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Auge y caída del Frente Popular en Chile: 1938-1946.

por Jorge Palma Osses
Artículo publicado el 01/09/2014

“Me gusta considerar a los hombres extraños de una época como brotes tardíos de civilizaciones acabadas, nacidos de sus fuerzas y que surgen bruscamente”.
Friedrich Nietzsche

 

El comienzo del quiebre oligárquico: Formación y ascenso del Frente Popular.
Las duras imposiciones geopolíticas y militares efectuadas sobre unas alicaídas moral y economía alemana tras la firma del Tratado de Versalles; y el descalabro económico global como consecuencia de la caída de la Bolsa de Nueva York, configuraron el escenario perfecto para la proliferación, y consolidación, de ideas nacionalistas en todo el orbe a lo largo de la década del 30` del siglo XX corto.

El fascismo y el nacionalsocialismo gozarían de gran popularidad tanto en Italia como en Alemania respectivamente, sirviéndose sus dirigentes de los odios y pasiones engendradas en los pueblos. La raíz de este magro sentimiento se explica tanto por el peso económico de los tratados, el que debió ser amortiguado por la gente común mediante un alza ostensible en sus impuestos, como por el orgullo nacional herido. La sujeción de la mano de obra local al capital extranjero, inserto en la médula de las estructuras económicas nacionales, dio lugar a la aparición de caudillos políticos y militares, tales como el propio Adolf Hitler, los que aprovecharían la coyuntura social para difundir ideas basadas en el determinismo natural y la superioridad de la raza.

Por contraparte, el comunismo afianzaría su principal bastión en la URSS. Ésta, abandonó toda pretensión democrática-internacionalista luego de la muerte de Lenin, sumiéndose –en teoría- en una lógica interiorista, de socialismo en un solo país, tras el triunfo de Stalin sobre Trostsky. Para Volodia no era más que una disputa por el poder político entre dos interpretaciones sumamente nocivas del marxismo[1]. La consolidación del modelo autoritario stalinista no llegaría a concretarse sino hasta la decepcionante firma del Tratado de Brest-Litovsk, con la que en palabras con gran sentido historicista de Teitelboim, la URSS “selló la paz con Alemania y fijó las fronteras”[2], clausurándose indefinidamente la utopía internacionalista. Mas la influencia del comunismo soviético se mantendría patente en los partidos comunistas de otras latitudes por medio de la III Internacional, una verdadera “piedra en el zapato” para el militante comunista democrático. El contrapunto histórico nos permite corroborar la verosimilitud de los hechos descritos por Volodia. Efectivamente existió una voluntad de acuerdo circunstancial entre rusos y alemanes. Eric Hobsbawm en Historia del siglo XX confirma este hecho, señalando que una de las causas de la Segunda Guerra Mundial, y que abre definitivamente el camino para la expansión territorial de los nazis, es “la negativa de la URSS a continuar oponiéndose a Hitler en 1939 (el pacto firmado entre Hitler y Stalin en agosto de 1939)”[3]. El Pacto Autobiográfico que hemos firmado tácitamente con Teitelboim, adquiere connotaciones cuasi-legales en cuanto confirmamos que la metodología de investigación del memorista incorporó la selección y revisión de fuentes historiográficas. Si bien desconocemos cuales fueron las fuentes revisadas por Teitelboim en este punto específico, hemos detectado a lo largo de las memorias basta admiración hacia el historiador británico, no sólo por consonancias ideológicas, sino por la reconocida condición de rigurosidad de sus trabajos.

El escenario entablado – mundialmente – por la respuesta efervescente de amplios sectores de la sociedad civil, frente al primer gran tropiezo del modelo liberal capitalista, fue aprovechado hábilmente, como hemos dicho, por caudillos políticos de innegable capacidad retórica y reconocida facilidad oratoria. Las ideologías calarían profundamente en las estructuras políticas y sociales no sólo europeas. Latinoamérica, y particularmente Chile, no se mantendrían ajenos a este proceso de ideologización que decantaría en la polarización del mundo social.

La avanzada del fascismo se convertía en el principal peligro para las democracias representativas de todo el orbe. La alternativa soviética tampoco comulgaba con el precepto de participación ciudadana. Volodia Teitelboim no superaba los veintiún años, pero era consciente de que un casamiento con el marxismo dogmático lo convertía en un cruzado de izquierda. El “peligro tiránico de los dogmas”, como él llamaba a la actitud ortodoxa soviética, debía ser reemplazado por una interpretación del marxismo democrática y revolucionaria, que entable una relación dialéctica entre la experiencia vital y el mundo intelectual, ambos espacios coproductores de la realidad social. Ni leninista, ni trotskysta, ni stalinista, Volodia fue un acérrimo defensor de la democracia y la revolución. Opositor de la tradición y la permanencia histórica, se mantuvo firme en la convicción sobre la inevitabilidad del cambio cuando este era producto del consenso y la necesidad de muchos[4]. Como dice Jimena Pacheco, secretaria y amiga de Volodia Teitelboim a propósito de una discusión suscitada – entre ella y mi persona – acerca del supuesto leninismo del intelectual: “él era un pensador, tomaba lo que había que tomar, y que fuera correcto”.[5] No formaban parte de la identidad del señor Teitelboim los credos ideológicos. Todo lo contrario, la apertura respetuosa a distintas lecturas e interpretaciones de la realidad fue su fortaleza intelectual. Sin embargo, las pasiones políticas muchas veces superan la sobriedad intelectual del escritor. El relato de sus memorias a ratos se vuelve un tanto visceral. Se superponen las cargas de emotividad por sobre la frialdad de la construcción del relato autobiográfico. Sin embargo, esto no determina que el relato pierda grados de verosimilitud ya que el sujeto interrogador no deja de plantear su propia verdad en torno a los hechos, por lo que el Pacto Autobiográfico no se ve afectado de forma negativa.

La disciplina es uno de los sellos impresos en los militantes comunistas. Las diferencias de opinión deben permanecer en stand by tras las puertas de la Asamblea hasta que una nueva discusión las encienda otra vez. Y el Partido Comunista de Chile, a su vez, estaba sujeto a las decisiones de una estructura macro: la Internacional Comunista con sede en la URSS. La III Internacional, como dijimos, significaba para Volodia, y para todos los comunistas defensores de la democracia, la imposibilidad de asumir internamente en cada Partido las directrices que respondieran a las necesidades de los contextos particulares de cada nación. Más aún, estaba supeditada a los dictámenes de Stalin, enemigo solapado de los sistemas democráticos. Al respecto, Volodia señala en sus memorias:

[La] “gloriosa” Tercera Internacional, fundada […] cuando se pensaba que la revolución se extendería por el mundo entero. A la hora de nacer Lenin estuvo de acuerdo en que debía servir para unificar la teoría y la acción de todos los partidos comunistas. Contribuyó, sin duda, a consolidar su pensamiento, a fortalecer su militancia y el sentido de pertenencia a una causa que ansiaba liberar a los trabajadores, a todos los pueblos y a mejorar la suerte de la humanidad. Tras la muerte de Lenin y bajo el poder omnímodo de Stalin, la Internacional dependió de las orientaciones de la política internacional soviética. Todas las pugnas internas […] se le impusieron como línea sagrada, en nombre de la Revolución Mundial. Esto perjudicó muchísimo a los partidos comunistas[6].

Sería fácil condenar la postura de Volodia frente a la Internacional, acusando una fuerte carga de emotividad que excede una evaluación imparcial de los hechos. No obstante, la posición de Teitelboim ante las implicancias y limitantes del ejercicio de la III Internacional, adquiere solidez cuando comprobamos que no es una postura aislada al interior de las corrientes marxistas no ortodoxas. Estas han resultado ser bastante críticas en sus referencias y juicios frente al rol histórico de la Komintern. Figuras relevantes de las corrientes marxistas como Gramsci y Berman han puesto en tela de juicio el carácter realmente revolucionario de la III Internacional Comunista. La contrastación de las versiones historiográficas con nuestra versión histórica de referencia determina una igualdad de perspectivas, más no nos permite determinar los grados de verosimilitud ya que este ejercicio metodológico es imposible extenderlo en los casos de interpretación histórica. El filósofo marxista Jorge Luis Acanda se refiere en términos similares a los de Volodia en Situación internacional e influencia global de la Komintern:

Lamentablemente, la necesaria consigna de urgencia de la defensa de la URSS terminó significando la prevalencia de los intereses no de la URSS, sino de la camarilla burocrática monopolizadora del poder en ese país, camarilla la cual lanzó la consigna de la “construcción del socialismo en un país”, haciéndola pasar como expresión del pensamiento de Lenin. Se pasó a la subordinación incondicional de todos los partidos comunistas a los intereses del Estado soviético[7].

Los representantes de las banderas marxistas democráticas ponen el acento en el universalismo autoritario de la Komintern y en la imposición de una idea militarizada y hasta forzada del marxismo fuera de los límites soviéticos. Sin embargo, el centralismo de la III Internacional también tuvo algunas victorias parciales, las que pudieron proyectarse en el mediano plazo. Hacia 1934, la avanzada fascista en Europa llevó a los comunistas de todo el mundo a asumir una postura transversal de oposición directa a la ultraderecha. Esta posición se materializó en la intención de unificar las fuerzas políticas partidistas contrarias al fascismo en cada nación, la que estuvo en llamarse Frente Popular. En la Conferencia Latinoamericana de Partidos Comunistas celebrada en Moscú en 1934, le fue encomendada al PCCh la tarea de catalizar las fuerzas opositoras al gobierno de Alessandri y formar dicho frente.

Para el caso chileno, la tarea era compleja, pues existían rencillas históricas de base que no permitían la aglutinación de las fuerzas de oposición en un solo bloque unificado. La disputa entre los partidos Comunista y Socialista por el mismo espacio social y político se configuraba como un factor de peso a la hora de intentar llevar a cabo la misión de la formación de un Frente Popular nacional. Sumada a esta dificultad de carácter histórica, nos encontramos con una problemática que nace de la experiencia chilena del comunismo.

Imagen nº9: Desfile del Partido Socialista. Santiago. 1937.

 

El Partido Comunista, a pesar de haberse validado política y socialmente mediante la vía partidista en 1922, mantuvo desde su gestación una actitud rupturista para con el sistema, la que se expresó en sucesivos actos públicos subversivos contra la institucionalidad vigente. Esto le valió la desaprobación permanente no sólo de los otros elementos del espectro político nacional sino que también, de un vasto sector de la sociedad chilena[8].

Contrastar las fuentes secundarias que hemos utilizado para representar las características originales del PCCh –los trabajos de Villalobos y Aylwin- y las memorias de Volodia resulta conflictivo. Las referencias al Partido Comunista en las memorias de Volodia pasan por alto el primigenio carácter violentista de la colectividad. La descripción que se hace del PCCh desde sus inicios en 1912, si bien no calza con la categorización de apologética, excluye juicios profundamente autocríticos. Se exacerba el carácter organizador del movimiento obrero, pero no de las prácticas que violentan el marco de la legalidad. A todas luces, el relato de Volodia no es carne de la posición de un marxista obcecado, aunque sí de un militante comprometido. La detección de altas dosis de emotividad en la narración de Volodia, en los momentos en el que el Partido Comunista se ve aludido, nos permite confirmar la verosimilitud de los hechos presentados por el escritor.

El contrapunto histórico nos permite detectar la carga emocional del relato, además de formular conjeturas que nos llevan a explicitar la intencionalidad velada tras la omisión de los antecedentes del PCCh. Si estos antecedentes fueran expuestos al lente del lector común, un número importante de hechos que secundan la creación del Partido Comunista, y de los cuales repetidas veces sus miembros jugaron el papel de víctimas, verían mermada su validez histórica por cuanto se explicitaría la condición victimaria de los comunistas en algunos pasajes de la historia nacional. Esta situación se acentúa en tanto revisamos los datos biográficos de Teitelboim, los que sitúan al político en una posición privilegiada al interior del PCCh, quien a partir de 1956, tras su elección como diputado por la región de Valparaíso, gozaría de los más altos cargos.

Las dificultades históricas que impidieron la formación de un bloque opositor unificado permanecerían constantes hasta 1935, año en que se llevaría a cabo el VII Congreso de la Internacional Comunista, oficializándose una nueva postura de los partidos comunistas en sus respectivos contextos nacionales. Esta postura se traduce en una intención manifiesta de formar un frente amplio e inclusivo de todas las formas de oposición al fascismo, tanto de izquierdas como burguesas. Junto a ello, los partidos comunistas se instalarían en una nueva lógica de acción, la que dejaría atrás –y para siempre- el pasado subversivo revolucionario, asumiendo una posición política reformista y modernizadora. De esta forma, el PCCh fue investido de “mayor legitimidad política […] y aumentó su capacidad de diálogo, permitiéndole ampliar su base social”[9], toda vez que su discurso se encontrase en sintonía con la posición moderada en el espectro político chileno.

La situación política chilena no era asimilable a la europea. La proliferación del fascismo en el Viejo Mundo era un hecho consumado. En Chile el futuro Frente Único cimentaba su proyecto sobre ideas que apuntaban a hacer frente al oficialismo alessandrista en lo inmediato, a la oligarquía criolla en lo histórico, y no a los nacistas chilenos que aglutinaban una mínima fracción del electorado. No por ello la cuestión carecía de peso. Un examen superficial de la médula ósea de la estructura política chilena arroja como resultado una evidente unilateralidad oligárquica. Liberales y conservadores llevaban poco más de un siglo manejando las riendas del proceso histórico nacional. La figura de Alessandri significaba la continuidad de la tendencia. Es por ello que el PCCh asume con urgencia la responsabilidad de formar el Frente Popular. Teitelboim conocía sobradamente el panorama político desde la perspectiva opositora, por lo que deducía que no sería suficiente volcar las voluntades del conglomerado político al que representaba en pro de la formación de un pacto anti-derecha. Sabía también que sin una unidad real de las fuerzas opositoras, “los grandes poderes del dinero seguirían controlándolo todo, empezando por la presidencia de la República”[10].

Una unidad efectiva de los partidos contrarios al Gobierno de Alessandri –y de una proyección real en las urnas, pensando en los comicios presidenciales de 1938- no podía dispensar del Partido Radical. Con fuerte presencia en el campo chileno, y convertido en las últimas décadas en la primera fuerza electoral, no sólo permitiría configurarse al Frente Popular como una coalición que contrapese fuerzas de igual a igual al oficialismo sino que además, validaría institucionalmente un posible triunfo electoral, evitándose un pronunciamiento militar[11].

Un número importante de elementos políticos circunstanciales conspiraron para que el Partido Radical abandonara las filas del oficialismo y se afiliara en forma definitiva a la oposición. Tanto el sostenido autoritarismo de Alessandri durante su mandato, como las tendencias ideológicas contrarias al individualismo capitalista que durante la Convención Radical de 1933 saldrían a la luz, activaron la toma de decisión final al interior del radicalismo. Ésta los conduciría a cortar relaciones con el oficialismo y cualquier forma política derechista.

