre cuidando de esa alteridad, fluye en su diálogo, pues el uno es tensión. Para esto, la resistencia a él se da en la relación con un contrario, el doble o antípoda. La relación entre pliegue y aquello que produce nostalgia, inflexión y pasado, es ejemplo de lo que guardamos como referencia para recibir lo nuevo, es decir, para escuchar.

La dualidad permite entonces que lo dicho sea como si se fuera observador y guardián de nuestras buenas y malas acciones. La resistencia de ese doble hace que los opuestos sean verdades condicionadas compartiendo un secreto.

De esta voz no conocemos su origen, y no queda más que el relevo casi imperceptible de la originalidad; en ese tejido de subjetividad la originalidad, a diferencia del origen, representa la experiencia de la conversión a través de la verdad.

Ahora bien, a este llamado se responde desde el mismo momento en que se es aludido, siendo llamado. Conducir esta impresión, desatarla y disponerla con sentido remite fatalmente a la duplicidad del yo y este espíritu es el que divide a ambos. De esta fatalidad trata el consejo, en tanto quiere transmitir un modo que pueda conducir lo que de ser mal llevado no lograría aspirar a lo mejor y quedaría sujeto a la desgracia degradándose hasta romper todas sus relaciones.

Por esta razón, él observa; esta voz no debe llevar el estigma de lo arbitrario, debe entregarse y ser habitada por un absoluto que hunde sus raíces en la noción común que, comprensivamente, puede separar por intervalos sin descomponer el todo. Sobre ellos versa su cuidado, su cura.

Por esto, Séneca se pronuncia a favor de aquello que permitiría discernir cómo actuar y lo que hace posible la comunicación, el entendimiento. Sin embargo, respaldado por la autoridad de la experiencia y su poder de congregar e invitar a quien lo recibe a participar, en el lenguaje del consejo.

El consejo a diferencia de la opinión, no da lo mismo, sino lo propio. Intrínsecamente debe ser responsable y esta responsabilidad apela inexorablemente a la elección; es decir, se da a otro retornar a sí, condicionado a determinarse en lo constituido por resguardo de la posibilidad de una verdad, en el sí mismo. En él la buena palabra se define, investida con la misión de alcanzar la experiencia ajena a través del entendimiento y así solidariamente aspirar a lo común. Su finalidad práctica es la conducción recta de acuerdo a lo mejor, lo que se representa en la precisión de los intereses respecto de un ideal. Se recomienda para enmendar y poner en un camino.

Pero el náufrago está destinado a seguir naufragando –con su tabla-, mientras sobreviva al navegante. No le aflige el cielo, pues el cielo siempre le cae al náufrago, al navegante y al mar. Sólo la sinceridad surca la distancia eterna convirtiéndola al acontecer y al azar de los sucesos, reuniéndose al borde de la partida, ya soberana del recuerdo, con el sendero de muerte recorrido desde ella hasta su nostalgia.

La palidez con que miramos el lugar al cual volvemos sin ser nunca aquél del que salimos, a veces escapando, a veces por curiosidad… atisba nuestra nueva ida. El recuerdo necesita del viaje para volver. Para plegarse a su novedad y desnudarla; así, después para impelerla, vulnerable y frágil como es, a contorsionarse en la genuflexión… y levantarse y sacudirse, para entablar de nuevo la partida…

Rosario Valdivieso Drago
Septiembre del 2005

 

Notas
1.- SOTO OLHABÉ, Carlos.
2.- SAN AGUSTÍN, Confesiones, L. X, 2.
3.-  HERÁCLITO. 1978. Fragmento 66. Traducción de Conrado Eggers Lan y Victoria E, Juliá, los filósofos presocráticos. Editorial Gredos, Madrid.
4.- OYARZÚN ROBLES, Pablo. 2005. Para una teoría del secreto, Handout 1, Introducción.
5.- SAN AGUSTÍN, Confesiones, L. X, 3.
6.-  GIANNINI, Humberto Metafísica del lenguaje, capítulo I, p. 25, Santiago, LOM.
7.-  SÉNECA, Cartas Morales (a Lucilio), E. XLI
8.-  EPICTETO, Enquiridión (Máximas), I.
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