EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
PORTADA | PUBLICAR EN ESTE SITIO | AUTOR@S | ARCHIVO GENERAL | CONTACTO | ACERCA DE | ESTADISTICAS | HACER UN APORTE

— VER EXTRACTOS DE TODOS LOS ARTICULOS PUBLICADOS A LA FECHA —Artículo destacado


HILO NEGRO —una visita—.

por Vicente Undurraga
Artículo publicado el 27/07/2012

“La función de la crítica debiera consistir en mostrar cómo es lo que es, incluso qué es lo que es, y no en mostrar qué significa. / En lugar de una hermenéutica, necesitamos una erótica del arte”. Así cierra Susan Sontag su disruptivo ensayo “Contra la interpretación”, de 1964. Las cito aquí, esas palabras, porque pienso que la formulación de una especie de erótica del arte se da en las Filtraciones de Federico Galende, no obstante –o tal vez justamente por esto– que su libro se trate de conversaciones y no del género de la crítica propiamente tal. El empeño puesto por Galende en aprehender y comprender, pero sobre todo en mostrar, en des-cubrir todo lo que rodea a la creación artística y su vinculación con la trama política, social y literaria, y privada, con todos los deseos y estrategias y arrebatos que la integran, todo eso permite situar este proyecto de tres libros en la línea de lo que la Sontag reclamaba: un trabajo más atento a las formas del arte, así como a sus contextos, referencias privadas, teorizaciones y mistificaciones, que al posible mensaje cifrado en su contenido.
Eso como consideración básica y preliminar.

Hablar de Filtraciones III es, obviamente, hablar del tercio de un proyecto total, lo cual es una parcialidad no forzosa, y siendo no forzosa, he optado por no observarla y presentar este tomo refiriéndome, salvo indicación en contrario, a la totalidad del proyecto: Filtraciones I, II y III.

Atento entonces al dictum de la Sontag, y atento también a la condición en virtud de la cual Galende me convocó (como lector y entrevistador), partiré indicando algunos aspectos que hacen de estas conversaciones textos placenteros, maliciosos, abiertos y, aunque sea complicada esta palabra, verdaderos, en el simple sentido de que no prima la invención ni la mistificación de realidades pasadas sino al contrario su tras bambalinas. Se trata de mostrar lo que fue sin hermoseos ni posicionamientos heroicos, se trata de descorrer el tupido velo, para aludir (y honrar) al valiente libro de Pilar Donoso, que se suicidó anteayer.

Leyendo sobre la recepción de los dos primeros tomos de Filtraciones fui a dar al blog de Justo Pastor Mellado, quien es uno de los entrevistados en el primer tomo y que, igual nomás, objeta, no una sino dos veces, este proyecto, lo que en sí sin duda es legítimo, pero a mi juicio lo hace fallidamente al encararle imputaciones diversas que parecen equívocas o derechamente equivocadas, de una de las cuales, nada más, me haré cargo aquí, por pertinencia. Es la que se refiere al poco aporte que estas Filtraciones por su género harían al panorama crítico; dice J.P. Mellado: “El método de las entrevistas es más viejo que el hilo negro y no constituye de por sí ningún aporte metodológico al conocimiento del campo…”.

No logro adivinar cuál pueda ser el reparo con el hilo negro, que no por nada tiene esa antigüedad, tan prolongada persistencia en el tiempo. Además, suscribiría yo la idea de que al hilo es justo evaluarlo en función de si sirve o no para aquello para lo que se propuso ser usado: unir paños, hilvanar, tejer redes, cruzar madejas, detener hemorragias, crear telares o coser bocas incluso. Así, pues, no reviste conveniencia alguna desde el punto de vista intelectual descartar un libro de antemano por estar integrado formalmente por textos que son conversaciones (así como no obstante su antigüedad no debiera haber problemas con un libro integrado por aforismos o poemas o cartas o reseñas o tratados o testimonios o ensayos o matemáticas). Lo que tal vez sería más interesante es ver de qué tipo de conversaciones se trata, qué se proponen, qué destruyen y, más importante, cómo se procede en ellas, qué cortaderas y pegados, qué edición, en suma, se puede adivinar y, también muy importantemente, a qué resultados dichos procedimientos han llevado.