La coyuntura que terminó por consolidar el quiebre entre ambas facciones fue el lanzamiento de la campaña con miras a las presidenciales de 1938 del Ministro de Hacienda de Alessandri, señor Gustavo Ross, apodado por el pueblo según Volodia como “Ministro del Hambre” en su condición de “enemigo acérrimo del radicalismo”[12], del reformismo y de cualquier forma de estatismo político-económico. La posición de Volodia y de las fuentes secundarias —Correa, Villalobos, Fuentes, Aylwin, Salazar— nos permiten un contrapunto histórico determinante y sentencioso: la candidatura presidencial de Gustavo Ross, uno de los empresarios más exitosos de la historia del siglo XX chileno, fue el elemento que en primera instancia permitió un acercamiento real de las partes involucradas en el eventual bloque opositor. La connotación de referencialidad especial de Teitelboim cobra especial vigor si consideramos su participación militante en la campaña presidencial del Frente Popular. La escritura de estos pasajes de la memoria se sirve de la experiencia desde dentro de los hechos. Su posición política al interior del Partido aún no es gravitante, aunque su condición de dirigente estudiantil en la Universidad de Chile le instala en un balcón privilegiado desde donde se observa el devenir político nacional.

El lanzamiento de campaña de Ross fue la gota que rebalsó un vaso que venía llenándose con el autoritarismo alessandrista. El repudio de las clases medias y los estratos populares por el antecedente original del neoliberalismo en Chile era general. El Frente Popular estaba definido en dos de sus tres aristas, pero ¿qué sucedía con el socialismo?

El Partido Socialista debía velar por sus necesidades mediatas. Negarse a la coalición de comunistas y radicales le hubiese significado quedarse aislado en la escena política nacional, y con ello, relegado a un tercer plano –tras del Frente Popular y de conservadores, liberales y democráticos unidos- tanto en las elecciones parlamentarias de 1937 como en las presidenciales de 1938. Reconociendo que sus intereses debían sobreponerse al orgullo histórico que los distanciaba de comunistas, y alentados –y timoratos a su vez- por la coyuntura social y la política represiva por parte del Gobierno de turno, es que en abril de 1936 firman el Acta de Constitución del Frente Popular.

La tesis de Teitelboim sobre la necesidad de un Frente Único que aglutinase a las fuerzas opositoras se hizo carne con la formación del Frente Popular, mas esta jamás poseyó un cariz ideológico importante. La heterogeneidad de lecturas de la realidad nacional, junto a las diferencias prácticas con las que se intentaba alcanzar objetivos programáticos, sólo permitió proyectar al Frente Popular en el mediano-corto plazo. El gran proyecto frentista consistió en derrotar electoralmente a la derecha política en las presidenciales del 38`.

La fortuna de estar en el lugar incorrecto: Matanza en el edificio del Seguro Obrero Obligatorio.
El 4 de septiembre de 1938 la Alianza Popular Libertadora de Jorge González von Marées, a saber, formada por el Movimiento Nacional Socialista, Organización Ibañista y Unión Socialista, todas agrupaciones de corte nacista, se agolpaban al interior del Parque Cousiño (hoy Parque O´Higgins). El motivo de la reunión fue la proclama de su candidato presidencial, Carlos Ibáñez del Campo.

Volodia conocía de cerca a muchos de sus integrantes. Compañeros en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, así como también de otras carreras, los nacistas chilenos representaban un margen muy limitado en el universo electoral. A pesar de su condición minoritaria, el mismo Teitelboim acusa la potencia de la imagen nazi al interior de la sociedad civil, siendo la violencia una característica intrínseca de sus miembros[13]. No podemos pasar por alto los compromisos militantes que probablemente determinan la construcción del relato histórico del escritor frente a la figura de la juventud nacionalsocialista. En este caso, resulta imposible hacer valer la referencialidad especial de Teitelboim, en tanto cuanto, la posición privilegiada del joven estudiante en los hechos históricos contrapesa con el involucramiento directo en las pugnas ideológicas universitarias propias de las instituciones de educación públicas. No podría sorprender a nadie que la crónica teitelboimiana estuviese cargada de emotividad considerando la posición antagónica de Volodia en el espectro político nacional. Sin embargo, las dudas ante la inminente pérdida de verosimilitud de este segmento del relato de las memorias, se difuminan al mecanizar una vez más el ejercicio metodológico de contrapunto histórico. Según fuentes secundarias –contraste histórico-, la impresión del estudiante no era equívoca. Sofía Correa sentencia enfáticamente que durante la década del 30`, los grupos nacionalsocialista chilenos exacerbaron comportamientos sociales propios de los súbditos del Führer. Desde 1933 los nacistas chilenos formaron su propio grupo paramilitar denominado Tropas Nacistas de Asalto (TNA). Los enfrentamientos entre jóvenes nacistas y comunistas, o socialistas, acentuaron un clima de violencia callejera que sólo tuvo una pausa temporal luego de la Matanza del Seguro Obrero.

Con algunos meses de anticipación, los nacistas chilenos preparaban una revuelta contra quien creían era el símbolo de la oligarquía chilena y causante de la decadencia del sistema político en particular, y de la nación en general. Como bien señala Volodia, el intento golpista al más puro estilo del fallido “putsch” alemán de la Cervecería de Münich, probablemente no tenía más intención que causar revuelo mediático. El candidato nacista no tenía posibilidad alguna de salir electo[14]. Fuentes de época como El Ilustrado, hablan –en tono de acusación y condenación- de un Golpe de Estado frustrado. Sergio Villalobos en Historia de Chile asegura que el líder del conato revolucionario –aún sin participar directamente en él- Jorge González von Marées, “supuestamente contaba con la colaboración de algunas unidades militares”[15], las que nunca asistieron en ayuda de los jóvenes exaltados. Nos resulta complejo dudar de la verosimilitud del relato teitelboimiano en tanto cuanto no existe una sentencia de carácter histórico por parte del escritor, sino más bien, una conjetura, la propuesta de una posibilidad sobre la cual no se tiene absoluta certeza. Los contrapuntos histórico y periodístico nos permitirán comprobar que las “tesis” acerca del episodio del 5 de septiembre, tanto de Teitelboim como de la prensa oficialista, son precisas en sus apuntes, aunque con algunas observaciones que debemos precisar.

Los dirigentes nacistas –hablamos de Ibáñez y von Marées- tenían consciencia de que el impacto del conato sería inmediato y limitado. Sus efectos sociales no irían más allá de marcar cierta presencia de forma violenta, como hasta ese momento, había sido la tónica. Como bien apunta Volodia en sus memorias, “seguramente no pensaban en metas lejanas sino en alcanzar objetivos más directos, tras los cuales no estaba el Führer”[16].

También tenían claridad en el riesgo vital de los involucrados directos de la rebelión. Un importante número de los exaltados muchachos que presenciaron la proclama de Ibáñez eran provincianos, seducidos por la elocuencia de semidioses políticos más que por un proyecto político que gozase de claridad absoluta. Muchos de aquellos nombres que aplaudían a rabiar a su candidato el 4 de septiembre se repitieron en la lista de muertos entregada por Carabineros al día siguiente.

Sin embargo, los diarios oficialistas, los cuales enfatizaban en el delito nacista de violación a la institucionalidad vigente, a la vez que justificaban y felicitaban el exceso de Alessandri y el duro actuar de Carabineros, acertadamente calificaban el conato revolucionario como un intento golpista. Tanto los jóvenes universitarios como los provincianos que llevaron a cabo la revuelta, estaban convencidos que darían término al Gobierno de Alessandri ese mismo día, tal y como había ocurrido un 5 de septiembre de hacía catorce años. Daban vida a un Golpe de Estado que pondría un final definitivo al internacionalismo liberal oligárquico. Contrariamente a lo que imaginó Volodia, quien apelaba a la racionalidad circunstancial de los sujetos involucrados en el conato, el convencimiento de la revolución golpista de los jóvenes nazis llegaba a tal punto de que la posibilidad de perecer en el intento estaba dentro de los planes. Así lo reflejan las cartas dedicadas a familiares con motivos que iban desde las justificaciones de la irreflexiva acción hasta sentidas despedidas en caso de fracasar. El joven Herreros, uno de los encargados de la toma de la Caja del Seguro Obrero, comunicaba a su novia su disposición de “morir por el `ideal`”[17] si la necesidad y las circunstancias lo ameritasen. En definitiva, interpretar las motivaciones del sangriento episodio a partir de las mentalidades de los propios protagonistas y de las versiones de Volodia Teitelboim y de los diarios oficialistas de época, ambos testigos presenciales de los hechos, es verdaderamente un ejercicio historiográfico interesante que nos acerca –aunque de manera parcial- a la verdad de los hechos.

Como ya se ha dicho, Volodia fue testigo ocular de los hechos. El señor Teitelboim experimentó en carne propia el privilegio –o el abandono de la fortuna, dependiendo del cristal con que se mire- de estar situado en el momento y espacio precisos. Muchos de los episodios relevantes de nuestra historia han acontecido frente sus ojos, y en no pocos de ellos ha sido actor principal. La crónica histórica teitelboimiana se entrecruza con su condición innegable de referente histórico. No obstante, los grados de verosimilitud del relato son inestables, dependiendo de las intencionalidades veladas que se detecten en la escritura de los hechos. Los profundos compromisos políticos, y la subjetividad más acérrima determinada por el contexto histórico, social y cultural que se interpone entre el sujeto y la realidad, nos permiten suspender temporalmente el Pacto Autobiográfico y dar inicio al ejercicio metodológico de contrapuntos históricos y periodísticos. No esperemos que las memorias de Teitelboim nos entreguen una falsa sensación de verdad histórica. Es más, el género autobiográfico no se pretende así mismo como una variante historiográfica, ni menos desea adquirir connotaciones científicas, aunque la metodología de investigación del sujeto interrogador mantenga relaciones cordiales con metodologías propiamente historiográficas. Aún así, se constituye como una forma de representación histórica a partir de la perspectiva individual de los hechos. En la Matanza del Seguro Obrero, Volodia Teitelboim presenció desde un incomodo sillón, –las afueras de la casa de estudios- los sucesos que esa tarde de septiembre de 1938 enlutaron a una nación completa.

Dos serían los bastiones de la resistencia nacista. El malogrado plan apuntaba en primer término al edificio de la Caja de Seguro Obrero Obligatorio, “ubicado exactamente a veinte metros del Palacio de Gobierno”[18], donde actualmente se encuentran las dependencias del Ministerio de Justicia. En segunda instancia, un grupo menos numeroso debía ocupar las inmediaciones de la Casa Central de la Universidad de Chile con la orden de apresar al rector de la institución, señor Juvenal Hernández.

Eran las 12:00 A.M en punto en la capital. Se daba inicio al motín. A eso de las 12:10 la propietaria de un pequeño negocio que se encontraba a la salida del Seguro Obrero daba aviso al carabinero José Salazar Aedo, perteneciente a la dotación de Tránsito -quien se alistaba para dar inicio a su hora de colación-, que un grupo de personas armadas había ingresado velozmente al edificio[19]. Acudiendo inmediatamente al llamado, Salazar increpó a los sujetos, recibiendo como única respuesta, un tiro que le costó la vida luego de algunas cuadras de caminar con destino a la Prefectura General, según diario El Mercurio. Cabe señalar que las versiones de los diarios se contradicen en muchos aspectos y detalles. El Ilustrado afirma que Salazar fue muerto por la espalda. Como bien apunta Volodia –esta vez en concordancia con los medios informativos oficialistas-, la cincuentena de amotinados ocupan los pisos superiores del estrecho edificio del Seguro Obrero e instalan una barricada en el séptimo piso. A las 12:30 del día se iniciaría el tira y afloja entre Carabineros y los jóvenes nazis.

Mientras tanto, en las inmediaciones de la Universidad, un puñado de muchachos, los que por su falta de ubicación dentro del espacio se presume no pertenecían a la institución, irrumpen en una habitual reunión de directivos y académicos. Junto a las amenazas de rigor en estos casos, la pregunta que asaltó a los temerosos asistentes de la reunión por parte de los amotinados refería a quién era el rector de la Universidad. Sin más, éste reveló su identidad aparentemente con total calma, mientras los nacistas obligaban al resto a abandonar la Sala de Conferencias.

El transcurso de los hechos se sucedía en paralelo. González von Marées presumiblemente tenía una conexión oculta con un importante número de núcleos militares. Esto nunca pudo comprobarse. El amotinamiento de los jóvenes nacista debía servir de aliciente para el levantamiento de entre otros, la Escuela de Aplicación de Infantería de San Bernardo –en la que se encontraba Ibáñez-, Buin, Regimiento Maipo de Valparaíso y otros centros militares provinciales[20]. El intento golpista de los jóvenes nazis no sólo no conmovió ninguna unidad castrense sino que además, provocó la ira de Alessandri, quien obligó a Carabineros a actuar con innecesario rigor. La orden a don Humberto Arriagada, Director de Carabineros, fue clara y directa: había que acabar con la vida de todos los revolucionarios, para así, evitar cualquier intento de sublevación general de las unidades miliares.

Luego de un extendido tiroteo entre los nacistas y carabineros, muere un hombre perteneciente a estos últimos. Se envía un comunicado desde el Ministerio del Interior a las 1:30 P.M con la orden de que en ciento veinte minutos más a partir de ese instante, el asunto debe estar arreglado. El uso de la razón se encuentra objetado como herramienta intermediaria. La situación se tensó aún más. El primer paso para acabar con el conato fueron los cañonazos que se hicieron a la puerta principal de la Universidad. Seis ibañistas fueron asesinados de un golpe. Los contrapuntos histórico y periodístico nos indican que las opiniones vertidas frente al desencadenamiento de los hechos del 5 de septiembre de 1938 se encuentran divididas. Desde el más profundo sentido historicista, y sin el apremio de la inmediatez, tanto para Volodia, como para Villalobos y Correa, el actuar de los hombres del Regimiento Tacna, fieles a Alessandri, fue funesto y exagerado. Para El Mercurio y El Ilustrado, voces de la experiencia presencial y del oficialismo político de época, respondía a la necesidad de salvaguardar la institucionalidad vigente y poner en ejercicio el imperio de la ley. No sólo las puertas de la Universidad tenían un gran valor sentimental –Volodia es un nostálgico imperecedero-. Más allá de cualquier diferencia de opinión, de lecturas de la realidad social, incluso en circunstancias en que se vive en las antípodas ideológicas, el flagelo más grande que puede experimentar una sociedad democrática es hacer uso de la llamada “violencia legítima”. Sincerando la pasión juvenil, el estudiante apunta sobre un hecho que muchas veces se alojó en su mente como un sueño, pero que ese 5 de septiembre se vivía como pesadilla.

