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La “superioridad” de la ética.

por Paul Audi
Artículo publicado el 22/07/2007

Artículo aparecido en la revista Magazine Littèraire Nº 352 de Marzo 1997, traducido y enviado por Carlos Ortúzar.

Raros son los pensadores de envergadura del siglo XX que como Wittgenstein hallan tenido a la ética en tan alta estima. Hablo de ética y no de moral, la primera, para decirlo brevemente, no tiene otra preocupación que el «Yo», el Yo que se pone de acuerdo consigo mismo, mientras que la segunda se preocupa más bien de las «relaciones» que (el Yo) puede, en este mundo, mantener con sus semejantes.

La ética según Wittgenstein está más arriba que todo el resto de las cosas, es algo “superior”. Sin embargo la paradoja que la glorifica y la oculta a menudo a nuestros ojos, consiste en que no existen proposiciones éticas y que estas no podrían existir, porque una proposición no tiene más valor que otra, no pudiendo, por ser  “una imagen de la realidad”, expresar nada superior a esta realidad. La ética es al mismo tiempo – debería decir sobretodo porque es sobre este punto que Wittgentein ha dado un gran golpe – superior a toda moral. Así, a la pregunta crucial: “¿Puede haber una ética si no hay alrededor de mí ningún ser viviente?”, Él respondía: Si, si creemos que la ética debe ser algo fundamental.

Efectivamente, en tanto el individuo esté vivo y “sienta la vida” en él, como diría Jean-Jacques Rousseau, que Wittgentein conocía bien, un “ser viviente” tendrá siempre necesidad de una ética, aún cuando no exista ningún Mitsein, ser-con. Sería así de la mayor importancia que aquel que esté solo sobre la tierra, que no tenga hermano, prójimo, amigo, o sociedad, tenga una ética.

Esta conjugación excepcional de la ética y del solipsismo que encontramos en W. nos conduce hoy a pensar que vamos a necesitar adoptarla lo más rápido posible, si no queremos fallar en nuestra entrada al siglo XXI.

Si, la ética es algo fundamental, más fundamental que la moral, que las relaciones entre los hombres, que la sociedad, la historia y el mundo incluso, cuando no vemos en él más que una realidad factual, un universo de hechos. Lo“Superior” no es de este mundo, no está en él, no es parte de él a la manera de un hecho o de un estado de cosas posible.

Pero tampoco está fuera de nosotros que estamos insertos en el mundo, no se refugia en un trasmundo que podríamos visitar en nuestros sueños o después de nuestra muerte, porque somos parte de aquello que por no estar en el mundo, simplemente no es posible formular.

Existe ciertamente lo indecible, se muestra y es lo Místico. Ahora bien, ¿Qué es lo místico? Wittgenstein responde: “Cómo es el mundo no es lo que define lo místico, sino el hecho de que el mundo exista. Así, lo místico no remite ni a un fundamentosupremo (ni siquiera superior), ni a una causa interna o externa del mundo, (de cualquier naturaleza que sea esta causa, eficiente, material o final): es el señalamiento del mundo en su “Que es”, y de esta forma “el sentimiento del mundo como totalidad delimitada”, lo que para Wittgenstein significa: sub specie aeterni.

Lo indecible, propio de la esfera de la ética, no se muestra, sin embargo, sobre la forma de reflejo o de indicación, como es el caso de la “forma lógica” en el lenguaje.  Se muestra bajo la forma de un “cambio de vida”, un cambio del “sufrir” a un “alegrarse”, que el Tractatus nos asegura que es la única manera capaz de afectar el contenido mismo del mundo en cuanto totalidad limitada. Dicho de otra manera: sus “fronteras”. Es lo que Wittgenstein enuncia en los siguientes términos: “El mundo de los hombres felices es otro mundo que el de los hombres desgraciados”.

Es esta modificación “afectiva” de las fronteras del mundo (el crecimiento del mundo en su conjunto debido a la felicidad y su disminución debido a la infelicidad) lo que debemos lograr y ninguna otra cosa. Todo el resto se nos escapa. Toda la sabiduría de W. se cristaliza, por decirlo así, en una voluntad de conquistar una felicidad personal, en una aspiración al «sosiego” interior, a ese contentamiento, (por cierto frágil por estar supeditado a la gracia del presente), que procede de la vida misma, en tanto ella se descubra plena de colores y capaz de nutrirse solamente de sí misma, de su propia sustancia, la que está hecha de acciones y pasiones.

