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REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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El cuerpo y la cultura

por Carlos Almira Picazo
Artículo publicado el 03/01/2008

Este ensayo trata de la relación entre el cuerpo y la cultura. Pero no en un sentido descriptivo (higiene, costumbres sexuales, etc), sino en un sentido estructural. La hipótesis de la que parto es que todos los grupos humanos construyen su cultura a partir de la constatación del cuerpo. Esta hipótesis contiene dos afirmaciones: que las personas construyen su identidad desde el momento en que constatan que forman parte de un grupo genérico – masculino/femenino-, y de un grupo de edad. Su primera y su más directa evidencia de esto es su propio cuerpo.

que a partir de esta constatación las personas trasladan el carácter natural de su cuerpo a los objetos que forman su mundo. De este modo sus relaciones sociales, sus relaciones con los otros miembros del grupo, se vuelven tan naturales como su propio cuerpo. Así pueden convertir su mundo social en un mundo de obediencia y poder, es decir, en un mundo basado en relaciones tan necesarias e ineludibles como las relaciones de la Naturaleza que rigen el cuerpo.

La segunda consecuencia importante de esto es que los grupos humanos pueden y tienden a construir sus propios mundos culturales de espaldas a la realidad. Es decir, no necesitan conocer su realidad histórica, económica ni social para crear su cultura. Ni siquiera necesitan conocer científicamente la realidad que crean con su propia práctica cultural.

Lo que hace que grupos humanos que, al menos inicialmente, no han mantenido contactos entre sí puedan llegar a realizaciones culturales análogas, es que todos parten del cuerpo. O dicho de otro modo, que todos adscriben a sus miembros en grupos de género y edad antes de hacerlo en grupos de estatus, clase, profesión, etc. Las adscripciones de género y edad constituyen un denominador común de todas las culturas, cuyo elemento fundante es el cuerpo humano.

Una constante de muchas religiones antiguas relacionadas con los ciclos agrarios es el mito de la Creación. El dios o los dioses crean el mundo a partir de una materia o fuerza primigenia. Pues bien, una de sus creaciones más importantes es el cuerpo humano. Con frecuencia el propio dios o dioses tienen un cuerpo antropomórfico, masculino o femenino, y con rasgos distintivos de la edad (barba, fuerza física, belleza, etc):

“Cuando creó a Gilgamesh, el dios, el audaz,
Lo hizo de estatura perfecta.
Los dioses lo crearon a su imagen.
Shamash el celeste le concedió el vigor
El dios de la tempestad le concedió heroísmo
Así, los principales dioses crearon a Gilgamesh
Su estatura alcanzaba los siete metros de altura
Su pecho, en anchura, medía dos metros…” (1)
“ ( Cuán numerosas son las cosas que has creado,
Aunque estén escondidas a nuestros ojos,
Oh, Dios único que no tiene par!
Has creado el universo según tu deseo,
Estando solo:
Hombres, rebaños, animales salvajes,
Todo lo que hay sobre la tierra y anda con sus patas,
Lo que está en lo alto y vuela, con las alas desplegadas,
Los países de montaña: Siria y Sudán
Y la llanura de Egipto…” (2)

“Díjose entonces Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, para que Domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y sobre todas las bestias de la tierra y sobre cuantos animales se mueven sobre ella. Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios los creó, y los creó macho y hembra…” (3)

El dios o los dioses no solamente tienen un cuerpo humano sino que éste es anterior al mundo creado por ellos. Pero su importancia no se reduce a ser anterior al mundo sino que consiste en ser el modelo por excelencia de las demás cosas creadas. En las tradiciones donde esto no es evidente al menos se hace referencia a sentidos como la vista o el oído, y a otras características y elementos como la inteligencia, la estatura, la palabra, la boca, los dedos, el corazón, etc, que tienen su soporte último en el cuerpo humano:

“La Enéada de Atum había venido antes a la existencia por medio de su simiente y de Sus dedos. Ahora bien, la Enéada son los dientes y los labios en la propia boca que ha Nombrado toda cosa por su nombre (la de Ptah), de donde han salido Shu y Tfenis y Que ha creado a la Enéada… Así es como fueron dados a luz todos los dioses, y como Fue completada su Enéada. Toda palabra divina había venido a la existencia por medio De lo que había pensado el corazón y de lo que había ordenado la lengua. Es así como Fueron creados los kas y los hematsets (correspondientes femeninas de los kas), los cuales No cesan de producir todo alimento y toda ofrenda por medio de la propia palabra…” (4)

