El derecho a la pereza de Paul Lafargue (1842-1911) representó siempre un enorme desafío para las ideas liberales y capitalistas de la sociedad tanto como para los marxistas (los de Partido y los del Socialismo Real). De un lado y de otro se echó un manto de silencio y olvido sobre ese libro único en la historia de la cultura humana. Al cabo, terminó por volverse en un libro clandestino, literalmente. Un objeto de culto por parte de unos pocos.
Las ideas de Lafargue han sido re-elaboradas posteriormente por parte de unos pocos autores, entre los cuales cabe destacar a W. Morris (1834-1896) – El trabajo útil contra el esfuerzo inútil, a B. Black (1951- ) – La abolición del trabajo -, y a N. Srnicek (1982 – ) y A. Williams (1984 – ) con Inventando el futuro. El postcapitalismo y un mundo sin trabajo. Alguno, un autor anarquista, pero todos escritores y periodistas calificados de izquierda. Son demasiado escasos los trabajos en nuestros días acerca de la lógica, esto es, la necesidad, la realidad, las posibilidades de los sistemas de trabajo. Las ciencias sociales (economía, sociología, historia, antropología, psicología, por ejemplo) tienen aquí una deuda pendiente.
Dos ideas de claro cuño fascista y nazi se encuentran en la base de la idea del trabajo en el mundo contemporáneo y hasta nuestros días. De un lado, se trata de la idea: “En cuerpo sano, mente sana”, un lema que abiertamente fue promovido por el régimen nacionalsocialista de Hitler, pero cuyos orígenes se remontan al Imperio Romano. De otra parte, es la idea según la cual “La pereza es la madre de todos los vicios”, y que constituye un llamado a estar permanentemente ocupado, trabajando, laborando, haciendo faenas, a fin, presuntamente, evitar ideas perniciosas. Trabajo, por tanto, mucho trabajo. Sin olvidar el aviso que se encontraba a la entrada de los campos de concentración nazis: “El trabajo os hará libres” (Arbeit macht frei).
La cultura de nuestros días está claramente permeada por prácticas, idearios y valores claramente nazis y fascistas. Algo que un autor (J. Goldberg) ha denominado con acierto como el fascismo liberal.
El sistema de trabajo constituye el más fuerte de los anclajes y formas de determinismo de la vida, en las sociedades actuales. Las expresiones e hilos son numerosos. Así, por ejemplo, la niñez se define en el tránsito hacia la juventud como en función del trabajo. Quienes logran acceder a la educación superior toman sus decisiones de estudio (carrera) condicionados por el sistema casa-escuela en función de lo que harán cuando se gradúen. Quienes entran a trabajar en una empresa determinada, definen su propia existencia en términos de los salarios y la estabilidad laboral: entonces se casan, se endeudan, compran y alquilan. Los adultos mayores mismos, ven con angustia en muchos casos la jubilación, como si no hubiera vida después del trabajo. Para no hablar de la crisis del sistema pensional alrededor del mundo. Las gentes definen toda su biografía, consciente o inconscientemente a partir del trabajo.
Sin ambages, el sistema de salud está enteramente definido en términos de las políticas de trabajo y salario de los trabajadores y empleados. Como lo está, asimismo, el sistema vacacional y hotelero (temporadas altas y temporadas bajas), a partir de la díada estudio-trabajo. Y siempre, el trabajo informal, y un ejército de desempleados.
La verdad es que la gente se muere yendo al trabajo, se muere en el trabajo, y se muere después del trabajo. Si la salud mental es el principal problema de salud pública de las sociedades contemporáneas, el principal factor de estrés es el sistema de trabajo (acoso laboral acoso sexual, salarios de hambre, condiciones de trabajo insalubres o indignas, ausencia de sistemas de asociación y defensa de los trabajadores, etc.). Al respecto cabe recordar un proverbio. Los japoneses, usualmente muy sabios, sostenían desde la antigüedad la idea de que no vale llorar por algo que no te llore. Pero si es así, entonces, por extensión. Tampoco vale la pena morirse por algo que es incapaz de morir por uno.
Las corporaciones, el sistema del mercado y el propio estado crean muchas clases de personas, pero todas están marcadas por la necesidad del trabajo. Vivir para trabajar, vivir trabajando. Lo que menos existe y se promueve, es la existencia de gentes libres. Y la libertad, sin la menor duda, comienza por el ocio. Que es cualquier cosa menos holgazanería.