Según J.P. Mellado, la entrevista habría sido lícita o pertinente como método de conocimiento en el pasado y más bien para el campo social, como habría sido el caso de los diálogos con trabajadoras temporeras en Chile, pues en dichos casos las entrevistas estaban más que nada “destinadas a instalar la validez historiográfica del testimonio individual como vector de la historia colectiva”. Eso, dice J. P. Mellado, para la década del 70, pero, dice luego, “hacer el mismo gesto después del 2004 es como reproducir el sentimiento de que el espacio plástico es tan precario como el habla de las mujeres de esa coyuntura anterior”. No sigo ese hilo.

Hay de todo en materia de libros de entrevistas culturales en Chile; los hay donde es uno el entrevistado y varios los entrevistadores (hay uno así con Lihn, compilado por Daniel Fuenzalida, de la Biblioteca Nacional), o uno el entrevistador y varios los entrevistados (como Héroes civiles & santos laicos de Yanko González o estas mismas Filtraciones), o varios los entrevistadores y varios los entrevistados, o uno el entrevistador y uno el entrevistado; eso desde el punto de vista del elenco –por no mencionar esa variante infame que suele ser la autoentrevista–; desde el punto de vista de su mérito o valor, también hay de todo: desde latones intragables como Creadores contra viento y marea de la periodista hipermercurial María Cristina Jurado (2010), hasta las impagables Conversaciones con Nicanor Parra de Leonidas Morales.

También hay que mencionar las entrevistas con escritores de The Paris Review, que coinciden con Filtraciones en la soltura y el mezclaje de vida y obra y crítica, y a propósito de las cuales dijo Salman Rushdie: “Hace años que las entrevistas de The Paris Review me tienen fascinado. Todas juntas forman el mejor estudio del ‘cómo’ de la literatura, una cuestión mucho más interesante que el por qué’”. Observación que se le podría endosar al trabajo de Galende. Interesa notar cómo se las arregla para que a casi todas estas conversaciones uno entre como a un río, que como ya se ha dicho nunca es el mismo. Se capta que la conversación viene de antes y que continúa más allá de donde en el libro queda abandonada. Galende, aunque afuera del libro, en una entrevista que le hace en Extremoccidente a Cristián Cuevas, sindicalista, y a Javier Castillo, de la Confederación Minera de Chile, dice: “Esto es una conversación, así que podemos partir por cualquier punto, porque las conversaciones son así, parten, empiezan”, pero indudablemente nada empieza así nomás, sino que ese momento inicial es uno entre muchos que Galende elige para anunciar –y luego transcribir– que la conversación “comienza”, esto es, que la conversación entra al libro. En las mejores de las que integran Filtraciones entero, ese inicio abrupto, casi inesperado, dando la sensación de un in medias res reiterado, y ese final no cerrado, interruptus, brindan la sensación de estar asistiendo a la mejor parte de una bien engrasada dinámica conversacional –reflexiva y festiva a partes más o menos iguales– que empezó antes y terminó después de nuestra concurrencia como lectores. Eso da pistas de un trabajo de edición concienzudo aunque aparentemente mínimo, de apriete, de enroque, de compresión, probablemente de supresión de chuchadas y brutalidades, un trabajo que el ideal es que no se note, que perfectamente puede contar, en la etapa de edición, con la colaboración del entrevistado y que es en algún grado un trabajo creativo. Tengo la impresión –no me consta– de que Galende no solo dejó mucho material de cada conversación afuera, lo que es natural, sino que derechamente su apuesta fue conversar mucho para luego con apenas unos pedazos espigados de todo eso hacer un importante trabajo de corte y confección que, manteniendo el tono y el espíritu y las obsesiones de cada invitado, se adecuara o funcionara como unidad pero, a la vez, como parte integrante de un todo. Llama la atención que Galende, manteniendo las particularidades y respetando las especificidades de habla de cada uno y sus humores, logre canalizar (digo bien: canalizar) sus filtraciones con una gramática que colabora para una sensación de continuum, un estilo llano, sustentablemente disperso, zigzagueante entre la conversación, el cuestionario y la discusión, en ocasiones frisando el diálogo de sordos, divertido a ratos y siempre “signado” como dicen por ahí por ciertas recurrencias que son sus marcas de estilo.

