I
Popper, el primero en tiempos recientes, distingue tres mundos (1978), y muy a la manera de Platón uno de ellos es el tercer mundo, el mundo de las ideas. Más fino en sus análisis, F. Guattari concibe en 1989 tres ecologías, y una de ellas es la ecología mental. Una idea que en realidad se remonta aun texto hermoso y clásico de G. Bateson: Pasos hacia la ecología de la mente, publicado originalmente en 1972. A su manera, E. Morin concibe en el tomo IV de El Método, la noosfera (1991), el espacio de las ideas de la mente.
Distintas maneras, unas más afortunadas que otras, para apuntar a un mismo espacio.
La ecología de la mente está integrada por numerosos organismos: ideas, conceptos, categorías, juicios, argumentos, opiniones, imágenes y evocaciones, ironías, sarcasmos, chispazos, bromas, ocurrencias, intuiciones, imaginaciones, sueños, pesadillas, ilusiones, temores, entre otros. La lógica misma ha hecho de una tipología de ciertas clases de organismos de la mente, tales como sofismas, paralogismos, entimemas, y varios más. La literatura ha distinguido una variedad amplia de organismos que denomina figuras, entre las cuales se destacan las sinécdoques, símiles, metáforas, metaplasmos, epífrasis, prosopografía, aféresis, poliptón, asíndeton, anadiplosis, hipérbaton y muchos más.
Todos los organismos de la mente podrían clasificarse en dos géneros cuyas denominaciones aún podrían discutirse: realidad y ficción, realidad e imaginación, ficción y no-ficción… En cualquier caso, es evidente que en la ecología de la mente, las fronteras entre uno y otro género son móviles y difusas.
En verdad, si en la esfera de la naturaleza las especies son incontables – aunque finitas, la misma diversidad existe en el plano genético y en el plano cultural. La diversidad de la vida es grandiosa y no se agota en una sola experiencia. El mundo de la mente está constituido por una amplitud enorme de organismos y especies, análogamente, cuya vida no deja de sorprender a sus estudiosos: gramáticos, filósofos, lógicos, poetas, escritores, psicólogos, lingüistas, psiquiatras, y varios más.
Pues la verdad es que las creaturas de la mente tienen vida propia. Quien haya experimentado la experiencia personal de tener una vida personal interna muy rica puede verificar sin dificultad la vida propia de los organismos que definen a la ecología de la mente.
Sin la menor duda, se trata de organismos vivos. Nacen, crecen, se reproducen, se enferman, perviven, mueren, tienen progenie, se adaptan, aprenden, y demás características propios de los seres vivos. Sólo que el medio en el que viven se denomina genéricamente la mente, pero existen en el lenguaje hablado y en el escrito, en el lenguaje corporal y en la pintura, y en muchos otros ambientes.
Muy buena parte de lo mejor de la ciencia de punta en el mundo viene señalando en la dirección que indica que la mente no es ajena al universo, sino parte suya. Así, el mundo de la mente o de la conciencia forma parte inseparable de la propia física. Pero este esun tema que debe quedar aquí, por lo pronto, apenas enunciado y constituye el objeto de otro texto aparte.
Como quiera que sea, lo cierto es que la conciencia no es un dominio exclusivo de los seres humanos, y por extensión, la ecología de la mente tiene formas y variedades que no se reducen únicamente a la de los humanos. Con todo y que en la esfera de la mente humana, la diversidad ya es enorme y creciente.
Otra cosa es que a lo largo de la historia la mente y la conciencia hayan tenido diferentes denominaciones y comprensiones. Aquí basta con el reconocimiento del hecho: la mente está constituida por numerosas especies y organismos. La anatomía, la fisiología, la termodinámica de la mente aún están por llevarse a cabo. Esta es una de las tareas pendientes de la investigación científica.
Podemos decir aquí que todos los componentes y articuladores de la mente son organismos vivos. Otra cosa es la clasificación de los mismos en familias, especies, y demás, a la manera como existen las clasificaciones en biología; en realidad en un área particular que es la taxonomía. En la esfera de la cultura se trataría, manifiestamente de las diversas ciencias, disciplinas, prácticas, saberes, y sus especificidades.
¿Ecología de la mente? Indudablemente. Está constituida por paisajes y geografías por organismos y especies, palpitan, trepidan, tienen vida por sí mismos. Al fin y al cabo, por ejemplo, el budismo sostiene que la inmensa mayoría de los seres humanos son manejados por la mente. Y ya Siddharta Gautama la concibió como un mico loco borracho picado por una avispa. Los sistemas vivos se encuentran el filo del caos; literalmente.
