Resumen: El discurso Sobre la libertad en los antiguos y en los modernos de Benjamin Constant generalmente es analizado mediante las distinciones que ofrece entre dos géneros de libertad, recalcando el análisis político de Constant sobre la libertad solamente en función del esquema antigüedad-modernidad. El ensayo no pretende negar su utilización, pero sí plantea que analizar este discurso en función de su filosofía de la Historia permite revelar nuevos aspectos.
El discurso Sobre la libertad en los antiguos y en los modernos de Benjamin Constant generalmente es analizado a partir de las distinciones que ofrece entre dos géneros de libertad, aquella que identifica con los antiguos y la propia de los estados modernos. La primera es asociada a la participación colectiva en los asuntos públicos, mientras que la segunda se relacionaría con el goce individual. El autor se vale de este tópico que dirige la deliberación política de la época para plantear una solución liberal al problema de las dos libertades que resulta ser novedosa para el liberalismo posrevolucionario.
Sin embargo, los estudios académicos habitualmente recalcan el análisis político de Constant sobre la libertad solamente en función del esquema antigüedad-modernidad que dirige la argumentación del discurso. El ensayo no pretende negar la utilización de este esquema y sus aportes al entendimiento de la naturaleza y los principios de la legitimidad política, pero sí plantea que analizar este discurso en función de la filosofía de la Historia del autor permite revelar aspectos que el otro esquema no visibiliza; además de su pertinencia en cuanto sitúa la obra no sólo en el contexto intelectual del periodo, sino en el desarrollo intelectual del mismo autor.
La estructura del ensayo consiste en un repaso biográfico del autor centrado en su incorporación a la vida política francesa, en la descripción general de la concepción de la Historia que logra construir Constant tras los avatares de la Revolución Francesa, en el análisis del discurso que titula este ensayo a partir de esta filosofía anteriormente descrita y para concluir una síntesis final que evalúe la posición de Constant dentro de la historia de las ideas a partir de la novedad de su propuesta política, y principalmente, de su concepción de la Historia.
De la indiferencia al protagonismo
Benjamin Constant es un actor que se posiciona políticamente a partir de los acontecimientos de la Revolución Francesa. Antes de esta, no hay nada en su biografía que anuncie el deseo de tener una carrera política y de teorizar el Estado y la organización social. De hecho, su vida se podía resumir en abundantes amoríos, continuas desavenencias con su padre, problemas de dinero causados por un incipiente vicio al juego, algún duelo por motivos banales, y múltiples viajes por Europa occidental. Mientras su padre pretende que aproveche su precoz inteligencia y se convierta en un renombrado hombre de letras, él se dedica a intentar brillar en el gran mundo. Aún así, logra adquirir una formación intelectual abierta y plural, con grandes oportunidades de enriquecer su mente (Sánchez-Mejía, 1992).
Instalado en Brunswick, desempeñando el cargo en la corte, conseguido por su padre, de gentilhombre de cámara del Duque, se va sumergiendo en un letargo causado por un ambiente hostil a su característica inquietud y curiosidad. Allí se entera de lo acontecido en Francia, y la reflexión sobre la Revolución abrió su pensamiento a nuevas perspectivas, desprendiéndose en parte de su educación ilustrada y del pesimismo que había alcanzado por sus circunstancias vitales. En su puesto de observador desde Alemania, trazará las líneas fundamentales de su pensamiento político (Sánchez-Mejía, 1992).
La primera lectura que hace Constant respecto a la Revolución, es que no hay ambigüedad en atribuirle un carácter positivo. Sobre la violencia, en una carta a su tío Charrière de Severy, se molesta por los “excesos a los que se entrega el pueblo después de haberse sacudido el yugo, pero me molestaría más que no se lo hubiera sacudido” (Sánchez-Mejía, 1992, p.55). La dirección en que circula la Revolución es bastante clara: es antiaristocrática, acabando con los privilegios de la nobleza. Ante un primer horror que le ocasiona el ‘Terror jacobino’, lo considerará como transitorio e incluso necesario para llegar a un estado de paz y felicidad, tal como sucedió en los Estados Unidos de América. Ve como un riesgo la guerra jacobina con el exterior, temiendo que Alemania y Suiza se conviertan en campos de batalla. Detener ese círculo infernal que va de la radicalización revolucionaria al ataque de las potencias europea, que acentúa la radicalización revolucionaria, será un deseo claro en la mente de Constant. La paz acabará con el despotismo y se podrá disfrutar de los frutos de la Revolución (Sánchez-Mejía, 1992).
