EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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El hombre parresiasta y la reificación mítica del animal político.

por Luis Andrés Zamorano
Artículo publicado el 16/08/2013

El presente artículo es de autoría exclusiva y se desarrolla al interior de los seminarios doctorales Límite, Juego, Sentido y Tratado de la Argumentación presididos por el Filósofo Cristóbal Holzapfel en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, al interior del proyecto editorial Metrópolis: Arte / Comunicación/ Cultura,
cuyo corpus teórico se presenta como un acápite de un libro en desarrollo titulado Dispositivos Escriturales y Hechos de habla.

Prólogo
El presente artículo examina la continua y progresiva decadencia de las matrices ilustrativas y deliberativas que construyen y posibilitan el espacio público como espacio de deliberación, un espacio en donde el hombre y el ciudadano en general se constituye como subjetividad y diálogo de enfrentamiento, diferenciándose dialógicamente con sus pares por medio del discurso veraz, lugar en donde se colocan a prueba los embustes, engaños y adulaciones que Foucault nos entrega para poder pensar de lleno y como condición de posibilidad una ciudadanía que como la griega este atravesada por el coraje del decir veraz, aun cuando esta verdad problemática ante el tirano pusiese costarnos la vida, a la manera de un fundamento ético de la democracia y lenguaje ateniense que en nuestros tiempo se ha dejado de lado, y que hoy es el momento de colocarlo nuevamente a prueba como acto de valentía, agenciamiento y compromiso consigo mismo y los demás.

El hombre frente al tirano.
Tal como lo plantea Foucault, el “enunciado parresiástico” se daba muchas veces en ocasiones límites, en donde el polites, tomaba la palabra y decía la verdad frente al tirano, aunque esta verdad enunciada implicara perder la vida. Esta figura prototípica del “discurso parresiástico” se diferencia radicalmente, de los discursos y “enunciados performativos” trabajados por Austin y Searle. Para que se dé la oportunidad y una ecología necesaria para la aparición del enunciado performativo, “es preciso que exista cierto contexto, más o menos estrictamente institucionalizado, y un individuo que tenga el estatus necesario o se encuentre en una situación bien definida” (Foucault, 2009: 77). De ahí que la existencia de un enunciado de esta naturaleza, implique un individuo que lo formula y lo da a conocer; “este es performativo en cuanto resulta que la enunciación misma efectúa la cosa enunciada” (Foucault, 2009: 78); de ahí que lo performativo se cumpla en un mundo que garantice que el mero decir enunciativo efectúe y haga aparecer la cosa o referente pronunciado.

Plutarco ya nos advertía, ahora en otros términos, que el “enunciado performativo” y en “enunciado parresiástico”, constataban la figura del soberano. En el primero, el soberano arbitrariamente toma la palabra, y hace y crea con la palabra lo que dice. Y en el segundo caso, el enunciado que dice la verdad, la dice ante un soberano que ante la más mínima diferencia de juicio/acto pudiese ejecutarlo; escena clásica que también se ejemplifica con “Edipo Rey” de Sófocles. La intervención parresiástica revela la posibilidad de desfabular y deshabitar las creencias, reconduciendo el trabajo sobre sí mismo a ese sí sincero de la verdad y los hechos mismos, obligándolo a enfrentar desde prácticas concretas, transformaciones parciales consigo mismo. Se trata así, de lo que Foucault categoriza como ontología crítica de nosotros mismos, pues “la ontología crítica de nosotros mismos no hay que considerarla como una teoría, una doctrina, ni tampoco como un cuerpo permanente de saber que se acumula; es necesario concebirla como una actitud, un ethós, una vida filosófica en la que la crítica de lo que nosotros somos, es a la vez, análisis histórico de los límites que nos son impuestos y prueba de su posible transgresión” (Terán, 1995: 77).