A partir de esta constatación del cuerpo humano de los dioses se produce la adscripción de género y edad no sólo en el mundo de los dioses ( incluso en los sistemas monoteístas, donde Dios suele ser masculino, de edad relativamente avanzada, etc), sino también en el mundo humano:

“Los heraldos, caros a Zeus, vayan a la población y pregonen que los adolescentes y los ancianos de canosas sienes se reúnan en las torres que fueron construidas por las deidades y circundan la ciudad; que las tímidas mujeres enciendan grandes fogatas en sus respectivas casas, y que la guardia sea continua para que los enemigos no entren insidiosamente en la ciudad mientras los hombres estén fuera…” (5)

“Cuando los dioses
Crearon a los hombres,
Les asignaron la muerte,
reservándose la inmortalidad
Para ellos solos.
En cuanto a ti
Llena la panza
Vive alegre
Noche y día;
Celebra fiestas
Todos los días,
Baila y diviértete
Noche y día
Engalánate
Con vestiduras adecuadas,
Lávate,
Báñate;
Mira con ternura
A tu pequeño que te coge la mano,
Y haz feliz a tu mujer
Apretada contra ti,
Porque tal es
El único futuro de los hombres…” (6)

A diferencia del cuerpo de los dioses, el cuerpo humano y todo lo que está relacionado con él, es decir, la comida, el vestido, la higiene, la sexualidad, la música, etc, es algo perecedero. Pero comida, vestido, higiene, sexualidad y música constituyen precisamente la cultura, una especie de segunda creación derivada al igual que la creación original de los dioses, del cuerpo humano. Esta constatación del carácter mortal del cuerpo humano es otro de los puntos de anclaje de la cultura directamente relacionada, por ejemplo, con la adscripción a grupos de edad. Al igual que en la constatación de los fenómenos cíclicos de nacimiento y muerte propios de la Naturaleza (por ejemplo, en los ciclos anuales de las cosechas), la constatación de la mortalidad y el nacimiento del cuerpo humano también remite a un orden que se opone al caos anterior a la creación, y cuya suerte última está en manos de los dioses:

“De su suerte ningún hombre, sea cobarde o valiente, puede librarse una vez nacido. Vuelve a casa, ocúpate en las labores del telar y la rueca, y ordena a las esclavas que se apliquen al trabajo; y de la guerra nos cuidaremos cuantos varones nacimos en Ilión…” (7)

“Has colocado a cada hombre en su sitio y le has procurado lo necesario.
Cada uno tiene con que comer, y el tiempo de su vida está contado(…)
Todo país extranjero, por lejano que sea, le haces vivir también;
has puesto un Nilo en el cielo para que baje para ellos;
forma las corrientes de agua en las montañas como el mar-muy verde, para regar sus campos y sus territorios…” (8)

Y en último extremo, los seres humanos no se resignan a esa mortalidad. Se hacen enterrar con sus objetos cotidianos e incluso con sus servidores y familiares sacrificados: sus armas, sus objetos de valor y sus allegados son una prolongación de la vida de su cuerpo y por lo tanto deben acompañarlos también en la muerte. Por supuesto, cuando se hacen incinerar la transición adopta otras formas y significados. Pero la abolición, el aniquilamiento del cuerpo humano, convierte de golpe la adscripción de los individuos a grupos de género y edad en algo relativo y cuestionable. Es en este sentido en el que la muerte es uno de los hechos más difíciles de integrar por la cultura.

La segunda parte de la hipótesis formulada al principio es que, a partir de la constatación del cuerpo humano, los sujetos trasladan el carácter natural de éste al resto de los elementos de su mundo. Por ejemplo, las relaciones de obediencia/poder. Es natural que el niño obedezca al padre, que el joven obedezca al adulto, que -en las sociedades patriarcales- la mujer obedezca al hombre. Esta naturalización de las relaciones de obediencia/poder es justificada desde el sentido común por las diferencias constatables entre el cuerpo del niño y el del adulto y entre el cuerpo de la mujer y el del varón. A partir de ahí todos los demás elementos se naturalizan igualmente: el niño come y se viste de una forma distinta al adulto al igual que la mujer respecto al hombre. Las distintas formas de vestir y de preparar los alimentos devienen así fenómenos naturales .