El 5 de Pradial del año III (24 de mayo de 1795) Benjamin Constant llega a la República de la que quiere convertirse en ciudadano. Este viaje es consecuencia de la transición entre la indiferencia al compromiso político. Sin embargo, el optimismo con el que llega Constant, de asistir a los últimos episodios de un drama sangriento que ha seguido desde lejos, se va transformando en pesimismo al contactar con la realidad. En una carta escrita a su tío Samuel de Constant, dice que “la sorda fermentación reinante, el desánimo de unos, las culpables y temerarias esperanzas de otros, todo hace insoportable la estancia aquí. El gobierno más que funcionar existe en medio de obstáculos de todas clases” (Sánchez-Mejía, 1992, p.65).
Más allá de esta incómoda situación en Francia, el escenario es ideal para desarrollar su aprendizaje político. La Convención de Termidor y el Directorio, más que una transición entre el Terror y el régimen de Napoleón o un periodo ‘reaccionario’ según la historiografía marxista, se presentan con la fisionomía de un laboratorio político -debido al vacío ideológico que deja tras de sí el radicalismo revolucionario- donde se ensayan las teorías políticas decimonónicas, desde la utopía socialista hasta el conservadurismo monárquico, y principalmente, el moderno liberalismo, que se desliza de sus planteamientos ilustrados y se aboca a lo concreto de los problemas que implica su ejecución (López, 2005).
La Convención margina el horizonte utópico del proceso revolucionario. “Hemos consumido seis siglos en seis años” dirá Boyssy d’Anglas, lo que implica hacer un balance y sacar lecciones de la cruda realidad, ya perdida la inocencia de los primeros años y ya recorrido los caminos de la utopía. Esta tarea resulta poco gratificante, no satisface ni a la derecha ni a la izquierda, no posee grandes símbolos ni declaraciones, y carece de un proyecto político claro que marque el sendero a seguir (Sánchez-Mejía, 1996, p.67).
En ese escenario, Constant elabora “escritos de circunstancias”, siempre conectados a acontecimientos políticos de los cuales no duda en tomar partido y así definir claramente su posición y hacerse un espacio propio que le permita avanzar en su carrera política. Y es justamente este tipo de escritos los que van cristalizando las opciones que adopta la Convención y el Directorio y donde se comienza a perfilar las líneas generales de un liberalismo que comienza a sacar las primeras conclusiones de la Revolución y que se enfrentan a la práctica política contingente, elemento indispensable para comprobar la validez de los principios. Este pragmatismo es la primera característica del pensamiento de Constant en esta época. Como dice Díez del Corral (1973): “el pensar filosófico ha perdido en buena parte el carácter puramente especulativo que tuviera en siglos anteriores; el pensador es ahora un ser conmovido por las urgencias de la realidad, con frecuencia transido de pasión” (p.71).
Sus escritos son una férrea defensa de la república y de su consolidación, criticando las posturas intransigentes, considerando la flexibilidad de los principios en ciertas ocasiones para aplicarlo a situaciones concretas. Constant ve tanto a la contrarrevolución y al Terror como fantasmas amenazantes a la naciente república. Esta defensa tan férrea hay que comprenderla en el contexto de Termidor, donde la monarquía está definitivamente vinculada al Antiguo. De esta manera, a diferencia de Inglaterra, no existe la posibilidad del camino intermedio que ofrece la Monarquía Constitucional. En el golpe de Estado del 18 de Fructidor, ante la disyuntiva de defender la república o la legalidad, pone en primer lugar los principios revolucionarios apoyando las decisiones del Directorio de perseguir a los monárquicos que han logrado la victoria en las elecciones, aunque planteando salidas no violentas que sean alternativas al exilio y el asesinato. Los ideales de libertad e igualdad civil promovidos por la Revolución solo pueden ser defendidos desde la república (Sánchez-Mejía, 1992).
