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Himno Invasor de Cuba o el segundo canto patrio de la isla.

por Luis García de la Torre
Artículo publicado el 01/07/2017

 Enrique Loynaz del Castillo, heroico y romántico[1]

 

Arma et litterale, en el General de Brigada del Ejército Libertador Enrique Loynaz del Castillo se radica la propiedad equilibrada de las armas y las letras. Como tópico literario, y de vida, esta condición, le revelaba la constante porfía entre los dos quehaceres, en donde cada uno intenta implantar al otro cuando en verdad en él formaban el equilibrio que hizo a la persona[2] ante los demás: la historia de Cuba, la acción, el pensamiento y el canto que conformaron la nación.

Su independentismo dechado proyectó para los cubanos lo que significaba trabajar, andar, ser fuerte y guerrear en cada uno de las cosas que aquejan, determinando una positiva acepción, y que esto solo anticipaba una vida digna y hermosa preparándose y cultivando el alma, el intelecto y la fuerza. Léase las Memorias de la Guerra[3]de Enrique Loynaz del Castillo, ahí están las armas que lucen y solventan, en los anales, la República de Cuba. Lamento sin embargo no poder rematar, de aquella época a la actualidad, ya que la isla todavía querella su libertad.

Las armas marcaron familiarmente al glorioso emparentándolo con notables apellidos hacedores de Cuba en la lucha insurreccional, los Castillos y Agramonte[4] por ejemplo, familias ilustres y patrióticas del Camagüey[5], poseedoras de incontables fortunas, bilingües, conocedores de parte del mundo y de gran prestigio profesional. Pudieron todos continuar asidos al común hábito de estar en paz socialmente, no obstante, sentían, como jamás ha dejado de pasarles, hasta hoy, a los cubanos dignos de amor por ella, que el deber estaba al ver el alejamiento de la voluntad de su país y guerrearon. Y concibieron con su tiempo en esta orbe el intento por la emancipación.

El verso también signó constante la genealogía del General, Silvestre de Balboa[6] y la poetisa Gertrudis Gómez de Avellaneda[7] son sus ascendientes fundadores e históricos. Por lo que su familia desde el siglo XVII hasta el siglo XX cultivaron trascendiendo la poesía[8].

Loynaz del Castillo un 15 de noviembre de 1895[9] siendo Comandante, brotándole el linaje y la esencia, crea el Himno Invasor sucediéndole el gen escribidor de la letra heroica. Ojéense sus Memorias. Venía mediado por los estudios del modernismo[10] que recién había irrumpido en la cubanía como arte novedoso, libre y actual, tronchando así el cultismo anterior reinante. Lo vigente entonces traería blandiendo en él el fierro y el recitar como lo revolucionario, dureza y arte. Y con más anterioridad aun, le influenciaba el romanticismo cubano, el cual se le mezclaba con la personalidad, y que rompió con la primacía de la literatura de la colonia, e hizo exiliados a los primeros escritores del país, y que se le adhería además por la consanguinidad antes mencionada. Con mayúsculas estrofas líricas apunta, y esta alabanza escrita le nace, de la altura del arrebato por anular otros textos que ensalzaban la bandera española, y su cometido en tierras cubanas, que encontraron patrullando junto con las tropas camagüeyanas, por lo que el autor, sin dejar de respetar el arte de la producción que se leía, en la otra hoja de la ventana, a su lado, volcó la oda a la invasión vívida, elevándola en el decir, y trazando en ella la bandera roja, blanca y azul de estrella alba publicando para siempre en Cuba, y su historia, con la rabia y el amor que hacen descubrir la poesía, el Himno.

En su inicio, escribió el nacimiento, el momento originario en que la tierra se nombra, se regionaliza ¡A las Villas (…) A Occidente; luego, enmarcó el epíteto de los héroes valientes cubanos; continúa sentenciando lo que pretende la nación con la invasión De la Patria a arrojar los tiranos; y el cuarto verso alaba el hacer, el resultado final sin consideraciones ¡A la carga: a morir o vencer!

¡A las Villas valientes cubanos:
A Occidente nos manda el deber
De la Patria a arrojar los tiranos
¡A la carga: a morir o vencer!

A posteriori el canto aclama por las figuras, los héroes de la Cuba histórica De Martí[11] la memoria adorada (…) de Maceo[12], el Caudillo Invasor (…) Alzó Gómez[13] su acero de gloria, y allí estaban los arquetipos, a su lado, entre todos; en la cometida nuestras vidas ofrenda al honor, mano a mano los vivientes y nos guía la fúlgida espada, sin tapujos y trazada la ruta triunfal / cada marcha será una victoria, situándose la vida mutuamente por el bien de la patria, su nobleza, su honra; la templanza del linaje; y en el bramido final, la antítesis, la gloria la victoria del Bien sobre el Mal.