Ahora bien, existe un punto de inflexión fundamental que los distancia y diferencia uno del otro, porque en el “enunciado performativo” el contexto, su soporte cultural y material, como los elementos que lo componen, posibilitan un efecto ya conocido, regulado, codificado y normalizado, en el que radica el carácter performativo del enunciado. Por su parte en el “enunciado parresiástico”, o bien en el acto mismo de parrhesía, esa variedad de elementos que determinaban al enunciado performativo como su contexto y el soporte institucional que lo contiene no lo afecta, ni lo determina en el acto del enunciar, porque su enunciar se presenta como acto y practica irruptiva, que por medio de su enunciar verdadero abre y determina una determinada situación, porque lo abre al dialogo, la diferencia y el litigio, caso contrario al primer tipo de enunciado, produciéndose entonces ahora unos efectos desconocidos, “la parrhesía no produce un efecto codificado, abre un riesgo indeterminado (…) en función de los elementos de la situación” (Foucault, 2009: 78). Situación que por lo demás, convoca a un riesgo abierto y sumamente peligroso, como posibilitador, ya que las pasiones que lo animan pueden llevarlo a la muerte o al sacrifico.

“En el progreso de una demostración que se hace en condiciones neutras no hay parrhesía aunque haya un enunciado de la verdad, porque quien enuncia de tal modo ésta no corre ningún riesgo (…) pero a partir del momento en que el enunciado de la verdad sea desde dentro –piensen en Galileo-, o desde afuera de un proceder demostrativo, constituye un acontecimiento irruptivo, que expone al sujeto que habla a un riesgo no definido o mal definido, [en tal situación] puede entonces decirse que hay parrhesía” (Foucault, 2009: 79).

Tal como nos damos cuenta, en un “enunciado performativo”, el estatus del sujeto de la enunciación es sumamente importante, ya que este habita y enuncia desde el interior de una ecología sumamente estructurada y jerarquizada, que se muestra en la arbitrariedad de sus juicios banales, en donde el discurso enunciado no implica un conocimiento cabal e irrefutable con relación a lo que enuncia, o bien, a su objeto de referencia, lo que en Heidegger se materializa en el concepto de la Habladuría, “fenómeno positivo que constituye la forma de ser del comprender e interpretar del ser ahí cotidiano” (Heidegger, 2000: 186); ser que por lo demás es precedido e interpelado por esta; siendo el mismo parte y condición de posibilidad de esta.

Figura que por lo demás deja en evidencia la poca importancia, y más aun, la no-correspondencia entre quien enuncia, el enunciado mismo, y el objeto de referencia de la enunciación. Caso contrario a lo que se da en la “enunciación parresiástica”, ya que en el acto mismo de parrhesía la indiferencia dada en el enunciado performativo no es posible, porque este acto de parrhesía es una verdad que muestra, se figura y se da a conocer en dos niveles analíticos distintos, pero a la vez intrínsecamente relacionados:

“Un primer nivel que es el del enunciado de la verdad misma (en ese momento, al igual que el performativo, se dice la cosa y punto), y un segundo nivel del acto parresiástico, de la enunciación parresiástica, que es la afirmación de la verdad de lo que se dice: uno mismo lo cree, lo estima y lo considera en concreto como auténticamente verdadero” (Foucault, 2009: 80).

Esto demuestra, una afirmación sobre la afirmación ya demostrada implícitamente por Plutarco, ahora ejemplificada por Foucault. Esta afirmación de la afirmación, o bien, esta afirmación sobre la afirmación, en el acto parresiástico o escena que constituye a la parrhesía, se legitima y (discutiblemente) se esencializa, en el carácter propiamente público de la afirmación, bajo una escena en la que también se encuentra el tirano; tirano frente al cual se dice una verdad, y se afirma una convicción litigante como proceso subjetivacional diferenciado, frente a los cortesanos cuya actitud y rasgos kinésicos variaran en la escena representacional, “lo manifestado por esa escena, esta suerte de justa, este desafío, es el ritual solemne del decir veraz en el cual el sujeto compromete lo que piensa en lo que dice, en el cual atestigua la verdad de lo que piensa en la enunciación de lo que dice” (Foucault, 2009: 81), ritual contrario a las prácticas mito políticas de la contemporaneidad, en donde la masa se vuelve una “religión secularizada”.

ii. La parrhesía y el coraje del decir veraz.

