EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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Fotografía escrita del Santiago moderno de la década de 1930: Diálogo entre literatura e historia a partir de Chile o una loca geografía, de Benjamín Subercaseaux

por Luz Santa María
Artículo publicado el 03/01/2007

Resumen
El presente trabajo intenta hacer un recorrido histórico, político, social y arquitéctónico por el Santiago de la década de 1930, con la intención de establecer un diálogo con las apreciaciones que se expresan sobre la capital en el ensayo Chile o una loca geografía, de Benjamín Subercaseaux.

Benjamín Subercaseaux, intelectual multidisciplinario y cosmopolita por excelencia del siglo XX chileno, se consagra como un apologista de nuestro país luego de la publicación de su libro Chile o una loca geografía en 1940. En este ensayo, el autor hace un recorrido geográfico de norte a sur con el fin de recopilar la historia, cultura y psicología de un pueblo sumergido en la diversidad. Subercaseaux realiza un mapa topográfico de la identidad del pueblo chileno, en el que destaca, entre otros, los factores primordiales de la naturaleza y de la mezcla de razas. Al explicar en su prólogo el modo en que se sirve de la geografía, el autor señala que lo que a esta ciencia le faltó es el placer como la expresión misma de la vitalidad del hombre; le faltó aquel matiz que hiciera sentir a los lectores el placer de ser chilenos. Esta cuarta dimensión de la geografía es llamada por Subercaseaux psicológica o metafísica.

El presente ensayo busca realizar una lectura interdisciplinaria –a la manera de Subercaseaux- entre la escritura literaria, y ciertamente sensual del autor, y entre los registros que nos proporciona la historia y en menor medida la arquitectura y fotografía. Este acercamiento a la obra de Subercaseaux estará limitado a los primeros siete apartados de la Cuarta Parte del libro, titulada “El país de la montaña nevada”, y que se aboca a la descripción de la ciudad de Santiago y las personas que la habitan. De esta manera, la ciudad se convierte en el foco de este trabajo, abarcando la dimensión espacial. La dimensión temporal del mismo será la década de 1930, en cuanto constituye un período significativo para la comprensión de la ciudad a la luz de lo escrito por Subercaseaux entre 1938 y 1940. Además, es explicitada en el libro su intención de guardar la contemporaneidad de la visión, como se cita a pie de página: “El autor no ha querido modificar la visión contemporánea de la época en que escribiera este libro (1938), pues estima que es su mérito principal para la Historia. Téngase esto en cuenta a través de toda la obra” (92).

En términos metodológicos, este ensayo estará organizado sobre una línea argumentativa que comienza con la exposición de las principales ideas de Subercaseaux acerca de la ciudad de Santiago. Continuaré mi análisis señalando algunos datos históricos en torno a la ciudad de la década de 1930, que van desde lo social a lo arquitectónico, como también uno que otro dato cronístico en función de lograr configurar un espectro de ciudad en mejor conformidad con su propio contexto.

Subercaseaux comienza la Cuarta Parte de su libro con la ubicación de Santiago dentro de la geografía de Chile. Dice que es una ciudad fronteriza que marca el término del norte y el inicio del sur, fusionándose de esta manera características propias de cada zona en una tercera y céntrica zona que es Santiago. Sin embargo, el autor señala que Santiago es una ciudad con un espíritu de esencia norteña, que quiere ser del sur pero advierte “con horror” que tiene una estructura nortina, abundante en veranos absolutos, escasas lluvias, mucho polvo y aridez. Además, el lenguaje de Santiago tiene “cierta virilidad atacameña”, como se expresa en el libro, estableciéndose así una clara preferencia por el Chile nortino frente al del sur, debido al mal carácter del sureño. “Aquí termina la zona heroica y franca, para dar paso a la falsa sumisión del inquilino, a la paz de los campos, al mugir de las vacas, a las miradas ladinas y a las respuestas esquivas” (86). Santiago se plantea, de esta manera, como el espacio de unión de lo uno y lo otro, como la convergencia de las extremidades, lo que la convierte según el autor en una ciudad extraña y profundamente original, y a sus habitantes en el tercer tipo psicológico de nuestro país: el santiaguino.

