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Exiliados republicanos españoles en Chile y República Dominicana.

por María de las Nieves Rodríguez
Artículo publicado el 03/02/2017

En el año de 1939 y con la derrota que supuso para la facción republicana la batalla del Ebro, se estima que cruzaron los Pirineos más de 440.000 personas rumbo a Francia. Los refugiados tuvieron que sortear varias dificultades, siendo mayormente recluidos en campos de concentración donde tuvieron que afrontar las paupérrimas condiciones de vida que se habían endurecido con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Desde los refugios intentaron buscar un país de acogida al cual exiliarse, Francia misma, México, Chile, República Dominicana, Argentina, la URRS o Inglaterra vieron llegar numerosos grupos de refugiados, muchos de los cuales jamás regresarían a la patria perdida.

En el caso chileno Pablo Neruda fue una figura fundamental. El poeta, Cónsul de Chile en Barcelona para el año de 1934 y en Madrid reemplazando a Gabriela Mistral para 1935, había forjado lazos indisolubles con la intelectualidad republicana española, sobre todo con Federico Garcia Lorca, Miguel Hernández o Rafael Alberti. De regreso en Chile a finales de 1937 formó la Alianza de Intelectuales de Chile desde donde forjó el apoyo a España. Pablo Neruda, designado entonces Cónsul delegado para la inmigración española en Paris, tenía como misión organizar y trasladar a miles de refugiados españoles que, hacinados en los campos de concentración, esperaban la salida. El 4 de agosto de 1939 lograron embarcar 2.200 españoles en el carguero Winnipeg ante la presencia del Cónsul General de Chile en Paris, Armando Marín y Pablo Neruda, hacia el Puerto de Valparaíso adonde llegaron el 3 de septiembre de ese mismo año. Como en el caso mexicano, a bordo del barco se hallaban numerosos intelectuales y políticos -como José Balmes, Roser Bru o Mauricio Amster- que, unidos en solidaridad, fueron recibidos por la casta intelectual chilena que les había otorgado todo el apoyo.

Los recién llegados contaron desde el primer momento con el apoyo del Comité Chileno de Ayuda a los Refugiados Españoles, con sede en Santiago, que era el responsable de la campaña de propaganda a favor del traslado de los exiliados españoles. Embarco realizado gracias al derecho de asilo del gobierno del Frente Popular chileno así como también a los esfuerzos de las organizaciones del Río de la Plata y el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE) que sortearon las diversas dificultades hasta que fue efectivo. Desde el momento de partida del Winnipeg, el Comité Chileno de Ayuda a los Refugiados Españoles (CchARE), dirigido por José M. Calvo, dispuso todos sus esfuerzos en organizar su recepción al país ofreciéndoles las mejores condiciones de vida y laborales a su alcance. En este sentido publicó anuncios y comenzó a editar un periódico semanal, intitulado América donde daba buena cuenta de la situación de los exiliados y de las formas de ayuda que podían ofrecerse a ellos.

El caso dominicano, en cambio, es un tanto particular debido a que en el año de 1939 y con el consiguiente descrédito internacional tras la matanza que supuso la dictadura de Trujillo sobre la población haitiana durante 1937, la República Dominicana decidió aceptar la llegada de más de 3.500 exiliados republicanos a la isla con el fin también de establecer igualmente colonias agrícolas que ayudarían a activar y repoblar la frontera dominico-haitiana tal y como fue remarcado por Vicente Llorens o Bernardo Vega, quienes verían en ese acto una clara intención de la dictadura de usar a los refugiados como “un cordón humano de grupos hispanos”.

A pesar de esto parecía que Trujillo deseaba seguir la política exterior cardenista más enfocada hacia las organizaciones políticas y humanitarias. De este modo fue que a partir del 7 de noviembre de 1939 comenaron a llegar a la isla numerosos exiliados que, recibidos por la Junta Pro-Refugiados Españoles compuesta por los Secretarios de los Estados de Agricultura e Industria y Comunicaciones y los representantes españoles del Servicio de Emigración de Republicanos Españoles (SERE), habían sido trasladados en mayor número al continente (siguiendo a México). Estos emigrantes, en su mayoría pertenecientes al sector de servicios e industria, tardaron en adaptarse al medio que los recibía no obstante, a pesar de las condiciones precarias y de su situación buscaron en los acuerdos del Gobierno dominicano con la Junta Pro-Refugiados Españoles una salida de supervicencia que no prosperó debido a la voluntad de Trujillo de monopolizar estas inversiones.

El desplazamiento consecuente de los apoyos económicos de la JARE hacia México y la política cardenista hizo que, paulatinamente, el éxodo diluyese las colonias españoles en la República Dominicana y otros países sudamericanos para terminar migrando hacia México o Cuba donde las condiciones eran más favorables.

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