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Presidenciales en Chile. Orden y seguridad sin cambio y cambio sin orden ni seguridad.

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 18/12/2021

Resumen
Un escrito muy ad hoc con esta elección tan crucial en la historia de Chile y que apunta a la incertidumbre, por la polarización y la difícil materialización, de las dos propuestas. Y que plantea una solo salida de la enorme crisis de representación, institucional, política y social.

Orden y seguridad parece que le estaría ganado la batalla a los cambios que, como tales produce, intrínsecamente, incertidumbre, desorden e inseguridad. La propuesta de orden y seguridad del ultraderechista, José A. Kast y la del cambio con incertidumbre del izquierdista, Gabriel Boric, son las dos alternativas polarizadas para los próximos cuatro años cruciales en la historia de Chile.

Pero, ¿cómo hemos llegado a estos extremos en un país conocido por su moderación, contención y pragmatismo como su idiosincrasia política?
Según mi opinión, hay una sólo respuesta: por la miopía política de la falsa autodenominada “centroderecha”. En efecto, durante 30 años la coalición centroizquierdista trató de democratizar la institucionalidad heredada de la dictadura para cometer los cambios estructurales que, por el fabuloso desarrollo económico-social, se pueden realizar. La segunda Administración Bachelet fue la última posibilidad de hacer los cambios con tranquilidad, orden y seguridad, teniendo mayoría en las dos cámaras. Sin embargo, la auténtica sedición del mercado ―con un lockout empresarial hecho y derecho―, apoyado por sus dos partidos excesivamente corporativistas, se lo impidieron. Desde ese momento y con el triunfo de la “centroderecha”, el estallido social se hizo inevitable.

Hay que subrayar, como aprendizaje histórico, que las dos derrotas de la centroizquierda se produjeron esencialmente porque, en la primera, un candidato ex socialista abandona la Concertación autoproclamándose, en un ejercicio de narcisismo patológico, el “verdadero progresista”, negándole el apoyo al candidato de la centroizquierda que había pasado al balotaje facilitándole el triunfo a Sebastián Piñera I. (En la primera vuelta ahora el mismo personaje abandonó el conglomerado centroizquierdista Nuevo Pacto Social a última hora para presentarse ¡por cuarta vez! a la Presidencia, restándole 6 puntos a la candidata oficial Yasna Provoste que había ganado las primarias de ese conglomerado, y hubiese ocupado la tercera posición con 17% de los votos). En la segunda derrota, esta vez de Nueva Mayoría, en 2017, el Frente Amplio no otorgó el apoyo al candidato de la centroizquierda en el balotaje, que ganó Sebastián Piñera.

Además, el Frente Amplio demonizó los 30 años de la Transición Chilena a la Democracia, administrada por la centroizquierda 24 de 30 años, en unas de la transiciones históricamente más complejas porque el exdictador y su aparato institucional estaban muy vivos ―¿alguien se puede imaginar una transición a la democracia con Adolf Hitler, en Alemania, o Francisco Franco, en España, como comandante en jefe del Ejército como lo fue Pinochet hasta 1998, para inmediatamente ser Senador Vitalicio?―; bueno, eso se tuvo que gestionar en Chile con una operación que requirió de una precisión política quirúrgica para evitar más traumas sociales y sacar adelante la democracia y el desarrollo del país.

Todo esto la izquierda no lo reconoció como tampoco el enorme desarrollo social y económico gestionado fundamentalmente por la centroizquierda, catalogando los 30 años de “en vanos”, logrando polarizar el escenario político hasta dejarlo en manos de los extremos.

Destaco todo esto como aprendizaje de que la centroizquierda y la izquierda desunida siempre serán vencidas.
En el escenario político actual, ni el orden y seguridad sin cambios, ni el cambio con incertidumbre que promete la ultraderecha y la izquierda, respectivamente, lograrán sosegar la vida política. Más bien, la propuesta de la ultraderecha acentuará el gigantesco malestar social y sólo garantiza un desorden público increscendo. La razón es sencilla: sin cometer los cambios estructurales, a saber, salud, educación, pensiones y vivienda dignas, vale decir, de calidad y garantizadas por un Estado social, no habrá orden público ni menos seguridad. Aunque use todos los recursos legales represivos del Estado democrático o nuevos ad hoc, como promete Kast, sin cambios estructurales no hay paz social.

Por el otro extremo, la propuesta de Boric no permite una negociación transversal, la única forma de hacer cambios estructurales. Es una ilusión pensar que los dueños del dinero ―en manos de conglomerados que se cuentan con una mano― se sentarán a una mesa negociadora para crear un estado social que garantice los derechos sociales y económicos para las grandes mayorías, menos ahora que la centroderecha ha tomado el derrotero de la ultraderecha para continuar defendiendo los privilegios de una élite oligárquica que se quedó anclada política y socialmente en el siglo XIX con una economía del siglo XXI. Sin la inclusión de los grandes empresarios que son, en estricto rigor, los dueños de Chile y, por lo menos una parte de una derecha ciudadana y social modelo europeo inexistente en Chile, no hay cambio posible. La izquierda apoyada por la centroizquierda, o viceversa, no lo podrá realizar.

Las grandes mayorías, que en mi opinión no son los que se manifiestan en la Plaza Italia-Dignidad, sino el millón y medio que llenó las “grandes Alamedas” el 25 octubre de 2019, en orden, paz y seguridad, tiene claro el futuro que quiere para Chile: un capitalismo inclusivo, social, democrático, modelo europeo, y no el ultraneoliberalismo norteamericano excluyente que continúa obcecadamente proponiendo ahora la ultraderecha. La cultura política chilena es europea; la norteamericana fue impuesta por la fuerza por la dictadura y está contra la idiosincrasia política de Chile.

Pareciera que nos esperan cuatro años perdidos para Chile y las grandes mayorías, gane quien gane.
Pero, sin duda, será mucho peor si gana la ultraderecha porque representa una involución en toda regla con la amenaza regresiva de los derechos civiles, sociales y humanos alcanzados con tanto sacrificio en estos 30 años, y la socavación de la Convención Constitucional, el único faro en medio de la tormenta política perfecta que padece Chile.
Y no hay un plan B.

Jaime Vieyra-Poseck

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