Subercaseaux prosigue su narración planteando a la ciudad como un espacio esencialmente paradojal y de personalidad difícil. Nadie posee un yo bastante fuerte como para hacerle frente a Santiago, ya que tiene más carácter que sus habitantes. De este modo, la ciudad se vuelve imposible de fijar, de narrar, e incluso de recordar. En cuanto a su posición geográfica y estructura interna, Subercaseaux señala que Santiago es una ciudad abierta al exterior por los cuatro puntos cardinales, los cuales la hacen solazarse indistintamente, ya sea en su vista a la Cordillera de la Costa y al Océano Pacífico por el poniente, a la majestuosa Cordillera de los Andes por el oriente, al norte en toda su extensión al mirar hacia el Cordón de Chacabuco y al infinito sur a través de la Angostura de Paine. En su interior, en cambio, Santiago está construida en base a un tablero de ajedrez, donde está todo previsto topográficamente, donde no hay rincones, intimidad ni sorpresas, lo que produce una enorme falta de perspectiva y vida citadina. Pero, más allá de esto, Santiago con el tiempo –y tal vez por su posición estratégica dentro del país- se vuelve cada vez más apta para convertirse en el centro neurálgico de Chile y en un espacio que recibe a la modernidad sin obstáculos, lo cual adquiere un matiz negativo en el ensayo de Subercaseaux. Este presenta una visión nostálgica por el rápido crecimiento y modernización de la ciudad, ya que esto no permite que la Historia perviva y que, por ende, la ciudad se semantice. Con respecto a este último punto, Subercaseaux compara Santiago con las ciudades europeas señalando que allí los habitantes viven en función de su espacio urbano, dándole constantemente significado. Aquí ocurriría lo contrario, en cuanto la ciudad cambia en función de la sociedad, por lo que no alcanza a adquirir significados propios. “Para conocer Santiago, precisa ignorarlo, ya que nada de lo que existe en el presente recibe su explicación del pasado” (89). Además, y en lo que se muestra un sesgo de la oposición civilización/barbarie, el autor indica que a las ciudades americanas les confiere su dignidad y permanencia no la Historia, sino la Naturaleza, en cuanto éstas fueron formadas por hombres del viejo mundo, por hombres que llegaron a una tierra desconocida y que a falta de historia tuvieron que basarse en la naturaleza, lo único que era dominante en América.

La importancia de este apartado radica en la aparición del móvil melancólico que guiará el resto del capítulo sobre Santiago. Aquí también se escondería la principal diferencia de este capítulo y los demás del libro: si bien este ensayo ha sido catalogado por la crítica como un intento por refundar el país, por hacer que el chileno se reconozca en su patria y se identifique con ella en términos afectivos y positivos, en el capítulo acerca de Santiago subyace una crítica más aguda, siendo difícil para el autor establecer marcos afectivos con la ciudad y sus habitantes.

Más adelante, Subercaseaux se suma al grupo de los historiadores con respecto a su visión de la ciudad, los que aún en 1930 la ven como si estuvieran en 1870. Se refiere a la edad de oro de la oligarquía santiaguina, estableciendo su línea conservadora frente a los cambios de la ciudad cuando alude a la ciudad de la década de 1930 como la ruina de ese mundo idílico. “Desgraciadamente, ellos [los historiadores] no encuentran nada de eso en la ciudad actual, sino un pueblo flemático y desnutrido, una gran plaza de cemento, y una ciudad con edificios muy altos junto a otros muy bajos” (92). A la vez, se plantea como un turista, es decir, como un observador de segundo orden, capaz de tomar distancia de su propia realidad y ver la ciudad desde un punto oblicuo, para, de tal modo, lograr captar el alma de la ciudad. Por lo demás, el turista se sitúa en una posición de altura, en que no se mira el interior de la ciudad, sino sólo su decorado, la vista panorámica de la ciudad (1). Por ejemplo, el autor nos dice en su ensayo que nuestros defectos parecen menores cuando nos comparamos con el resto de Latinoamérica, debido a que somos la raza más blanca, fornida, desenvuelta y menos colonial del Pacífico. Subercaseaux ocupa la posición del turista al escribir su ensayo, describe todo desde arriba, pero esto es justamente lo que lo hace olvidar una gran parte de la realidad, que a veces es más oscura y a veces tan sólo más acorde a lo que está sucediendo en el mundo. Con respecto a esto, Subercaseaux no niega que Santiago hacia 1940 ya sea parte de la modernidad, mas señala que no llega allí por el camino del progreso, sino que el presente le ha caído encima sin darse cuenta y en eso olvidó su pasado, de modo que no tiene conciencia de su posición moderna y anticolonial.

