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Los caminos de la contracultura

por Jaime Lizama
Artículo publicado el 01/05/2016

“Demasiados cadáveres adornan los caminos
del individualismo y del colectivismo”
Roul Vaneigein

Podríamos partir afirmando que este escrito, especie de manual o bitácora, trata de abrir algunas ineludibles trincheras en la historia de la contracultura o, para ser más precisos, en el momento de su propia construcción en los años sesenta, e incluso sobre su interpretación inaugural y acaso más clásica, es decir, sobre la obra de Theodoro Rozack “El nacimiento de una contracultura” (1970).

A partir de este primer dato interpretativo llevado a cabo por Rozack en los años culminantes del movimiento contestatario (1967-1969), se define quizás la visión acaso más global de este proceso social, cultural y político, que encadena el activismo por los derechos civiles, la nueva izquierda, el folk, la protesta estudiantil, la sicodelia, el rock lisérgico y el hippismo, entre otros aspectos del ideario disidente, condicionando en adelante todas las lecturas más significativas desde lo teórico, lo cultural y lo político sobre esa singularísima experiencia.

En efecto, es perfectamente posible establecer que existe un discurso canónico de la Contracultura, el que se instala entre los años 1968 y 1975, a partir básicamente de la publicación sucesiva de tres libros, el ya mencionado de Theodoro Rozack, el de Stuar Hall “El hippismo: una contracultura” (1969) y “La comunas de la contracultura” de Keith Melville (1975). Aparte de tratarse de textos poderosos y cercanamente comprometidos con la experiencia histórica que describen, los tres parecen coincidir en señalar que el núcleo central de la experiencia de la contracultura está situado en el encuentro de lo que Rozack llama el “bohemismo beat-hip”, y activismo contestatario del movimiento estudiantil, ambos erigidos y situados, en sus inicios, en la ciudad de San Francisco.

Así como podemos hablar de un discurso canónico de la Contracultura, también, y acaso con muchas mayores consecuencias, se puede perfectamente hablar y describir que existe un imaginario de la Contracultura. Por cierto, se trata de un imaginario que se construye constantemente a través de los Medios y de la llamada industria cultural. Imaginario, qué duda cabe, que suele sobreponerse al discurso e, incluso, a la propia experiencia histórica, siempre en forma variopinta y sugestivamente vaga o imprecisa, de acuerdo a las reglas o a los “compromisos” del negocio de la producción y el consumo de imágenes1.

Aún así, el imaginario de la Contracultura no podría no ser profundamente controversial, pues los años sesenta suelen sobrecargarse excesivamente y sufrir una tendencia inevitable al collage y a la pérdida de jerarquías de lo que fue, de lo que pudo ser, y de lo que incluso pudo haber sido parte de la experiencia contracultural, o de lo que también, al decir Greil Marcus, pudo terminar en el “basurero de la historia”.

De esta forma, para muchos el imaginario de la Contracultura quedó atrapado tanto en los límites como en la extensión de la llamada “cultura pop” o cultura juvenil, que iba de los Beatles a Doors, de MacLuhan a Andy Warhol o de “EasyRider” a “Hair”, y donde, en una segunda instancia, logró infiltrarse el sicodelismo y el Rock ácido, mediante una iconografía que también ofrecía sus ganancias en el corazón de la idolatría juvenil2. De igual manera, la guerra de Vietnam no constituyó ninguna ganancia iconográfica en este llamativo despliegue publicitario, que constituyó, asimismo, lo que entendemos como estrategias de asimilación comercial de lo antisistémico; la transmutación de lo inicialmente transgresivo en moda, bajo la forma de una apropiación estandarizadamente Pop.3

Lo que queremos establecer aquí, es que si bien el discurso es un relato mucho más veraz que el imaginario, la iconografía de los años sesenta suele ser instalada en los medios masivos de divulgación para invisibilizar, sustraer o posponer toda la resistencia política de la Contracultura, mediante esa suerte de visión hollywoodense de la mistificación colonialista, al extremo de ofrecer una visión o una representación de ella, bajo la forma de la pura violencia política.