“Galende”, e incluso “Fede”, así, invocado por el apellido o por el apodo, salta frecuentemente a la página, al primer plano, y haber dejado esas apariciones en el texto implica, puedo suponer, una señal que da el autor de que él en efecto sabe que es más que el cojo del cine en este asunto, y por tanto más que echar a correr la película y proyectar una sombra más o menos molesta en la pantalla/página, su función es parte integrante, pues Galende no sólo hace hablar y escucha sino que se hace escuchar, opina, matiza, rebate y hasta celebra la voluntad de hueveo, para citar una expresión de Mellado Marcelo, que está entrevistado en Filtraciones II, voluntad de hueveo que se da en un par de entrevistados, explicitando en esos casos Galende las risas y proponiendo incluso un distendido brindis. Se toma y se fuma en Filtraciones. Se conversa, no se dialoga. Se pela. Mal no se pasa, aunque tampoco son jornadas humorísticas. La amistad, o cuando menos la franca distensión, podría decirse en un arranque de entusiasmo, también ha tenido su espacio en buena parte de las Filtraciones, lo cual, sin restarle densidad alguna, le da aire, luz incluso, al libro, porque hay rendijas, salidas, recreos. Y la inclusión de imágenes, dicho sea de paso, ayuda a la circulación lectora, sobre todo por una particular disposición editorial que hace que éstas casi nunca aparezcan cuando se las alude sino pocas páginas después, o antes, lo cual genera un desfase que ligeramente bifurca la lectura, lo digo celebrando el desvío. Es del tipo de erratas librescas, supongo, que Patricio Marchant no habría enmendado.

Siempre hay apertura también hacia dentro, hacia la conversación misma, por ejemplo para meterse de lleno en algo tangencial, algo que llegó de rebote a la mesa y      que de pronto, sin decir agua va, se convierte en su centro, como es el caso de la historia tras los montones de corchos que Sebastián Preece dice haber encontrado en los subterráneos del Hospital Salvador y que sólo pueden explicarse conjeturando pasados; o, por poner otro caso, la parte en que Francisco Casas le cuenta a Galende que vio, recorriendo Cuba hace muchos años, los experimentales y crudos morideros de sidosos, lo cual da pie para una reflexión, valiente todavía en ciertas partes, sobre el carácter dictatorial del castrismo pero, más importante aún, sobre la anuencia, aquiescencia u obsecuencia con que sectores importantes de la inteligencia latinoamericana, la chilena por supuesto incluida, han visto y ven todo eso.

Galende ofrece una visual atractiva, una panorámica del mundo del arte, de los circuitos de creadores y críticos, distinta y más desfachatada, donde sus protagonistas hablan “a la sombra de lo que ya fue escrito” sobre el periodo. Al diluir su discurso en la pluralidad de una colección de conversaciones, Galende le devuelve, le retribuye a la realidad –la del arte chileno en las últimas décadas– la complejidad que muchas veces discursos de por sí complejos le machetearon en aras de un recorte específico que se quiso proponer, labor que, en todo caso, parece en aquellos años no sólo plausible sino necesaria, y su cometimiento por tanto muy apreciable, más allá de todo reparo respecto a sus alcances o réplicas.