Luego, Subercaseaux se aboca a la descripción de los barrios de Santiago. Da cuenta de la particularidad de la ciudad de carecer de transiciones, tanto temporales como espaciales, a partir del hecho de que los barrios de clase alta y baja están unos junto a otros, notándose aquí la defensa del escritor por la segregación social a nivel urbano. Posteriormente, hace una clasificación espacial de los barrios por clase social y también por lo que constituía el casco antiguo y el nuevo de la ciudad. Alude a algunos parques de la ciudad, como también al tipo de vivienda de los conventillos, el espacio más sórdido de la capital. Por otro lado, Subercaseaux indica que cada barrio es como una aldea pequeña, ya que la gente no sale de su ambiente local. Al comienzo del quinto apartado el autor comenta: “Por esto, en la grandes concentraciones políticas, o en el Cementerio el 1º de noviembre, o todavía, en los grandes espectáculos del Estadio Nacional, vemos aparecer masas de pueblo cuya presencia ignorábamos, y hasta las caras nos parecen extrañas: algo extranjero, no visto con anterioridad” (102). Una cierta ingenuidad intencionada sobresale en esta cita, como si fuera casi una obra del destino la enorme segregación espacial que existía –y aún existe- en Santiago, y de la que nadie sería responsable. Sin embargo, luego el autor continúa su reflexión aludiendo a la falta de vida en común que la ciudad tiene debido al funcionamiento “puertas adentro” de cada barrio, lo que le impide tener un alma de gran ciudad. “Es un corazón demasiado débil para un cuerpo de gigante: la sangre no le llega a todas partes, y las extremidades se le enfrían” (108). Vale decir que esta falta de vida en común es extensible también al país por su geografía poco centralizada, lo que fomenta el aislamiento de cada población, ya sea urbana o rural. Sin embargo, se desprende de este afán congregador de Subercaseaux una contradicción, ya que critica la segregación, pero no deja de mantener una mirada peyorativa y desconfiada hacia las clases media y baja: “Cuando vemos aparecer en el centro algún ejemplar de la barriada nos desconcierta su aspecto inocente y provinciano” (103).

Luego, Subercaseaux indica cinco barrios populares importantes, que son San Diego, Estación, San Pablo, Mapocho y Recoleta, aunque no se detiene mayormente en ninguno de ellos. El autor también habla de la disposición circular de los sectores urbanos de acuerdo al nivel social. Si nos imaginamos un círculo pequeño que viene a representar el centro comercial y político de la ciudad, debemos envolver a éste en otro círculo un poco más grande, el cual ocupa el lugar de los barrios de clases acomodadas y que por lo general mantienen su ubicación desde muchos años –y hasta generaciones- atrás. El último círculo, y el de mayor diámetro, es el de las clases bajas, el cual está en constante extensión debido a la enorme masa inmigrante desde el campo a la ciudad que había llegado desde mediados de siglo XIX (2).

Frente a esta situación Subercaseaux opina que Santiago comienza a desbordarse, ya que es incapaz de sostener a tal cantidad de población.

Ya en otro ámbito, Subercaseaux hace alusión a la presencia del sexo como motivo de cultura de masas en el Santiago de 1930-40, el que da significado a cada imagen de la ciudad. Además, Santiago ya tiene una agitada vida nocturna, lo que crea un gran contraste entre el alborotado día y la noche cada vez más experimentada.

Estas son las principales ideas de Subercaseaux respecto a la ciudad de Santiago, o al menos las que resultan más pertinentes para este trabajo. Llegado este momento es necesario precisar algunas críticas que serán de utilidad para el presente ensayo. En primer lugar, y como ya se dijo anteriormente, Subercaseaux expresa nostalgia por el pasado, posicionándose como conservacionista frente a la modernidad. Por otro lado, si bien se presenta como historiador y, a la vez, como turista, lo que lo sitúa en una ubicación de distancia y objetivismo, habla desde su lugar social, como miembro de la aristocracia y también como miembro de la clase culta, constructor de los saberes del país. Esto funciona de dos maneras, creando contradicción en el texto, ya que por un lado el autor critica constructivamente las carencias de orden social de la ciudad, y por otro, no propone nada nuevo, no se pregunta por las razones que han llevado a tales extremas situaciones y tampoco proyecta los cambios de la modernidad hacia una mejora de la calidad de vida de los sectores pobres. Además, y respecto a este mismo punto, el lenguaje de Subercaseaux es muchas veces despectivo, exagerado y hasta irónico cuando se refiere a la problemática social de la ciudad. Finalmente, me atrevería a señalar que al describir Santiago, a Subercaseaux le resulta tan difícil tomar distancia del objeto de estudio que su intención de configurar una nueva geografía democratizadora y nacionalista se ve obnubilada, imposible de llevarse a cabo.