Especie de pacto entre el “enunciado parresiástico” con el sujeto de la enunciación, y entre el hablante parresiástico consigo mismo. Pacto veraz que se deja ver en el acto de la enunciación, sea este implícito o explícito, imaginario o figurativo, por el cual el sujeto se liga al enunciado, pero a la vez a la enunciación misma; pacto parresiástico del sujeto consigo mismo desde donde se liga al contenido del enunciado y acto mismo de la enunciación:

“Por un lado, en la parrhesía el sujeto dice: ésta es la verdad. Dice que piensa efectivamente esa verdad, y en ese aspecto él mismo se liga al enunciado y a su contenido. Pero también hace un pacto en cuanto dice: soy quien ha dicho esa verdad; por lo tanto, me ligo a la enunciación y corro el riesgo de todas sus consecuencias” (Foucault, 2009: 81).

De ahí que no cabe duda, a que existen más diferencias entre lo performativo y parresiástico de los enunciados político/mediales y/o actos u manifestaciones político- simbólicas no convencionales, ya que en el caso del primero supone de que quien habla no solo tiene el estatus para pronunciar lo que enuncia, sino que también tiene el soporte material y normativo que lo posibilita como enunciador, por el contrario en el acto de parrhesía no es importante si el sujeto que enuncia tenga o no un estatus o la facultad de poder enunciar una verdad, porque este puede ser cualquiera, y no necesariamente debe tener un soporte material y jurídico- institucional que lo legitime, faculte y haga posible.

De ahí que, en este último caso, el enunciado, su enunciador y su puesta en escena, se encuentren al margen de todo estatus y marco jerárquico normativo, porque su codificación es alternativa a un marco institucional y/o artístico y cultural, lo que no se deja determinar por una determinada situación, “el parresiásta es quien hace valer su propia libertad de individuo que habla” (Foucault, 2009: 81), “en el corazón de la parrhesía no encontramos el estatus social, institucional del sujeto, sino su coraje” (Foucault, 2009: 82). De ahí que a diferencia de éste, en el “enunciado performativo”, el estatus, el rol, y la escala jerárquica en la que se encuentre el sujeto de la enunciación, la situación y por ende su enunciado determinan lo que se puede y debe enunciar, no dándose en este escenario comunicacional una libertad enunciativa noble, sincera, virtuosa y veraz, al estar al interior de una estructura, que bien, en la actualidad pudiese presentarse o escenificarse como una ecología político/virtual, que la determina y la posibilita, presentándose eventualmente el sujeto de la enunciación performativa, como sujeto instrumentalizado, objetado por unas hablas y tramados sígnicos que lo predefinen y predeterminan.

De ahí, que el “enunciado performativo” sea una manera de hablar, decir y enjuiciar que se sobrelleva y se hace posible desde un aparataje técnico/político, que en la contemporaneidad, se da por medio de un dispositivo que evidencia por medio de imágenes, rostros, clasificaciones, etc., a unos “otros” referentes, para desacreditar con esta sus hablas, litigios y procesos de subjetivación en la escena política y social que lo contiene y en la que habita. Por el contrario, la parrhesía se presenta como una manera de hablar, actuar y una manera de decir la verdad que por su mera posibilidad subjetivacional se abre al riesgo para sí mismo de morir, o bien, de que sea objeto de una nominación como estigmatización que lo expulse y margine del Estado que lo contiene, porque es considerado peligroso para el orden jurídico/institucional que lo contiene, por medio de una dura y larga batalla en su constante devenir movimiento y litigio emancipante.

Manera de abrir el riesgo para sí como acto sacrificial, y manera de invocar al riesgo de los demás y hacía los demás, por medio de un decir enunciativo veraz y sincero, como proceso subjetivacional y litigante que busca agenciarse y transformar una determinada realidad en medio de un contexto que busca retenerlo, al convertirse en un interlocutor de sí mismo en el acto de habla, al estar íntimamente en un relación sincera y de correspondencia con lo que dice, como acto valeroso, y eventualmente ético. “Es el libre coraje por el cual uno se liga a sí mismo en el acto de decir la verdad (…) ética del decir veraz, en su acto arriesgado y libre” (Foucault, 2009: 82), materializada en la actualidad en la figura del acto verídico o la veracidad del acto de habla como compromiso consigo mismo. Veridicción nietzscheana como riesgo consciente y voluntarista, no como riesgo involuntario, sino que como confirmación de su potencia.