Este libro está lleno de contradicciones, de distintas lecturas de mismos hechos, de querellas, de oblicuidades, de impugnaciones, de desmentidos, de subentendidos, de recados. A ratos el efecto de lectura recuerda remotamente al que surge leyendo Los detectives salvajes, para poner un caso que supongo conocido acá, y donde sucesivas versiones de una escena –el real visceralismo allá, la Avanzada acá– van atravesando décadas, y pensamiento y experiencia, recuerdo y propuesta, afectos y crueldad se imbrican para dar cuenta de un tiempo, de un espacio y de unos hombres y mujeres habitándolos.

Es buena cosa que aparezca algo de todo este mundo cultural que no suele aparecer en los libros (aunque sí justamente en las conversaciones): su frivolidad, su voluntad de glamour, su vanidad, lo cual no es negativo pero sí innegable. Egos, voluntades fuertes, severidades, maquinaciones, todo eso que en la vida siempre está, aquí en Filtraciones también está. Y hay fugas, también hay testimonios de fuga, como la de Carlos Altamirano, un punto alto del proyecto/libro.

De igual forma, las páginas van permeando anécdotas y recuerdos y descripciones que proyectan vivamente la ciudad –Santiago principalísimamente, este es un libro sumamente metropolitano, hay que decirlo–. Y este aspecto como de crónica de la ciudad que tienen las Filtraciones lo celebro y destaco pues, siendo uno de sus efectos asociados y no su finalidad primera ni segunda, tiene para mí un valor principal. En este sentido la entrevista con, por ejemplo, Sergio Parra en el segundo volumen es muy valiosa. Barrios, calles y callejones, locales, esquinas, bares, cunetas y personajes van apareciendo y desapareciendo y en suma dan los puntos a la imaginación para que ésta trazando sus uniones reconstruya (o el forastero imagine) una ciudad, entrañable y viva y que como toda ciudad tiene sus propios fantasmas, que aquí se llaman Enrique Lihn, Patricio Marchant, Adolfo Couve… Grandes fantasmas. Y a propósito de ciudad, es elocuente que en la Plaza Italia, donde estuvo en los 80 el emblemático bar Jaque Mate y un par de prostíbulos, y antes una sede de Patria y Libertad, hoy lo que haya sea una sede de ESUCOMEX, Escuela Superior de Comercio Exterior.

Galende evidentemente hace un recorte –se le pega a uno esta palabra leyendo el libro– al escoger a los interlocutores de sus tres volúmenes, y las omisiones y las inclusiones inesperadas hablan de sus intereses o cercanías y de cierta vocación cartográfica, pero también de las posibilidades o accesibilidades ajenas. La segunda acepción que da la RAE al verbo Filtrar es: “Seleccionar datos o aspectos para configurar una información”. Galende, voy a decirlo enfáticamente, ejerce a plenitud su derecho a la parcialidad. Y digo parcialidad porque, aun cuando el arco es bastante amplio, extrañé algunas voces que para mí siempre han estado vinculadas a la visualidad y, sobre todo, a la producción de crítica cultural chilena en el último tercio de siglo. Supuse ya que sus ausencias deben responder a motivos distintos, desde la renuencia de los convocados (como se precisa en algún caso) hasta el olvido o la voluntaria exclusión. El punto es que llama la atención que no esté Juan Pablo Langlois Vicuña en el primer tomo, tomo que no por nada termina justamente con esta sentencia de Carlos Altamirano: “Langlois Vicuña es el mejor de todos” (tampoco está Carlos Leppe, que supongo no accedió; nunca accede; pide las preguntas, lo piensa un poco, lo piensa otro poco, anuncia que va a responder y al final no responde). También me pregunté, dada su condición de creadores, agentes o testigos privilegiados de esta historia, por Roberto Merino, Claudia Donoso, Natalia Babarovic o Yanko González por el sur, que no están. Y Zurita, Galende, ¿por qué no está Zurita siendo como es una figura central en la cultura chilena del tiempo que por estas filtraciones se escurre? ¿O Gonzalo Muñoz, que se habrá virado a México pero sigue vivo y trabajando? Y no quisiera que parezca este un reclamo sectorial por las omisiones literarias, pero así como me arrimé naturalmente a las entrevistas de escritores y críticos como Pedro Lemebel, Matías Rivas, Diamela Eltit, Guillermo Machuca, Bruno Cuneo, Nelly Richard, Sergio Rojas o Ana María Risco, entre otros, con desconcierto me topé –es un decir– con aquellas otras ausencias. Acabaré este minuto de confianza reclamando por la ausencia, aun entendiendo que quienes partieron al extranjero no tuvieron prioridad, de Juan Guillermo Tejeda, cuyo trabajo gráfico, visual, editorial y académico, más allá de toda consideración gremial, me parece relevante para pensar el Chile cultural de las últimas décadas. Estas ausencias, y el ya mencionado santiaguinismo y la inevitable presencia de uno que otro latero, es lo que tengo que decir en la línea del reparo.