El embajador norteamericano Claude Bowers, en su libro de memorias sobre su estadía en Chile entre 1939 y 1953, hace un trabajo muy parecido al de Benjamín Subercaseaux, a quien muchas veces cita. La visión de Bowers sobre Santiago es la de un turista que no logra dar cuenta de todos los espacios de la ciudad, que ve sólo el decorado, por lo que su descripción resulta muy positiva y halagadora, mas muy sesgada. Al igual que Subercaseaux, Bowers señala que Santiago es una ciudad moderna que no tiene inconvenientes al momento de destruir sus edificios coloniales para construir otros nuevos. “A diferencia de Lima, que preserva y explota sus tesoros coloniales, Santiago, con una desconsideración verdaderamente yanqui por el ayer, y viviendo intensamente en el hoy, ha barrido con la mayor parte de los monumentos del pasado” (Bowers, 54). En este capítulo el autor se dedica a describir los barrios nuevos del oriente de nuestra ciudad y los barrios centrales de la antigua oligarquía chilena. También se detiene en los principales edificios de Santiago que guardan relación con la historia, como algunas iglesias coloniales, el Teatro Municipal, La Moneda, y algunos clubes como el Club de la Unión y otros más nuevos como el de Los Leones. Como ya se dijo, su visión es muy positiva para Chile, pero su observación se enmarca solo en los espacios de gobierno, que tienen prestigio social o son tesoro histórico. Para terminar la reseña sobre Bowers, se puede destacar el parecido que él ve entre la sociedad santiaguina y la de Los Estados Unidos, debido a su población activa, al comercio bien abastecido, y al goce de entretenimientos como el cine y el teatro, que, según éste, están siempre colmados de gente.

El libro de Bowers presenta algunos problemas al intentar considerarlo como un registro fidedigno sobre Santiago, en parte por la visión sesgada que ya se ha comentado, como también por parecer un texto de reconocimiento casi mediático de Chile para Los Estados Unidos, más que tan sólo unas memorias.

Por otro lado, Fernando Santiván, en Ansia, se refiere a la calle Ahumada como un lugar de comercio abundante, en correspondencia con la opinión de Bowers. Santiván describe una calle con edificios elevados y muy modernos habitados por comerciantes franceses, “calle orgullosa de sus escaparates llenos de ricas telas expuestas con algo del chic parisiense, de sus vastos almacenes de novedades, de sus librerías que arrojan hasta la calle las últimas obras del Viejo Mundo, de sus emporios de provisiones repletos de suculentas especies…” (Latcham, 325).

Carlos Silva Vildósola, en un artículo publicado en El Mercurio en 1934, hace referencia a los antiguos y aristocráticos barrios de Santiago, aunque se enfoca en el siglo XIX. En relación a lo más contemporáneo, Silva Vildósola señala de los traslados a nuevos barrios: “Las familias nuevas, retoños de aquellas grandes como tribus que vivieron en torno de los viejos patios, emigran hacia departamentos estrechos o buscan en los barrios de oriente, la casa concentrada, fácil de calentar, con un jardinillo alrededor, mejor aire y menos trabajo doméstico” (Ibíd., 279), cita en que encontramos alusión a los barrios ciudad-jardín.