II
La vida de los diferentes organismos –y especies- de la mente se caracterizan por que tienen distinta longevidad. Sin la menor duda, los más longevos son las ideas. Les siguen acaso los conceptos y luego las categorías. Aunque, naturalmente, no se puede generalizar. Como quiera que sea, entre los organismos de corta vida se encuentran las opiniones, cuya característica es que son breves pero pretenden llegar a ser ancianas.
Las ideas se implantan y quedan o se transmiten y se adaptan a los tiempos marcándolos a su vez. Dicen que los grandes pensadores son los que acuñan ideas e iluminan al mundo. Pero también se ha dicho que cabe distinguir entre quienes usan conceptos y quienes los acuñan. Las ideas acaso son deseos que se quieren eternos.
Las opiniones, por el contrario, viven rápido y mueren jóvenes, a diferencia del chispazo, la broma, la ocurrencia, la ironía o el sarcasmo, por ejemplo, que viven lo que vive un evento o una situación, y que quizás se puede volver a encontrar en otro(s) momento(s). Y hasta registrarlos en un texto escrito; o en una escena de video o de película, por ejemplo.
La vida de los conceptos no depende de sí mismos, sino, muchas veces, de la llegada de otros conceptos, más jóvenes y vivaces y que, se dice, describen los fenómenos de mejor manera. La vejez de las ideas y los conceptos tiene un nombre eufemista: envejecen y mueren cuando se vuelven ad hoc. Triste final para un organismo de la mente.
Los tiempos de las creaciones de la mente son diferentes, y no existe una única temporalidad sobredeterminadora sobre las otras. Los conceptos, las imágenes, las intuiciones y las categorías viven lo que pueden vivir, y al cabo se despiden con los sonidos del silencio.
Pero de todas las obras de la mente, la más breve y sin embargo la más vivaz e impactante es la intuición intelectual. La mirada con los ojos del alma. En fin, el eureka o el serendipity que da origen a todo un cuadro magnífico, como un amplio fresco. La experiencia de la misma no es conocida por todos y cada uno de los seres humanos, pero quienes las han experimentado les ha marcado su vida. Particularmente los filósofos y los matemáticos hablan de ella como de la “intuición primaria” o la “intuición filosófica”, aquella que da lugar a toda una obra, y por tanto, que hace posible una vida entera.
Cuando la brevedad marca el alma.
Con la condición de que la fuerza de la primera impresión no se pierda con el tiempo y las pequeñas banalidades del mundo y la existencia. Aquella intuición hay que avivarla, como un fuego sensible, para que no se apague antes de tiempo. Sin soplarla muy fuerte pero tampoco sin alimentarlo demasiado poco. También los escritores la han experimentado, y hay numerosos relatos al respecto. O los poetas.
III
La mente produce ideas, conceptos, juicios, imágenes y demás como respuesta al medioambiente físico. La mente responde al entorno creando nuevas realidades, y para ellos, como la naturaleza misma, crea más conceptos de los que son necesarios pues no le apuesta particularmente a una especie o a una familia de conceptos más que a otras. En este sentido, tampoco la mente es teleológica en la creación de su propia ecología. La creación de organismos es un acto gratuito y no determinado en términos finalistas. La mente es esencialmente creativa, pues es como la vida misma.
En la mente no hay diferencias entre la realidad y la fantasía, entre la realidad y la ficción. Los sueños constituyen un paradigma al respecto. Pero en general todos los juegos –las redes y relaciones, las creaciones y los desplazamientos que suceden en la mente así lo atestiguan. La verdadera libertad está en la mente, según parece.
A menos que se trate de situaciones límite como la violencia y el terrorismo, las dictaduras y los gobiernos despóticos. En situaciones semejantes, por ejemplo, la distinción entre la realidad y la ficción puede llegar a ser un asunto de vida y muerte; o de complicidad y colaboracionismo; por ejemplo.
Como quiera que sea, la vida de la mente está en la creación y en los juegos incesantes con sus creaturas. Y con ellas y a través suyo, en la creación misma de realidades y horizontes. Sin embargo, la mente es bastante más que la sumatoria de las diferentes especies, familias y organismos que concibe.