Esto se hace extensible al resto de los elementos de la cultura: la sensibilidad, el arte, los oficios, las instituciones, el derecho…, están recorridos por relaciones de obediencia/poder ancladas en las adscripciones de género y edad, es decir, en el cuerpo humano.

Por supuesto, las formas históricas que adoptan estas realizaciones culturales varían sincrónica y diacrónicamente: las distinciones por género y edad, por ejemplo en el vestido o en la división del trabajo, pueden desdibujarse o acentuarse a lo largo de la historia. Así, en la segunda mitad del siglo XX en los países occidentales la mujer ha podido adoptar la forma de vestir del hombre, así como realizar muchos trabajos antes reservados exclusivamente al hombre, (fundamentalmente como consecuencia de la movilización masculina para la guerra con el consiguiente déficit de fuerza de trabajo en la industria civil, de defensa, etc); en cambio, las diferencias generacionales en el vestir y en la actividad -laboral o educativa- han tendido a acentuarse aquí; justo lo contrario que durante la Edad Media europea, cuando las formas de vestir y de actividad femeninas y masculinas estaban nítidamente diferenciadas ,(especialmente en los estamentos más altos de la sociedad), mientras que dichas diferencias tendían a desdibujarse entre los distintos grupos de edad, (los niños tendían a vestirse y a realizar el mismo tipo de actividad que los adultos de su grupo a una edad mucho más temprana que hoy). Diferencias similares podrían constatarse si comparásemos las marcas culturales de género y edad entre las distintas culturas actuales.

En definitiva, las adscripciones permanecen. En este sentido, no puede hablarse de una “crisis de género” en las sociedades occidentales contemporáneas, salvo introduciendo muchos matices. La superación de la adscripción de género supondría una revolución mucho más profunda que la transformación de las estructuras económicas. Supondría nada más y nada menos que el cuestionamiento del cuerpo humano como fuente de distinción cultural y de organización social del poder, creo que por primera vez en la historia. También sería inexacto definir la Edad Media europea como un momento de crisis de la adscripción por edad, pues si ésta era más débil en aspectos como el vestir y el trabajo, no lo era en otros, como la detentación de la riqueza o el poder político. Tanto en el mundo actual como en la Edad Media en occidente el género y la edad del otro son marcadores decisivos en las relaciones cara a cara. Cuando esto no sucede, cuando se introduce la ambigüedad, -por ejemplo en la relación de heterosexuales con homosexuales-, el rechazo del otro suele provenir de los primeros como consecuencia de la confusión: la duda de si el otro es un hombre o una mujer es la duda de si nuestro mundo es tan natural y necesario como nos creemos. En este sentido, la homosexualidad introduce un elemento corrosivo en las relaciones de obediencia/poder articuladas en torno a la adscripción de género. Estas relaciones dejan de parecer naturales desde el momento en que el otro es capaz de elegir algún aspecto de su cuerpo, por ejemplo la preferencia sexual, mientras que para el resto esto es algo tan natural e incuestionable como la mayoría de las instituciones sociales y culturales. Esto, por cierto, introduce un segundo problema: si el homosexual no elige arbitrariamente su orientación sexual sino que obedece en esto también a un impulso natural, entonces) no será que nuestro cuerpo no es tan “natural” como nos creemos? Si con el mismo aparato genital se puede tender a actuar como hombre o como mujer en cuanto a preferencia sexual, entonces) qué es ser hombre y ser mujer? Y si no sabemos qué es ser hombre y qué es ser mujer, porque nuestro cuerpo ya no nos lo indica anatómicamente, ) en qué basaremos nuestras adscripciones por género y todo el mundo cultural y de poder que se levanta sobre ellas? ) No nos habremos apresurado al dar un carácter natural a nuestro cuerpo, más aún, no nos habremos apresurado al dar un carácter natural a la misma Naturaleza? ) No será la Naturaleza una coartada para vivir nuestro mundo cultural como algo natural y necesario?

Las formas históricas que adoptan los elementos de una cultura como realidades naturales también varían sincrónica y diacrónicamente. Por ejemplo, un grupo puede percibir su país con todos los objetos, personas, creencias, etc, que lo conforman, como el único mundo humano originario existente, rodeado de mundos infra-humanos o derivados, habitados por extranjeros (bárbaros):

“Los sumerios consideraban su propio país como el centro del mundo y se consideraban a sí mismos como los descendientes directos del primer ser humano. Utilizaban el mismo ideograma para “ A kalam, el país de (Sumer) y A uku el pueblo de (Sumer)”.