Acercándonos a una lectura más histórica, Miguel Laborde da una primordial relevancia a la aceptación del pasado en el buen desarrollo y construcción de futuro de una sociedad. Señala que tras la Independencia los patriotas de la ciudad rompieron los lazos con España, llevándose a cabo un proceso sistemático y demoledor, lo que no ocurrió en otras ciudades latinoamericanas. Después de esto, Santiago se afrancesó, se hizo otra. Laborde adjudica el poblamiento de las periferias a este travestismo de la ciudad, “Los que no aprendían debían instalarse fuera del centro, en las quintas de recreo de Bellavista, o más abajo en La Chimba, o allá por San Pablo saliendo hacia Valparaíso; en los bordes y periferias, en los márgenes de la ciudad o fuera de ella, dejando el centro como símbolo de un nuevo modelo de vida” (Laborde, 56). Sin embargo, a partir de 1930 la ciudad dejaría morir la vestimenta francesa que la cubrió durante casi un siglo, el siglo fundacional de nuestra nación. Ahora Santiago estaría volcada hacia el futuro y a la modernidad que evoca Estados Unidos, adquiriendo tres identidades visuales: la española, la francesa, y la norteamericana (3). “El cambio permanente, la experimentación constante, esa es nuestra identidad” (57). Según el autor, tenemos miedo a equivocarnos, por lo que estamos constantemente actualizándonos y absorbiendo las nuevas doctrinas políticas, modas y costumbres. Y es así como nos hemos convertido en la capital tecnológica de América del Sur.

Entrando de lleno en lo que fue la década de 1930 en Santiago, cabe destacar el ámbito político y económico. En 1932, durante el período de recuperación del país después de la crisis de 1929 –Gran Depresión- Arturo Alessandri Palma es reelegido para la presidencia, instaurando una República Socialista de orden y disciplina mediante un golpe de Estado. Hacia 1933, junto con la recuperación de la economía mundial, Chile vuelve a sentir demanda por el cobre, salitre y productos agrícolas desde los países a los que exportaba. En 1934 la inversión industrial había sobrepasado los niveles de 1929 y en 1937 el empleo en industria asciende en un 83%. El aumento de empleo permite un alza salarial y una mejor calidad de vida. Además, una importante consecuencia de la Gran Depresión a nivel mundial fue la adopción de una política económica con fuerte intervención estatal en las finanzas, comercio y relaciones laborales. (Correa et Al., 122).

Con respecto a la sociedad, desde 1920 Santiago es testigo del surgimiento de la clase media y su ascenso a sitiales de poder. La intervención estatal les facilitó mejorías en sus condiciones de vida y de trabajo, y para lo cual ayudó bastante la legislación laboral que privilegiaba a los empleados por sobre los obreros.

Stefan Rinke, por su parte, señala que en el período que va desde 1910 hasta 1931 Santiago ve surgir las comunicaciones de masas y una consecuente sociedad de masas cuyo protagonista es la clase media, a la vez que la redefinición del discurso nacionalista. Además, se produce una instancia de reforma política con la introducción de tecnicismos.

En cuanto a los cambios urbanísticos, en Historia del siglo XX chileno se indica que

La creciente actividad fabril, incentivada desde la década de 1930 por el Estado, se alimentó de la tradicional migración proveniente de las áreas rurales, así como de las oleadas procedentes del norte salitrero, que con motivo de la Gran Depresión y el consiguiente cierre de oficinas, expulsó enormes contingentes de población. Éstos se dirigieron preferentemente a la zona central del país y, específicamente, a Santiago. Es importante consignar que en 1940 los centros urbanos presentaron una tasa de crecimiento poblacional que alcanzó a un 2,7% anual, en tanto que las áreas rurales iniciaron su declinación con una tasa negativa del -0,1%. (Correa et Al., 161).

Este crecimiento demográfico provocó la expansión de Santiago hacia los cuatro puntos cardinales, pero también tuvo un impacto desestructurador, generando problemas como falta de viviendas, alto nivel de cesantía, insalubridad y hambre. A partir de la década de 1940 la carencia de viviendas termina por provocar las ‘tomas de terreno’ y la formación de las llamadas ‘poblaciones callampas’ (4). Pero el proletariado también es beneficiado en esta década por medio de la presión ejercida por los sindicatos y la promulgación del Código del Trabajo en 1931.  Así, termina por acrecentarse la brecha entre el mundo urbano y rural.

Sin embargo, a pesar de los problemas surgidos del crecimiento demográfico, se logra poner en práctica varios proyectos urbanísticos, como el Plan Regulador y la creación de la Dirección General de Obras Públicas, cuyos aportes fueron las construcciones de estaciones de ferrocarriles, hospitales y policlínicos, estadios deportivos, escuelas, aeropuertos y complejos industriales, además del Barrio Cívico de Santiago, obra del urbanista austriaco Karl Brunner.