La vida de la mente carece de límites, en verdad, y sólo se la puede entender a la manera de una Máquina de Turing; es decir, echando a correr el programa, pues no es posible comprimir la vida de la mente, su ecología. La ecología de la mente es incompresible, y desconocemos, con mucho sus límites. Al fin y al cabo, llevamos poco tiempo experienciándola, y aún menos tiempo tratando de conocerla y comprenderla. Después de todo, nadie conoce la vida de la mente desde afuera; sólo desde adentro, viviéndola podemos aprehender su fantástica ecología.
El tiempo de la mente no tiene tiempo; esto es, no se encuentra en el tiempo cronológico u objetivo.La mente crea su propio tiempo, y con él, los tiempos propios de sus creaturas y organismos.
IV
El tiempo de las conjeturas como el de las hipótesis es de mediana duración, digamos. Las conjeturas como las hipótesis nacen sabiendo que su tiempo puede no ser demasiado extenso. Y sin embargo, hay algunas conjeturas, como en matemáticas, la hipótesis de Riemann o la conjetura de Hodge (dado que la conjetura de Poincaré ya quedó demostrada por parte de G. Perelman), que alcanzan dimensión histórica.
Por su parte, los tiempos de las diferentes figuras literarias son tan variados como lo son los contextos y los juegos de lenguaje. De todos los tiempos de las creaturas de la mente, acaso ninguno es tan juguetón y libre como los tiempos de las figuras literarias. Verdaderamente, son jugueteos del tiempo mismo, creando paisajes de todo tipo: montañas altas en cadenas montañosas, colinas pequeñas y aisladas, o valles y peñascos súbitos y altisonantes. Las figuras literarias son el equivalente de la geografía del lenguaje, en toda la extensión de la palabra.
Las ideas y los conceptos tienen tiempos adustos, de caracterizada conspicuidad. Estas son creaturas que aspiran a la eternidad, que es la negación misma del tiempo – acaso un estado en donde la dinámica desaparece y encontramos la pura permanencia y algo muy parecido al ser mismo.
Los juicios y los argumentos, por su parte parecen tener tiempos sinfónicos, compuestos de cruces y tejidos en los que se combinan vientos, de madera y de metal, cuerdas y percusión. Desde luego que hay argumentos que sincopan y otros que aparecen fugaces y luego se dejan rodear de un largo silencio. Pero se trata de temporalidades conjugadas en una (gran) orquesta.
Sin embargo, en muchas expresiones la ecología de la mente juega con tiempos intemporales. Es lo que sucede en las fantasías y las imaginaciones, en los delirios y los sueños, en la ficción en general, la cual, si bien puede inscribirse en una cronología objetiva, desborda con mucho a los tiempos externos y se deja llevar por ritmos, melodías y armonías propias. Así, por ejemplo, los juegos de imágenes, las películas mentales de cualquier tipo poseen su propia temporalidad, y esta no se ajusta para nada a los tiempos conocidos habitualmente.
La ecología de la mente es una trama de temporalidades complejas, que instauran sus propias realidades.
V
Los tiempos de la ecología de la mente nos conducen desde la más cruda realidad, esa que no se calma con antieméticos, hasta los límites de la sinrazón y la locura. Pero ambos extremos sólo los conocemos cuando hemos cruzados los umbrales de cada uno. Nunca antes y ciertamente no en el momento mismo. Que sólo, en el mejor de los casos, podemos adivinarlos cuando ya están presentes, y el presente es pasado que se hunde irremediablemente en el pasado.
La ecología no es una ciencia de estados, sino de procesos y movilidades. La ecología habla de tiempos de largo alcance, los biológicos, digamos, posibles siempre gracias a la generosidad de la geología. Y la mente tiene también sus estratos geológicos. Pensamos a veces con el cerebro reptiliano, muchas veces con el cerebro límbico, y cuando somos afortunados pensamos también con el córtex y neocórtex. La geología es, ulteriormente, el fundamento último de la biología y la ecología.
La ecología es una ciencia de fenómenos dinámicos, y sus tiempos se cruzan unos con otros, se implican y se complementan, tienen también uniones e intersecciones vacías, es la ciencia de lo múltiple y diverso. No existen especies clave en ecología, como tampoco existen en la naturaleza jerarquías. La ecología se ocupa de redes y procesos de codependencia, simbiosis y mutualismo, esencialmente.
Esto significa, simple y sencillamente, que pensamos con conceptos y palabras, tanto como con imágenes y tropismos. No podemos pensar mejor de un lado que del otro, y los dos hemisferios del la geología de la mente se conjugan para lograr pensar de la mejor manera que es posible en el momento.
Las especies y los organismos son contingentes, y la contingencia es el nombre mismo de la vida.
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