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La Expulsión de los Jesuitas de América y Europa

por Raúl Alfonso Simón Eléxpuru
Artículo publicado el 03/04/2025

La expulsión de los jesuitas de algunos países europeos en el siglo XVIII ―principalmente de España, Portugal y sus respectivas colonias― es un fenómeno político que adquiere características muy diferentes según si se lo mira desde las metrópolis o desde las colonias.

Los jesuitas fueron fundados en el siglo XVI como punta de lanza de la Contrarreforma. Su finalidad expresa era combatir a la modernidad. Esta última se manifestaba en la variedad de “herejías” protestantes y en la naciente ciencia natural, que aspiraba a examinar el mundo experimentalmente y con independencia de las antiguas “autoridades” (Aristóteles, santo Tomás de Aquino y la arcaica Biblia). Los jesuitas, mano derecha del papado, pretendían que éste constituyera la autoridad suprema en todos los asuntos humanos y divinos.

Sin embargo, los tiempos ya no se prestaban para semejante subordinación. Hacía rato que se había constituido, de la mano de la burguesía, una cultura laica y racionalista, que aspiraba a examinarlo todo a la luz de la razón. El traje cultural que la Iglesia había tejido para la Europa medieval estaba comenzando a quedarle estrecho a la Europa moderna. El empeño jesuítico de hacer encajar a esta nueva Europa en el vestido feudal-clerical estaba condenado a aparecer como insensato y reaccionario.

La situación hizo crisis en el siglo XVIII, con la Ilustración.  Los “príncipes cristianos” se cansaron de las frecuentes intromisiones jesuíticas en política, y algunos de ellos ―que se sentían “déspotas ilustrados”― los expulsaron finalmente de sus dominios (no debemos desdeñar, además, entre otras causas, la codicia por los numerosos bienes de la Compañía, ni la animadversión de la Masonería hacia ella).

Si nos fijamos, entonces, en el papel jugado por los jesuitas en Europa, cabe calificarlo de “reaccionario”, opuesto al progreso social; por lo tanto, su expulsión aparece como un hecho positivo. Sin embargo, si observamos la labor que la Compañía había llevado a cabo en América, la conclusión es opuesta.

En Indias, los jesuitas realizaron una excelente labor misionera y educadora, que constituyó el mejor contrapeso a la acción destructiva de los conquistadores y encomenderos. Estos habían destruido el mundo de los indígenas ―el mundo material y el simbólico―, reduciéndolos a la indigencia y a la esclavitud. Los misioneros, en cambio ―y los jesuitas en forma destacadísima― se dedicaron a curar aquellas heridas y a dar a los naturales un nuevo imaginario espiritual, una nueva imago mundi. Este proceso alcanzó su culminación en las misiones jesuíticas de Paraguay, y también (aunque en menor grado) en las del noroeste argentino y en las de Chiloé. Los jesuitas comenzaron a crear de la nada una nueva cultura, que habría podido constituir la base de una futura cultura latinoamericana libre de traumas. El proceso fue similar a la evangelización de los bárbaros germanos tras la destrucción del Imperio Romano (a manos de estos mismos bárbaros).

La expulsión vino a interrumpir este proceso benéfico, con lo cual los indios volvieron a la selva o fueron presa de la codicia de encomenderos y bandeirantes. Aún en países como Chile, la expulsión tuvo efectos “catastróficos”, al decir de Francisco Antonio Encina.

Vemos, pues, que un mismo proceso puede juzgarse positivo en Europa y muy negativo en América. Si los reyes de España y Portugal hubieran sido más  sabios, habrían expulsado a los jesuitas sólo de sus respectivas metrópolis.

 

 

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