Según Rinke, la clase media se esforzaba por comprar una casa con jardín en los nuevos suburbios, como Providencia y Ñuñoa. El barrio ciudad-jardín era el nuevo modelo de vivienda inspirado en Estados Unidos, lo que hace a Santiago perder aun más su coherencia formal. De Ramón señala que las clases bajas, cuando conseguían un buen trabajo lograban instalarse en los conventillos del centro de Santiago, si no, en la periferia.

En el centro, los dos primeros rascacielos fueron construidos, los cuales eran los representantes del nuevo estilo de la modernidad. Éstos son el edificio Aristía y el de la Compañía La Municipal. Estos edificios ayudaron al rápido cambio de cara de la capital y en especial del distrito comercial. También se introdujo el alumbrado eléctrico de más alto nivel a la ciudad. Vale mencionar una cita de Rinke: “Además de reforzar la autoestimación chilena y de construir un punto focal para el proyecto de imaginación nacional, los planes de renovación tenían aspectos prácticos: pretendían atraer a turistas extranjeros” (Rinke, 37). Por otro lado, la publicidad que entra bruscamente a Santiago tiene una primera gran entrada en los periódicos chilenos, aunque tiene consecuencias globales para el país, como se ve, por ejemplo, en la disminución del analfabetismo desde un 50% a un 44% en un periodo de diez años (1920-1930), gracias a las imágenes en caricaturas, afiches y propagandas, que constituían una alternativa a los textos. Por su parte, la radio imitó el modelo de Estados Unidos, en el cual esta se sustenta financieramente por la publicidad. La moda norteamericana influenció todos los aspectos de la vida de la capital, sobre todo en el campo de la entretención, como se vio en bailes como el Charleston y el Shimmy, el cine cada vez más masivo, el jazz y organizaciones como los ‘boy scouts’, entre otras.

El proceso modernizador de Santiago tuvo el impulso del sector privado en una primera instancia, pero en el gobierno de Ibáñez, sobre todo, el Estado se hizo cargo de mucho proyectos de modernización, que respondían a necesidades urbanísticas, de entretención y sociales.

Como registra Armando De Ramón, los datos del Censo muestran una población de 507.000 habitantes en 1920 y de 712.533 en 1930. A partir de esta década el crecimiento de Santiago se torna exponencial. Anteriormente a esta década no es que no haya habido crecimiento, por el contrario, la migración campo-ciudad tiene lugar desde mediados del siglo XIX a grandes niveles. Esta población recién llegada se ubicaba en nuevos barrios creados en la periferia, muchos de los cuales, como ya se dijo antes, se convirtieron en las hoy llamadas ‘poblaciones callampas’. Sin embargo, este crecimiento no se notó tanto debido a los planes de remodelación que en 1872 lleva a cabo el Intendente de Santiago Benjamín Vicuña-Mackenna, y que incluía el trazado de un Camino de Cintura. Este era un cordón sanitario “contra las influencias pestilenciales de los arrabales” que además descargaría a los barrios centrales del “exceso de tráfico” (De Ramón, 146). En otros términos, el Camino de la Cintura divide a la ciudad propia, sujeta a los cargos y beneficios del Municipio, de los suburbios, para los cuales debe existir un régimen aparte, menos oneroso y menos activo. Francisca Jürguensen señala que para Vicuña-Mackenna, los arrabales son una “inmensa cloaca de infección y vicio, de crimen y peste, un verdadero potrero de la muerte”, de ahí el deseo de eliminarlos de la ciudad y su posterior efecto de que Santiago permaneciera ordenada, armónica y limpia hasta la explosión demográfica de 1920. Según Gross, el período que va desde la remodelación de Vicuña-Mackenna hasta el fin del siglo XIX existe una ciudad ilustrada con cuatro barrios reconocibles: centro, barrio Yungay, Alameda sur y La Chimba. La periferia era simplemente ignorada por la ciudad.

El panorama cambia con la promulgación de la Ley de la Comuna Autónoma, en 1891. Se instaura la institución municipal que fomenta un mejor funcionamiento al interior de las comunas e incentiva la urbanización. Durante estos primeros años del siglo XX el crecimiento es principalmente hacia el oriente de Santiago, sobre todo a las nuevas comunas de Providencia y Ñuñoa, gracias a los loteos de los alcaldes-propietarios.

