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Los laberintos cruzados de la humanidad: breve meditación en clave privada e íntima.

por Yohan Molina
Artículo publicado el 22/09/2018

Resumen
El ensayo ofrece algunas reflexiones libres sobre las dimensiones privadas e íntimas de la libertad a partir del contexto de las tecnologías de la información y la comunicación. Esto con el fin de llamar la atención no tan solo de algunas circunstancias actuales en las que se desenvuelve el género humano, sino también de los horizontes vitales que deben ser protegidos cuando atendemos al factum de nuestra autonomía.
Palabras clave: Tecnología, Libertad, Privado, Íntimo

 

Al ocaso de los noventas observamos en el dinámico e intrincado relato orgánico de nuestra especie la estampa indeleble de la interconexión tecnológica. Fruto del aluvión creativo que sacudió en ráfaga el ingenio de magníficos personajes durante el pujante siglo XIX y la medida entera del convulso siglo XX, sobre cuyos aportes ha devenido una incesante, competitiva, mercantilizada y ramificada actividad inventiva en esta fase temprana de la nueva centuria, quienes se mostrarán por condición de sus robustos méritos, y sin importar la instancia necrológica que nos domicilia en el pasado, invulnerables a la disciplinada promesa temporal del olvido. Al día de hoy como resultado de esta espiral técnica inmarcesible, no podemos vernos sino apabullados ante la briosa sofisticación de los mecanismos de comunicación y las variadas herramientas de trasmisión, recolección, depósito y manejo de datos que en sutil y aparentemente inofensivo oficio servil al mejoramiento de apreciables facetas de la vida humana, parecen desbordar su carácter apacible inicial para tornarse en riesgos a las esferas íntimas y privadas. Y la alusión a estos dos cercanos ámbitos posee la firme convicción de mantenerlos en su diferencia.

La drástica emancipación de nuestro aislamiento frente a eventos remotos, originada en el mutilamiento espacio-temporal consumado por un creciente espectro de artilugios, presentan al instante cual aspecto arrollador frente al límite del alcance adyacente. No configuran ya los caprichos físicos del dónde y el cuándo coordenadas obstaculizadoras a nuestra avidez cognoscitiva en cuanto datos reducidos al receptor particular en una información inmediata. Esta asombrosa cercanía entre lejanos, auténticamente posible por ondas electromagnéticas al paso de la velocidad de la luz, sin duda nos compenetran, nos solidarizan, nos confrontan y renuevan o desestabilizan permanentemente los más loables y criticables perfiles de nuestro patrimonio afectivo; en cierto modo la trama vivencial que se da en el centro de lo cercano se extiende en marcha profanadora hacia la zona periférica de lo distante. Tanto así que el albor de la nueva integración global instaura un especial coto de familiaridad con los asuntos ajenos al modo de las pequeñas comunidades locales, si siguiéramos a Marshall McLuhan aludiríamos a la proximidad de la aldea en su contexto global. Pero para el afamado teórico de los medios al diagnóstico de la aldea global lo envuelve un pálpito desalentador. En una entrevista concedida a inicios de 1979 —año previo a su fallecimiento— dejaba ver que el enorme flujo de información personal manejado en la gran aldea nos expone a una erosión de la identidad y la privacidad. “No hay privacidad, no hay identidad […] y ya no hay lugar donde esconderse”[1] tajantemente sentenciaba. Tal reparo en la época presente se revitaliza como eco en muchísimas conciencias y voces preocupadas por una suerte de colonización de lo íntimo, sin embargo, ¿cómo recibir todas estas apreciaciones?

Una forma es enfatizando nuestra advertencia inicial: lo íntimo y lo privado deben distinguirse. El registro privado tiene su eje axial en una exigencia: la de no intromisión en el libre perímetro individual. El aspecto íntimo, por su parte, manifiesta un aspecto de la libertad engranado con la actividad poiética, la de crearnos y afirmarnos autónomamente a nosotros mismos. El segundo aspecto se apoya en el primero pero claramente no se identifica con él; alguien respetado en su privacidad puede llevar una vida pueril y exponer una conformación personal precaria o hebén. El cultivo íntimo amerita la protección privada pero aflora en el poder reflexivo sobre tendencias, gustos, normas, acciones, opiniones y valores propios; la persona a sí misma examinada muestra su libertad en la capacidad crítica de socavar o reforzar tales elementos que son parte relevante en la conformación de nuestra identidad. Y la riqueza reflexiva de este forjamiento íntimo cuenta en grado importante con los insumos aportados por la cultura. Tal tejido de fibras simbólicas y múltiples significaciones es hilado en viva contribución de generaciones tanto pasadas como actuales, así, su textura orfeónica recoge una polifonía de voces que reverbera en las deliberaciones individuales en que se basa la construcción parcial de nuestras identidades. La intimidad no puede desvincularse entonces de su talante como alteridad asumida, hacemos de la otredad, desde el recorte innegociable de nuestra individualidad, parte de nosotros mismos.

De esta manera, el ser humano como vibrante complejidad existencial, como laberinto vital que irremediablemente compenetra sus pasadizos con el otro, puede encontrar, y de hecho encuentra, en los medios de comunicación y las herramientas digitales instrumentos posibilitadores de un contacto con una insólita cuantía de fuentes culturales, hechos, personas y vivencias capaz de hacer más hondas y versátiles nuestras estimaciones autocreativas. La faz problemática es que estos instrumentos pueden asimismo ser útiles a extraños para desenvolver acciones invasivas que no asentimos o desconocemos, como también ser objeto de un uso insensato, imprudente, esclavizante e idiotizante por parte de nosotros mismos, lo que significa dejar de ejercer plenamente nuestra capacidad poiética; lo primero damnifica directamente lo privado, lo segundo en vía franca lo íntimo.