En verdad, la libertad comienza, sostenía Lafargue, por la capacidad de ocio (scholé, en griego antiguo, Freizeit, en alemán, leisure en inglés, loisir en francEl capitalismo es un sistema de control so se hace predecible el tiempo libre disponible que pudieran tener. Y ese tiempo disponés). Y el ocio no es simple y llanamente otra cosa que la capacidad de tomar el tiempo libre, esto es, la propia vida, en sus propias manos. El mundo empresarial, el mundo de la economía, todo ese mundo que se llena la boca hablando de “emprendimiento” y “competitividad”, es en suma, la negación del ocio. Literalmente, el neg-ocio. Eso es el capitalismo.
Si algo revuelve las tripas de las empresas, instituciones y corporaciones es el ocio. Por eso animan a las gentes a que “hagan algo con su tiempo libre”.
Pues bien, el ocio no es simple y llanamente otra cosa que la capacidad de cada quien de disfrutar el tiempo por decisión propia. El ocio coincide con el juego, las fiestas, los festivales, los carnavales, la creatividad, las artes, el vivir-conjuntamente, en fin, el comensalismo. El comensalismo, que es la antípoda de la depredación y el utilitarismo.
Como se aprecia sin dificultad, no en última instancia, esta es la razón por la que el capitalismo tiene serios problemas con las humanidades en general. La poseía y la literatura, las artes, los procesos de experimentación libre, los estudios culturales (que son habitualmente críticos), la filosofía misma. Los pueblos Andinos le han recordado al mundo entero el nombre del problema: se trata de saber vivir, o de vivir bien (suma qamaña, sumak kawsay).
En el mundo del negocio –neg-ocio (Neg-otium)– no hay tiempo libre y el tiempo es dinero, como se dice. En ese mundo todo se ha vuelto una mercancía (commodities), y lo que la gente vende no es en realidad su fuerza de trabajo mental o física, como creía Marx, sino, peor aún, su capacidad de tener tiempo libre. Sin ambages, la gente le vende su alma al diablo, como en la gran literatura de Goethe o de Th. Mann. Mefistófeles, Fausto, o el sistema laboral y de trabajo. Con la tragedia de que al momento de su muerte no logran reversar el pacto, como sí sucede en la obra de Goethe o de Mann, por ejemplo. Mueren condenados, a saber: condenados por el sistema de trabajo. Y mueren sin jamás haber vivido.
Ya el Oscuro de Éfeso lo sostenía con clarividencia: “Inmortales mortales, mortales inmortales: viviendo la muerte de aquellos, la vida de aquellos muriendo” (D-K, 62). No en vano Heráclito jamás formó parte del guión principal de Occidente, moviéndose siempre entre comisuras e intersticios, molesto para Tirios tanto como par Troyanos.
Como quiera que sea, el control organizacional implica planeación, estrategia, reingeniería, tiempos de control, supervisión, y permanente evaluación y re-evaluación. Con todo ello, literalmente, los empleados y trabajadores (ya nadie habla hoy en día de obreros y campesinos; mas bien se ha introducido el eufemismo de: “colaboradores”, a fin de evitar el empleo de “trabajadores y empleados”. Que es cuando se hacen cosas con palabras) se vuelven altamente predecibles. Incluso se hace predecible el tiempo libre disponible que pudieran tener. Y ese tiempo disponible es manejado (gerenciado) mediante actividades, seminarios, retiros o convivencias de distinto tipo. Para ello existen las Cajas de Compensación, con los diferentes nombres que adquieren en cada país. El capitalismo es un sistema de control panóptico. En eso consiste su inteligencia.
(Contra esta inteligencia del capitalismo, la inteligencia de las gentes estriba en hacerse impredecibles, tanto como quepa imaginar, tanto como sea posible. La impredecibilidad es, sin duda alguna, el nombre de la emancipación en el mundo actual del trabajo. Literalmente, se trata de hacerse impredecibles ante los sistemas de control, de disciplina, de previsión y planeación).
En verdad, lo que impera en el sistema de trabajo es exactamente lo que define al sistema educativo, a las prisiones y los hospitales psiquiátricos: un sistema de disciplina. Todos, sistemas teleológicos, esto es, sistemas definidos en función de metas, tareas, planes, objetivos. El sistema capitalista del “libre mercado” es, así, el mejor producto de la racionalidad occidental que se inaugura con los griegos, los cuales introducen en la historia de la humanidad la idea de fines (telos), los cuales son traducidos en el lenguaje actual como: “Misión”, “Visión”, “Objetivos”. El capitalismo es el sistema por excelencia de los fines, y hace de los fines mimos planes y estrategias, sin dejar nada al azar ni al descuido. Los fines son elaborados, programados y diseñados. Y cuando se hace necesario, se re-examinan, pero simplemente para poner otras finalidades más acordes o afines.