Más adelante, en 1931, el MOP (5) promulga una ley de urbanismo de la que “debe entenderse por urbanización el conjunto de medidas a asegurar el adecuado desarrollo de una ciudad población, teniendo en vista el saneamiento y ornato de la misma, la higiene y estética de sus edificios, las facilidades de tránsito en sus calles y avenidas y, en general, la mayor comodidad de sus habitantes” (De Ramón, 266). De esta manera comienza a perfilarse una nueva concepción del urbanismo que difiere de las medidas decimonónicas y que se enfoca en la inclusión y saneamiento de la ciudad en su conjunto.

Es en esta misma década que el Estado contrata al urbanista Karl Brunner para llevar a cabo el Plan Regulador de Santiago, que contemplara el ensanchamiento de calles y avenidas, el ochavar esquinas y trazar nuevas avenidas de accesos. También el aumento de la rapidez y eficiencia del transporte urbano y el reforzamiento de los ejes oriente-poniente y norte-sur. Además, el plan incluía el diseño del Barrio Cívico, la obra de mayor envergadura de Brunner en Chile. No obstante, Brunner tuvo varios errores de planificación, espacialmente en su cálculo de crecimiento de la ciudad. Defendía la modernización de todos los sectores de la capital, pero al mismo tiempo patrocinaba el mantenimiento de la segregación espacial por estratos sociales, suponiendo que la europeización de Santiago iría penetrando lenta pero seguramente en los barrios obreros. Esto también se distingue en la desestimación de Brunner de la urgencia de suprimir los conventillos en su plan de reorganización de la ciudad. Esta clase de vivienda continúa siendo la más común en 1930, con un número de 3000 conventillos, a pesar de los esfuerzos públicos y privados por construir viviendas de bajo costo.

Para terminar el recorrido histórico de la ciudad hacia la década de 1930, me quiero detener en la figura de la Estación Central como símbolo de la modernidad. Este edificio es, según la historiadora Francisca Jürguensen, el vínculo con el progreso, tanto público como privado, en cuanto marca la llegada de los ferrocarriles a la capital. Este transporte asegura paz y una comunicación más expedita, produce el aumento del valor de terrenos y el desarrollo de poblados. Además, es el medio por el que se abastece al país. En otro aspecto, el ferrocarril estimuló el desarrollo de la ingeniería nacional, lo cual fomentó, a su vez, la escolaridad, siendo el tecnicismo y la educación dos elementos fundamentales en el surgimiento de la clase media.

La estación también se convirtió en el sector de la masa obrera, ya que era el punto de llegada de los inmigrantes a la ciudad y un lugar de referencia prioritario para la búsqueda de trabajo. A sus alrededores se crean nuevos barrios rápidamente, como el barrio Estación, hacia el oriente, y Chuchunco, hacia el poniente, divididos por la línea férrea. Éstos son contradictorios al discurso del progreso –evidenciado en la Estación Central- en cuanto son espacios de violencia, prostitución, vicios y enfermedades, como se han descrito en diversas novelas, entre ellas El roto y Vidas mínimas, o en escritos de dramaturgos como A. Acevedo Hernández. Ellos quedan fuera de la ciudad con el trazado del Camino de la Cintura (6).

La Estación Central, el puerto terrestre en el que se esperaba a los viajeros, significó el símbolo de unidad del país, además de ser un elemento configurador de nación en vías a la modernidad.

Luego de este recorrido por la historia y visión de diversos hombres de Santiago, es tiempo de volver sobre algunos puntos a modo de conclusión.

Pienso que la visión negativa de Subercaseaux frente a la modernidad no es constructiva de identidad nacional, ya que carece de sentido social. Este critica fuertemente el desorden social que se asoma en su tiempo y la pérdida de hegemonía que está sufriendo la oligarquía hacia 1930, pero este desorden no se debe más a que al surgimiento de la clase media y a la lenta inclusión de los barrios pobres en la ciudad. El Estado es cada vez más intervencionista y muestra una mayor preocupación por las periferias y por los excluidos, para quienes se comienza a aplicar políticas sociales. En este época, por lo demás, está surgiendo el partido de la Falange, del cual nace la Democracia Cristiana, cuyas motivaciones ya no tenían que ver con las antiguas ideas conservacionistas, tanto de liberales como de conservadores. Con respecto al intervencionismo, Rinke señala que la modernidad era concebida en aquella época como la transformación de la periferia en el centro, en cuanto la primera representa las etapas de desarrollo que debían ser dejadas atrás por el proceso de modernización. De este modo, la postura conservadora de Subercaseaux, a mi modo de ver, va en contra de los avances urbanísticos y políticos que permiten el desarrollo del país y la unidad de éste, en cuanto intentan solventar verdaderas falencias sociales.