Los veinte sobrevivientes del motín de la Universidad de Chile fueron sacados a la calle, con la primera orden de ser enviados a la Oficina de Investigaciones[21]. Jamás llegaron hasta ese lugar. El desfile de revolucionarios apresados concluyó afuera del edificio del Seguro Obrero. Aquí fueron dirigidos hacia el interior. La intención de Carabineros era que los amotinados sirvieran de escudo para que sus propios compañeros los asesinaran en el nuevo tiroteo que se presagiaba inminente. Las fuentes son ambiguas al respecto. Los diarios oficialistas –El Mercurio y El Ilustrado– aseguran que la muerte de la veintena de jóvenes sobrevivientes de la Universidad efectivamente se produjo tras el impacto de las balas de sus propios compañeros. Alwyn responsabiliza exclusivamente a la fuerza policial del homicidio masivo. El contrapunto histórico y periodístico con las memorias de Volodia queda inconcluso ya que éste, no se aventura con una tesis concreta al respecto.

Por otro lado, y refiriéndose a los sobrevivientes de la masacre, se equivoca al creer que “ninguno llegó a la Asistencia Pública. Todos, menos uno, a la Morgue”[22]. Markus Klein en La Matanza del Seguro Obrero, un estudio profundo y acabado sobre el violento episodio, sentencia que todos los muchachos excepto cuatro, los que hábilmente fingieron haber perecido entre las decenas de cadáveres esparcidos por el piso, fueron masacrados al interior del edificio del Seguro Obrero. No sólo se les disparó, sino que también se les remató a punta de disparos y culatazos. La misión que el Presidente había encomendado a sus aliados más fieles se cumplió al pie de la letra[23]. El error histórico de Volodia no podemos atribuirlo a una intencionalidad explícita o velada de intervención en la exposición de los datos oficiales entregados. La reducción en el número de sobrevivientes de cuatro a uno no contribuye a acentuar las culpas de Alessandri y de la Fuerza Policial. La condena historiográfica hacia las medidas tomadas por el oficialismo aquella tarde santiaguina es generalizada, y no guarda directa relación con un análisis cuantitativo de los hechos. Más bien corresponde a un exceso de confianza en los datos expuestos por Alwyn, quien sirvió de cabecera en la metodología de investigación utilizada por Teitelboim, apoyando los vacíos de la memoria causados por el paso del tiempo. Tampoco es conveniente elaborar una crítica contundente hacia esta historia general del siglo XX chileno por una sencilla razón: la obra de Klein, estudio monográfico y especializado en los sucesos acaecidos el 5 de septiembre de 1938, fue publicada posteriormente a la edición de las memorias de Volodia Teitelboim, y por supuesto, de Chile en el siglo XX, de Aylwin y otros.


Imagen nº10: Jóvenes nacistas apresados. Conato revolucionario en la Universidad de Chile, 1938.

 

 

 

 

 

Los dirigentes del nacismo chileno fueron apresados, aunque tempranamente puestos en libertad. Entre ellos González von Marées, Presidente de la Alianza Popular Libertadora; Tobías Barros, vicepresidente de la Alianza; Carlos Ibáñez del Campo, candidato de aquel conglomerado político; y el poeta Vicente Huidobro, quien en el momento del apresamiento del candidato nacista se encontraba extrañamente de visita. Este último hecho se configuró como el cierre definitivo de un capítulo que se venía escribiendo hacía años en la vida de Volodia, a medida que las diferencias ideológicas se iban acentuando entre el polémico escritor y Teitelboim. En el ocaso de su vida confesaría el arrepentimiento de haber cortado relaciones con tan brillante intelectual.

Desde la cárcel, Ibáñez incitó a todos los adherentes al nacismo chileno a votar por el Frente Popular. Paradójicamente, el triunfo electoral de un conglomerado político que se gestaría como reacción al fascismo, se materializaría con el apoyo explícito de su enemigo natural.

 

Entusiasmo juvenil en las elecciones presidenciales de 1938: triunfo del Frente Popular y ascenso al poder de Pedro Aguirre Cerda.
Los hechos acaecidos entre las elecciones parlamentarias de 1937 y los días previos a las presidenciales de 1938 generaron un ambiente de inseguridad al interior de las filas frentistas. El triunfo del oficialismo en 1937, el que aumentó su votación con respecto a 1932, suscitó una serie de cuestionamientos en la colación de centro-izquierda haciendo tambalear la continuidad del Frente Popular. Más aún, una serie de divisiones internas en el Partido Socialista, producto de la indisciplina y la heterogeneidad ideológica de sus militantes, llevó por un lado a incorporar a la Izquierda Comunista de corte trotkysta entre sus filas, alzando a su figura más eminente, Marmaduque Grove, como candidato con miras a las presidenciales de 1938. Por otro lado, la Unión Socialista se desprende de su conglomerado político de base para formar una alianza con la Acción Popular Libertadora de corte nacionalsocialista, levantado con ello la candidatura del ex dictador Carlos Ibáñez del Campo.[24] Sabemos lo que sucede con la candidatura nacista ad portas de los comicios electorales.

Desde su formación, Volodia mantenía una relación estrecha con el Frente Popular. No sólo su militancia en el PCCh lo comprometía políticamente a este conglomerado. También fueron su trabajo como cableador y reportero del diario Frente Popular; y su adherencia a la juventud frentista activa, -la que solía manifestarse callejeramente de forma masiva y elocuente-, el sustrato de su ligazón emocional al Frente Único. Un sentimiento fraterno y simpatías ideológicas unían al joven estudiante al Frente Popular chileno y al Republicanismo español a partir de la experiencia lejana del desastre de los comunistas ibéricos. Sus memorias son fuente militante del entusiasmo con que se vivía la experiencia frentista en un importante segmento de la sociedad chilena:

Si el pueblo dice: “quien canta su mal espanta”, nosotros recurríamos a una paráfrasis “Juventud que canta tiene esperanza”. Como se sabe, cantaba de memoria y a coro las canciones que venían de la España republicana. Varias adaptaban melodías preclásicas, viejos romances acoplándolos a letras dictadas por las circunstancias del conflicto. Así, aires medievales resonaron como material lírico, como viento inspirado en gargantas de jóvenes nuestros. En algunos casos hacían una segunda alteración de la letra, para chilenizarla, poniéndola al servicio de la causa en que estaba empeñada la izquierda[25].

La amplia base social del Frente Popular se configuró como un elemento aglutinador de las fuerzas de centro-izquierda. La unificación del electorado de importantes sectores populares, intelectuales y de las surgentes clases medias permitió a los dirigentes frentistas hacer optimistas proyecciones políticas con miras a las presidenciales del 38`. Sin duda, esta era la pulsión yoica que evitaba la debacle al interior del Frente: la certeza de que un triunfo en las urnas sobre la derecha, sería rotundamente imposible sin la cohesión absoluta del electorado de oposición. Sin embargo, la permanencia en vida del Frente Popular no se debió exclusivamente al gran piso ciudadano sobre el cual descansaban sus bases electorales, ni tampoco a la proactividad de un amplio número de muchachos que hacían sentir su apoyo mediáticamente en la calle. El Partido Comunista desempeñó un rol importantísimo en este sentido. Supo leer hábilmente el presente político chileno. Jugaron sus cartas al candidato radical Pedro Aguirre Cerda, el que fue puesto como precondición para la permanencia de esta facción en el Frente[26]. Elías Lafferte, Presidente del PCCh y candidato natural a la presidencia debió ser postergado. El comunismo tenía suficientemente claro que: sin el apoyo radical la derrota sería inminente; y el proceso por el que el comunismo se validara social e institucionalmente no estaba maduro, el peso de la historia es determinante. El socialismo no tuvo más alternativa que acatar la resolución.

Los dados estaban tirados. Eliminado Ibáñez de la contienda, Aguirre Cerda y Ross serían las alternativas postulantes a la Presidencia. Ninguno corría con ventaja. La incertidumbre se apoderaba del aire civil. El mismo Volodia sabía que el gatillo de la violencia política podía ser jalado en cualquier momento. El respeto por la institucionalidad en Chile estaba condicionado por las circunstancias políticas y sociales, y su fama era sinónimo de fragilidad. El flagelo histórico de Chile era el intervencionismo militar. El miedo que infundía la Milicia Republicana —y anteriormente los “acólitos” de González von Marées— se confundía con la certeza de Volodia que el triunfo de la izquierda estaba a la vuelta de la esquina.

El día de la elección era expectación pura. En el Frente Popular, como afirma Teitelboim, había confianza por el trabajo realizado, aunque existía una “inquietud [que] se refería, en primer término, al resultado electoral mismo y, en segundo lugar, a las maquinaciones que el régimen pudiera intentar si el veredicto de las urnas le fuera adverso”[27]. Las sensaciones y expectativas experimentadas los días previos de las presidenciales de 1938 sólo pueden ser descritas por un miembro comprometido del Frente Popular. Lo que durante meses anteriores podía ser considerado trabajo político estructural de base, en esos momentos no se constituía más que como acto de fe. La condición referencial de la figura de Volodia no puede ser contrarrestada con la visión historiográfica de los referentes nacionales. Esto, por la sencilla razón que una figura tan eminente de la izquierda chilena como Teitelboim hubiese sido fuente perfecta para la interpretación de estos hechos dada su posición privilegiada al interior de las filas frentistas. La inexistencia de fuentes escritas respecto a los sentimientos atravesados por los frentistas en esos días nos conduce a la necesidad de reafirmar el Pacto Autobiográfico, complejizando la posibilidad de determinar el grado de verosimilitud del relato teitelboimiano.

Los temores de Teitelboim, al contrastarlos con los hechos, verificamos que se encontraban en consonancia con la tradición política chilena. El cohecho, el “acarreo” del electorado, y la manipulación de las urnas fueron prácticas ilegítimas de control político tan conocidas como extendidas desde los albores del sistema republicano. Si estos mecanismos no resultaran suficientes para asegurar el triunfo oficialista, se pensaba que de manera interna se resolvería el asunto. Sin embargo, la presión de una turba poco controlada en las afueras de las dependencias de la Casa de Gobierno en los momentos previos a la entrega de los resultados electorales; y paradójicamente de los militares, quienes exigían el respeto por el triunfo legítimo de quien obtuviera la mayoría de votos, se transformaron rápidamente en voces elocuentes de un segmento social mayoritario que se hacía sentir.

El resultado electoral sería una incógnita hasta su revelación oficial. Estadistas de Gobierno elaboraban optimistas proyecciones electorales. Ricardo Lira Herrera, Director de la Oficina Técnica Electoral de la candidatura nacional de Gustavo Ross, auguraba una victoria amplia de su facción por una diferencia de 40.000 votos[28]. Por su parte, el diario El Ilustrado manifestaba su seguridad ante la imbatibilidad de la coalición de partidos políticos que respaldaban al candidato del oficialismo. Aseguraban un triunfo rotundo en la emblemática ciudad de Valparaíso[29]. La tabla 1.1 nos señala que Valparaíso, junto a la Región Metropolitana fueron los grandes reveses electorales que sufrió la derecha.

La expectación trascendía las fronteras. Volodia revisaba los cables del diario Frente Popular y podía percatarse de que Chile se encontraba en “el ojo del huracán”. La interrogantes divagaban entre el optimismo que suscitaba la posibilidad –cierta por lo demás- de un tercer Frente Popular en el mundo, y la reacción fascista –y norteamericana- ante un eventual triunfo de Aguirre Cerda.

La espera de los resultados electorales esa tarde de 25 de octubre de 1938 se hacía eterna. La multitud agolpada frente a La Moneda vociferaba el triunfo frentista. Teitelboim era uno más entre los que copaban la Alameda. Rumores de una posible confabulación del Gobierno contra el legítimo resultado sacudió a la masa. Cerca de las 10 P.M el júbilo popular se dejó sentir. Se confirmaba el triunfo de Pedro Aguirre Cerda por un margen de 2000 votos según Volodia Teitelboim, quien nos informa sobre la impresión primera en el momento mismo del anuncio. El contrapunto histórico nos permite apuntar sobre una diferencia de 7380 votos ratificados por el Ministerio del Interior al día siguiente, faltando el escrutinio de algunas mesas en las ciudades de Puerto Montt, Quellón y Yelcho[30]. La verosimilitud del relato de Volodia se mantiene intacta si consideramos que las cifras entregadas por su persona corresponden a los rumores que volaron aquella tarde en las afueras de La Moneda. La memoria personal es el único recurso utilizado para reconstruir los episodios históricos que se sucedieron el 25 de octubre, por lo que la confianza depositada en el relato teitelboimiano recobra especial vigor si ponemos en marcha el sentido del Pacto Autobiográfico.


Imagen nº11: Pedro Aguirre Cerda y su gabinete. 1938.

 

Volodia, y el entrañable Neruda, se irían de copas a celebrar la victoria hasta la amanecida junto a Rubén Azócar y Acario Cotapos entre otros[31]. La casa arrendada en Irarrázaval con Pedro de Valdivia por el futuro Nobel, serviría como refugio del trasnoche.

 

Tabla 1.1- Votación por provincias de elecciones presidenciales de 1938.
Datos del Ministerio del Interior.
Los datos recibidos en el Ministerio del Interior, por provincias, son los siguientes:

Fuente: Datos oficiales del Ministerio del Interior, El Mercurio, Santiago, 26 de octubre de 1938, p.1.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En la mañana del día siguiente, El Mercurio titula: “con tranquilidad y en plena libertad se efectuó la elección de Presidente de la República”[32]. El civismo en Chile daba muestras de alcanzar la mayoría de edad, aunque hechos aislados durante el transcurso de las votaciones se dejaron sentir. No obstante, el reconocimiento del triunfo frentista no llegaría en ninguno de los diarios de oposición. La noticia, tanto en El Mercurio como en El Ilustrado, medios de comunicación controlados por el oficialismo alessandrista, se abandona el 27 y 28 de octubre respectivamente, sin dar a conocer jamás la confirmación de la victoria de Pedro Aguirre Cerda en las urnas. El presidente del Partido Liberal, don Gustavo Rivera, dejaba sentir sus descargos sobre una elección que a su parecer, estaba invalidada por los actos aislados de violencia ocurridos durante el día 25 de octubre:

La elección de ayer se ha desenvuelto bajo un régimen de violencia y de terror impuesto por el Frente Popular, a lo largo de todo el país […] En estas condiciones, los resultados que se han dado a conocer no reflejan la verdadera opinión del electorado nacional, que ha estado impedido para manifestase libremente. En estas circunstancias no podemos sino que hacer valer en forma enérgica nuestros derechos y estamos ciertos de que el Tribunal Calificador los reconocerá, con lo que quedará sellado, el legítimo triunfo que hemos alcanzado[33].

A pesar de la querella impuesta, el Tribunal Calificador ratificaría la victoria legítimamente alcanzada por el Frente Popular. El flamante nuevo Presidente de la República asumiría el mando el 25 de diciembre de 1938.