Adicionalmente, en ambos casos referidos, tanto la imagen como el tópico invalidan o sacan de circulación el relato contracultural, mediante el expediente de una realidad que se autoconsume o se reproduce en función de un sugestivo mercado juvenil global. Es aquí donde la llamada “teoría de la apropiacíón” o, lisa y llanamente, la reproducción publicitaria, alcanzan el simple mecanismo de la cita o de la suplantación. Todo lo que pudo ser o haber producido la Contracultura no sería más que el simulacro de una genuina pasión política y de transformación social. En cierta forma, el libro “El negocio de la contracultura”, de Heath y Potter, transita decididamente por ese derrotero, donde la Contracultura pareciera ser una parodia de la política revolucionaria.

A partir de estos prolegómenos, y como en una suerte de compensación dialéctica, Mayo 68 ha venido a sustituir políticamente, en nuestro espacio de resistencia, la ausencia o la invisibilidad de ese proceso político-cultural de la Contracultura, contado a medias o en forma iconográfica como lo hemos señalado, y que en el contexto del “imperialismo cultural norteamericano” no aparece bajo ningún discurso político o histórico, como si todo el movimiento contra la guerra de Vietnam hubiese sido sólo fruto de los actores externos, de un antimperialismo iluminado que se hacía cargo en forma casi exclusiva de todas las injusticias del mundo4. Como si la Contracultura hubiese sido casi un sustrato de Vietnam o, peor aún, un puro desvarío sesentero. De este modo, tanto la “estrategia” Pop, desde dentro del Imperio, como la estrategia “ideológica”, desde fuera del Imperio, se encontraban en el mismo punto de negación y de rechazo de las experiencias y las prácticas contraculturales.

De manera muy significativa y sin caer en equívocos, el Mayo francés fue siempre un acontecimiento político mucho más condescendiente o empático con nuestra historia de transformación socio-política y no sólo referido por el hecho de las conexiones entre los nuevos movimientos revolucionarios que en los años sesenta se diseminan por Latinoamérica y el radicalismo del movimiento estudiantil francés, sino por la construcción histórica del imaginario revolucionario en función precisamente de los propios hitos devenidos e inscritos a partir de la revolución francesa y sus postulados libertarios.

Para nosotros, ya sea Chile o Latinoamérica, era mucho más “políticamente correcto” leer la profundidad y el alcance estelar de Mayo 68, que la “ambigua” Contracultura norteamericana, siendo que es en ésta última donde se da inicio al estallido del movimiento contestatario estudiantil de los sesenta, alrededor de 1964 en la Universidad de Berkeley, y en particular a través del “Movimiento por la libertad de expresión” liderado por Mario Savio5.

Mayo 68 fue una revuelta inusitada6, la Contracultura fue un proceso de construcción de afinidades contestatarias, incubado en los márgenes de los años 50 y en los propios intestinos de la “americanwaylife”; desde el arte, el teatro callejero, pasando por la música, el pacifismo y la política, desencadenándose en el contexto de la cultura de masas y de la guerra de Vietnam, es decir, en medio del culto a las imágenes de la cultura pop y la locura genocida llevada al extremo imperial6.

Como decíamos al inicio, la tesis central del discurso canónico de la Contracultura (a través de los autores ya mencionados), se establece sobre el hecho de que fueron el activismo político-contestatario de nuevo cuño, protagonizado en especial por el movimiento estudiantil y el SDS, y el movimiento hippie, las instancias que constituyeron la base o el núcleo de lo que entendemos por Contracultura en el contexto de la Guerra de Vietnam. Sin embargo, el ethos contestatario, que tuvo la capacidad de construir un consistente relato contra el llamado stablisment, fue sobre todo el resultado de experiencias múltiples, colisionadas en primera instancia por el arte, el teatro y el underground, para luego adentrarse en el movimiento estudiantil y el movimiento Hippie, desbordando los códigos propiamente tales de la lectura canónica. Antecedente o preámbulo que desborda vastamente la pura experiencia Beatnick, entendida, en forma ya clásica, como la indiscutible previa o el antecedente de la Contracultura.

El discurso fundacional de Rozack, en consecuencia, llamaba excesivamente la atención sobre el concepto de “bohemismo beat-hip” como el responsable de la expresividad radical de la experiencia contracultural, pero haciendo hincapié que el sicodelismo extremo, profetico y religioso de Timothy Leary, consistía en llevar hasta el límite esa búsqueda espiritual y subjetiva que portaba el hippismo, mediante el consumo exclusivo del LSD; experiencia que conducía necesariamente a la despolitización de los jóvenes que ejercían la libertad de salirse y abandonar el sistema7. Esta radicalización o “revolución del ácido” se interpreta como el punto de partida de un cisma o de una fractura al interior del movimiento contracultural.