Los acontecimientos del 18 de Brumario y el ascenso de Napoleón Bonaparte muestran que la principal preocupación de Constant sigue siendo la República. Ante una Constitución que se mostraba inútil, la ascensión transitoria de un defensor de los ideales del 89 y de carácter ilustrado parecía una buena solución. Sin embargo, el recurso a un hombre fuerte y apoyado por el ejército hace aflorar la desconfianza, pues más que asegurar la consolidación de la república, podía amenazar su existencia. Organizado el gobierno, igualmente opta por tomar un puesto de relevancia -miembro del Tribunado- donde sus reflexiones políticas tengan mayor tribuna (Sánchez-Mejía, 1992).
Tras dos años en el Tribunado, la crítica que realiza emulando a la oposición en el Parlamento británico le trae la enemistad del Primer Cónsul que no desea desacuerdos públicos con sus decisiones, a pesar de que este espacio es netamente deliberativo y no legislativo. Aún así, Constant es reemplazado y aquello gatilla su partida de la Francia a la que vino a ser protagonista, abandonando las esperanzas puestas en la República parlamentaria y asocia la época del Imperio a la tiranía y a la usurpación (Sánchez-Mejía, 2003).
Estos años de autoexilio (1802-1814) de Francia, con continuos viajes por Europa y de alborotados episodios sentimentales, son fundamentales para Constant en cuanto logra consolidar un pensamiento político que, ya no se define ambiguamente como un republicanismo antijacobino y antiabsolutista, sino que se perfila como liberal, defensor de un régimen constitucional de pluralismo, representación política, derechos fundamentales, división de poderes y un respeto irrestricto a las formas jurídicas; régimen que él mismo se encarga de diseñar. La base más sólida de sus futuras obras y acción política estará en la reflexión realizada en este periodo (Sánchez-Mejía, 2002).
Después de diversos avatares -que incluyen el movimiento pendular entre la distancia política hacia Napoleón expresada en Sobre el espíritu de conquista y usurpación y la cercanía práctica al elaborar la Benjamina, un exilio por el gobierno de la monarquía tras la Restauración, la primera edición de Adolfo, además de la perseverante acción política ya de vuelta en Francia- se presentan las elecciones para la diputación en cuatro Departamentos, siendo Constant candidato independiente en Sarthe (Sánchez-Mejía, 2003).
El Constant que pronuncia la conferencia en el Ateneo de Paris es aquél liberal que ha ido madurando su teoría política con el pasar del tiempo y la reflexión sobre los acontecimientos, siendo este no sólo un discurso circunscrito a la inmediatez de la elección, sino que toda una declaración de principios sobre el régimen constitucional que defiende y sus ideales.
Antes de la conferencia en el Ateneo de París: su filosofía de la Historia
Generalmente, la lectura del discurso del Ateneo de Paris se realiza sin considerar de qué manera entiende el autor los procesos históricos, o sea, sin considerar su filosofía de la Historia. Aunque en el discurso no queda explícitamente expresado, es imposible comprender todo el alcance de su análisis sin atender a este asunto, y más aún, es justamente en esta filosofía de la Historia que permite ubicar a Constant dentro de la historia de las ideas.
Las coordenadas Antigüedad – Modernidad de la argumentación, como ya se ha mencionado, está circunscrita a una polémica muy extendida en la época, y más importante aún, a las consecuencias que implicaba adscribirse a una de los dos modelos de libertad. Si en un momento durante la Revolución el peligro eran los anacrónicos que querían fundar una república atendiendo a modelos clásicos, para la época de la conferencia la amenaza son aquellos que quieren borrar todo el proceso revolucionario y anclarse en el Antiguo Régimen.
“Terminar la Revolución sin destruirla, defender la República sin aceptar los desmanes cometidos en su nombre, exigir la libertad sin turbar la paz y la tranquilidad pública” (Sánchez-Mejía, 1992, p.90). Si Constant desea explicar y justificar la Revolución, debe preguntarse por sus causas, y cree necesario situarse entre aquellos que desean la ‘estabilidad’ del Antiguo Régimen -que relacionan el sistema representativo con el desorden y la anarquía- y aquellos que aspiran demoler todo el edificio social, negando las libertades individuales y concentrando el poder en nombre de la soberanía popular. Esa es la manera de encontrar un punto final para salvarla.