El peso de los factores que determinaron el triunfo frentista fue rotundo. La inexistencia de una planificación social sintónica con las necesidades de los sectores más desposeídos de la sociedad chilena; el sostenido autoritarismo de Alessandri, fundado en el miedo de una fatal experiencia gubernativa precedente (1920-1924) que culminaría abruptamente con la intervención militar de Ibáñez; el punto de máxima tensión de este autoritarismo materializado tristemente en la Matanza del Seguro Obrero –que ya hemos analizado-, el que en palabras del propio Volodia Teitelboim hizo recorrer al país “una sensación de horror”[34]; el paradójico llamado de Ibáñez al electorado nacista incitando a votar por el candidato frentista; el castigo de la población civil al autoritarismo alessandrista, expresado ese 25 de octubre en las urnas; la emancipación de un electorado –popular- históricamente reacio a participar en política, lo que pudimos comprobar con un aumento en la inscripción en los registros electorales[35]; y la falta de cohesión al interior de las filas del oficialismo, en donde se sospechó y luego se confirmó que las juventudes conservadoras apoyarían soterradamente en la votación a Pedro Aguirre Cerda, se configurarían como las causas del quiebre oligárquico. El triunfo del Frente Popular, significó para la oligarquía una fractura dolorosa en la estructura política chilena. Para Volodia era el comienzo de un nuevo país, el despertar de la conciencia de un segmento amplio de la sociedad chilena, y la oportunidad que buscaban desde hacía mucho tiempo los estratos populares. Al menos en política, nada podía ser mejor.

Martes fatídico en Chillán: terremoto del 24 de enero de 1939.
Cuando la naturaleza estima conveniente manifestarse, el proceso imperecedero en el que el mundo se acomoda y se reacomoda se suspende por unos instantes. Aún no transcurrían treinta días desde que Pedro Aguirre Cerda se fotografiara públicamente con la banda presidencial, cuando Chile fue sacudido nuevamente por un terremoto. La noche del 24 de enero de 1939, Volodia junto a su novia Eloísa disfrutaban de la cinefilia que los aquejaba. Loretta Young y Charles Boyer eran los protagonistas de La caravana del amor, film que el Teatro Real se complacía en presentar[36]. Se acercaba la medianoche y el muchacho de veintidós años oía de su novia un alegato sobre la fogosidad inalterable del novio. Cuando el reloj marcaba las 23:32 horas, un fuerte remezón con aires de terremoto sacudía la zona centro-sur del país. En Santiago, personas salían de sus hogares y locales de entretención nocturna para agolparse en las calles y refugiarse bajo los dinteles. Los novios se despiden pasivamente. El rumor sobre una catástrofe en el sur se echa a correr. Esta vez la capital salvaba ilesa de un movimiento telúrico.

Al día siguiente El Mercurio titulaba: “Caracteres de terremoto alcanzó en el sur el movimiento sísmico de anoche”[37]. Nada alarmante ni que causara extrañeza. En el imaginario de Chile se alberga parasitariamente la tradición sísmica que tantas veces nos ha obligado a ponernos nuevamente de pie. En Talcahuano los datos oficiales arrojaban un saldo de diez muertos y sesenta y siete heridos. Ciertamente lamentable, pero se sabía que las circunstancias auspiciaban un panorama mucho peor. La experiencia chilena tiene mucho que decir. De ciudades como Chillán lisa y llanamente se desconocía su situación. Las comunicaciones estaban inhabilitadas. La incertidumbre se apoderaba del joven escritor. Para un hombre nostálgico, el terruño se convierte en un trozo del propio corazón.

Durante el día 25 el cablegrama transmitió lo que Volodia no quería oír ni ver jamás: Chillán estaba literalmente en el piso. Inmediatamente se dispuso a acudir hasta el lugar siniestrado como reportero del Frente Popular. Elías Lafferte sería su conductor y compañero de viaje.

A medida que avanzaban los misioneros del Frente Popular con dirección a Chillán, el panorama se tornaba cada vez más desolador. Casas, edificios, muertos y vivos. Todos en el suelo. El diario El Ilustrado apuntaba en su entrega del jueves 26 de enero:

Chillán y Cauquenes totalmente destruidos. Chillán ofrecía ayer tarde una visión dantesca de ruina y muerte. Todo estaba destruido. Y sobre las ruinas, deambulando sin rumbo fijo, iban deambulando los sobrevivientes de la tragedia, sin saber a quién recurrir. Las madres con sus hijos en brazos pedían agua y pan[38].

Aún no existían datos oficiales del Ministerio del Interior que permitieran cuantificar la magnitud de la catástrofe. Los números se hacían pequeños en cuanto podían ser comparados con la imagen viva de la muerte en ese lugar. Volodia estaba resuelto a entrar en la ciudad que en ese mismo instante estaba siendo evacuada. Una estampida de personas venía mientras ellos iban. Caminaban entre escombros, cadáveres, y uno que otro superviviente oculto entre las estructuras derribadas. El éxodo post masacre contemplaba la casi totalidad de sobrevivientes. Aquel día se manejaba como cifra no oficial la de diez mil muertos sólo en la ciudad de Chillán. Volodia señala que “de cuatro mil [casas] quedaron quince en pie”[39]. El contrapunto histórico y periodístico no nos permite ratificar la observación de Teitelboim, aunque no resulta en absoluto exagerada si pensamos en que más del 50 por cien de la población total de Chillán pereció con la tragedia. El apunte de Volodia subyace al exclusivo cuestionamiento del yo como objeto hermenéutico[40], y no a la consulta de fuentes historiográficas que recurrentemente ejecuta siguiendo los lineamientos de su propia metodología de investigación, con las que se permite rellenar los surcos de la memoria. La tradición de un pueblo que conservaba gran parte de su pasado colonial también se esfumaba junto a sus habitantes. El desastre era total. No se podía esperar menos de un cataclismo de 8,4 grados en la escala de Richter.


Imagen nº12: Terremoto de Chillán. 1939.

 

Con la llegada de voluntarios de todas partes del país y del extranjero, se daba inicio a la tarea de salvaguarda de sobrevivientes y remoción de escombros. En Santiago, los partidos políticos, juntas de vecinos, organizaciones comerciales y gremiales e individuos anónimos se organizaban para hacer sus aportes en dinero, medicamentos, alimentos y optimismo. Por algunos días Chile se olvidó del color al que pertenecía. La polaridad política y social fue puesta en el congelador del compromiso con el dolor ajeno. La ayuda venía incluso desde otras latitudes. Especial relevancia mediática suscitó el arribo del Exeter, un crucero británico puesto a disposición por el gobierno de la Isla como acto simbólico de solidaridad. El Ejército envió el barco a Talcahuano con contingentes militares del Regimiento Maipo al mando del mayor Alfredo Larenas[41].

La presencia del Gobierno en la devastada ciudad de Chillán fue encomendada a la figura del Dr. Miguel Etchebarne, Ministro de Salud de Pedro Aguirre Cerda. Volodia se encarga de anotar la información que el Ministro oficializa. Cuatro quintas partes de Concepción destruidas; Cauquenes prácticamente ha desaparecido[42]. El joven reportero del diario Frente Popular pregunta por el balance general de la catástrofe. Etchebarne se limita a señalar lo que todos pueden ver. La frialdad en momentos como el que se estaba viviendo suele ser patrimonio de pocos. Para el doctor no era momento de lamentaciones. La preocupación respondía a las necesidades del momento. Sólo tres mil muertos –de los más de 25.000 hasta ese momento- habían sido sepultados. Había escases de ataúdes y de cavadores. A pesar de la iniciativa privada de regalar ataúdes estos no eran suficientes. La naturaleza había dado vida a su propia versión del holocausto. Las medidas inmediatas tomadas por el Ministro de Salud refirieron al mantenimiento de los cuerpos con cal y a la repartición de medicamentos y enceres a todo el que lo necesitase.

El 27 de enero de 1939 comenzaron a ser confirmados algunos temores. Las cifras que permitían cuantificar la magnitud de la catástrofe fueron reveladas de manera oficial por el Ministerio del Interior mediante la voz de su Subsecretario, Raúl Rettig. El número aproximado total de muertos en Chillán ascendía a 30.000 personas, lo que equivale al 60% de su población total. Los daños materiales ascienden a trescientos millones de pesos de la época[43]. Por los muertos nada se puede hacer. Por otro lado, los vivos exigían urgentemente el inicio de la Reconstrucción.

Para poner en marcha el proceso de Reconstrucción nacional, se ideó desde el Gobierno un Plan de Fomento de la Producción que proponía la inversión de mil ochocientos veinte millones de pesos chilenos de la época. El plan contempla tres aristas que forman parte de la solución al problema:

Ir en auxilio de las víctimas y (1) restaurar la zona devastada; (2) producir el equilibrio del presupuesto y (3) realizar en todo el país un amplio plan de fomentoa la producción, que sea capaz de contrarrestar desde el punto de vista económico los efectos desastrosos que las consecuencias del cataclismo necesariamente producirán en nuestra economía nacional, plan que, además, tendrá por objeto mejorar las condiciones de vida de todos los chilenos (los énfasis y las cursivas son nuestros)[44].

El apoyo de los parlamentarios hacia el Ejecutivo -contrariamente a la tendencia histórica de la relación Gobierno-Parlamento-, se constituyó como un factor determinante en tanto cuanto nos referimos a la aprobación de la ley que contempló la creación de la Corporación de Reconstrucción y Auxilio y la Corporación de Fomento de la Producción (CORFO)[45]. Con ellas, no sólo se lograría la restauración de la zona devastada mediante el apoyo directo del Estado como lo había planificado Aguirre. Cuando el plan citado se refiere al “equilibrio del presupuesto” nacional, está haciendo alusión a la incapacidad económica del Estado chileno para solventar por sí sólo la Reconstrucción. Por ello, Chile debía recurrir a sus contactos financieros, especialmente norteamericanos, y solicitar la asistencia crediticia necesaria para cubrir los gastos de inversión regional. El papel que jugaría la CORFO se expresaría mediante el fomento a la producción industrial –el que queda de manifiesto en el tercer punto del plan-, con lo que el Estado generaría los medios para pagar los intereses y amortizaciones del empréstito solicitado. La coyuntura del terremoto de 1939 permitió al Presidente dar inicio a uno de sus más ambiciosos proyectos: propiciar el crecimiento y desarrollo de la economía de Chile, sustituyendo la dinámica de importaciones por un proceso de industrialización en el que privados y el Estado asumirían una responsabilidad compartida.

Con el regreso a Santiago se cerraba una nueva etapa en la vida de Volodia. Recuerdos de una infancia feliz permanecían vivos en la memoria, mientras los lugares que albergaron aquellos hermosos momentos yacían bajo el adobe y el polvo de teja. La capital ofrecía algunas posibilidades de seguir subsistiendo consigo mismo. No quedaba más opción que tomarlas.

Especialmente complejo resulta elaborar un contrapunto histórico de los hechos ocurridos en enero de 1939, utilizando como fuente de contraste las memorias de Volodia Teitelboim. Los tres primeros capítulos del segundo tomo de la zaga Antes del Olvido se encuentran dedicados con exclusividad a la “experiencia personal” del terremoto. Por algunos instantes, Volodia Teitelboim mantiene perenne su condición de sujeto que interroga, mas sin perder la categoría de objeto interrogado, deja de consultar por el yo, y comienza a hacerlo por un otro. Si bien no existe una pérdida absoluta del carácter autotélico de la interrogación autobiográfica, pues los nombres particulares y los trazos históricos personales son patrimonio del esfuerzo de la memoria de Teitelboim –sujeto que interroga y objeto interrogado-, la representación de los hechos subyace a la subjetividad de la que se sirve el escritor a partir del enfrentamiento de otros con la tragedia, difuminándose el telón histórico de fondo a medida que el relato avanza –consulta del yo para determinar a otro-. El relato posee un hilo conductor dado por la visita de Volodia en la zona afectada, mas su intermitencia propicia el extravío de los hechos en un paisaje en donde predominan los casos particulares con escasa relevancia histórica para los metarrelatos nacionales, y no considerados por monografías o microhistorias referentes al tema. La veracidad de estos hechos no podemos comprobarla por la inexistencia de fuentes de contraste. Las referencias a los hechos de la historia de Chile presentes en las memorias, como se ha dicho, también son escuetas.

 

El día en que estalló el conflicto: 1 de septiembre de 1939.
Sin duda, la concurrencia a espectáculos públicos y artísticos era uno de los pasatiempos mejor saboreados por el joven Volodia. El 1 de septiembre de 1939 era momento de visitar, una vez más, el hoy olvidado Teatro Coliseo ubicado en Avenida Matta esquina de Arturo Prat, pleno centro capitalino. No obstante, en esta ocasión no habría luces ni vedettes sino dirigentes políticos disparando palabras cargadas de fuego contra Ariosto Herrera, cabecilla de la insurrección militar contra el gobierno de Aguirre Cerda[46].

Producto de la confabulación de elementos derechistas y del propio Ibáñez, quien hacía menos de un año convocaba en un llamamiento general a su facción política incitando a votar por el candidato frentista, en agosto de 1939 se propició un levantamiento militar[47]. Por cierto, sin eco al interior de la sociedad chilena. El mundo cívico seguía validando ampliamente el legítimo triunfo del Frente Popular. Volodia formaba parte del sector comunista que seguía apoyando incondicionalmente a Aguirre, a pesar que con timidez comenzaran a aparecer voces disidentes al interior del Partido. Es más, el grueso de las FF.AA se sentía optimista respecto a su situación particular. El Presidente había prometido mayor inclusión de los cuerpos armados y sustantivas mejoras salariales. Su pasado lo ligaba estrechamente a las fuerzas militares como Profesor de Castellano, Filosofía y Educación Cívica en la Escuela de Suboficiales del Ejército[48]. La credibilidad de Don Tinto, como llamaban a Pedro Aguirre Cerda con cariño sus cercanos, se mantenía intacta luego de nueve meses de gobierno.

Imagen nº13: Ariostazo. Partida de relegados. Santiago, 1939.

 

El contrapunto histórico entre la versión de Volodia Teitelboim y las fuentes secundarias (Villalobos, Correa, Aylwin), nos permite verificar una concordancia rotunda de todos los datos apuntados por el escritor, alcanzando el relato autobiográfico teitelboimiano altos grados de verosimilitud. Con precisión microscópica, poniendo en marcha el ejercicio de interrogación al yo del escritor, tanto los aspectos generales de tipo temporal, como datos particulares y detalles referentes a nombres propios y de lugares vertidos en el relato, consuenan con la narración de los historiadores chilenos. Ahora bien, no podemos atribuir la prolijidad de los apuntes históricos de Volodia exclusivamente al poder de la memoria personal, tanto porque la memoria se configura como una perspectiva visual e interpretativa de la realidad histórica, como por su inherente condición de fragilidad. Como bien señala Miraux, estableciendo una comparación entre la efectividad del diario de vida y las limitantes de la construcción de una autobiografía:

Si bien escribir un diario permite, en el día a día, anotar las impresiones, los hechos anodinos, los encuentros cotidianos con exactitud, no ocurre lo mismo con la autobiografía, que recompone el yo a partir de recuerdos más o menos difusos[49].

