EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
PORTADA | PUBLICAR EN ESTE SITIO | AUTOR@S | ARCHIVO GENERAL | CONTACTO | ACERCA DE | ESTADISTICAS | HACER UN APORTE

— VER EXTRACTOS DE TODOS LOS ARTICULOS PUBLICADOS A LA FECHA —Artículo destacado


Escenario de guerra o la menstruación en la transición.

por Antonio Sandoval Herrera
Artículo publicado el 12/10/2004

Con su alma en silencio la enterré en el jardín
cubierta de flores la dejé en el rincón
Desde donde ella Nunca debió salir […]
La Sangre en el Cuerpo es dura de limpiar
La Sangre en mi Mente es dura de borrar
Los Tres ( La sangre en el cuerpo)1

Al parecer, la memoria, más allá de un acto involuntario, parece ser un acto inevitable. Una manifestación que trasciende nuestros deseos y que se evidencia en lo más cotidiano de nuestra fisiología, en lo más humano de nuestros ciclos corporales. En este sentido, la novela de Andrea Jeftanovic, Escenario de guerra 2, es un intento de demostrar la presencia oculta de una memoria que aflora, de vez en cuando, enrostrándonos una existencia que quisiéramos olvidar. Un flujo sanguinio que se encarga de recordarnos la difícil coagulación de una herida que se presenta cada cierto tiempo. Una deuda que nos obliga a enfrentar el pasado directamente.

«La memoria -tal como sostiene la narradora- aparece como un templo vacío, sostenido por columnas que recorremos de la mano». Un lugar que se reconoce a tientas y que se va descubriendo por medio de intuiciones. De esta forma, tanto la vista como la audición parecen ser sentidos obsoletos y engañados, en los cuales no se puede confiar y producto de los cuales los personajes -ubicados en el proscenio- se transforman en ciegos y sordos. Para muchos de ellos, es preferible mirar sólo el presente, olvidar lo que les tocó vivir y lanzarse a un viaje que, obviamente, acarreará consigo todo lo que se quiso dejar de lado. «Sí, eso es lo que necesito, lo que necesitamos: un viaje, pronto, lejos, extenso. Mira el calendario. Es martes.» (109).

Ahora bien, resulta claro que Escenario de guerra, no es necesariamente un correlato con la historia reciente de nuestro país, ni un intento por alegorizar el periodo social desde el setenta en adelante. Sin embargo, los rastros del pasado dictatorial afloran en reiteradas ocasiones, la narradora se encarga de revelarnos su historia personal y la de su familia (atravesada y destruida por las muertes y el olvido). Todo está configurado dentro del marco de una representación teatral que -fictisiamente- deviene en real, pero que confirma la insalvable distancia entre los hechos y el auditorio. Un lugar donde quienes presencian la actuación no necesitan hacerse cargo de lo relatado, sino esperar -ansiosos- la caída final del telón una vez acabada la obra. El simple acto de presenciar el movimiento y los diálogos les ha hecho daño. Quieren olvidarse de sus heridas, no obstante, las llagas persisten y el dolor aún está latente. El pasado se ha manifestado en la actualidad y la sangre ha vuelto a correr -aunque no se desee- dentro de la casa: «Veo de cerca su muerte encerrada en frascos, en píldoras somníferas administradas todas las noches […]. En los contornos de las cicatrices por el paso del tiempo. No tolera envejecer. Borra las huellas de sus gritos, los rastros del alcohol en su cara» (130).

De este modo, el tiempo hegemónico también ha desaparecido. Lo que pasó en treinta años puede ocurrir en tres días. Puede desaparecer tras la engañosa vigencia diaria de los periódicos, tras la evidente intención de los medios por obligarnos a olvidar: «Abrí un periódico, el del martes. Ese fue el día del accidente. La noticia central no daba ninguna pista sobre el accidente. El segundo, el del miércoles, estaba lleno de tierra como si hubiese sido enterrado con papá. El del jueves era blanco, las tintas gastadas del papel tieso». (158). Las verdaderas noticias, las que tienen que ver con nuestra propia existencia, han sido eliminadas y encuadradas dentro de un sistema que nos ordena aceptar el papel en blanco, el nulo cuestionamiento y -por consiguiente- nuestra inevitable descomposición social.

En definitiva, el trabajo de Andrea Jeftanovic, lejos de todo proselitismo político, retoma -una vez más- el tema inconcluso de nuestra memoria. La posible existencia de dos naciones que, dentro de un mismo territorio, se dividen entre el recuerdo y el olvido. Entre la presencia y la ausencia de un viaje que nos llevará de vuelta al pasado, de regreso al punto de partida donde se comenzó. En la lógica de la novela, todo funciona de esta forma; todo está construido en base a dualismos de personajes que -al igual que el hermano de Tamara- se encuentran en la búsqueda de un papel que les acomode en aquel escenario desolado de su propia guerra. En este sentido, el actual proceso social en Chile no sería aún una democracia consolidada, sino la insuperable transición hacia un fin desconocido. Una transición marcada por el terrible diagnóstico presentado en la obra y violentada por la indolente serenidad de quienes -querámoslo o no- debemos esperar el final de la actuación. De todos modos, cabe señalar, la recurrente y dolorosa actitud de la narradora al recordarnos el momento de inicio de nuestra problemática y ensangrentada guerra individual: el día martes.

1. Los Tres. La Sangre en el cuerpo. Santiago de Chile: Sony music entertaiment, 1999.
Print Friendly, PDF & Email


Tweet



Comentar

Requerido.

Requerido.




 


Critica.cl / subir ▴