Es significativo que el otro ideograma para designar “país”, “kur”, represente y designe “la montaña y no fuese utilizado más que para designar a los países extranjeros…” (9)

Por el contrario, puede percibir su país como uno más, igual de humano y antiguo que otros, aunque le atribuya cualidades diferentes, especiales… Este sería el caso de las modernas naciones, cuya naturalización puede consistir en la sublimación de las relaciones de mercado:

“ La concepción de las mercancías como valores de uso es una condición necesaria para la percepción -ilusoria- de la Nación como Realidad. Los individuos sólo pueden percibir a la Nación en la que viven en los objetos que les rodean en su vida ordinaria (las casas, medios de transporte, periódicos, etc.), y sólo pueden hacerlo si los ven como tales objetos, es decir, como valores de uso…” (10)

“Cómo se puede ver, tocar, en una palabra, percibir un país? Imaginemos todos los objetos que produce su industria, su agricultura, sus servicios, como si hubiesen sido creados para satisfacer necesidades humanas, y no para ser intercambiados unos por otros con el propósito de obtener beneficios. Para satisfacer esas necesidades, esos objetos tendrán que cumplir una serie de requisitos físicos: tendrán una forma, un tamaño, un color visibles. Si a esos objetos les ponemos el adjetivo de españoles, ya tenemos a la Nación convertida en una realidad visible”. (11)

En cualquier caso, ya se trate de una antigua civilización agraria o de una moderna nación industrial, se produce un proceso análogo de naturalización, en primer lugar del propio ser humano como cuerpo masculino, femenino, adulto, etc.

Un caso típico de naturalización abusiva es el etnocentrismo. Al parecer éste es un denominador común de todas las culturas. Los miembros de un grupo ven sus cuerpos, sus vestidos, sus casas, sus dioses, etc, como cualitativamente distintos (mejores) que los de los demás seres humanos. Esta percepción de la propia superioridad es una construcción cultural aparentemente inmune a los siguientes hechos: 1 1 la constatación de que todos los seres humanos pertenecen a una misma especie; 2 1 la constatación de la propia diversidad étnica; y 3 1 la constatación del propio origen del grupo, con frecuencia un producto de sucesivos procesos de etnogénesis en torno a una elite nuclear, portadora de los signos articuladores de la identidad del grupo. En cualquier caso, esta sobre naturalización del cuerpo permite una naturalización de la guerra y las demás formas de violencia que se ejercen sobre los otros, al igual que permite ver las relaciones de obediencia y poder en el seno del propio grupo como algo natural. En definitiva el otro es el que tiene un cuerpo distinto al nuestro, perfectamente visible en su vestimenta, sus costumbres, sus creencias, etc. La consecuencia extrema de esto es el individualismo (todos son los otros ).

El olvido o la ignorancia de la historia del grupo es el desconocimiento de cómo se ha formado el cuerpo y, con él, el vestido, la preparación de los alimentos, la división del trabajo, las creencias religiosas… No es pues, casual, que la mayor parte de la historia humana haya transcurrido sobre el trasfondo del desconocimiento del proceso de hominización ). Qué habría sido sin este desconocimiento de la inmensa mayoría de las realizaciones artísticas, políticas o religiosas de la humanidad? ). Qué pueblo habría creado el Génesis de saberlo pura ficción o habría obedecido a reyes cuyo árbol genealógico se remonta a los primates?

Por el contrario, la recuperación de la historia, la construcción del conocimiento del pasado del grupo , es la recuperación del cuerpo de su falso estado de Naturaleza , de su reducción a fundamento último del poder. El joven Marx creía que cuando se superase el capitalismo las personas descubrirían nuevas cualidades en los objetos, hasta entonces obscurecidos por su carácter de mercancías . Algo parecido podría decirse del cuerpo, en el que los seres humanos podrían descubrirse a sí mismos cuando lo desposeyesen de su carácter masculino, femenino, adulto, etc. Esto nos lleva al concepto de persona como ser humano que amalgama en el mismo cuerpo rasgos femeninos, masculinos, infantiles, adultos…

Parafraseando a Feuerbach podemos decir que el cuerpo es la autoconciencia primaria e indirecta de los seres humanos exclusivamente como mujeres, hombres, adultos, niños, viejos, etc. (12)