Por ello, la cuestión de la verosimilitud no se ve cuestionada, sino más bien explicitada, en tanto que la utilización de una metodología de investigación que considera fuentes historiográficas –como Chile en el siglo XX de Alwyn- no rompe con la sinceridad del Pacto Autobiográfico sino produce el efecto inverso, permitiendo reconocer que la memoria exige un apoyo externo para suturar los vacíos ocasionados por la desmemoria, en tanto cuanto el sujeto interrogador de si mismo posea esa vocación historicista que Teitelboim presenta en sus memorias.

En el instante mismo de la proclama que tenía lugar en el Teatro Coliseo, un hombre sube presuroso al escenario a entregar la información que nadie quería escuchar, mas todos sabían era inevitable: Alemania, a las 4:45 A.M hora chilena, había violado la frontera con Polonia. Hitler, arguyendo falsamente sobre el llamado a las armas por parte de las autoridades polacas, emitió un comunicado en el que expone las razones que justifican el episodio:

El Estado polaco rechazó el arreglo pacífico de nuestras relaciones de vecindad, que yo había buscado. En vez de ello, llamó a las armas. Los alemanes en Polonia han sido perseguidos con un terror sangriento y han sido arrojados de sus hogares y sus granjas. El número de violaciones de la frontera, que es intolerable para una gran potencia, demuestra que Polonia no quiere por más tiempo respetar las fronteras del Reich. Con el objeto de poner término a esa loca actividad, no me queda otro camino que contestar a la fuerza con la fuerza, desde ahora en adelante[50].

La movilidad fronteriza europea es producto de conflictos geopolíticos de larga duración, y en mucho excedía las pretensiones polacas de traspasar los límites territoriales alemanes. Estas más bien se orientaban hacia una tímida exigencia de respeto por los suyos. El polémico comunicado refería al supuesto atentado polaco a una emisora de radio germana cercana a la frontera. Nadie, excepto las tropas alemanas, podía tragarse un argumento tan poco profundo[51]. Las fuerzas del nacionalsocialismo habían transgredido todos los límites políticos permitidos. El status quo se había mantenido inalterable gracias a la permisividad –y por qué no señalar, pasividad- tanto de Inglaterra como de Francia. El miedo a un enfrentamiento directo con la superpotencia bélica alemana había quedado patente hacía dos años. Edouard Daladier, Jefe de Gobierno francés y representante del Frente Popular, en palabras de Teitelboim “cedía ante una ficticia e hipócrita No Intervención”[52] luego del Golpe de Estado de Franco en España. Según Vial, el quiebre de la institucionalidad española fue abiertamente apoyada por Hitler[53].

El contrapunto histórico con las memorias de Teitelboim nos indica que efectivamente existió una explícita voluntad, tanto de británicos como de galos, de no inmiscuirse en los planes expansionistas de la máquina bélica germana. Existe consenso historiográfico en afirmar que Hitler es el motor que impulsó la Segunda Guerra Mundial, de la cual, la Guerra Civil Española fue un antecedente directo. Mientras Eric Hobsbawm asegura que la expresa decisión de las potencias occidentales de no intervenir en el conflicto español, se debió al temor de sumir al mundo en una nueva guerra con características planetarias[54], y que “si se pregunta quién o qué causó la segunda guerra mundial, se puede responder con toda contundencia: Adolf Hitler”[55]; Krebs apunta que el impulso de la Segunda Guerra Mundial provino “de Alemania y de Adolf Hitler”[56].

El contraste de las fuentes nos permite evidenciar consenso en el fondo de los hechos, mas no en las motivaciones que precipitan su configuración. En tanto que Hobsbawm define las líneas de acción de Gran Bretaña y Francia como producto de una consciencia protectora mundial, la que se asume como voluntad de evitar a toda costa un nuevo conflicto bélico a escala global; Ricardo Krebs propone una versión franco-inglesa cuasi heroica, alianza que no permitiría bajo ningún punto de vista el quiebre del modelo político democrático representativo, sobre el cual, se sientan las bases de la organización europea. Por otro lado Volodia, quien refiere visceralmente sobre la “ficticia e hipócrita No Intervención”, reconoce miedo político y militar por parte de las potencias occidentales, de las que esperaba una actitud confrontacional que respondiera a las bases ideológicas anti-fascistas del Frente Popular.

Hobsbawm, políticamente de corte marxista, y de reconocida orientación eurocentrista y nacionalista (británico) en sus escritos; Krebs, abiertamente defensor de las democracias liberales y de marcado conservatismo historiográfico; y Teitelboim, literato militante del PCCh, fiel a sus ideas político-sociales, y consecuente en tanto escritor, periodista, analista y ciudadano. Los compromisos ideológicos y militantes de cada uno de estos intelectuales complejizan el ejercicio metodológico de contraste entre las memorias de Volodia y las fuentes secundarias; a su vez que ponen trabas para una evaluación imparcial de los hechos que motivaron la Segunda Guerra Mundial. La verosimilitud del relato autobiográfico propone y guarda un doble compromiso de sinceridad tanto con el yo, como con el lector. En ningún caso, Teitelboim ha faltado a este Pacto Autobiográfico en el que se firma la voluntad de representar una verdad, una perspectiva específica desde donde se observa la realidad histórica. Sin embargo, las escrituras del yo no se encuentran exentas de exacerbar situaciones y momentos de manera inconsciente, cargándolos de una emotividad que distancian del hecho histórico al destinatario de la autobiografía. Esto no quiere decir que exista una intencionalidad manifiesta de alterar los hechos por parte del sujeto interrogador, sino más bien una respuesta lógica al compromiso político, al contexto histórico, y a las estructuras culturales y mentales a las que se encuentre sujeto el escritor. En el caso que se nos presenta, no son los hechos los que han visto alterada su composición sino más bien, es el ejercicio hermenéutico que sobre estos se ejecuta por parte de Hobsbawm, Krebs y el propio Teitelboim, lo que no nos permite elaborar un ejercicio metodológico de contraste de manera fluida.

El proceso de hostilidades entre potencias, y de propagación de las ideas fascistas, decantó finalmente en el bombardeo alemán de distintas ciudades polacas. Varsovia se convertía en una declaración abierta de enemistad. Con ello se daba inicio a la Segunda Guerra Mundial. En Santiago, luego de concluido el acto del Teatro Coliseo, los militantes frentistas salían a la calle a protestar contra Ariosto Herrera y Adolf Hitler. Volodia formaba parte del tejido que entrecruzaba los hilos del presente chileno y europeo.

Las múltiples causas de la Segunda Guerra Mundial han merecido detenidos análisis históricos. No por ello ha sido abundante la bibliografía entorno al crisol del segundo conflicto universal del siglo XX. En las memorias de Volodia Teitelboim, las referencias a las causas de la guerra son escuetas. El énfasis está puesto básicamente en dos episodios que nos sirven de traza general para llegar al inicio de la beligerancia: la Guerra Civil de España –tratada extensamente en el capítulo 2 de Un muchacho del siglo XX– y la propagación de las ideas fascistas por todo el orbe.

El contrapunto histórico con las investigaciones de Hobsbawm nos indica que tanto la avanzada del fascismo europeo, como el conflicto interno ibérico, son elementos históricos que ayudan a explicar el inicio de la Segunda Gran Guerra. Sin embargo, no son los únicos. Una multiplicidad de elementos que se proyectaron en la mediana duración, y que son considerados por el historiador británico como causas mediatas del conflicto, pavimentaron el camino hacia una guerra que las potencias de Europa Occidental intentaron evadir a como diera lugar.

Desde 1931, con la invasión japonesa en Manchuria, pasando por la ocupación italiana en Etiopía en 1935, y de Alemania en Checoslovaquia en marzo de 1939, los aires beligerantes se generalizaban en todo el mundo[57]. Teitelboim se mantiene firme en la postura denunciante hacia las potencias occidentales, temerosas de encender el motor de un conflicto que se veía venir a pasos agigantados. Con la firma del Pacto de Münich, la decepción del joven estudiante y político fue total. Se despejaba el camino para la anexión alemana de los Sudetes, a la invasión sobre territorio checoslovaco y al reparto de Polonia entre germanos y soviéticos[58]. Esto último fue acordado en Brest-Litovsk, un tratado que hacía trizas la imagen de la URSS para el reportero frentista:

En agosto de mil novecientos treinta y nueve una noticia nos descolocó por completo. Ante el estupor del mundo se firmó un llamado Pacto de No Agresión entre Alemania y la Unión Soviética. ¿Qué habría pasado que pudiera explicar ese acuerdo a primera vista tan inconcebible? Nosotros pensábamos que el fascismo y el comunismo eran totalmente inconciliables. Y lo seguimos creyendo. Recuerdo la amargura, el alud de recriminaciones que se produjeron entre nosotros y las preguntas angustiosas tratando de describir el porqué de un paso tan inesperado y sorprendente. Todavía nos sigue doliendo. En el Partido se dijo que debíamos tratar de entender el hecho a la luz de la realidad. […] El cálculo de Occidente era que Hitler atacara la Unión Soviética a fin de ambos se hicieran pedazos[59].

Comenzaba a comprender que el “Vaticano de las Ideas” era sinónimo de obcecamiento. Que la más absoluta de las parcialidades se vive desde la vereda de la ceguera ideológica. Entendía que el compromiso social y la consecuencia política tenían como única base el respeto, y que la traición maquiavélica de las convicciones políticas respondía a la lógica del poder.

El Frente Popular, nacido hace cinco años atrás con la intención de ejercer una contención política y práctica contra la avanzada del fascismo, no sólo demostraba signos de agotamiento profundos sino que, múltiples eran las voces que lo apuntaban como un fracaso rotundo.

En Chile, a pesar de la distancia, el conflicto se vivía intensamente día a día por medio de la prensa escrita y oral. Los partidos políticos y los europeos refugiados en Latinoamérica también jugaron un importante rol difusor del estado de la cuestión en el viejo continente. Los españoles del Winnipeg no sólo traían consigo derroche de talento. También ofrecieron su conocimiento acerca de cómo se vivía la experiencia más íntima del fascismo en un contexto adverso. El propio Volodia recibía a diario los cablegramas de la muerte. Desde su posición privilegiada como reportero de Frente Popular, obtuvo de primera fuente la información sobre el ultimátum franco-británico a Alemania, incitándole a abandonar territorio polaco. La declaración de guerra por parte de Francia y Gran Bretaña al Reich el 3 de septiembre de 1939; el agradecimiento de Hitler a su amigo personal, Benito Mussolini, ante el expreso ofrecimiento de cooperación militar; la ola de destrucción que la guerra relámpago ocasionaba por donde quiera que pasaba; los pormenores de un conflicto que se vivía con la más profunda de las expectaciones; y los listados de cientos de miles de muertos anónimos que jamás serán recordados por la historia oficial[60], fueron desayuno y cena de un hombre que a pesar de los miles de kilómetros que separan Europa de América, se sentía carne del drama vivido por muchos. ¿Quién podía aseverar que en las lejanas tierras de Europa del Este, donde hunde sus raíces el apellido Teitelboim, y desde donde partió la aventura de Moisés buscando el nuevo Edén, algún familiar no estuviese sufriendo a raíz de los conflictos de poder e intereses de otros?

¡Hemos perdido a Don Tinto! ¡Hemos perdido el Frente!
Las cosas nunca fueron fáciles para el Frente Popular. Desde los primeros intentos por conformar una coalición sólida que hiciera frente a los intereses de la derecha chilena, comunistas, socialistas y radicales pusieron sobre la mesa sus eternas rencillas históricas. Los días que sucedieron al triunfo electoral del 25 de noviembre de 1938, cumpliéndose el objetivo propuesto en el corto plazo –y probablemente el único con carácter relevante-, comprendieron un mínimo espacio temporal en el que el Frente Popular pudo respirar tranquilo. En la vida de Volodia la política era sólo satisfacción. La ruptura amorosa con Ada resultó ser un duro golpe en el corazón de un joven sentimental per se. Sin embargo, la alegría expresada en fiestas, cantos y trasnoche no pudo ser opacada por el desamor. El joven estudiante vivía desde dentro la experiencia de uno de los momentos más importantes en la historia del pueblo chileno. O al menos su convicción era esa:

Todavía no acabábamos de absorber las vísperas, ese veinticinco, que, según soñábamos, debía cambiar la historia. La extrema derecha insistía en desconocer el triunfo del Frente Popular. Es verdad que el resultado fue estrecho, pero era claro. Pedro Aguirre Cerda había sido elegido Presidente de Chile legítimamente en las urnas. A la consternación de los poderosos sólo le faltaba poner banderas de luto en las astas de las mansiones. Los más intransigentes pretendían dar batalla negando el triunfo de don Pedro.[61]

El contrapunto periodístico con los diarios oficialistas de la época –El Mercurio y El Ilustrado- corrobora la verosimilitud del relato histórico de Volodia. La derecha chilena, a través de sus medios de prensa, jamás reconoció abiertamente el triunfo frentista. El 28 de octubre de 1938, tres días después de los comicios electorales, las referencias al día de las elecciones desaparecían completamente. La omisión era utilizada como herramienta de desconocimiento. El revés político que sufrió la oligarquía chilena no sería fácil de superar. La zona medular de la estructura política nacional era severamente dañada. Se ponía punto aparte a los poco más de cien años de monopolio presidencial de la derecha. La puesta en marcha del ejercicio de contraste periodístico nos indica que los hechos representados por Teitelboim corresponden a la realidad histórica nacional, mas un escáner metodológico del relato autobiográfico teitelboimiano nos enfrenta a una nueva dificultad: el estilo de la escritura. Como apunta Rousseau en sus memorias, para construir una autobiografía “no se necesita más arte que el de seguir exactamente los rasgos que veo marcados […] Mi estilo [es] desigual y natural”[62]. Para el filósofo francés, el interrogador de sí mismo no tiene más necesidad que la de describir, en la medida de la fortaleza de su memoria, minuciosamente el devenir de su ciclo vital. Y más que eso:

[…] siente perfectamente la necesidad de adaptar el estilo a su proyecto, porque la escritura, si bien permite transmitir, también puede funcionar como pantalla para la sinceridad, para la realización total de su objetivo.[63]

Cuando Teitelboim recurre a figuras retóricas como el hipérbole, para señalar que “a la consternación de los poderosos sólo le faltaba poner banderas de luto en las astas de las mansiones”, no hace otra cosa que empañar la sinceridad de su relato, obligando al lector a poner en tela de juicio la verosimilitud de este, y por consecuencia, abriendo el espacio a la incredulidad y a la clausura momentánea del Pacto Autobiográfico. Por el eterno dilema de la verdad, Miraux recomienda que las escrituras del yo debiesen considerar “la tonalidad justa, el registro pertinente, susceptible de dar cuenta –a veces de ajustar cuentas- de la trayectoria de una vida”[64].

