Si el “criterio” de la “crítica”, como indica Jean-Luc Nancy, es el que “permite hacer una distinción”, entonces esa relación entre “pensamiento” y “acción”, oposición propia de la cultura occidental, desde la interpretación heideggeriana de la proposición de Marx en las “Tesis sobre Feuerbach” puede ser estudiada de otro modo. La cita afirma: “Los filósofos sólo han interpretado el mundo de diversas maneras; se trata de transformarlo”, quiere decir que una “transformación del mundo” implica una transformación de la concepción del mundo y que ésta “sólo se puede ganar si se interpreta suficientemente el mundo”. Según Heidegger en la segunda parte de la proposición se habla, presupuesto como no dicho, “la exigencia de una filosofía”. Si el pensamiento es una acción habría que afirmar, subscribiendo el pensamiento de la alteración de Jacques Derrida, que “no hay acción sea política, científica o técnica sin pensamiento”, cuestionando de este modo cualquier clase de animismo e idea de un marxismo para el que la filosofía es una ideología. Ésta palabra, como la entiende la heideggeriana HannaArendt en “Los orígenes del totalitarismo”, es decir, como la “lógica de una idea” sirve para “explicar el movimiento de la historia como un proceso único y coherente”, como una “explicación política del mundo, es decir, como una explicación de la historia” a partir de un concepto único de raza, “humanidad total”. Esa identidad en el pensamiento unitario, unidad impuesta por el capitalismo liberal en las democracias parlamentarias, hay que solicitarla siempre, consenso capitalista, “opinión” que, según Nancy, “está siempre estructurada sobre un modelo del criterio”, opinión que es promocionada por las corporaciones mediáticas, poder mediático que “hace cree cualquier cosa”, transnacionales de la comunicación subordinadas a grupos económicos.
En el debate entre Maurizio Ferraris y Gianni Vattimo, es decir, entre lo que separa “realismo analógico” y “ontología” respectivamente, queda en cuestión la tesis de éste último autor para quien “la verdad es una cuestión de poder” para subscribir la afirmación de aquél porque “la base para restablecer la justicia” es la realidad, idea distinta de quien cree que “la verdad” es “decisión de una auctoritas” o “resultado de una negociación”. Así que Ferraris, lejos del eclecticismo liberal postmoderno, se separaría no sólo de Vattimo sino también de Richard Rorty al examinar que los resultados de “una primacía de las interpretaciones sobre los hechos” es justificado involuntariamente por el “populismo mediático” . En un país como Colombia, con cifras de 6.9 millones de personas desplazadas por el conflicto militar interno y un número de víctimas de 8.349.484 bajo los gobiernos de Andrés Pastrana y Álvaro Uribe, un período entre el 7 de agosto de 1998 y el 7 de agosto del 2010 según el “Registro Único de Víctimas”, “ suman 5.827.898 víctimas, es decir, el 70,13 por ciento del total” o, según la “Unidad de Víctimas”, una cifra de 6.043.473 al comenzar este año, demuestra el hecho incontestable que hay necesidad, difiriendo cualquier ideología, de educar para el perdón, respetar el derecho a la interlocución o derecho a hablar al Otro, exigencia de una justicia ligada a la caridad ( E.Lévinas), un perdón de naturaleza distinta al del derecho ( J.Derrida), una revolución de las ideas ( J.Martí ).
Se trata de articular una definición mínima de justicia como la encontrada en obras de Derrida como “Espectros de Marx” o “Fuerza de ley”, quien sigue la dada por el heterológico pensamiento levinasiano, distinta a la vez no sólo del derecho sino también “opuesta a toda una tradición, incluida la de Marx, de Lenin o de Heidegger(..) “, progresista cultura que distingue “esencia” de “accidente”, “empírico” de “idea”, “símbolo” de “alegoría”, “materia” de “forma”, según un criterio que “debe en sí mismo salir de una operación crítica”.