La explicación de la Revolución que elabora Constant se sustenta principalmente en la ‘evolución de las ideas’. Sin desoír o desmerecer otras variables explicativas, al igual que gran parte de sus contemporáneos, el énfasis está puesto en los cambios que se han producido en el campo de las ideas, y para ello es clave la filosofía de la Ilustración (Sánchez-Mejía, 1992).
No obstante, la Revolución se produjo no solamente por esta evolución de las ideas, sino porque las instituciones vigentes no estaban a su mismo nivel. En Des reactions politiques, Constant dice que las ideas e instituciones deben coincidir en cada momento histórico. Si las instituciones se resisten a la evolución inevitable de las ideas, estas tendrán que superponerse violentamente. Si las instituciones logran reflejar las nuevas ideas, el cambio será pacífico. Por lo tanto, no vale la marcha atrás de las ideas ni valorar aquello que ya ha pasado (Sánchez-Mejía, 1992).
Pero si en el párrafo anterior queda claro de qué manera el Antiguo Régimen quedaba obsoleto ante la evolución irresistible de las ideas, el Terror se desencadenó por haber ido más allá de los objetivos que habían hecho necesaria la Revolución. Principalmente, porque el Terror se valió de la igualdad para atacar a la propiedad y en nombre de la soberanía popular atentó contra la libertad. La igualdad que debía garantizar la Revolución era la política, destruyendo los privilegios, pero no prolongarlo a la propiedad, ya que para Constant son cosas distintas. Cómo escribe en Fragments d’un ouvrage abandonné…, mientras los privilegios están reservados para los que nacen en cierta clase, la propiedad tiene la facultad de movilidad, pasar de una persona a otra, y de esta manera, cualquiera puede aspirar y acceder a ella (Sánchez-Mejía, 1992).
Al explicar a la Revolución Francesa como parte del transitar de la ‘evolución de las ideas’, queda pendiente comprender como se desarrolla esta evolución, si tiene algún sentido o un fin. Constant dirá en Historie abrégée de l’galité que solamente vista las cosas desde arriba, y deslizando la mirada tanto al pasado como al futuro, se puede dotar de significado a los problemas actuales que el pragmatismo no logra comprender. Haciendo ese ejercicio, se remonta a los inicios de las sociedades humanas, algo muy similar a lo realizado por los pensadores ilustrados (Sánchez-Mejía, 1992).
Sin embargo, no pretende justificar un estado de naturaleza donde el hombre era un ‘buen salvaje’. Constant desecha aquel objetivo en cuanto se basa en la especulación y no se basa en fuentes o documentación que aseguren su rigurosidad y veracidad. De hecho, llega a decir en Mélanges de Litterature et de Politique que el carácter embrutecido y carente de libertad de aquel hombre no le hubiese permitido celebrar ningún contrato (para Constant, el contrato se da en sociedades plenamente establecidas y no tiene el carácter fundador y originador que le dieron los ilustrados). Hacer a aquel hombre preferible a la civilización es sólo un reflejo de la situación de vergüenza de la época por la desigualdad de las personas. Y en De la religion considerérée dans sa source, ses formes et ses développements, defiende la sociabilidad humana en contraste con el individualismo radical, una divergencia entre la tradición aristotélica y el pensamiento ilustrado (Sánchez-Mejía, 1992).
Y aunque se han mencionado tres factores en los cuales Constant se aleja del pensamiento ilustrado –desmitificación de la vida primitiva, la ausencia de contrato social en el origen de las sociedades y la creencia en la sociabilidad del hombre-, si se vale de sus fuentes para buscar el motor que da origen al transitar de la Historia. Una investigación que no se sitúa en el estado de naturaleza, sino que más acá, siempre en la asociación entre hombres. Ese motor de la Historia viene a ser la igualdad, y ‘el deseo de igualdad es el más natural de los sentimientos’ afirma en Histoire abregée de l’égalité (Sánchez-Mejía, 1992).