Sin embargo, el cisma no provino de este temor excesivo que Rozack otorgaba a la influencia de Leary en los jóvenes y en el movimiento hippie, sino por el lado de la ruptura interna del propio Movimiento estudiantil (SDS), maoísmo y Watherman mediante, en el seno de la radicalización política, es decir, en la instancia donde la superposición ideológica disolvía, de forma irreversible, la masividad seductora del movimiento contestatario.

Al mismo tiempo, no es de una importancia menor considerar que en esa etapa de intenso sicodelismo, hubo líderes que buscaron remediar esa intransigencia o ese escapismo seudo-religioso, con una no menos particular lucidez, como cuando Abbi Hoffman, junto a Jerry Rubin y Paul Krassner fundan el “Youth Internacional Party”, que no era sino el espacio para que volvieran a confluir el mundo hippie y el mundo contestatario estudiantil: el mundo del rechazo y de la protesta generacional contra lo establecido, en el contexto de la agudización del movimiento contra la guerra de Vietnam.

No es que Hoffman, Rubin y Krasnner quisieran conformar en serio un nuevo partido político (ya el nombre de partido internacional era un despropósito), sino realizar “acciones” inusuales que provocaran abierta y mediáticamente al stablishment (fuera de la lógica del activismo político tradicional), y que estableciera el ethos del nuevo “activismo”; sin dejar de considerar, claro está, que la protesta contestataria tenía su razón de ser y su fuerza precisamente en la mixtura del mundo hippie y el mundo estudiantil, antes incluso que se consumara la influencia Macluhiana o pop del yippismo8. Pues, tal como lo hemos señalado, ambas “corrientes” conformaban el núcleo del rechazo generacional en el corazón mismo de la praxis contestataria, donde la política se abrazaba directamente a la conducta personal.

En efecto, el activismo “contestatario” o contracultural se cifraba en esa disidencia personal y colectiva contra lo establecido y su praxis anti-autoritaria, donde los métodos y la vida de todos los días de los sujetos son parte de una visión y una acción vivencial sobre todo el sistema. Lo contestatario o la nueva protesta reivindicaban ahora el compromiso cotidiano de la acción política, donde lo personal es el testimonio ineludible de lo colectivo. En cierto modo, “los caminos del individualismo y del colectivismo”, para parafrasear a RoulVaneigeim, estaban siendo, finalmente, sobrepasados.

En ese mismo sentido, donde lo puramente discursivo entra en tensión con expresividad del nuevo activismo, en “Psicodelia y ready-made”, el crítico alemán Diedrich Diederichsen ha afirmado: “Cada movimiento iluminista, crítico, de conceptos fuertes, avanza dejando tras de sí un rastro de baba de caracol de irracionalismo, poblado de imágenes. Esa es exactamente la relación que hay entre los hippies esotéricos de los sesenta y la Nueva Izquierda, o entre la cultura gótica de comienzos de los ochenta y el punk con sus diversos anarquismos y radicalismos”.

Pero para ser justos, la relación fue mucho más compleja, pues ambos sectores arrastraban imágenes cruzadas, siendo precisamente el “yippismo” su expresión más sintomática, no obstante la preeminencia y el protagonismo de otras experiencias artísticas, en particular tribus y agrupaciones anarco-radicales, que otorgaban todo el valor utópico al proceso, según lo describen uno de los recorridos centrales de esta “libreta de apuntes”.

Para Rozac, de igual forma, la fractura casi definitiva de estas matrices o corrientes contraculturales, se sintomatizó también en el desplazamiento “musical” de la protesta política, que en los primeros años del movimiento por los derechos civiles y de la guerra de Vietman, se circunscribía a la musica folk y al nombre y la figura predominante de Bob Dylan, conformando un romance casi ideal entre la música y la protesta política. Con el desplazamiento decidido de Bob Dylan hacia el Rock ese idilio ya no habría sido el mismo, perdiendo la protesta un aliado culturalmente significativo9. Cabe señalar que para ese propósito discursivo de Rozac, de intensa alianza entre el folk y la política, quizás ésta lograba una mejor expresión en la figura de Phil Ochs, invisibilizado precisamente por el protagonismo del autor de “Like a Rolling Stone”.