Tal como lo plantea Michel Foucault, la parrhesía coloca en discusión una cuestión de carácter filosófico fundamental, porque coloca en discusión el lazo que se logra establecer entre la libertad y la verdad; en términos estrictos, no como la verdad contiene, limita o restringe eventualmente el ejercicio de la libertad, sino más bien como la verdad como ejercicio ético/político se presenta como pura libertad en juego. Ahora bien, si partimos de los escritos de Plutarco, sobre como Dionisio quiere matar a Platón por su decir parresiástico, también debemos tomar en cuenta que este enunciado parresiástico como decir que se cree veraz por parte de quien lo enuncia, conlleva un riesgo; riesgo que tal como plantea Foucault, tiene un efecto de rebote sobre el sujeto mismo de la enunciación, pero que de ninguna manera debe entenderse como una consecuencia, ya que aquí estaríamos habitando en una lógica de causalidad. Hecho que se ejemplifica con las siguientes palabras:
“Si hubo parrhesía no fue de hecho porque Dionisio, de alguna manera, haya querido matar a Platón por haber dicho lo que dijo. [Más bien] hay parrhesía, en sustancia, a partir del momento en que Platón acepta el riesgo de ser exiliado, asesinado, vendido, etc., por decir la [supuesta] verdad” (Foucault, 2009: 83).

De ahí, que la parrhesía sea una actitud por medio de la cual el sujeto de la enunciación se liga a su propio enunciado, como a sus peligros inmediatos como efectos del discurso enunciado. Si en este caso la situación, contexto o soporte material, no alteran a los enunciados, porque el acto de parrhesía es un acto de compromiso consigo mismo, en el enunciado performativo si afectara, porque porta un valor y un sentido concreto, y estos no serán los mismos si la situación y el sujeto hablante son diferentes.

Tal como lo plantea Michel Foucault, la parrhesía trae un conjunto de hechos discursivos, hechos de habla, y actos discursivos parresiásticos en donde el contexto, soporte o estatus de quien habla no afectan ni modifican el sentido y el valor del enunciado pronunciado; porque en la parrhesía el enunciado y el acto de la enunciación van a modificar ya, no el sentido del enunciado sino que más bien, a quien enuncia ese enunciado, o sea al modo de ser del sujeto parresiásta. Esta retroacción, hace que el acontecimiento del enunciado modifique el modo de ser del sujeto, o bien, que al producirse este acontecimiento de la enunciación, el sujeto parresiásta se afirme en la modificación, y determine cuál es su singular modo de ser en cuanto sujeto que habla, y en cuanto habla misma; hecho que se ejemplifica, en lo que Foucault llamo “dramática del discurso”, que es:

“El análisis de los hechos discursivos, desde donde se muestran de qué manera los acontecimientos de la enunciación pueden afectar el ser del enunciador (…) la parrhesía es exactamente lo que podríamos calificar de uno de los aspectos y una de las formas de la dramática del discurso verdadero (…) al afirmar la verdad, y en el acto mismo de esa afirmación, uno se constituye como la persona que dice esa verdad” (Foucault, 2009: 84).

En términos estrictos, podríamos inferir que el análisis del acto parresiástico, constituye el análisis mismo de la “dramática del discurso veraz” que manifiesta un contrato del sujeto que enuncia consigo mismo en el acto del decir verídico. Sujeto del decir veraz, que puede manifestarse por medio de la figura del profeta, el filósofo, el sabio, el adivino, el rey, etc.; de ahí que Foucault nos incentive al trasfondo filosófico entre la obligación del decir veraz y el ejercicio que significa e implica ese decir al interior de la dramática del discurso verdadero para poder crear una historia del discurso de la gubernamentalidad, tomando como hilo esencial del análisis, esa dramática del discurso veraz, para lograr así dar con sus formas performáticas más inmediatas.