Esta percepción primitiva ha permanecido intacta a través del desarrollo tecnológico, cultural y político de los dos últimos siglos, convirtiéndose en un obstáculo para el aprovechamiento humano de las nuevas posibilidades abiertas por esos procesos. A modo de ilustración baste señalar los siguientes textos:

“La muerte nos lleva sin consultarnos. Los jóvenes se van antes que los viejos. Nosotras las mujeres somos afortunadas, por no estar sujetas al duelo, pero tenemos otras enfermedades que no padecen los hombres. Nosotras tenemos hijos…” (13)
“Una obstinada mala estrella me persigue, pues ya voy por la tercera mujer, y ninguna de ellas me ha dado una hija, ni menos aún un hijo y primogénito…” (14)
“Visita subió entonces al columpio, pero con las piernas atadas: no quería que se le viesen los bajos.
Obdulia protestó.
-¿Cómo?, pues se veía algo? ¡No quiero!, ¡no quiero!, ¿por qué no se me ha advertido? Esto es una traición.
-Tiene razón esta señora, dijo don Víctor, igualdad ante la ley; fuera esa cuerda.
Edelmira subió al columpio sin atarse. No había para qué tomar precauciones, no se veía nada…” (15)
“Me imagino que eres el nuevo chico, ¿no?, gritó la voz a través del ojo de la cerradura.
-Sí, señor, respondió Oliverio.
-¿Qué edad tienes?, preguntó la voz.
-Diez años, señor, contestó Oliverio.
– Entonces ya te zurraré en cuanto entre…”(16)

Así, el cuerpo divide a los grupos humanos en dos mundos o niveles contrapuestos: el de los hombres adultos, que encarnan la cultura en sus aspectos más abstractos y elevados; y el de las mujeres y los miembros no iniciados aún en el mundo de los adultos, o destinados a estar excluidos permanentemente de él, como los miembros de otras étnias no privilegiadas o las propias mujeres. Este segundo nivel encarnaría los aspectos más bajos de la cultura, los más próximos a la Naturaleza .

En este sentido, el cuerpo se convierte en un obstáculo para el disfrute de la vida, en un dispositivo cuyo programa es el dominio y la autocontención, proyectado a todas las realizaciones humanas, desde la religión hasta la tecnología, a lo largo de la historia.

Carlos Almira Picazo
Artículo publicado el 03/01/2008

Notas _______________
(1) La Epopeya de Gilgamesh : Madrid, Ed. Akal, 1998 pp. 326-327.
(2) El himno a Atón , incluido en PADRÓ, Josep: H 0 del Egipto Faraonico . Madrid, Alianza Editorial, 1997 p. 328.
(3) Génesis 1, 26.
(4) Estela de Sabacón , incluida en PADRÓ, J. op.cit. p.131
(5)La Iliada : Madrid, Ed. Akal 1985, p. 160.
(6) La Epopeya de Gilgamesh , op cit, pp. 300-301.
(7) La Iliada , op cit, p. 130.
(8) Himno a Atón , incluido en PADRÓ, J. op cit, p. 328.
(9 )ROUX, Georges: Mesopotamia. H 0 política, económica y cultural . Madrid, Ed. Akal, 1990 p. 121.
(10) ALMIRA, Carlos: ( Viva España! El nacionalismo fundacional del régimen de Franco . 1939-1943 . Granada, Ed. Comares, 1998 p. 97.
(11) ALMIRA, C. op cit, p. 97.
(12) La religión es la autoconciencia primaria e indirecta del hombre. La religión precede siempre a la filosofía tanto en la historia de la humanidad como en la historia de los individuos. El hombre su esencia fuera de sí, antes de encontrarla en sí mismo . En, FEUERBACH, Ludwig: La esencia del cristianismo . Madrid, Ed. Trotta, 1995 p. 65.
(13) BALZAC, Honoré: El tío Goriot . Madrid, Ed. Cátedra, 1985 230.
(14) KELLER, Gottfried: La gente de Seldwyla . Madrid, Ed. Cátedra, 1996 p. 359
(15) CLARÍN, Leopoldo Alas: La Regenta . Madrid, Alianza Editorial, 1998 pp. 420-421.
(16) DICKENS, Charles: Aventuras de Oliverio Twist . Madrid, Ed. Alfaguara, 1994 p. 48.

 

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Un comentario

esto me parese una buena ayuda para los que lo necesitas

Por natali galeano tabares el día 17/06/2014 a las 15:10. Responder #

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Requerido.

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