Los días de celebración fueron sólo un paréntesis en la escritura de los agitados días que se vivían en Santiago. La alegría no sería eterna al interior de la colación de centro-izquierda. Los conflictos doctrinarios se harían sentir a poco andar de la era Aguirre:

Tan pronto inició Aguirre sus funciones, se manifestaron los disímiles objetivos de los componentes del Frente Popular. Mientras los socialistas eran partidarios de una redistribución de los ingresos a favor de los obreros industriales, los radicales propiciaban un aumento del producto nacional, mediante la expansión del sector manufacturero[65].

Los comunistas, entretanto, intentaban evadir este tipo de conflictos, evitando el purismo marxista que los caracterizara como colectividad hacía menos de una década. Existía una sensación positiva por parte de muchos militantes comunistas, lo que hacía pensar en que la unidad frentista estaba por sobre los intereses particulares del Partido. Esto no quería decir que tímidas voces disidentes no abogaran por una mayor radicalidad en las decisiones tomadas por el Gobierno. Aunque ciertamente eran una minoría, al menos hasta 1941. Volodia formaba parte del grueso apoyo que Aguirre Cerda obtuvo de comunistas desde un primer momento. Teitelboim, en su rol de dirigente estudiantil de la Universidad de Chile, promovió un acto de confirmación del triunfo frentista al día siguiente de la elección:

Entonces en el Centro de Derecho sobre la marcha, y a matacaballo, organizamos un acto de reafirmación de la victoria popular e invitamos al Presidente electo para que fuera nuestro convidado estrella. En esa calidad indiscutible, inamovible, asistiría al acto en el Salón de Honor de la Universidad de Chile. Hablé por los estudiantes. Lo proclamamos con la euforia que puede tener la juventud. Don Pedro, sentado en la silla gestatoria, movía sus ojos pequeños, en los cuales se encendió una luz cuando agradeció que la juventud fuera la primera en reclamar el respeto por el veredicto del pueblo victorioso.[66]

No disponemos de fuentes escritas o iconográficas que atestigüen la celebración del triunfo frentista en la casa de estudios que vio nacer como profesor a Aguirre Cerda. No obstante, diversas son las fuentes que permiten establecer un nexo efectivo entre el Presidente y los jóvenes chilenos. Aguirre Cerda mantuvo hasta sus últimos días la convicción de que en la infancia se encuentra el “futuro de la nación”. Como señala Volodia, “[el Presidente] ahora quiere que la juventud tome la palabra. Que vaya a las poblaciones y a los campos, que estudie, enseñe a leer, construya”[67]. Podemos creer que Teitelboim, representante directo del Frente Popular, sólo busca pretextar la imagen de “buen hombre, buen Presidente” sobre Aguirre. El contraste de fuentes históricas le entrega un basamento sólido a la versión del autor de las memorias, permitiendo encontrar altos grados de sinceridad en esta parte del relato autobiográfico. El lema de la campaña presidencial de Aguirre, “Gobernar es Educar”, no fue un mero eslogan con pretensiones exclusivas de acrecentar su base electoral. El programa de gobierno frentista consideraba una ampliación efectiva del número de matrículas escolares. Jordi Fuentes apunta que:

[…] en materia educacional, el gobierno impulsó una política destinada a ampliar sustancialmente el número de escuelas y profesores, con lo cual se obtuvo que el número de alumnos de las escuelas primarias experimentara un crecimiento de 110.000 en 1938 a 616.000 en 1941[68].

A excepción de Aguirre Cerda, ningún Presidente de Chile ha estado en contacto tan directo con los jóvenes. El protectorado que ejerció sobre los estudiantes y artistas, sin duda se encuentra en directa relación con la vocación de profesor que desarrolló en su paso por el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Esto pudo comprobarlo Pablo Neruda. El poeta fue el precursor y exclusivo responsable del rescate de los perseguidos políticos de la Guerra Civil española. Sin embargo, sin la decisión de Aguirre de inmiscuirse en un problema político foráneo, que perfectamente pudo haber acarreado graves consecuencias para Chile con el fascismo europeo; y sin la ayuda económica que recibió de parte del Gobierno de Chile, la tarea del arribo del Winnipeg en costas porteñas se hubiese mantenido en el idilio bienintencionado. No se encontraba en juego un futuro y significativo aporte cultural para el país, sino que la vida de tres mil personas.

En otro campo, la disciplina partidista del PCCh intentaba romper con los límites exclusivamente comunistas, hasta poder ser extrapolada al amplio campo frentista. La persecución de objetivos políticos y sociales importantes, decían los miembros del PCCh, sería infructífera sin una cohesión práctica de ideas, propuestas y acciones. De esta forma se explica la negativa del Partido Comunista sobre la aceptación de cargos ministeriales. Mantenerse alejados de posibles conflictos de intereses los convertía en estandarte y elemento aglutinador de las fuerzas, esta vez, oficialistas. No obstante, había planos en los que no estaban dispuestos a ceder. Nuevos aires refrescarían las históricas disputas de base entre socialistas y comunistas. Las luchas por el poder sindical traerían consigo quiebres irreconciliables al interior del oficialismo.

No sólo los cargos ministeriales, sino que la administración pública en su totalidad, fue un elemento desestabilizador de la débil unidad frentista. Radicales y socialistas encarnaron una férrea disputa en torno a la obtención de cargos públicos, lo que trajo como consecuencia un desmarcamiento de los roles originales del Presidente de la República. Su poder debía limitarse originalmente, entre otras cosas, al nombramiento de sujetos idóneos con la especialidad que requería tal o cual cargo. Sin embargo, la presión de su propia coalición lo llevó a convertirse en un intermediario entre individuos ávidos de posicionamiento político y los propios cargos, los que poseían un efecto catártico al interior de las filas frentistas.

El otorgamiento de cargos en la administración pública no era cosa sencilla. El Presidente tuvo serios problemas con su propio partido. La Junta Central Radical se erige como un poder que sobrepasa la capacidad autónoma del Presidente. La designación de cargos públicos estaba filtrada por el poder central del Partido Radical, quien tenía la facultad de aceptar o refutar en última instancia la decisión. Pedro Aguirre Cerda, en su condición de militante radical, era “uno más” al interior de la colectividad, sin derecho a privilegios extraordinarios dada su calidad de cabeza de Gobierno. Por esta razón, la rotativa ministerial podemos considerarla como un fenómeno que gozó de continuidad luego del período parlamentario.[69]

Mientras la coalición oficialista encaminaba aceleradamente el proceso que los conduciría a su autodestrucción, la derecha no descansaba en su intento de colaborar con esta actividad. Al fallido intento golpista de 1939, se sumaba la permanente obstrucción parlamentaria de liberales y conservadores. La vía del entendimiento derecha- radicalismo fue otra herramienta a la que echó mano la oposición para lograr el quiebre definitivo del Frente Popular. Ninguna de estas dos alternativas logró alcanzar el objetivo propuesto tanto por cuanto el grueso del conglomerado radical se negó rotundamente a negociar con la oposición, como porque las entidades económicas manejadas por sectores eminentemente derechistas, entablaron relaciones amistosas con el Gobierno. La simpatía que causaba el proyecto industrializador de Aguirre Cerda en la Sociedad de Fomento Fabril, en la Confederación de Producción y Comercio y en la Sociedad Nacional de Agricultura, permitió al Presidente encontrar apoyo donde menos lo esperaba[70]. Tan favorable fue la relación entre ambos sectores que, terminado el período 1938-1941, algunos nombres instalados en las carteras ministeriales de Aguirre Cerda se repetirían en cargos importantes de dichas Sociedades.

Como vemos, en el proceso que condujo a la prematura disolución del Frente Popular no gravito la acción de la derecha. La exclusiva responsabilidad pertenece a los componentes mismos de la coalición oficialista. Cada decisión tomada de manera independiente por las colectividades que formaba el Frente Popular era un piedrazo a la estructura de Gobierno. Volodia Teitelboim en sus memorias no elabora un seguimiento temporal-descriptivo del proceso que llevó al quiebre frentista. Las referencias son amplias en cuanto apuntan a los días previos y posteriores a las elecciones presidenciales de 1938. No obstante, el relato que comprende los años 1938-1941 instala el énfasis en la subjetividad más profunda del autor. Volodia describe detalladamente sus encuentros y desencuentros amorosos con Eloísa, su nueva pasión; los remordimientos literarios que suscitan su exclusiva puesta de atención en el campo de la política; la experiencia íntima del arte santiaguino; y los hechos acaecidos en Europa luego del estallido de la Segunda Guerra Mundial.

A pesar de la inexistencia de un marco amplio de referencias políticas sobre el período presidencial de Don Tinto, Teitelboim apunta tácitamente como corolario de este proceso su anticipada muerte. Volodia señala que en Febrero de 1941 se firma el acta de defunción del Frente Popular. Sin embargo, el deceso de Pedro Aguirre Cerda, quien era el gran elemento aglutinador de las fuerzas oficialistas, se configura en su relato como el punto final y definitivo del primer proyecto político serio de la izquierda chilena en conjunto.

El contrapunto histórico con las fuentes secundarias evidencia un correlato entre la propuesta analítica de Volodia y la de los historiadores (Aylwin, Correa, Villalobos). La homologación de la muerte del Presidente con el cierre del período frentista resulta ser una estrategia que le otorga un énfasis especial al papel jugado por Pedro Aguirre Cerda al interior de las filas del Frente Popular, elevándolo a la categoría de estandarte. La utilización de estrategias pedagógicas con fines historicistas no resta verosimilitud al relato autobiográfico de Volodia. Más bien, permite pensar en dos cuestiones por las que no podemos tomar partida ni determinación por una de ellas: el sujeto interrogador, una vez más, se apodera de las formas analíticas propuestas en Chile en el siglo XX de Mariana Alwyn; o que el escritor, efectivamente, es capaz de crear categorías –simples- de análisis en el marco de la historiografía. Sólo podemos afirmar con exactitud que el Pacto Autobiográfico entre Teitelboim y el destinatario confirma su validez.

El ex Mandatario era símbolo de admiración para el joven Volodia. Su cercanía trascendía lo meramente político. En la escritura de las memorias se percibe amargura tras su fallecimiento:

Sabíamos que estaba enfermo. Quince días antes abandonó el poder, designando vicepresidente a Gerónimo Méndez. Fue un desenlace rápido. El cáncer. Aquel día veinticinco de noviembre el pueblo se sintió medio huérfano. De alguna manera encarnaba una esperanza que con su muerte veíamos peligrar. Sólo alcanzó a gobernar tres años. Pero hizo mucho. Dejaba un Chile algo distinto. Ahí estaban la Corporación de Fomento, la siderúrgica, las centrales eléctricas. Una cultura que abría sus puertas en el teatro, en la música, en la danza, en las universidades, en las escuelas primarias y en los liceos. Por primera vez se producía una alianza entre la clase media y los trabajadores.[71]

El contrapunto periodístico confirma el sentir popular ante la pérdida de Pedro Aguirre Cerda. Las palabras con que los diarios de oposición informan sobre el sensible fallecimiento de Pedro Aguirre Cerda denotan cariño y un profundo respeto por quien hacía menos de tres años ponía en jaque la hegemonía oligárquica. El Ilustrado titulaba el 26 de noviembre de 1941: “La nación guardará tres días de duelo por la muerte del Excmo. Sr. Pedro Aguirre Cerda”[72]. Por verdadero afecto, o por mera formalidad política y periodística, lo cierto es que Aguirre fue un hombre profundamente respetado y querido por casi toda una nación. Así lo demostrarían las 700.000 personas que abrían paso en las calles a la carroza fúnebre dirigida hacia el Cementerio General.[73]

Por contraparte, el contraste histórico entre las memorias de Volodia Teitelboim y los hechos nos obligan a generar algunas precisiones.

Volodia explicita que la causa de muerte del Presidente fue un cáncer, lo que no se condice con la representación histórica de los referentes nacionales. Como bien señala Sofía Correa en Historia del siglo XX chileno. Balance paradojal, “a fines de ese año (1941), Aguirre Cerda murió de tuberculosis”[74]. En Revista Vea del miércoles 3 de diciembre de 1941 se confirma esta información.

Una segunda precisión que podemos agregar a las memorias de Teitelboim, aunque indirectamente, dice relación con el carácter apologético de las referencias históricas sobre el balance general del Gobierno de Aguirre. Volodia, portando la voz de los defensores de la gestión de Don Tinto, enfatiza en que todos los sectores de la sociedad fueron alcanzados por los beneficios del proyecto modernizador durante el Gobierno del Frente Popular. Si bien reconoce algunas deudas y falencias –de carácter más programáticas que prácticas-, no funde su relato en el detalle, quedando en el aire de la superficialidad. Es cierto que el programa industrializador y educacional de Aguirre Cerda se llevó a cabo con relativo éxito en casi todas sus aristas. Sin embargo, el sector campesino estuvo un tanto relegado de este proceso. Si bien en 1929 Aguirre Cerda explicita su preocupación por las problemáticas del campo en un ensayo de carácter técnico que lleva por nombre El Problema Agrario, y la misma propuesta programática del Frente Popular incluía la Reforma Agraria como uno de sus ejes centrales, por razones que ya hemos citado anteriormente, tanto la sindicalización campesina como el proceso de industrialización se encuentran en relación inversa en cuanto a la consideración de reformar el campo.

La abultada carga de emotividad evidente en el sentido relato de Teitelboim tras el fallecimiento de un hombre políticamente admirado por su persona; las exageraciones retóricas en las que cae el sujeto interrogador al señalar que “el pueblo se sintió medio huérfano” en circunstancias en que la oposición al Gobierno de Aguirre era cuantitativamente importante; y las imprecisiones de carácter históricas que propician un exceso de confianza en la memoria personal y un abandono parcial de revisión bibliográfica –como hasta ahora había sido constante en su metodología de investigación-, nos incitan a registrar el escaso nivel de verosimilitud que en esta etapa del ejercicio escritural posee la autobiografía de Teitelboim.

Con todo, la muerte de Aguirre Cerda le otorga un digno cierre a uno de los proyectos políticos más ambiciosos de la historia del siglo XX chileno, encargado de romper el monopolio electoral oligárquico y ampliar el campo de la política al sector de la sociedad que hasta el día de la elección de 1938, no poseía representación de peso en el espectro político nacional.