De Martí la memoria adorada
nuestras vidas ofrenda al honor
y nos guía la fúlgida espada
de Maceo, el Caudillo Invasor.
Alzó Gómez su acero de gloria,
y trazada la ruta triunfal,
cada marcha será una victoria:
la victoria del Bien sobre el Mal.

Le continúa reverberando la potencia geográfica personificada Orientales (…) Camagüey (…) Villareños, liada con lo agible que hace al hombre extensible ante los anales heroicos (…) legendaria (…) de honor; cuando el aprendizaje de acomodar hacia delante la vida al frente (…) avanzad; con lo único, y válido exponencialmente, que se hace visible en una contienda, el motivo por la Patria, por la Libertad!

¡Orientales heroicos, al frente:
Camagüey legendaria avanzad:
¡Villareños de honor, a Occidente,
por la Patria, por la Libertad!

En los versos que corresponden, casi finales, se añade lo iniciático, el fuego, como sentido mental del poder que el orden cubano quiere establecer, viva la nación o no, radical. Si no hay frutos se apura todo, se inicia desde la ceniza otra vez Cuba, cuando ya nada quede para el hostil, de mar a mar, resurgiremos. El fuego como cura, no como infortunio, el fuego como reparación.

De la guerra la antorcha sublime
en pavesas convierta el hogar;
porque Cuba se acaba, o redime,
incendiada de un mar a otro mar.

Y para remate, sobre el transcurso de toda la rima consonante, la belleza de la acción, de la celeridad y prontitud A la carga escuadrones volemos; la sublimidad del arrebato de la ferocidad prosopopéyica, del dolor corporal contrario Que a degüello el clarín ordenó / los machetes furiosos alcemos; y se sentencian todas las proezas memorables con saña de a quien le duele la patria penada

¡Muera el vil que a la Patria ultrajó!
A la carga escuadrones volemos,
Que a degüello el clarín ordenó,
los machetes furiosos alcemos,
¡Muera el vil que a la Patria ultrajó!

Así avino afín nuestro canto:
¡A las Villas valientes cubanos:
A Occidente nos manda el deber
De la Patria a arrojar los tiranos
¡A la carga: a morir o vencer!
De Martí la memoria adorada
nuestras vidas ofrenda al honor
y nos guía la fúlgida espada
de Maceo, el Caudillo Invasor.
Alzó Gómez su acero de gloria,
y trazada la ruta triunfal,
cada marcha será una victoria:
la victoria del Bien sobre el Mal.
¡Orientales heroicos, al frente:
Camagüey legendaria avanzad:
¡Villareños de honor, a Occidente,
por la Patria, por la Libertad!
De la guerra la antorcha sublime
en pavesas convierta el hogar;
porque Cuba se acaba, o redime,
incendiada de un mar a otro mar.
A la carga escuadrones volemos,
Que a degüello el clarín ordenó,
los machetes furiosos alcemos,
¡Muera el vil que a la Patria ultrajó!

El Himno[14], musicalmente, por tres años contendió y ensalzó los honores solemnes de fundamentación patriótica nacional, con raíz aguerrida. Estaba en la polifonía que se iba cursando, al unísono, ir alentando el espíritu de quienes ahí todo lo enarbolaron, entonándolos en el enfrentamiento como barricada para la carne.

Como todo lo sublime, le vino con el vocablo la sólida melodía de esas atropellantes emociones primarias, por el escrito abanderado enemigo que encuentran prontamente, el cual le enrabia. Pero como arte se respeta, sentenció tajante, y a aquel enérgico revolucionario le emanó al valiente en originaria semilla del destino al germinarle completo el Himno, letra y tarareos sacados. Semifrase de cuatro compases comenzada en anacrusa dando el tiempo fuerte en el primer tiempo del primer compás; frase completa en sus ocho compases en cuatro cuartos cuya frase se repite; y con las palmas y la garganta heroica va mostrando al mambí que lo circula el tono, y con el ritmo repetido la marcha va marcando el paso de las cabalgatas insurrectas que pretenden levantar al país y sacudirlo de la pesadilla bocabajo; con ritmo isocrónico, tensión, fuerte tensión; la acentuación agógica, tónica, tararea la inflexión de la voz intensa, agónicas breves, tónicas graves; ritmos breves con giros melódicos ascendentes a valores de ritmos breves y armonía con acordes mayores; y se mejora con el alumbramiento el alma cabalgando entonados todos.

Y en el tiempo, imperecederos, los cubanos hoy, intuyan o no, recapitulan a un General Enrique Loynaz del Castillo soberbio: en el andar por su suelo, su casta cimentó nuestra patria; en el bandeo diario del estandarte, su civismo izó nuestra nación; en el tono del patriotismo, su Himno compuso nuestra sangre; y en absoluta poesía, su abolengo hizo la literatura de nuestro país. Y no hay dominio despojador, impotente, que sea capaz de tapar esta historia de Cuba, y todo le queda, como es habitual, ya ridículamente disimulado.

