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Héctor Barreto: El color de la sangre no se olvida…

por Rafael Videla
Artículo publicado el 24/08/2011

En recuerdo de Héctor Barreto
(10 de Febrero de 1917 – 23 de Agosto de 1936)

“Terminó esa noche como las otras, como siempre, tal vez un poco antes; porque cerraron el bar y tuvimos que irnos. Silenciosos marchamos por las calles hasta llegar junto a mi casa, donde Barreto me acompañó. Luego, al despedirnos y cuando ya nos habíamos alejado un trecho, nos dimos cuenta que nos había sobrado dinero, que no alcanzamos a gastar. Entonces, Barreto cogió un puñado de monedas y algunos billetes y los arrojó al cielo. A mi vez registré mis bolsillos e hice otro tanto con el que me encontré. Así estuvimos un momento, él cerca de la esquina y yo frente a mi casa, arrojando el dinero y sonriendo. El ruido de las monedas tintineaba sobre el pavimento y los rieles de la calle. Personalmente el dinero no me costaba ganarlo; pero a Barreto sí.

De este modo era él para con sus esfuerzos y sacrificios. Se miraba con ironía y estaba dispuesto a desprenderse de todo lo suyo.

Con un gesto de la mano se despidió esa vez, subiéndose el cuello del abrigo y cruzó la esquina.

Va perdiéndose en la noche, rodeado de una sombra de gloria, héroe en medio del hosco y místico paisaje de nuestra tierra. Desnudo como un niño. Niño era. Ingenuo y grande, apenas salido de la adolescencia de sus años y de la del mundo; pero venido de la antigüedad de milenios de su alma de anciano. Era el Anciano de los Días, aquél que camina por la cinta de plata infinita de las constelaciones. Aquél que camina, que camina… (¡Dame fuerzas para seguir tus pasos…!). Hoy concentro mi mente para tratar de recordar su rostro. Era hermoso. Enjuto en las mejillas, la frente amplia y el pelo negro. Los ojos pequeños y profundos, brillaban con el dolor y la fiebre del universo. Pálido y moreno. De estatura regular, delgado y fuerte como un atleta. Los deportes para él no tuvieron nunca secretos. Nada le fue imposible. En la lucha era capaz de vencer a los campeones. En cambio, era delicado y sus manos tenían finura de artista. Su sonrisa cautivaba, acentuando su charla de brujo o de dios griego. Cuando murió, desnudo sobre la mesa de la morgue, parecía una estatua, con su rostro en paz, surcado de hilos de sangre seca, de sangre azul de leyenda, con su pecho alto y poderoso y sus ojos fijos, mirando ya las glorias de su verdadera patria…”

Miguel Serrano

 

Barreto, escritor y cuentista, figura-símbolo de la Generación del ’38, la cual fue conformada por artistas como Eduardo Anguita, Braulio Arenas, Omar Cáceres, Teófilo Cid, Enrique Gómez-Correa, Homero López, Fernando Marcos, Jaime Rayo y Miguel Serrano, entre otros. Sus cuentos y relatos -llamados por él mismo historias ociosas-, son excepcionales, entre los que figuran “La Ciudad Enferma”, “Rito a Narciso”, “Jasón”, “El Pasajero del Sueño”, “La Velada” y “La Niña-Flora”.

Barreto buscaba la transmutación del hombre y del paisaje de Chile, por medio de los ideales y del arte. Por esto, llegó a señalar: Mito. Utopía. Sueño: lo único digno de buscar.

 

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El color de la sangre no se olvida
Hoy se cumplen 75 años de la muerte de Héctor Barreto, el legendario cuentista de la Generación del 38. Su breve paso por esta tierra -fue asesinado a los 19 años- se caracterizó por la apertura a un mundo, como diría Miguel Serrano, “inexistente”, pero más real que el percibido por los sentidos. Su existencia se encuentra reflejada en sus relatos áureos que forman parte del Chile Mágico, de la patria bañada por la luz de la Estrella de la Mañana. He aquí alguno de ellos: “La Ciudad Enferma”, “Rito a Narciso”, “Jasón”, “El Pasajero del Sueño” y “La Velada”.

En 1939, una mano anónima escribió sobre Barreto: Muere el hombre varonil y brujo. Aquel que encantó el día y la noche, muere el legendario transformador de objetos y montañas. Todos podrían haberlo oído. Porque fue él lo que más valió de él. Aún se escuchan  a veces sus gestos propios y sus pasos inconfundibles sobre ciertas calles que Chile le regaló, y que ahora le pertenecen para siempre. Sobre San Diego y Arturo Prat muere, y camina, y ellas amorosas, se transforman al contacto dulce de sus “historias ociosas”…

Y retornan una vez más sus propias palabras, pues “no importa el colorido ni la forma de una ciudad. Ni su aspecto o sus casas. Nada importa, sino la vida del hombre. Los pasos del hombre…”.

Rafael Videla Eissmann
23 de Agosto de 2011.
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