Ese sería el sentido de la ética: “hacer el bien y no decir nada”, hacer un “bien” y no hipostasiarlo, ponerlo fuera del actuar mismo. Porque si debe haber una especie de castigo y de recompensa éticas, estas deben encontrarse en el acto mismo. En esto Wittgenstein se une a Spinoza y todavía más a Rousseau, para quien “el placer de hacer el bien es el premio de haberlo hecho”, lo mismo que hay algo de nietzscheano en esta recomendación que él se hizo a sí mismo un día de 1948: “Haz de cada falta una riqueza”.

Es entonces porque se nos ha dado vivir, que todo nos está ya dado, incluida la necesidad de hacer de esta vida el mejor uso posible. ¿Pero, sabemos cómo verdaderamente? ¿Disponemos para este uso de ciertas reglas? ¿Deberíamos conformarnos con este uso?   ¿No es diferente en cada uno, según su forma de vida, su propio carácter, la naturaleza de sus deseos y los límites de su poder?

Como bien lo subraya J. Bouveresse, la ética del primer Wittgenstein se caracteriza por una “ausencia casi total de la noción de deber”, la que se agrega  al mismo tiempo a una “ausencia característica de referencia al problema del otro” Se trata entonces de una ética (de una sabiduría) y no de una moral Pero podríamos añadir a esto que se distingue igualmente por su ausencia total de “fundamento”, modificando Wittgenstein, para explicitar su posición, una fórmula clave de Schopenhauer: “Predicar la moral es cosa fácil, fundarla cosa difícil”, de la manera siguiente: “ Predicar la moral es cosa difícil, fundarla imposible”. Las formas de vida que convienen a los sabios no se someten jamás al principio de razón.

Hablaba, por lo tanto, de un cierto “uso” de la vida. En sus Carnets, anotaba a propósito de esto: “Soy feliz o desgraciado, es todo. Podemos decir: no hay bien ni mal. Y si me pregunto por qué debería ser feliz, la pregunta me parece en sí misma una tautología, porque la vida feliz se justifica por ella misma, es la única vida correcta”.

La única vida correcta es la prueba de la felicidad y vivir feliz es vivir una vida que no tiene necesidad de ninguna otra cosa que ella misma, que no se justifica sino por sí misma, que saca de sí, y no de los atractivos del mundo, su propia valoración. Esta es la principal conquista del Tractatus en el plano de la ética: la afirmación de intemporalidad de la vida, es decir, su no-pertenencia al universo de los hechos. Pero decir que la vida es intemporal es decir que ella se experimenta en el presente: que ella es un presente de sí misma. Un presente tal es suficiente para hacerla eterna, si entendemos por eternidad otra cosa que una duración infinita. La proposición 6.4311 dice netamente: “Si entendemos por eternidad no la duración infinita, sino la intemporalidad, entonces  tiene vida eterna el que vive en el presente”. De esta manera, porque no hay vida sino en el presente y que, en este sentido, toda vida es eterna porque la muerte no es un suceso de la vida,  (“no vivimos la muerte”), entonces por estas razones decisivas, no habría ahí enigma.

¿Pero qué sería entonces esta “vida eterna” si ella no fuera también el yo mismo?

Volviendo a su Conferencia sobre la ética, Wittgenstein terminará por indicar más claramente todavía el lugar de cumplimiento y de realización de la ética: “Al fin de mi conferencia (…),  hablé a la primera persona. Esto es algo esencial. A ese nivel nada puede ser ya objeto de una constatación, no puedo más que entrar en escena  como una persona y decir Yo.

Podemos entender la gran exactitud de ese  “decir Yo” en alguna de las Remarques mêlées, ese libro que contiene el sello de una auténtica conquista de la sabiduría, que marca las etapas de una reconciliación consigo mismo, sobre todo en este aforismo recapitulador:

“La solución de los problemas de la vida, es una forma de vivir que haga desaparecer los problemas”. En efecto, que la vida sea problemática, quiere decir que no se adecua a la forma de vivir. Es necesario entonces, cambiar la vida y si ella se adecua a esa forma, lo que causa  problemas desaparecerá”.

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