No obstante, el texto de Subercaseaux no es sólo un objeto de crítica negativa, sino que, por el contrario, posee una gran riqueza como registro de lo que fue la ciudad en aquella década. Casi todas sus apreciaciones concuerdan, por ejemplo, con la opinión de los historiadores y urbanistas que describen la época, salvo algunas excepciones de escasa importancia. Además, y como el más relevante aspecto de su capítulo acerca de Santiago, me parece necesario destacar la afirmación de Subercaseaux de que Santiago no tiene pasado y que sus ansias de ser parte de lo nuevo lo llevan a olvidar rápidamente su memoria. Como hemos visto, muchos de los escritores aquí tratados concuerdan con esta idea, e incluso la presentan como el gran obstáculo de Chile para volcarse al verdadero desarrollo y progreso.

En la misma línea, resulta interesante recordar al escritor Marco Antonio De La Parra, quien en su ensayo La mala memoria trata el mismo tema, dándole a este un papel protagonista en su configuración de la identidad chilena. El señala que nuestras ciudades se borran a sí mismas para ser de otra manera, proceso en el cual no mantienen su pasado en la memoria, sino que lo olvidan. Asimismo ocurre con nuestra historia, la historia con minúscula, la cual significa olvido, lo contrario a la memoria perenne.

Nuestra historia es así, se nos escapa de las manos. Por superficial la hacemos a un lado, cuando realmente lo que hacemos es deshacernos de ese lastre que nos recrimina, nos responsabiliza y nos obliga a mirarnos al espejo de vez en cuando. Sin embargo, aquí, en este trabajo, se encuentra un poquito de historia, un poco de pasado en el que podemos mirarnos y vislumbrar qué tan bueno es nuestro presente. Esto es lo que intentó ser esta fotografía escrita de la década de 1930, un pequeño viaje al pasado, al de nuestra gente y al de nuestras calles.

Luz Santa María

NOTAS____
1 Richard Walter, en su libro Politics and urban growth in Santiago, Chile. 1891-1941., indica muchos comentarios de turistas acerca de Santiago en 1930-40, en los cuales todos sienten admiración por la ciudad.
2 Éste círculo constituye la llamada periferia urbana y es la principal lucha del plan regulador de Benjamín Vicuña Mackenna en 1870.
3 No nombro la identidad indígena porque, bajo los términos de Laborde, son sólo estas tres culturas las que revisten estéticamente a nuestras sociedades.
4 Subercaseaux en su ensayo da cuenta del tema de las migraciones campo-ciudad, pero señalando que aquellos inmigrantes terminaban por volver a sus pueblos. Habla de una estadía transitoria en Santiago.
5 Ministerio de Obras Públicas.
6 Es interesante destacar el hecho de que estos barrios que rodeaban la Estación Central fueron donde se desarrolló la poesía popular, debido a que los inmigrantes de zonas rurales se instalaban aquí. La creación y el reparto de La Lira Popular se realizaba en este sector de la capital.
Referencias bibliográficas
Subercaseaux, Benjamín. Chile o una loca geografía. Santiago: Universitaria, 1973.
Aylwin, Mariana et al. Chile en el siglo XX. Santiago: EMISION, 1984.
Bowers, Claude. Misión en Chile. 1939-1953. Santiago: Editorial del Pacífico, 1957.
Correa, Sofía et al. Historia del siglo XX chileno. Santiago: Sudamericana, 2001.
De La Parra, Marco Antonio. La mala memoria. Santiago: Planeta, 1997.
Gross, Patricio et al. Imagen ambiental de Santiago 1880-1930. Santiago: Ediciones Universidad Católica de Chile, 1984.
Jurgensen, Francisca. La Estación Central, protagonista de modernidad. Tesis de licenciatura Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile. Santiago: 2003.
Laborde, Miguel. SANTIAGO, Región capital de Chile. Santiago: Ediciones del Bicentenario, 2004.
Latcham, Ricardo A. Estampas del Nuevo Extremo. Antología de Santiago, 1541-1941. Santiago: Nascimento, 1941.
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