 

El paulatino giro del radicalismo hacia la derecha: la Masacre de la Plaza Bulnes. Enero de 1946.
Con la muerte de Pedro Aguirre Cerda, el giro que daba la política chilena hacia el centro y la izquierda fue frenado bruscamente. Entre los años 1942-1946, el énfasis del relato autobiográfico está dado por los acontecimientos de la historia universal y los gustos literarios de los que goza el autor. Injustamente, en las memorias de Volodia Teitelboim, como en las historias generales nacionales, el gobierno de Juan Antonio Ríos no ha constituido más que un apéndice transicional entre Aguirre Cerda y González Videla. Creemos imposible la tarea de abordar el decurso histórico chileno post 1946, si no elaboramos una descripción de los hechos acontecidos en el período 1942-1946. Por ello, se advierte al lector que la lógica de contrapuntos (históricos y periodísticos) se ausentará en tanto se mantenga la introducción temática de este apartado.

El segundo gobernante radical continuó la obra de su precedente directo en materia económica. La dependencia financiera con los Estados Unidos permitió la continuidad del proceso industrializador. El impulso a la industria siderúrgica, por medio de la creación de la Compañía de Aceros del Pacífico (CAP) con sede en Talcahuano, es sólo una arista del programa estatal desarrollista de Juan Antonio Ríos. No obstante en lo político y social, el panorama adquiriría nuevos tintes.

El Frente Popular había quedado sepultado junto a Pedro Aguirre Cerda. Con esta doble muerte, la escena política chilena adquiriría renovado cariz. Nuevas alianzas partidistas reformularían su fisonomía. Los intereses políticos individuales se superpondrían a las necesidades colectivas. Importantes actores que dieran vida al escenario político chileno en tiempos del Frente Único, construirían lazos fraternos con sujetos y partidos que hasta hace poco eran la contradicción misma de sus convicciones. Desde el momento de las elecciones presidenciales de 1942, el eje central de la política chilena comenzaría a dar signos de un viraje antagónico respecto al proceso anterior. El candidato del ala derecha del Partido Radical, Juan Antonio Ríos, correría con el apoyo masivo de los partidos de diversas facciones y doctrinas. Al apeo –interesado de no quedar fuera de la alianza gobiernista- de socialistas y comunistas, se suma la adhesión de los partidos Democrático, Falangista y una facción disidente del liberalismo encabezada por el ex mandatario Arturo Alessandri Palma. A la oposición no le incomodaba del todo que Ríos alcanzase la presidencia. El sector derechista del radicalismo no distaba ideológicamente en mucho del liberalismo de partido. Más aún cuando los antecedentes del candidato presidencial lo ligan a una senaduría designada durante la dictadura de su contendor Carlos Ibáñez del Campo, quien esta vez iba con las banderas de la derecha conservadora y del oficialismo liberal[75].

La victoria del candidato radical resultó ser más holgada de lo esperado. El apoyo de Alessandri fue fundamental. El León de Tarapacá tenía cuentas pendientes con quien derrocara su Gobierno en 1924, y lo intentara nuevamente en 1938. Habían transcurrido cuatro años desde la Matanza del Seguro Obrero. Las heridas de la imagen pública del ex mandatario estaban sanadas. La enfermedad crónica del pueblo chileno es su desmemoria.

La estabilidad relativa alcanzada por Ríos se sustenta en la decisión de instalar a representantes de todas las colectividades que apoyaron su candidatura en cargos públicos relevantes. La excepción nuevamente la constituyó el PCCh, con quienes Ríos se comprometió a no perseguirlos. El Partido Comunista no significó un elemento adicional de presión. Sus esfuerzos estaban direccionados en manifestar adherencia a los países democráticos que representaban las fuerzas opositoras al fascismo en la Segunda Guerra Mundial. Las disputas por el poder sindical fueron momentáneamente sometidas al frío del congelador. El Partido Socialista tampoco se encontraba en condiciones de una arremetida que les permitiese apoderarse de tan amplia base social. Luego del cese de relaciones entre el Gobierno de Chile y las potencias del Eje en 1943, el socialismo se introdujo en una dinámica de discordias internas que lo llevaría al quiebre definitivo con un sector de su partido. De este se desprendería el Partido Socialista Auténtico, del que Marmaduque Grove fuera su líder[76].

Con el fin de la Segunda Gran Guerra, Chile se ve gobernado nuevamente por un clima de inestabilidad social. Renovados aires adquirió el movimiento sindical, y con ello, el choque de intereses entre comunistas y socialistas. El ambiente se tornó especialmente violento en el Norte y Santiago, en donde las organizaciones con base social asalariada mostraron claros signos de consolidación. La Confederación de Trabajadores de Chile, que durante el Gobierno de Pedro Aguirre Cerda mantuviera estancado el movimiento sindical en aras del desarrollo del proyecto industrializador del Frente Popular, hacia 1945 retomó el viejo carácter de agitadora social[77]. Las vacilaciones de Ríos frente al contexto bélico internacional, y la consciente supeditación de la economía chilena al capital extranjero, ocasionaron desagradables encuentros entre las izquierdas y el Gobierno.

Por otro lado, el Presidente de la República, señor Juan Antonio Ríos, es aquejado por un cáncer fulminante que lo obliga a abandonar la más alta magistratura en enero de 1946, enfermedad que en julio del mismo año lo conduciría a la muerte. En su reemplazo nombra como Vicepresidente a Alfredo Duhalde, su consuegro. Sobre la difícil situación que atraviesa Chile, y ante las decisiones tomadas con carácter de urgencia por el mandatario interino, Volodia Teitelboim señala:

Pesa mucho en él (Alfredo Duhalde) su condición de acaudalado latifundista del sur. Debe demostrar que está al mando. Será inconmovible velando por el principio de autoridad. Declara Tarapacá zona de emergencia. Disuelve los sindicatos salitreros. Encierra a los obreros de la Oficina Mapocho en la plaza, rodeándolos con ametralladoras. De este modo se les obliga a volver a sus faenas. Prohíben un comicio en la Oficina Victoria. Están anunciados como oradores los senadores Lafferte y Neruda. Cuando pretenden dirigirse a la multitud la fuerza pública lo impide. Hay empujones y vejámenes […] Se comienza a expulsar a los trabajadores del campamento[78].

El contrapunto histórico con las memorias de Volodia nos indica que el relato no responde a una exclusiva defensa de la facción política y social a la que representa el escritor. Los hechos descritos por Teitelboim se condicen con la realidad histórica de Chile propuesta por los historiadores seleccionados, y con algunas características de la personalidad del Vicepresidente de la República descritas por Jordi Fuentes en Diccionario Histórico de Chile, denotando el relato autobiográfico, altos grados de verosimilitud. No resulta de menor relevancia la perspectiva política privilegiada en la que está situado Volodia. Observador directo de los hechos acaecidos durante el interinato de Duhalde, su condición referencial le permite extraer de su memoria la minuciosidad requerida para describir desde dentro la violencia que aquejaba al Chile de los años 1945-1946. Las experiencias compartidas dentro del Partido lo encaminaron a construir un imaginario particular del Gobierno de turno, el que se alimentaba a diario con la cotidianidad callejera santiaguina y la innegable personalidad represiva que ningún historiador chileno se atreve a negar.

La efervescencia sindical que tuvo lugar a partir de mediados de 1945 fue rápidamente apagada por la intervención de las fuerzas de orden público. Desde Tarapacá hasta Santiago se clausuraron todas las formas de organización obrera. La violencia legítima aparecía una vez más como un mecanismo de control social de rápida acción y efectividad. En el sur del país, la potente presencia del patrón de fundo, y la inexistencia de organizaciones sindicales, no hicieron necesaria la acción permanente de Carabineros. Alfredo Duhalde fue un hombre políticamente inseguro, poco carismático, y de limitadas habilidades organizativas. A pesar de poseer una vasta carrera política, la que incluía cargos como los de senador y una experiencia previa en el interinato, demostró afanosamente que la herramienta mejor dominada por su persona eran las FF.AA. La alianza con el poder militar sería la vía exclusiva por la que aseguraría la mantención del orden público y la estabilidad social. De manifiesto quedaría este pensamiento en el Mensaje Presidencial de Alfredo Duhalde, en la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso Nacional del 21 de mayo de 1946, en donde señala que

[…] se ha mantenido en todo momento el orden público y la tranquilidad interna. A ello ha contribuido la valiosa cooperación de importantes sectores políticos y la patriótica y sacrificada labor de las Fuerzas Armadas y de Carabineros, que ha contado en todo instante con el apoyo moral de la ciudadanía […] El país plenamente garantido con su desempeño ha podido sentir la sensación de seguridad, de orden y tranquilidad necesarias al normal funcionamiento de sus organismos y servicios públicos y al desenvolvimiento de las actividades nacionales[79].

Ciertamente, el apoyo moral hacia las fuerzas de orden no provenía de un amplio sector ciudadano. El exceso de confianza y atribuciones entregadas a las Fuerzas Armadas le costó a Duhalde su inscripción en los anales oscuros de la historia de Chile. La negación al derecho de reunión de distintas organizaciones de trabajadores entre la I región y la capital, mediante el uso de herramientas coercitivas que atentan contra la libertad de expresión y la movilización de los sectores asalariados, motivaron rápidamente la reacción de la izquierda. La CTCH, controlada exclusivamente por el PCCh tras el debilitamiento de las filas socialistas, organizó un llamamiento a todos los sectores opositores al Gobierno de Duhalde. El 28 de enero de 1946 estaban convocadas las fuerzas de izquierda, con el fin de dar pie, a un paro general a nivel nacional en apoyo a la huelga de los trabajadores del norte salitrero. Como Teitelboim señala en sus memorias:

La Central de Trabajadores de Chile anuncia un paro nacional en apoyo de los huelguistas […] El movimiento de respuesta comenzará el miércoles, pero Antofagasta paraliza el lunes. La radio anuncia que esa noche del veintiséis de enero de mil novecientos cuarenta y seis el seleccionado de fútbol chileno enfrentará a los argentinos. Alguien dice que ya que el partido se va a jugar en Buenos Aires, en Santiago para entretenerse hay que ir al teatro Metro a ver el cuerpo de Esther Williams en Escuela de Sirenas. Pienso que sí, que Esther Williams nada muy bien y se ve mejor cuando sale de la piscina totalmente mojada, con el traje de baño muy pegado a su célebre anatomía. Pero ahora no estoy de ánimo para esas agradables curvilíneas. Se lo digo a mi invitante: -Todos tenemos que participar en el comicio de mañana veintiocho en la Plaza Bulnes. No sólo concurrirán los sindicatos y las federaciones sino también los estudiantes, los escritores y los artistas. Deben apoyar a los trabajadores del salitre. Alguien dice que el país está que arde. Los pampinos de Tarapacá se pronuncian contra su patrón, Osvaldo de Castro, y se niegan a aceptar el decreto de disolución. Nos llega la noticia de que Argentina ganó a Chile por tres a uno. Para otra vez será.[80]

Todos los elementos históricos señalados por el escritor tienen consonancia con los relatos de las fuentes primarias y secundarias. El contraste histórico y periodístico entre las memorias de Volodia Teitelboim y las fuentes, arrojan como resultado, gran precisión en los hechos apuntados, alcanzando en este segmento del relato autobiográfico, altos grados de verosimilitud. La sobriedad del ejercicio escritural, contribuye en gran medida a esta labor, permitiendo asociar el relato teitelboimiano al paradigma estilístico propuesto por Miraux, quien elabora esta propuesta teórica con el fin de no perder el horizonte de sinceridad que cada sujeto interrogador pretende al dar marcha a las escrituras del yo[81].

A fines de enero de 1946, la Selección Nacional de Fútbol era derrotada en un encuentro disputado con el combinado albiceleste, por tres goles contra uno, en el marco del Sudamericano Extraordinario de verano jugado en la ciudad de Buenos Aires[82]; Esther Williams, actriz estadounidense de fama extendida internacionalmente por su talento y grandes atributos corporales, era presentada en el desaparecido teatro Metro con el film Escuela de Sirenas, de 1944; y nuevamente, la Plaza Bulnes se constituía como el centro cívico y de reuniones políticas por excelencia como durante todo el siglo XX chileno (hasta 1973). Volodia, portando la voz de “alguien” de la sociedad chilena, apunta que “el país está que arde”. Como en octubre de 1938, en el momento de la espera de los resultados electorales; como en agosto de 1939, tras la declaración de guerra de Alemania a Polonia y como reacción al fallido intento golpista de Ariosto Herrera; y como en las recientes paralizaciones industriales en Santiago, y mineras en el Norte, otra vez se hizo sentir el clamor popular en el espacio público. El panorama para el Gobierno se tornaba gris, y “así lo comprobó Duhalde al concluir el mes de enero, cuando debió hacer frente a una gran manifestación popular en la Plaza Bulnes.”[83]

Volvemos a invocar la frase que define el segundo apartado de este capítulo. “La fortuna de estar en el lugar incorrecto”. Volodia Teitelboim, con la madurez que imprimen veintinueve años de vida, vuelve a ser protagonista de los acontecimientos que definen los hilos de la historia nacional. En la tarde del 28 de enero de 1946, participa directamente en los hechos que volverían a enlutar a un país entero. En sus memorias relata:

Junto a miles de personas estoy de pie ese atardecer en la Plaza Bulnes. No escucho en realidad al orador que perora no tan distante. Los crepúsculos de fines de enero son largos. Hablo con una muchacha rubia, de pelo ondulado, ojos claros, todavía adolescente que me saluda como vecina, porque ella trabaja a dos cuadras de mi casa, en la fábrica Recalcine. Empaqueta alivioles, medicamentos. Conversamos de a poco. El aire es claro. Entrecruzo de paso algunos saludos con los diputados Natalio Berman y Escobar Zamora. Vuelvo a conversar con mi vecina.

Escucho un ruido seco, cortante, raro. Me digo: no puede ser un tiro, pero luego viene una ráfaga y otra. Están disparando sobre la multitud. Cae a mi lado la muchacha rubia. Tiene dieciocho años. Se llama Ramona Parra. Alguien grita: ¡Paren, asesinos! Una mujer se inclina sobre ella. Yo también. Está cubierta de sangre. Comienzan a corear:

-¡La Asistencia Pública! ¡La Asistencia Pública! ¡La Asistencia Pública!

El diputado Andrés Escobar grita: ¡Asesinos, asesinos! Varios carabineros lo apalean. Se oye una voz: -¡hay más muertos, hay más muertos! Han muerto a Alejandro Gutiérrez. –Más allá se agregan nuevos anuncios: mataron a Lisboa, a Adolfo Lisboa. De repente se abre paso un grupo que lleva en brazos a una mujer que está agonizando. Una voz femenina dice suplicante: -Soy su hermana. Ayuden a la Filomena, a la Filomena Chávez.

Sube a la tribuna el diputado Natalio Berman. Su discurso es una exclamación corta: -Han manchado de sangre a las Fuerzas Armadas […]

Ocho muertos y cerca de un centenar de heridos[84].

De la experiencia más íntima entre Volodia y los hechos, no existe contrapunto que permita aseverar los dichos, mas creemos que ante episodios de esta índole es cuando el Pacto Autobiográfico cobra mayor validez. En tanto frente a los números de la muerte, la metodología de contraste nos permite un contacto más tibio con la veracidad histórica.