El tránsito de nuestro milenio avizora su tercer decenio como irrenunciable superficie cercana. Prontos a atracar en este nuevo peldaño temporal dentro de una ruta sin fin cierto, resultan susceptibles de los más arduos reproches diversas acciones que instancias particulares y gobiernos alrededor del mundo han ejecutado a través de múltiples mecanismos de información en desmedro directo de la privacidad y el poder de decisión de los sujetos, y a la par llama la atención por su amplitud el cúmulo de individuos severamente afectados por el uso de artilugios digitales, consumidos por la diversión y el uso adictivo sin parar mientes en que quizá la administración actual de sus existencias no describa los resultados que cada uno podría generar, como individuos capaces de reflexión, desde el ángulo honesto de una vida profundamente examinada. Esta abstracción del entorno para volver al examen reflexivo de sí, este salir de afuera como expresó elocuentemente algún poeta, es fundamental para apropiarnos de las fortunas de lo humano al pergeñar las posibilidades que desperdiciamos cuando nos sofocamos en secas banalidades o dañinas monotonías.

Aclaro de antemano que estas inquietudes no pretenden animar una cruzada que nos devuelva a estadios rupestres y elementales de nuestra convivencia, jamás será mi anhelo expandir un virus anarcoprimitivista en contra de las maravillas del desarrollo y la tecnología; más bien proyectan un llamado sincero a cuidar en clave privada e íntima nuestra libertad. Preguntaba alguna vez en refinada actitud retórica el gran escritor que fue Mariano Picón-Salas: “¿Pero es que la libertad es sólo dádiva lejana que nos ofrezca un régimen o un momento de la historia, o más bien terrible aventura afanosa, tan frágil como la vida, que es necesario salir a ganarse cada día?”[2] Los que con autenticidad nos decantamos a la estela de Picón-Salas por la segunda opción, quienes comprendemos la libertad como un inescindible quehacer propio, precisamos encontrar cincelado en la mecánica sanguínea de nuestros corazones y en el desempeño consciente de nuestras mentes el deber ineluctable de combatir críticamente, en todos los climas del día a día por más hostiles que estos sean, cualquier afán de avasallar nuestra autonomía.

Las amenazas están muy difundidas mientras intentan convertir en viento favorable la más amplia variedad de admirables progresos históricos. Lo vemos tanto en los regímenes neototalitarios que adaptándose a la convicción expandida sobre la importancia de los derechos humanos, la democracia y la legalidad dentro de un régimen constitucional, ahora moldean sus arbitrariedades al compás del usufructo de una manoseada democracia, la manipulación constitucional, una acomodaticia visión de los derechos humanos y el dominio institucional; como en la manera en que estupendos avances en el campo de las telecomunicaciones lesionan la autonomía de los sujetos cuando en mano y efecto propio constituyen caudales de empobrecimiento vital, o son del manejo de personajes inescrupulosos que no vacilan en acudir a estos mecanismos por encima del respeto y la privacidad de las personas si la recompensa es materializar sus objetivos. Apenas son dos muestras de los muchos peligros que se reproducen en el continuo cambio histórico del heterogéneo tópico de lo humano.

Por tanto la defensa de la libertad nos dispone en una actividad constante de diagnosis y prognosis. Cada avance que tasemos en beneficio de la humanidad amerita nuestros serenos diagnósticos y pronósticos, en un esfuerzo siempre abierto e inacabado, alrededor de sus posibles patologías, distorsiones y manipulaciones con miras a idear y promover opciones que en legítima oposición neutralicen este influjo. El acelerado mundo de las tecnologías de la información y comunicación (TIC) se me impone como un caso interesante en esta previsión no tan solo por reportar una palpitante actualidad que envuelve al mundo, atrapa primordialmente mi atención como terruño de intensos adelantos e innovaciones que al ostentar su filo peligroso en dos direcciones permite esbozar con claridad que el cuidado de la libertad, “ese bien tan grande y placentero cuya carencia causa todos los males”[3], debe confeccionarse dirigiendo los acentos críticos no únicamente hacia los otros sino también, y con desabriga franqueza, hacia uno mismo.

El desarrollo técnico acerará su complejidad pero esto no es deleznable per se. Frente a la imagen beligerante de la vorágine digital que parece arrasarnos, surge una más ponderada según la cual no tenemos que ubicarnos necesariamente entre la Escila del progreso suicida y la Caribdis de la privación tecnológica. Según esta imagen, dentro de los laberintos cruzados de la humanidad hay que reivindicar la privacidad y la intimidad en los contextos respectivos de la responsabilidad cívico-política y personal. La tarea es, pues, generar espacios abiertos de discusión y elevar con suficiente sustento, criterio y especificidad los reclamos al debate público e institucional, donde lamentablemente nuestras sociedades hacen palpable una supina frivolidad, para revisar lo revisable a fin de tomar las acciones relevantes en amparo de nuestros límites privados; e igualmente tocar fondo en la autoconsciencia individual donde cada quien en beneficio de la construcción reflexiva propia, íntima, deberá examinar las razones para reafirmar o impugnar lo hasta ahora hecho y sido, lo exhibido como dado en el horizonte personal.

 

NOTAS

[1] Jofré, M.A., “Conversando con McLuhan”, en Tendencias recientes en comunicación, UNIACC, Santiago, 2000, p.158.

[2] Picón-Salas, M., “La palabra Revolución”, en Picón-Salas, M., Obra Selecta, Editorial UCAB, Caracas, 2008, p.1466.

[3] Étienne de la Boétie, Discurso sobre la servidumbre voluntaria, Utopía libertaria, Buenos Aires, 2008, p. 49.

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