Pero, afortunadamente, de todos modos los puntos de vista articulados por Galende son hartos (18 en este puro tercer tomo) y diversos, lo cual propicia para este libro muchas posibilidades de lectura.

DEL TERCER TOMO PROPIAMENTE TAL
Este tercer tomo va de los años 90 hasta comienzos de 2011, cuando se da la publicación y debate por los Imaginarios Culturales Para la Izquierda, debate del que apenas diré aquí, como editor cultural de The Clinic, que alenté, seguí y aprecié y también lamenté que quedara interrumpido, truncado por no respuesta a las impugnaciones de Gumucio, Zurita y otros.

Asoma entonces en este libro una generación obviamente más joven (nacida en los 70) y más individual: hay apenas un par de colectivos y otro modo colaborativo que se prefiere autodenominar “zona de trabajo”, pero más se ven obras e investigaciones individuales, y aun habiendo cercanías y vínculos, no parece haber frentes tan definidos operando como en anteriores años. Y tampoco se ve una crítica que agrupe, ordene y proponga. Hay más bruma y sin embargo menos densidad. Escribe Galende en el prólogo que estos entrevistados hablan con más soltura, “quizá con la que es propia de quien ya no se siente obligado a enredar sus causas visuales o teóricas en los imperativos del trauma”. Y notoriamente esta es una generación, con posgrados a granel, que sale de Chile y por tanto se mueve de bien a muy bien, se maneja iberoamericanamente por lo bajo, en EEUU y Europa igualmente moviéndose como Pedro por su casa: “Lo de abrirse a un contexto más internacional es usual en nuestra generación”, dice Mario Navarro, que maneja libre de complejos la cercanía con el mercado: “Mi capacidad para adaptarme, de pronto, a situaciones relativamente comerciales sin perder por eso, porque no lo considero una contradicción, el interés por la crítica o por la política”. La de los 90 y posterior es una generación que, como dice Voluspa Jarpa, se encontró de pronto “con una serie de recursos y de herramientas que las generaciones anteriores no habían tenido”… La Concertación post detención de Pinochet se puso con la cultura entretenida. Vino la fondartización, los mercados se abrieron y el famoso trauma fue quedando atrás o siendo ya mero capital discursivo o gancho comercial, como decía Jorge González.

Pero la de Navarro es una posición, hay otras, como la de la gente de GalMet justamente, que funciona más bien hacia dentro de Chile, y que dice no mirar con los mejores ojos “la devoción un poco desesperada por la instalación de la obra en el mercado”. Habría que indicar que el de las donaciones también es mercado. Como sea, ya queda dicho que este libro está hecho de versiones encontradas, de desacuerdos, aunque en este tercer tomo no afloran rivalidades ostentosas ni debates de alta intensidad. Igualmente, podría escribirse una novela en clave de parodia que escenificara una guerra entre el mundo de las ferias y el mundo de las bienales. Bienalistas versus feriantes. La trifulca podría tener locación en la conciencia escindida de un artista X. Tendría alcances, aparte de humorísticos, políticos pues la trama tendría que hacerse cargo de la proliferación de los gestores culturales, y como bien dice el propio Galende en el libro, “la profesionalización de la gestión cultural es en sí misma de derecha”.