Al General de Brigada del Ejército Libertador Enrique Loynaz del Castillo le morará su patria, y demás cubanías, en las artes y las armas de su vida, a horcajadas, invariable, sépase.

 

Bibliografía
Alejandro González Acosta, La Dama de América. Madrid, Editorial Betania, 2016.
Enrique Loynaz del Castillo, Memorias de la Guerra. La Habana, Editorial Ciencias Sociales, 1989.

 

NOTAS
[1] Frase calificativa gentileza de Alejandro González Acosta. La Habana, Cuba, 1953. Doctor en Letras Iberoamericanas, Investigador Titular del Instituto de Investigaciones Bibliográficas y Catedrático de la División de Estudios de Posgrado de la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Autor y coautor de numerosas publicaciones editadas en México, Cuba y España. Ingresó como Miembro de Número de la Academia Cubana de la Lengua y Correspondiente Hispanoamericano de la Real Academia Española, en 1983. Miembro de la Academia Cubana de la Lengua en el Exilio. Reside en México desde 1987.
[2] Enrique Loynaz nació en Santo Domingo un 5 de junio de 1871. El heroico formó parte de la Guerra del 95 junto con los tres sostenedores históricos, y célebres, de la independencia de Cuba: Máximo Gómez, José Martí, del cual fue estimado afecto y Antonio Maceo, de quien fue ayudante personal. Supo de la pena del confinamiento y del pundonor de la conflagración por su padre, Enrique Loynaz Arteaga, Capitán del Ejército Libertador en la guerra de 1868. De bien joven estuvo enrolado, desde los 15 años, participando en 88 contiendas. Fue laureado desde el 95 hasta el 98, sucediendo de Comandante, a Teniente Coronel, a Coronel y a General de Brigada, según el transcurso uniforme de los años. Se facultó en 1898. Finiquitada la guerra en Cuba continuó como paradigma de libertador contendiendo al presidente Estrada Palma, en 1906, y por reconocimiento de prestación, le fue emitido el grado máximo de General del Ejército de la República de Cuba; luego combatió a García Menocal en sus reelecciones; y 27 años después intervino en la sublevación contra la dictadura de Gerardo Machado. Se opuso en la República Dominicana al dictador Trujillo. El Gobierno de esa nación le dotó de los grados de General del Ejército Dominicano. Y tuvo activa vida diplomática durante las primeras décadas del siglo XX. Fue enterrado en Cuba, solo en compañía de sus hijos, un 10 de febrero de 1963, no se oficializó el hecho por el gobierno que desde 1959 rige el país, como tantas otras vidas a las que se le tiene recelo, le procuraron silenciar. Pero ese día, al siguiente, y a la fecha, la enseñanza cubana, forzosamente continuó hablando del General Enrique Loynaz del Castillo al mencionar la independencia y el Himno Invasor. Inevitable. Todas las batallas ganadas. Demasiada estirpe.
[3] Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1989. Recopilado y transcrito por su hija Dulce María Loynaz, insigne escritora cubana. Se encuentra en PDF en línea.
[4] (1841-1873) Ignacio Agramonte y Loynaz “El Mayor”, Mayor General del Ejército Libertador y Jefe de la División de Camagüey, Cuba, de la guerra de 1868.
[5] Provincia de Cuba.
[6] (1563-1620) escritor castellano autor del primer texto literario en Cuba El Espejo de Paciencia.
[7] (1814-1873) escritora y poetisa cubana considerada una de las mayores exponentes del romanticismo en Hispanoamérica.
[8] Dulce María, Enrique, Carlos Manuel y Flor Loynaz Muñoz, sus hijos, talentosos todos en el ejercicios de la poesía y la escritura cubana.
[9] La guerra estalla el 24 de febrero de 1895, estaban en plena contienda.
[10] José Martí, su compañero de guerra, fue antes que Rubén Darío, el cual le llamaba “padre”, el precursor de este progreso literario en el mundo hispano.
[11] (1853-1895) José Martí, escritor y político cubano. Líder de la guerra de 1895. Héroe Nacional de Cuba.
[12] (1845-1896) Antonio Maceo y Grajales, General y Segundo Jefe Militar del Ejército Libertador, apodado “El Titán de Bronce”.
[13] (1836-1905) Máximo Gómez Báez, nació en la República Dominicana, fue militar de la Guerra de los Diez Años y General en Jefe de las tropas independentistas en la guerra de 1895.
[14] Al día siguiente, por órdenes del General Antonio Maceo, fue orquestado por la banda de los Hermanos Avilés[14], unida a la invasión, bajo la dirección del trombonista Manuel Dositeo Aguilera, el cual fungía como Capitán del Ejército y Jesús Avilés Urbina. Actualmente sigue activa la agrupación musical y es la jazz band más antigua de América.
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