¿Cómo demostrar la igualdad natural si ya se ha negado la imposibilidad de acceder al estado de naturaleza al criticar las especulaciones ilustradas sobre el origen de la sociedad? Una vía será mencionar que los instintos igualitarios expresados en las leyes civiles siempre han tratado de regular a la sociedad en términos de reciprocidad e igualdad. Pero más que basarse en argumentos naturalistas, profundiza en aquellos basados en la razón. En De la perfectibilité de l’espèce humaine, se afirma que cuando el hombre reflexiona, “toma la igualdad como punto de partida, adquiere la convicción de que no debe hacer a los demás lo que no desea que le hagan a él, es decir, que debe tratar a los hombres como a sus iguales” (Sánchez-Mejía, 1992, p.108). La igualdad se iguala con la justicia, es parte de la naturaleza ontológica de las cosas. La caída humana se relaciona con la pérdida de este tipo de relación. Pero más que fijarse en cómo se pasó de la igualdad a la desigualdad, interesa estudiar cómo consecutivamente el hombre ha intentado hacerla desaparecer.
Desde esta perspectiva, la igualdad pierde, en el carácter puramente accidental y además indemostrable de su desaparición como ley social, su significación de modelo normativo al que la Humanidad debe retornar por cualquier vía para restablecer un equilibrio roto o para recuperar la condición imprescindible de la felicidad humana. Se convierte más bien en un deseo, en una aspiración nunca satisfecha a través de las diferentes sociedades desigualitarias que la Historia ha contemplado, en ‘la pasión constante e indestructible de la especie humana’, ‘encendida en el fondo de nuestros corazones por la naturaleza’ (Sánchez-Mejía, 1992, p.109).
La reflexión del político consiste en las diversas formas sociopolíticas que se han construido para acercarse al objetivo de poder satisfacer el deseo de igualdad. Su estudio permite entender su surgimiento, su mantención, su apogeo, su decadencia y su sustitución, en línea con las necesidades del proceso histórico. Estudio que se hace igualmente necesario para el presente de Constant, donde urge reconocer el momento histórico que se vive y la forma social que le corresponde.
Marca una distancia con Rousseau en cuanto a este le interesa el principio de la sociedad y su final (o nuevo principio, que subvierta el estado actual de las cosas), siendo el lugar de en medio sólo una serie de infortunios y maldades. Para Constant, lo importante es lo que hay en el medio entre ese supuesto principio y en ese imprevisible futuro. “Es ese camino lento, vacilante, lleno de errores y rectificaciones, de aciertos y logros también, que lleva al hombre de escalón en escalón hacia su meta igualitaria” (Sánchez-Mejía, 1992, p.110).
Y el tránsito de la evolución de las ideas ¿es inevitable? Constant plantea el carácter irremediable del progreso en función de la teoría de la perfectibilidad de la especie humana. Es una interpretación de evolución histórica que se diferencia de la visión cíclica –auge y caída, siempre alejadas del paraíso primitivo- presente en la Ilustración. Hay verdades que ya no son cuestionables, como la injusticia de la esclavitud; otras que aún son deliberadas; y otra refugiada en el porvenir y que son desconocidas. Para Constant, la perfectibilidad se da tanto en el plano moral –mayor igualdad entre los individuos- como en el material –avances científicos y tecnológicos- (Sánchez-Mejía, 1992).
Sin embargo, el progreso presente en esta filosofía de la historia no recalca la adquisición de más luces o el desarrollo de mayor ciencia, sino que toma como referencia las ‘relaciones sociales’, convirtiéndola en un instrumento imprescindible para estudiar las formas políticas e institucionales. El acento de Constant está en el movimiento más que en las futuras mejoras (la esperanza está presente, pero no es un optimismo ingenuo). El presente no es ningún punto de partida ni un final, es parte del movimiento incesante de la evolución de las cosas (Sánchez-Mejía, 1992).
La conferencia en el Ateneo de París
El objetivo central de Sobre la libertad en los antiguos y en los modernos es resolver la confusión entre la libertad en los antiguos y en los modernos, pues esta ha provocado diversos males en el proceso revolucionario –principalmente dirigida al ‘Terror jacobino’– y su distinción y tratamiento permite explicar la novedad histórica del gobierno representativo y su pertinencia a la actualidad. Para ello, la tesis que plantea Constant es que el gobierno de los antiguos no debe ser utilizado como modelo para la actualidad moderna (específicamente la Francia postrevolucionaria) pues son de distintas características y naturaleza histórica.