Con todo, aparece una generación más diversa y menos estreñida, desligada respetuosamente de la generación de la Avanzada, o bien vinculada a esta pero de manera dialógica y más resuelta que la generación intermedia; los referentes son diversos, las influencias, variadas; el que quiere trabajar con aleatoriedad computacional, lo hace; el que quiere en otro extremo pintar, lo hace (“la pintura es mi deriva”, dice Pablo Ferrer en el libro).

E intrincado más o menos explícitamente, aparece en este tercer tomo un Chile, el de la última década, el del Sanhattan y del Homecenter que agarra Patrick Hamilton, un Chile que coincidentemente se tambalea justo en el período en que se cortan las Filtraciones III, lo cual fue este año (2011), justo antes de la revuelta –calculo que en abril o mayo debe Galende haber cerrado esta edición–. Queda entonces la pregunta sobre aquello que hoy mismo y desde de hoy se está haciendo, al calor o por los bordes de todo lo que en las calles está pasando. Hoy en que Galende corta la fuga y se para el filtraje, comienza en Chile un nuevo momento, por lo pronto un acabose. Filtraciones podría acabar aquí… o podría continuar, tomar bifurcación y convertirse con el tiempo en un proyecto de otra índole, hacerse más seguido por ejemplo, ampliar aún más su radio de alcance, acrecentar el circuladero, terminar siendo un noticiario difuso o un semanario radial.

En fin, un libro abierto este, a la manera de una novela polifónica, una erótica del arte operando, una historia de voces cruzadas en la que se va “mezclando memoria y deseos” (Eliot), una historia que se sirve de, y a la vez desacredita, la así llamada “ficción generacional”. Filtraciones, aquello que se escurre por la grieta o que licúa una magulladura, pero también, simplemente, aquello que se escapa, filtraciones en el sentido en que a la jueza Gloria Ana Chevesich en su momento se le filtraron informaciones secretas del MOP Gate. El tercero de los siete usos que la RAE le atribuye al verbo Filtrar es: “Divulgar indebidamente información secreta o confidencial”. Mucho de eso tiene este libro. No hay tapujo si se mezcla reflexión crítica con anecdotario de terceros, información con dato negro, encuadre filosófico con pelambre duro.

También pienso que Filtraciones como título alude al trabajo mismo de edición, que debe filtrar la oralidad para mantenerla viva en la prosa escrita, en la letra, sin incurrir en simulaciones momificantes ni en neocriollismos torpes. Y Galende no filtra ni las distracciones si vienen bien; por ejemplo, una conversación se detiene por un sacudimiento para luego dar paso al comentario de ocasión sobre el temblor bastante fuerte que se ha dejado sentir. O la conversación con Voluspa Jarpa parte interrumpiéndose por fijarse y pegarse ella en un muñequito que hay a la vista y que él le aclara que es Lionel Messi. Se cuela harto el fútbol, al que Galende echa mano unas cuantas veces, ya para destrabar la conversación, ya para aportar claridad en el tema de Procesos y Resultados Artísticos, ya para orear la prosa o literalmente para salir jugando.

“No fue ni será nunca, creo, un libro sobre arte; es un libro que hace del arte el síntoma de muchos de esos descampados que en este país sigue siendo urgente llenar un día con una conversación pública y abierta”; esto dice Galende al cerrar el prólogo de Filtraciones III. Y se le puede dar la razón. Este es un libro sobre la cultura de un país. O sea, sobre un país. Este libro o docu-novela, salvando lo que haya que salvar y con todos los desplazamientos del caso, podría tomar prestado ese subtítulo ejemplar que tiene El circo en llamas, la recolección póstuma de los ensayos de Enrique Lihn y entiendo fue idea de su editor, Germán Marín, y que reza, simplemente, así: una crítica de la vida.

Filtraciones, entonces, como una crítica de la vida en Chile.

Print Friendly, PDF & Email


Tweet



Comentar

Requerido.

Requerido.




 


Critica.cl / subir ▴