Sin embargo, entre la música comprometida de tradición folk y el desarrollo de un Rock sicodélico y alternativo en el cenit de los años sesenta, es la trastienda propiamente dicha desde donde se despliega un aspecto central de las vicisitudes de la Contracultura y de su propio desarrollo interno, siendo quizás Woodstock, su punto de culminación propiamente dicho (expresado en la concepción sicodélica de Abbi Hoffman sobre lo que llama “Nación Woodstock”) y, al mismo tiempo, el punto escisión de Woodstock con la protesta contestataria, en vías de radicalización y fragmentación acelerada.

Era como si el Rock se tomara toda la escena y bajara la cortina de la revuelta política. En otras palabras, Woodstock, para muchos, se había convertido en la experiencia más epifánica de la Contracultura, en tanto, mirado desde una óptica resueltamente más profana, resultaba ser el punto de referencia desde el cual se consumaba la distancia cada vez más insalvable entre el movimiento estudiantil y el movimiento Hippie10. Es aquí donde la Contracultura no debe asimilarse o reducirse al movimiento contestatario, por un lado, ni menos sacralizarse en la epifanía sicodélica de la epopeya Woodstock, por el otro, tal como erróneamente lo lleva a cabo Abbi Hoffman, mediante lo que llamaba “Nación Woodstock”11.

Es precisamente en este punto donde se vuelve decisivo el planteamiento crítico que llevamos a cabo respecto de las matrices más canónicas del discurso de la Contracultura, donde la dupla Rozac-Hall consagran estas dos vertientes estructurantes y hegemónicas (la expresiva y la protesta), por las cuales postergan, invisibilizan o transforman todo el campo artístico-cultural en una suerte de acompañamiento o “música de fondo”, que no tiene, por lo mismo, ninguna función central en este despliegue de energías utópicas.

Por el contrario, lo que este texto intenta establecer, es el lugar protagónico que las prácticas artísticas, estrechamente vinculadas al underground, la vanguardia y las tribus radicales, lograron construir al interior de lo que podríamos denominar “la provocación más genuina de la contracultura”, antes del desarrollo y la performance de las corrientes que, tanto Rozac como Hall, constituyen y establecen como los paradigmas que servirán de derrotero de las constantes lecturas que modulan estas dialécticas discursivas12.

Jaime Lizama

Citas
1.- En este aspecto quizás sea “Hair”, el musical estrenado en Broadway en 1968, el primer paso en la construcción de ciertos imaginarios que van a alimentar directamente la cultura y producción pop. “Hair” no sólo fue un gran éxito de taquilla, también su banda sonora, de un sicodelismo “acuariano”, tuvo una importante repercusión en el mercado de la música, pero, si se quiere, sublimando la protesta contracultural.

2.- La lectura underground, si bien suele centrarse en la llamada “cultura del rock”, se establece siempre desde una distancia muy radical de esa reificada iconografía de lo juvenil. En todo caso, el importante texto de Mario Maffi “La cultura underground”(1975), en aspectos muy centrales sigue muy de cerca aRozack, tanto en la influencia decisiva de los beatnicks como en la crítica del mesianismo individualista de la “revolución del ácido”. Quizás, de una forma igualmente radical, se podrían leer los intensos textos de Servando Rocha: “Historia de una incendio” y “Los días de furia: contracultura y lucha armada en los estados unidos (1960-1985)”.

3.-Quizás el relato más agudamente controversial de la contracultura en este aspecto sea el libro de Thomas Frank “La conquista de lo cool”(1997), donde afirma por ejemplo:“Lasfantasias comerciales de la rebelión, liberación y revolución contra las exigencias afixiantes de la sociedad de masas se repiten hasta el punto de pasar totalmente desapercibidas en los anuncios de la publicidad, las películas y los programa de televisión”. Otro texto importante a considerar, pero desde una óptica particularmente cínica, es “Rebelarse vende: El negocio de la Contracultura”(2005) de Joseph Heath y Andrew Potter. No obstante, en claro favor a esta tesis, hay señalar que precisamente antes del paradigmático festival de Woodstock, fue creado para ese efecto la “Woodstock Venturis, Inc”.