Como ya se ha mencionado, el análisis de Constant sobre la naturaleza y los principios de la legitimidad y cómo articula la libertad política con las instituciones ya se ha realizado en diversos artículos y obras de consulta (Cortés, 2012; Fonnegra, 2015; Sánchez-Mejía, 1991). Este ensayo centra su atención en el papel que juega su filosofía de la Historia para argumentar y justificar su teoría política.
El primer análisis que realiza Constant de la Antigüedad sigue una estructura comparativa tomando como punto de referencia el gobierno representativo que postula como apropiado para la actualidad. Señala que el “estado de la especie humana en la Antigüedad” provocaba que estos “no podían conocer [las] necesidades ni [las] ventajas” del gobierno representativo, pues “su organización social los conducía a desear una libertad del todo diferente”. El momento en el que se encontraban no hacía visible esta posibilidad de gobierno, determinando sus soluciones políticas a su realidad histórica.
En esa realidad histórica, “sin la experiencia de dos mil años”, es que se “admitía como compatible […] la libertad colectiva [con] la sujeción del individuo a la autoridad de la multitud reunida”. Constant recalca constantemente en su argumentación que el “espíritu” de las dos épocas comparadas es completamente distinto. La teoría de la Historia de Constant da lugar a una serie de diferentes etapas que se suceden. Los Estados de la antigüedad que describe en el discurso se ubicarían en la etapa ‘esclavista’, y así lo recalca una gran cantidad de veces, haciendo notar una primera diferencia con la ‘época de los individuos’ en la que se encuentra.
‘Época de los individuos’ donde ya no existe la esclavitud y se ha superado al feudalismo y a la nobleza, donde el constante perfeccionamiento del ser humano lleva a que progrese hacia la igualdad. Y es por ello que no podemos admitir como compatibles o útiles cosas que sí lo fueron en el pasado, sin considerar el ‘estado actual de la especie humana’, pues esto sería un retroceso e iría en contra de las necesidades de la personas. Como dice Constant: “Desconfiemos, pues, de la admiración que naturalmente tenemos por ciertos recuerdos antiguos; y, puesto que vivimos en los modernos, debemos querer la libertad conveniente a ellos” (Constant, 2002, p.85).
¿Y cuál es el ‘estado de la especie humana’ en la época de la Restauración Monárquica? La respuesta que elabora Constant propone como eje explicativo principalmente al comercio. Para el autor lausanés, “la guerra es el impulso, y el comercio el cálculo; pero por esta razón debe llegar una época en que éste reemplace a aquélla, y es a la que nosotros hemos llegado”. Si ambos son medios para “conseguir el mismo objeto, que es el de poseer aquello que se desea”, la “experiencia” ha enseñado a la humanidad que el comercio es un medio más amigable y seguro de conseguirlo, marcando un contraste con la Antigüedad.
Las descripciones de cada época, tanto la Antigua como la Moderna, incluyen una serie de elementos contextuales que pretenden explicar el ‘espíritu belicoso’ de la primera y el ‘espíritu calculador’ de la segunda. Pero lo fundamental es recalcar, por un lado, el carácter progresivo del aprendizaje de la Humanidad, y por otro lado, que el objetivo es la búsqueda de satisfacción de deseos y necesidades; y que por lo tanto, esta época moderna posee necesidades particulares que se manifiestan en sus relaciones sociales.
Si la necesidad en los pueblos antiguos era “[comprar] su seguridad, su independencia, su existencia entera al precio de la guerra”, se entiende que “por un resultado igualmente necesario de esta manera de existir, todos estos Estados tenían esclavos; y las profesiones mecánicas y […] las industriales estaban confiadas a las manos cargadas de cadenas”. Al contrario, “el comercio inspira a los hombres un vivo amor por su independencia individual, socorre sus necesidades y satisface sus deseos sin intervención de la autoridad”. Es a partir de las necesidades de la época que Constant cree necesario defender un sistema representativo desde el liberalismo que logre dar “la libertad conveniente a [los tiempos]”.