Derrida en la lectura efectuada de la obra “La nueva Edad Media” de Alain Minc afirma, porque interesa aquí una acción sobre la realidad, que hay que volver a inventar, apertura a la novedad, “re-inventar radicalmente las condiciones mismas” de la pregunta “¿ qué hacer?”, pregunta inaudita que tiene una “historia crítica y que es una pregunta moderna tal y como nos llega de Kant y Lenin, “en un sentido cuya radicalidad no podía desplegarse ni en la Edad Media ni en una post-edad-media cartesiana, es decir en lo que entonces se llamaba el mundo” y que era determinado, sigue expresando de un modo inédito, por un “horizonte teológico, antropo-teológico o teológico-político”. Ante esta pregunta ética y política, que sólo había podido salir cuando una idea democrática y laica hubiera solicitado o desconstruido los fundamentos de ese horizonte del mundo, responde Derrida: pensar. Aquí hay una experiencia que liga el pensamiento con el porvenir, lugar para pensar el por venir, es decir, lo que viene, es decir, “la forma de todo porvenir”, “abertura” del “caos” mismo.
La pregunta, sin proponer un regreso ni a Marx, ni al marxismo-leninismo o marxismo estalinista, sería:”¿Qué hacer?”. Derrida, después de analizar las conocidas tres preguntas kantianas, es decir, “¿qué puedo saber?”, “¿qué tengo que hacer?” y “¿qué me está permitido esperar?” y la remisión a la cuarta “¿qué es el hombre?”, indica que la proyección, “el echar” o “el lanzar” de esta “tarea” y, en general, de este “problema”, “no se reduce ni al ejercicio del saber ni al del poder”, para aproximar, “más allá del saber y de la filosofía política o no” el pensamiento de lo que viene con el sueño y lo poético”, recordando a Lenin quien, ante esta pregunta práctica “¿qué hacer?”, responde que es “preciso soñar”, interés por este proceso del sueño aquí.
¿Qué necesitamos estos tiempos por venir? Iterar el pensamiento de Derrida, cuando en una entrevista hecha el 17 de septiembre de 1998 ante Antoine Spire, afirma que sólo se puede perdonar lo imperdonable, “que el perdón debe suponer una memoria integral”, que es “una gracia absoluta, más allá de cualquier cálculo, de cualquier evaluación de castigo posible, más allá de cualquier juicio” y es por esto que “ha de ser incondicional” como también a Lévinas al recordar que “soy responsable del otro”, que mi relación con otro no es recíproca o simétrica, que esta “conciencia de responsabilidad” y de obligación en general no está fundada “en un nominativo, sino en un acusativo”, en la pasividad con respecto al otro, en la “ obligación con respecto al otro; éste es siempre el primero”. Las palabras de Lévinas como las de Derrida vienen al caso aquí en un país que Bruno Mazzoldi, desde la alteridad misma de su condición de artista o extranjero, designa como “dionisíaco”. Si “la justicia” y “la caridad” son inseparables y simultáneas para Lévinas el “perdón” es un don incondicional, incondicionalidad que encontramos en la amistad como promesa:
“Dicho de otro modo, hay algo en la idea del perdón, en el pensamiento del perdón, que debería exigir que sea otorgado incluso ahí donde no es solicitado. Creo que hay ahí, no fuera de esa tradición judeocristiana islámica sino dentro de ella, una contradicción: por un lado, el arrepentimiento, la confesión, que quiere que el perdón sea solicitado por alguien que ya no es exactamente el mismo, que reconoce su falta y, por otro lado, la víctima, la única que puede perdonar. Si hay perdón, ha de ser un don incondicional que no aguarda ni la transformación, ni el trabajo de duelo, ni la confesión del criminal”.
FREDDY PUENTES, INSTITUCIÓN EDUCATIVA RURAL DE PUERTO LIMÓN, PUTUMAYO, SEPTIEMBRE 16 DEL 2016- MAYO 22 DEL 2017.
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