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Identidades usurpadas y máscaras mutables en El jardín de al lado de José Donoso.

por Chrystian Zegarra
Artículo publicado el 02/04/2005

En El jardín de al lado (1), José Donoso presenta una compleja metáfora acerca de la identidad y el desarraigo. La imagen del jardín es ambivalente en la medida que se configura a partir de un escenario vacío que se puebla, desde la mirada de los personajes principales del relato, con presencias duales, inexistentes, ideales transportadas desde un «allá y entonces» hacia un «aquí y ahora» propiciando la anulación de las diferencias espacio-temporales. Dentro de este juego de asociaciones mostraré cómo los narradores -Julio en los 5 primeros capítulos y Gloria en el final- organizan su existencia en base a un proceso de desdoblamiento de identidades.

Como punto de partida consideraré el símbolo de la máscara como mecanismo que permite a los personajes adaptarse a las presiones del exilio voluntario y el fracaso. En este sentido Julio intenta, en momentos capitales de la novela, anular su personalidad para transmutarse en otro y de esta manera poseer una nueva naturaleza. Esta perspectiva cuestiona la noción de individuo en tanto entidad unívoca. Así, prevalece la idea de que el sujeto es cambiante, inestable, disperso -no es más que una fragmentación de caretas que aparecen y desaparecen en un juego de disfraces donde la identidad permanece velada-. Por esto, Julio es consciente del vínculo persona-máscara al punto de tratar de cancelarse a sí mismo para ocupar el papel de otros personajes. Un primer ejemplo de esta dinámica sería la escena del robo telefónico en la cual Bijou -adolescente perturbador- opera como guía que le permitirá a Julio descubrir facetas del submundo urbano para él desconocidas hasta entonces: «De repente comprendí […] que no era tan sexual mi atracción por Bijou sino otra cosa, un deseo de apropiarme de su cuerpo, de ser él, de adjudicarme sus códigos y apetitos» (84; énfasis suyo). Al interior de la estructura mental y del sistema de valores de Julio, Bijou representa la libertad irrestricta, la conciencia ubicada más allá de la represión de la ley impuesta, el individuo que ha logrado desembarazarse de la máscara para existir.

Un segundo momento en el desarrollo psíquico de Julio se presenta en el pasaje de la fiesta celebrada en el jardín del duque. Una sensación exclusiva frente a un mundo perfecto -cuerpos jóvenes desnudos danzando libremente-, hace que este personaje intente traspasar el umbral de sí mismo, cruzar al otro lado del espejo para apoderarse de aquel joven que baila con la mujer ideal -la «madraza»- en un escenario inalcanzable: «Siento el peligro de su atracción, y quisiera meterme dentro de él, ser él, ¡sí!, ser él para cambiar mis códigos y problemas, ¡sí!, borrar mis huellas y huir en busca de otro superego o, mejor, ninguno, sólo el placer» (106; énfasis suyo). Si el deseo de convertirse en Bijou rozaba el terreno de la libertad moral del yo, en este caso la búsqueda apunta al amor. La danza de los aristócratas se remonta a una instancia ya ajena a Julio debido al desgaste corpóreo al cual se ve ahora sometido. Eso dicho, el anhelo del jardín es también la nostalgia del cuerpo y del amor erótico desaparecidos, de allí las referencias al mundo idealizado de las esculturas de Brancusi o a la dualidad pasado / presente de la Odalisca / Gloria.

Ahora bien, la instancia definitiva por la cual se agudiza el problema identitario planteado a lo largo de la novela se realiza en el viaje a Tánger y en la visita al mercado laberíntico de El Zoco. Acá se produce una inversión del rol asumido por Julio: deja de ser contemplador pasivo para convertirse en protagonista integrado al caos circundante. La realidad como espejo despiadado -el jardín de la infancia como belleza en decadencia después de la muerte de la madre-, genera en Julio el deseo de proyectarse más allá de sí mismo para fusionarse con el mendigo -elemento ajeno, extraño, verdugo-: «Envidia: quiero ser ese hombre, meterme dentro de su piel enfermiza y de su hambre para así no tener esperanza de nada ni temer nada» (239; énfasis mío). El cruce de identidades para asumirse en otra opuesta a la presente es la característica dominante de este peregrinaje por el infierno de El Zoco. Julio es incapaz de lograr lo que busca en este recinto asfixiante, al punto de exigir la presencia de Bijou-Virgilio para transitar por lo desconocido y poder sumergirse en lo multifacético de las múltiples máscaras a su alcance.

El tema del desdoblamiento como forma de la identidad personal constituye un leit-motiv dentro de la literatura contemporánea. En la novela de Donoso este mecanismo es también significativo en el caso de Gloria. Ella se posesiona de su esposo para transmitir el relato -como se descubre al leer el capitulo 6-, problematizando la inestable división entre el yo y el otro. Es por esto que la agente literaria Nuria Monclús reconoce que el principal mérito de la novela de Gloria es: «[…] haberme logrado meter dentro de la piel de un personaje tan distinto a lo que yo soy» (247). Este cruce de perspectivas produce la ilusión de que el individuo sólo puede definirse en la medida que haya un otro que lo complemente; así, Julio y Gloria se ensamblan uno al otro como dualidad, siendo casi imposible distinguir donde empiezan y terminan sus límites propios. Sin embargo, esta visión integrada del yo no es perfecta, ya que cada uno de ellos posee un mundo privado inaccesible que tiene como único correlato el silencio: para Gloria sus diarios que son el germen de su escritura y para Julio la madrugada en que deja el hotel en Tánger para ir en busca del mendigo. Pero estos vacíos -estos jardines personales- dan mayor sentido y complejidad a la vida. Al final, el jardín de al lado se convierte en un lugar donde las fronteras se disuelven, en un espejo refractario donde el ser humano no es más que una máscara de la otredad.

1 Donoso, José. El jardín de al lado. Barcelona: Seix Barral, 1981.
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