Es por ello que resulta importante dar atención a la filosofía de la Historia de Constant para examinar el discurso, pues el factor temporal es continuamente utilizado para validar sus propuestas y dar sustento a sus análisis. En este sentido se logra entender su discrepancia con Montesquieu. Si para el francés la diferencia entre antiguos y modernos respondía el sistema político de República o Monarquía, para Constant lo relevante es la situación de los tiempos, perdiendo operatividad la tipología de Montesquieu. “Ciudadanos de las repúblicas y súbditos de las monarquías, todos quieren gozar de cierta clase de comodidades, y ninguno puede dejar de quererlo en el estado actual de las sociedades”. De ahí que para Constant una Monarquía no resulta descabellada, lo preocupante es el absolutismo.
Este afán de Constant de corresponder un sistema político con los tiempos actuales y con la etapa en que se encuentra la ‘evolución de las ideas’ lo lleva a preocuparse de sobremanera de aquellos que quieren borrar los avances de la Revolución Francesa, pues “sería la cosa más disparatada si fuese tal el resultado de cuarenta siglos, durante los cuales la especie humana no ha hecho otra cosa que conquistar los medios morales y físicos de perfeccionarse”. Agrega que “lo que nosotros necesitamos es la libertad, la cual la conseguiremos indefectiblemente; pero como la que precisamos es diferente de la de los antiguos, es necesario que se dé a aquélla una organización diferente”. Como el avance es inevitable, no se puede detener el avance de la Historia, corresponde generar las formas políticas coherente con el avance del espíritu, que para Constant es el sistema representativo.
Finalmente, si el discurso del Ateneo de París hace todas estas alusiones a la filosofía de la Historia que Constant enuncia en otros textos y que empapa este análisis sobre la libertad, no podía faltar la carga utópica, o más bien, la proyección hacia el futuro del avanzar de la Historia hacia su objetivo: la igualdad de los hombres.
“No hay ninguno de nosotros –estando dispuesto a hundirse, a restringir sus facultades morales, a rebajar sus deseos, a renunciar a la actividad, a la gloria, a las emociones generosas y profundas– que pudiera embrutecerse y ser feliz. No, señores, yo me declaro a favor de esta parte más ilustre de nuestra naturaleza, esa noble inquietud que nos persigue y nos atormenta, ese ardor por extender nuestros conocimientos y por desarrollar nuestras facultades. No es únicamente a la felicidad, sino al perfeccionamiento hacia donde nos llama nuestro destino, y la libertad política es el más poderoso: el medio más enérgico de perfeccionamiento que el cielo nos haya dado. La libertad política –al someter a todos los ciudadanos sin excepción al examen y estudio de los más sagrados intereses– engrandece el espíritu, ennoblece sus pensamientos y establece, entre todos, una especie de igualdad intelectual que constituye la gloria y el poder de un pueblo”.
Conclusiones
De esta manera, en este ensayo se ha analizado el discurso Sobre la libertad en los antiguos y en los modernos, no a partir de la forma de organización política que propone, sino que a través de su filosofía de la Historia. Para ello, ha sido necesario valerse de otros textos donde está sistematizada, y de esa manera generar un breve marco explicativo que anteceda al análisis del discurso. La pertinencia del análisis es valorada positivamente en cuanto muestra coherencia con el resto de producción intelectual y la evolución teórica del autor, además de aportar con elementos significantes que el tradicional análisis político no revela.
Si la teoría de la Historia de Constant permite explicar y justificar la Revolución Francesa, su alcance excede este objetivo parcial, pues al dotar de sentido al acto revolucionario a partir de una trayectoria histórica progresiva e inevitable, se convierte en una herramienta de análisis del presente postrevolucionario (sus necesidades institucionales y políticas) y de proyección al porvenir, sin constituir un medio de adivinación o utopía hacia el futuro, excepto por el camino abierto e inexplorado hacia la concreción de la igualdad natural de los seres humanos.
¿Cómo evaluar la filosofía de la Historia de Constant? La referencia a los ilustrados, pero a la vez la discusión que emprende con ellos e incluso su negación, además de aquel carácter de la Historia como una lenta e irreversible lucha por la igualdad, permite ubicar a Constant en un tránsito entre el paradigma ilustrado de la naturaleza y el modelo evolucionista de progreso dirigido por las leyes de la Historia. Una propuesta de relativismo histórico con una base moral proveniente de la Ilustración.
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