4.- A diferencia de Mayo 68, la contracultura vivió indisolublemente ligada al desarrollo y al destino de la guerra de Vietnam, y al mismo tiempo, se desplegó en medio de la cultura pop con todas sus consecuencias presumibles, donde el tráfico y los límites de las experiencias de unas y otras, a ratos, pueden ser intencionadamente difusas o engañosas. Pues, bajo cierto prisma, los años 60 contienen todo, donde nada queda fuera o debe quedar fuera, tal como un inacabable palimpsesto historiográfico.

5.- Al respecto, la revisitación histórica del crítico cultural Greil Marcus es muy elocuente: “Más importante es que el “Free SpeechMovement” fue probablemente el factor principal para la elección de Ronald Reagan como gobernador de California en 1966; y luego, siguiendo la misma línea, para ser electo, catorce años más tarde, como presidente de los Estados Unidos. En 1980, Ronald Reagan apelando a la “renovación del país” y presentándose como la encarnación de los valores tradicionales frente al caos de las últimas dos décadas, seguía haciendo campaña en contra del “Free SpeechMovement”.6.- En cierta forma, a raíz precisamente de esta particularidad histórica, es que parece explicarse la reacción y el rechazo al “movimiento” de figuras de la talla intelectual de Pier Paolo Pasolini.

7.- Es aquí donde nuevamente pareciera que la “Teoría de apropiación” tendiera a fallar, pues la develación del genoxicio vietnamita y los magnicidios fatídicamente recurrentes de los 60, sean los Kennedy, Macolm X o Martin Luther King, se sitúan en un plano que quedan fuera del movimiento contestatario, como si la contracultura sólo viviera en la realidad de lo Pop, y los asesinatos fueran puros acontecimientos del destino o de la “historia”.

8.-En el contexto de la protesta contra la guerra de Vietnam, el hippismo no fue indiferente en absoluto a los acontecimientos, de hecho la frase “Haz el amor, no la guerra”, tenía un sentido político indudable, pues el pacifismo de los años sesenta no podría entenderse sin el movimiento hippie. Por lo que el intento de Leary de transformar el hippismo es una especie de secta sicodélica, fue un exceso o una debilidad mesiánica.

9.- En el libro de Cohn-Bendit, “La revolución y nosotros, que la quisimos tanto” (1987) y específicamente en la entrevista a Abbi Hoffman, este insinúa que a partir del año 1967 él y los Yippies sacaron a la gente a las calles y prácticamente inventaron las acciones gratuitas. Por cierto, las aseveraciones de Hoffman son inexactas, pues la primera gran manifestación contra la guerra fue convocada por la SDS, la gran organización, “Estudiantes por una sociedad democrática”, que congregó alrededor 20 mil manifestantes en Washington en 1965. Y en relación a los acontecimientos o “programas gratuitos”, los Diggers fueron largamente pioneros. El punto es que la tribu libertaria Diggers repudiaba, sin ningún tipo de reservas, el espectáculo mediático.

10.- Si bien el ritualismo del Rock sicodélico desde “GreatefulDead” hasta Doors, es una música de la experiencia total y sin ninguna correspondencia directa con la protesta política, expresan de igual modo una rebeldía radical, y una transgresión a los límites convencionales de la vida. Más allá de la infatuación de sus mayores figuras, sea Morrison, Joplin o Hendrix, el rock sicodélico es una de las creaciones más genuinas de la experiencia contracultural.

11.- De alguna manera, el film “Zabriskingpoint” de Michelangelo Antonioni, es bastante tributario e ilustrativo de esta visión decantada y/o simplificada del conflicto al interior de la contracultura, entre la protesta estudiantil y el movimiento hippie.

12.- En efecto, probablemente allí se centró el error político y estratégico del líder más importante del yippismo o del llamado hippismo politizado, pues Abbi Hoffman al delimitar y consagrar la rebeldía, en última instancia, en lo que llamó “Nación Woosdtock”, no hizo sino acentuar y profundizar la escisión al interior de la Contracultura. Después de Woosdtock, el movimiento contestatario tendió a mutarse en una expresión de la cultura juvenil y del delirio Rock.

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Un comentario

[…] nació en la década de los 60 del siglo pasado y tuvo su foco principal en los Estados Unidos. El jipismo es un movimiento contracultural que surgió como oposición a los sistemas de valores de la sociedad estadounidense de la época. […]

Por El movimiento jipi de los años 60 - El Sol de la Florida el día 02/03/2020 a las 07:36. Responder #

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