La muchedumbre se agolpaba a lo largo de la Plaza Bulnes, cuando repentinamente fuerzas policiales arremetieron contra ellos a punta de lumazos y disparos. El saldo de muertos demuestra que la intención no era precisamente dispersar a la masa. Las fuentes son ambiguas respecto a este punto. Mientras Volodia Teitelboim relata que el número de comunistas caídos aquella fatídica tarde asciende a ocho, Jordi Fuentes nos cuenta que:

Durante la vicepresidencia de Duhalde, estando aún con vida el presidente Ríos, se produjeron desgraciados incidentes en una concentración organizada en la Plaza Bulnes por el Partido Comunista. En ella, debido a una violenta y no justificada represión de la policía, perdieron la vida seis personas –el énfasis es nuestro-, entre ellas una niña llamada Ramona Parra, cuyo nombre fue adoptado como propio por las brigadas de la juventud de dicho partido[85].

Por su parte, Mariana Aylwin, a propósito de los hechos ocurridos en la Plaza Bulnes, comenta que la concentración “fue reprimida y costó la vida de cinco personas –el énfasis es nuestro-”[86]. Versión que se condice con lo propuesto por el diario El Mercurio, que informa en su publicación del día 29 de enero de 1946 que “según los datos oficiales, se registraron cinco muertos y 77 heridos.”[87]

El diario El Siglo, por otro lado, relata en su portada al día siguiente de los sucesos que “ocho muertos y cerca de un centenar de heridos, es el trágico balance de la sangrienta represión policial registrada ayer a los pies del monumento al General Bulnes”[88]. Los nombres de las personas fallecidas, entregadas por el mismo canal informativo, son los de “Ramona Parra, Alejandro Gutiérrez, Adolfo Lisboa, Filomena Chávez, Diego Martínez, Manuel López”[89] y dos sujetos más, sin lograr confirmar su identidad.


Caídos en la Plaza Bulnes.
Fuente: http://www.puntofinal.cl

 

No resulta curiosa la inexistencia de consenso en la exposición de cifras, puesto que cada uno de los medios informativos, así como las fuentes secundarias y el mismo Volodia, representan una versión comprometida y militante de los hechos. Es lógico –no por ello deseable- que los números sean manejados de acuerdo a los intereses de tal o cual colectividad. Tampoco resulta extraño que los recuerdos de Teitelboim posean concordancia exacta con los datos extraídos del diario El Siglo. La memoria es frágil, y las fuentes se encuentran disponibles para quien las requiera. Luego de algunas conversaciones con Marina Teitelboim, primogénita del aludido escritor, pudimos comprobar que las escrituras del yo teitelboimiano no fueron exclusivo producto de los recuerdos de tiempos pasados y experiencias personales[90]. La metodología de investigación de Volodia consideró la revisión de diarios, revistas, libros de historia y literatura, archivos fotográficos, epistolarios y cuanta fuente fuera necesaria para completar los vacíos de la memoria. Como cualquier reconstructor del pretérito, el sujeto interrogador seleccionó sus fuentes de acuerdo a sus convicciones y necesidades. Por ello, no nos extraña que el diario El Siglo, del cual Volodia fue fundador y editor, sea recurrente manantial de información que permita refrescar los recuerdos que se mantengan anexados en el olvido.

La Masacre de la Plaza Bulnes, como fue bautizado el sangriento episodio por la prensa roja, se configura como un primer antecedente de lo que acontecería meses más tarde. La elección de un tercer candidato radical, consolidaría el repentino aunque progresivo giro hacia la derecha del conglomerado político que hacía menos de una década, mostraba atisbos de ruptura con la tradición oligárquica de la política chilena.

 

Bibliografía.
Fuentes primarias
DUHALDE, Alfredo. Mensaje de su S.E el Vice Presidente de la República Don Alfredo Duhalde Vásquez en la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso Nacional. Santiago de Chile, 1946

Periódicos y revistas
El Ilustrado
El Mercurio
El Siglo
La Nación
Revista Vea
Entrevistas
ASTUDILLO, Héctor; GÓMEZ, Alexander; PALMA, Jorge; y PALMA, Cristian. Primera entrevista con Marina Teitelboim [Inédita]. Santiago de Chile, Mayo de 2012, pp. 5
ASTUDILLO, Héctor; GÓMEZ, Alexander; PALMA, Jorge; y PALMA, Cristian. Segunda entrevista con Marina Teitelboim [Inédita]. Santiago de Chile, octubre de 2012, pp. 6
ASTUDILLO, Héctor; GÓMEZ, Alexander; PALMA, Jorge; y PALMA, Cristian. Entrevista con Jimena Pacheco [Inédita]. Santiago de Chile, Agosto de 2012, pp. 5
ASTUDILLO, Héctor; GÓMEZ, Alexander; PALMA, Jorge; y PALMA, Cristian. Entrevista con Luis Mancilla [Inédita]. Santiago de Chile, septiembre de 2012, pp. 6

Fuentes secundarias
Libros
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[1] Es una idea que si bien no se explicita en el relato autobiográfico, se infiere de la representación de los hechos llevada a cabo por el sujeto interrogador durante gran parte del texto.

[2] Teitelboim, Volodia, Un muchacho del siglo XX (Santiago de Chile: Editorial Sudamericana, 1997), p. 287

[3] Hobsbawm, Eric, Historia del siglo XX (Barcelona: Editorial Crítica, 2003 [4ª ed.]), pp. 44-45

[4] Teitelboim, Volodia, op cit., 290-91

[5] Palma, Jorge (2012, Agosto) [Entrevista con Jimena Pacheco, secretaria de Volodia Teitelboim] Grabación de audio

[6] Teitelboim, Volodia, Un hombre de edad media (Santiago: Editorial Sudamericana, 2000 [2ª ed.]) pp. 143-44

[7] Acanda, Jorge Luis, “Situación internacional e influencia global de la Komintern” En Revista Caliban, Cuba, 2012, p. 2

[8] Tanto Mariana Aylwin como Sergio Villalobos concuerdan en que el espacio temporal que abarcó los años 1912 y 1934 dieron a conocer un comunismo chileno que mantenía una posición radical contra el sistema. El marco de la institucionalidad vigente era violado permanentemente por una colectividad que se mostraba reacia al diálogo. Luego de 1935 el giro discursivo sería de 180 grados.

[9] Aylwin, M.; Bascuñán, C.; Et. Al., Chile en el siglo XX (Santiago de Chile: Emisión, 1980), p. 168

[10] Teitelboim, Volodia, op cit., p. 330

[11] Aylwin, M.; Bascuñán, C.; Et. al., op. cit., p. 168

[12] Ibíd., p. 170

[13] Teitelboim, Volodia, Antes del olvido. Un muchacho del siglo XX (Santiago:Editorial Sudamericana, 1997), p. 422

[14] Ibídem.

[15] Villalobos, Sergio, Historia de Chile (Santiago: Editorial Universitaria, 1990), p. 847

[16] Volodia Teitelboim, op cit., p. 422

[17] “ENTREGA total de los asaltantes”, El Mercurio, Santiago, 6 de septiembre de 1938, p.2

[18] Teitelboim, Volodia, op cit., p. 423

[19] “Un carabinero muerto a mansalva, sin motivo alguno”, El Mercurio, Santiago, 6 de septiembre de 1938, p. 2

[20] Teitelboim, Volodia, op. cit., p. 423

[21] Alwyn, Mariana; Et. al., op. cit., p. 174

[22] Volodia, Teitelboim, op. cit., p. 423

[23] Klein, Marcus, La matanza del Seguro Obrero (Santiago: Ediciones Globo, 2008), p. 104

[24] Alwyn, Mariana; Et. al., op. cit., pp. 171-72

[25] Teitelboim, Volodia, Un muchacho del siglo XX…, op. cit., p. 360

[26] Correa, Sofía; Et. al., Historia del siglo XX chileno. Balance paradojal (Santiago: Editorial Sudamericana, 2010), p. 125

[27] Teitelboim, Volodia, op. cit., p. 429

[28] “40000 votos de mayoría obtendrá Ross”, El Ilustrado, Santiago, Miércoles 25 de octubre de 1938, p. 1

[29] “ROSS triunfará en Valparaíso”, El Ilustrado, Santiago, Miércoles 25 de octubre de 1938, p. 1

[30] Datos publicados por el diario El Mercurio del 26 de octubre de 1938, p.1

[31] Teitelboim, op. cit. p. 432

[32] “CON tranquilidad y en plena libertad se efectuó la elección de Presidente de la República”, El Mercurio, Santiago, 26 de octubre de 1938, p. 1.

[33] “CON tranquilidad y en plena libertad se efectuó la elección de Presidente de la República”, El Mercurio, Santiago, 26 de octubre de 1938, p. 1.

[34] Teitelboim, Volodia, Un muchacho del siglo XX…, op. cit., p. 425

[35] Salazar, Gabriel y Pinto, Julio, Historia contemporánea de Chile Tomo3 (Santiago: Ediciones LOM, 2000), pp. 238-39.

[36] Teitelboim, Volodia, Un hombre de edad media…, op. cit., p. 34

[37] “CARACTERES de terremoto alcanzó en el sur el movimiento sísmico de anoche”, El Mercurio, Santiago, 25 de enero de 1939, p. 1

[38] “Chillán y Cauquenes totalmente destruidos”, El Ilustrado, Santiago, Jueves 26 de enero de 1939, p. 1

[39] Teitelboim, Volodia, Un hombre de edad media…, op. cit., p. 44

[40] El análisis en esta parte de la investigación, se encuentra elaborado en los términos de Jean-Philippe Miraux.

[41] “UN batallón del Maipo a Talcahuano en el “Exeter”, El Mercurio, Santiago, Sábado 28 de enero, p.17.

[42] Teitelboim, Volodia, Un hombre de edad media…, op. cit., p. 48

[43] Cifras entregadas por el Ministerio del Interior de Pedro Aguirre Cerda a la prensa, El Mercurio, Santiago, domingo 29 de enero de 1939, p.32.

[44] “GOBIERNO estima que deben invertirse 1.280 millones de pesos en el fomento de la producción en un período de cinco años”, El Mercurio, Santiago, Miércoles 1 de Febrero de 1939, p. 21.

[45] Fuentes, J; Et. al., Diccionario histórico de Chile (Santiago: Editorial Zig-Zag, 1982 [7ª ed.], p. 584

[46] Teitelboim, Volodia, Un hombre de edad media…, op. cit., p. 66

[47] Villalobos, Sergio, Historia de Chile op. cit., p. 849

[48] Memoria Chilena, Pedro Aguirre Cerda (1879-1941), [Artículo], 2004, [13 de diciembre de 2012], http://www.memoriachilena.cl

[49] Miraux, Jean-Philippe, La autobiografía. Las escrituras del yo (Buenos Aires: Nueva Visión, 1996), p. 11

[50] Extracto de la Proclama de Hitler justificando la invasión polaca, El Mercurio, Santiago, Viernes 1º de septiembre de 1939, p. 1.

[51] Teitelboim, Volodia, Un hombre de edad media…, op. cit., p. 67

[52] Teitelboim, Volodia, Un muchacho del siglo XX…, op. cit., p. 396

[53] Vial, Samuel, Historia y Ciencias Sociales (Santiago: Ediciones Universidad Católica de Chile, 2003), p. 89

[54] Hobsbawm, Eric, Historia del siglo XX…, op. cit., p. 44

[55] Ibídem.

[56] Krebs, Ricardo, Breve Historia Universal (Santiago: Editorial Universitaria, 2003 [22ª ed.], pp. 435-36

[57] Hobsbawm, Eric, op. cit., p. 45.

[58] Krebs, Ricardo, op. cit., p. 436.

[59] Teitelboim, Volodia, Un hombre de edad media…, op. cit., pp. 73-74

[60] Ibíd., pp. 67-68

[61]Teitelboim, Volodia, Un hombre de edad media…, op. cit., p. 115

[62] Rousseau, Jean-Jacques, Confesiones… Citado en: Miraux, Jean Phillipe, op. cit., p. 11

[63] Miraux, Jean-Philippe, op. cit., p. 11

[64] Ibídem.

[65] Villalobos, Sergio, op. cit., p. 848

[66] Teitelboim, Volodia, Un hombre de edad media…, op. cit., p. 116.

[67] Ibídem.

[68] Fuentes, J., Diccionario histórico de Chile…, op. cit., p. 14

[69] Villalobos, Sergio, op. cit., p. 849

[70] Alwyn, Mariana… Chile en el siglo XX, Editorial Emisión, Santiago, 1980, p.178-79.

[71] Teitelboim, Volodia, Un hombre de edad media…, op. cit., pp. 116-17

[72] “La nación guardará tres días de duelo por la muerte del Excmo. Sr. Pedro Aguirre Cerda”, El Ilustrado, Santiago, Miércoles 26 de noviembre de 1941, p1

[73] “El adiós de un pueblo”, Revista Vea, Editorial Lord Cochrane, Santiago, Miércoles 3 de diciembre de 1941, pp. 7-18

[74] Correa, Sofía; Et. al., Historia del siglo XX chileno. Balance paradojal…, op. cit., p. 129

[75] Alwyn, Mariana; Et. al., Chile en el siglo XX…, op. cit., p. 184

[76] Villalobos, Sergio, op. cit., p. 850

[77] Correa, Sofía; Et. al., Historia del siglo XX chileno. Balance paradojal…, op. cit., p. 162

[78] Teitelboim, Volodia, Un hombre de edad media…, op. cit., p. 211

[79] Duhalde, Alfredo, Mensaje de su S.E el Vice Presidente de la República Don Alfredo Duhalde Vásquez en la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso Nacional, Santiago, 21 de mayo de 1946, pp. 1-16.

[80] Teitelboim, Volodia, Un hombre de edad media…, op. cit., p. 211

[81] Miraux, Jean-Philippe, op. cit., pp. 11-14.

[82] La Nación, Historia del Fútbol Chileno. Chile en los mundiales (1930-1962), Tomo 5, Ediciones La Nación, Santiago, 1985, p. 87.

[83] Villalobos, Sergio, Historia de Chile…, op. cit., p. 852

[84] Teitelboim, Volodia, Un hombre de edad media…, op. cit., pp. 212-13.

[85] Fuentes, J.., op. cit., p. 512

[86] Alwyn, Mariana; Et. al., Chile en el siglo XX…, op. cit., p. 185

[87] “GRAVES sucesos se desarrollaron ayer en la Plaza Bulnes”, El Mercurio, Santiago, 29 de enero de 1946, p. 1

[88] “COBARDE masacre”, El Siglo, Santiago, 29 de enero de 1946, p. 1.

[89] Ibídem.

[90] Astudillo, Héctor; Gómez, Alexander; Et. al., Primera entrevista con Marina Teitelboim…, Ibíd.
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