Según Foucault, en la Antigüedad se habría dado dos formas de “enunciación parresiástica” caracterizadas por una cierta dramática del discurso verdadero en el orden de la política, que caracterizaría al “orador público”, y otra que posteriormente caracterizaría una cierta “dramática del consejero”, que junto al príncipe toma la palabra y le dice como debe actuar, y que debe decir. A su vez irrumpiría una determinada “dramática del ministro”, como nueva dramática del discurso verdadero en el orden la política, que se abre paso en el siglo XVI, justamente cuando el arte de gobernar se autonomiza, consolida y se cimienta con una estructura que porta un dispositivo técnico de gobierno en función a la razón de Estado. A su vez, posterior a esta dramática sobrellevada por un cierto saber o razón de Estado, se presentara otra figura bajo el discurso verdadero en el orden de la política, que es el “discurso crítico” durante el siglo XVIII y que proseguirá y se consolidara en el siglo XIX, XX, XXI; que posibilitará otra dramática del discurso verdadero ahora bajo la figura del “ser revolucionario”.

En términos generales, el concepto de parrhesía cambia en su formulación y concepción en la antigüedad, respecto de la época clásica, ya que en esta última se complejiza. Con Plutarco, la parrhesía aparece relacionada a una suerte de virtud personal de quien enuncia su discurso veraz, que en los términos de Gabi Romano se escenificaría de la siguiente manera; “la parrhesía grecorromana, [se presenta] como la práctica que enlaza los devenires vitales a la franqueza, el coraje y las verdades” (Romano, 2004: 1); cualidad y coraje que se da por medio del uso de la libertad como decir verídico. En cambio, ya entrada la época clásica, la palabra y el acto parresiástico no porta de manera fundamental y esencial esta virtud del coraje de quien enuncia, porque más bien se le identifica ahora a una estructura política que caracterizara y hará posible ahora en adelante a la ciudad política, y con esta a un estatus sociopolítico que solo portaran algunos individuos dentro de esta ciudad. Ciudad política, que Polibio ejemplificara con la de los aqueos; ciudad en donde se encuentra una Demokratía, una Isegoría, y la Parrhesía.

“Demokratía [democracia], es decir la participación, no de todos, sino de todo el demos, o sea todos los que, en su condición de ciudadanos y por consiguiente de miembros del demos, pueden participar del poder. Isegoría [igualdad], se relaciona con la estructura de igualdad que hace que derecho y deber, libertad y obligación sean los mismos, sean iguales (…) para todos los que forman parte del demos y, por ende, disfrutan del estatus de ciudadanos. Y la tercera y última característica de esos Estados, es el hecho de que en ellos encontramos la parrhesía (…) libertad que gozan los ciudadanos de tomar la palabra en el campo de la política” (Foucault, 2009: 87).

Palabra política tanto desde un semblante abstracto como la actividad política, como de uno concreto, el derecho ciudadano a la asamblea política, posibilitando a la parrhesía como estructura política, o estructura general de la ciudad con individuos con estatus de ciudadanos políticos.

Santiago de Chile, Agosto del 2013
Notas y Bibliografía
Austin, J. (1988), Como hacer cosas con palabras. Palabras y acciones. Barcelona: Paidós.
Foucault, M. (1980), la Verdad y las formas jurídicas. España: Gedisa.
Foucault, M. (2009), El Gobierno de sí y de los otros. Argentina: FCE.
Foucault, M. (1968), Orden del discurso. México: Tusquets.
Foucault, M. (2003), Las palabras y las cosas. Argentina: XXI.
Heidegger, M. (2000), El ser y el tiempo. México: FCE.
Romano, G. (2004), Ethopoíesis y vidas parresiásticas. España: Babab.
Searle, J. (2001), Actos de habla. Ensayo de filosofía del lenguaje. Madrid: Cátedra.
Terán, O. (1995), Michel Foucault: Discurso, poder y subjetividad. Buenos Aires: El Cielo por Asalto.
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