Dos instrumentos favoritos del sistema de trabajo y libre mercado son, por tanto, la teoría de probabilidades y los estudios de riesgo. Dos formas de domar el azar y la incertidumbre e imponer el reino de los fines y la necesidad. El triunfo del determinismo – y el reduccionismo.
En todos los casos, es claro que el más alto valor, directa o implícitamente, promovido por el sistema de trabajo es la lealtad, la obediencia, la disciplina. “Ponerse la camiseta”, para decirlo coloquialmente. Pero entonces, cabe recordar que la lealtad es el más importante valor dentro de las mafias (la Camorra, la Cosa Nostra, los Yakuza, las ´nrinas y la ´ndraghetta, por ejemplo)? Análogamente a la mafias, se trata de cuidar ante todo “la Cosa Nostra”, y no filtrar ninguna información a la competencia. Es cuando las analogías y las metáforas son más exactas que la realidad misma.
El mundo del trabajo impone lealtades y exige lealtad y obediencia, disciplina y mucho trabajo. Y siempre la mejor disposición y actitud. Y sobre su base están garantizados los ascensos y la estabilidad. (Como es sabido, son numerosas las instituciones y corporaciones que exigen a sus empleados, para obtener asensos que se casen y obtengan obligaciones de distinto tipo. El trabajo ama la familia, y sí también la propiedad y la tradición).
El sistema laboral es exactamente igual que Chronos (el Tiempo) en la mitología griega, tal y como la narra Hesíodo (Teogonía). Al igual que Chronos, el sistema laboral necesita tener gente, a la cual devora, literalmente, para, el sistema de trabajo, seguir viviendo. La profunda contradicción del capitalismo consiste exactamente en eso: crea gente a la que devora (mata, asesina) para él, el sistema, poder seguir viviendo.
Frente a lo cual vale recordar que la liberación de sus hijos del canibalismo de Chronos es obra de Gea, o Gaia, la naturaleza. Una dimensión que el capital no quiere que el trabajo aprenda. Para lo cual recalca permanentemente la idea de que la naturaleza es un medio para los fines humanos. Con eufemismos y expresiones horrendas como “sostenibilidad” y “sustentabilidad”, “responsabilidad social empresarial”, “responsabilidad social universitaria”, y otras expresiones que desvían la mirada del verdadero problema. Es que los economistas con precisión denominan como la función de producción. La función de producción nada sabe de la naturaleza, y se refiere a ella como a un recurso, renovable o no renovable, punto.
Al cabo, ¡las gentes han terminado por olvidar cómo vivir, y cómo saber vivir. Irónicamente, Hollywood ha descubierto toda una zaga de zombies: muertos vivientes. La cultura expone realidades de las cuales no termina por ser plenamente consciente.
Sin ambages, las razones del triunfo del sistema son exactamente las razones de su crisis y eventual desaparición. Con una observación puntual, y es que la contrafuerza del sistema laboral es hoy en día todo el sistema de bancarización, que es la mejor forma de control político de la sociedad. ¿Sistema bancario? Claro: préstamos, empréstitos, créditos, deuda pagada e impagada, deuda a corto, mediano y largo plazo.
Pues bien, la inteligencia del sistema capitalista no es otra cosa que inteligencia algorítmica. Esto es, la gente lleva a cabo operaciones y funciones que no les permiten desplegar plenamente su inteligencia, sus capacidades, digamos. Así, la gente no piensa sólo trabaja y obedece y lleva a cabo tareas. Punto. La gente termina siendo imbecilizada e ignorante, a lo cual coadyuvan fuertemente los sistemas masivos de comunicación, cuya función es la de idiotizar a la gente. Lo cual, se dice eufemísticamente como: entretener. Sin olvidar que en la sociedad de la información y en la sociedad del conocimiento el sector industrial más importante del capitalismo, en cualquier acepción de la palabra, es la industria del entretenimiento.
Entretener a la gente mientras trabaja, entretener a la gente después del trabajo, en fin, entretener a la gente antes de ir al trabajo. Y así, que sean zombies, o máquinas algorítmicas, o idiotas útiles, como afirmaba Napoléon. El adorable mundo del trabajo.
Comentar
Critica.cl / subir ▴