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Intuiciones de un pedazo de caca sobre el río Mapocho.

por Antonio Sandoval Herrera
Artículo publicado el 27/01/2004

Los muertos -aunque suena paradojal- han sobrevivido durante siglos como una temática literaria y social. Desde siempre se ha promovido -a favor de ellos- una correcta ritualización de los procedimientos fúnebres; que, por lo general, se resumen un simple acto de justicia (Antígona, por ejemplo). En función de esto,Mapocho aparece como un llamado a reivindicar y a realizar ese mínimo acto de justicia en favor de los muertos incompletos de nuestro país. De aquellos muertos desaparecidos y olvidados, producto de quienes escriben la historia y los discursos nacionales: «Pero la muerte es mentira. De la M hasta la E. Todo es mentira. Fausto lo sabe. Los muertos que descansan en paz y duermen el sueño eterno, ésos que están bien muertos y enterrados en su tumba, ésos que no quedaron atravesados por un pedazo de vida y murieron felices, viejos, a causa de una enfermedad incurable, o por propio gusto, ésos que no vuelan ni molestan, ésos sólo confirman la regla». (120).

Mapocho (1) es una historia de desencuentros de rastros de un pasado incompleto. Es una búsqueda por recuperar un cuerpo cercenado en fragmentos. Una visión acéfala de Chile que manifiesta la totalidad incompleta de nuestro cuerpo nacional. En definitiva, una visión descarnada de esta pequeña casa que es Chile y de los constantes intentos por enterrar nuestras históricas carencias: «Dicen que Chile era una casa vieja […] que olía a empanada y chicha, que tenía una cordillera en el patio de atrás y un sauce llorón que lloraba poco, porque hasta entonces no tenía muchos motivos para hacerlo» (154).

En este sentido, el río Mapocho es visualizado como una herida abierta que corta Santiago de extremo a extremo. La imagen real de un dolor que se manifiesta -algunas veces- con inusitada violencia y que arrastra todas nuestras falsas construcciones. Un caudal despiadado de muertos que nos recuerdan el hedor producto de las deposiciones del olvido. De este modo, el río se transforma -para Nona Fernández- en una herida necesaria, en el punto débil de una ciudad acostumbrada a tapar sus cicatrices y a concentrarse en la superficialidad del progreso: «Fausto quisiera inventar una buena historia para curar todos esos cortes. Con su pañuelo sucio de lágrimas intenta limpiar esa nana abierta» (151).

Entendiendo esto, cabe señalar, el símil que realiza la autora, equiparando alMapocho con le sexo femenino, por lo menos, en su aspecto más superficial. Pues, siguiendo esta lógica, el Mapocho sería un arma fundamental al momento de cuestionar el avasallante discurso de la masculinidad nacional. Un ente relativizador que obliga la Indio al entrar en contacto con él (con ella, con la Rucia, con elMapocho) a autoflagelarse, a cortarse los dedos que sintieron esa fuerza telúrica, pero que -no obstante- lo sobrepasan por el sentimiento de culpa.

Considerando lo antes expuesto, Chile -bajo la perspectiva de Fernández- se encuentra (al igual que las generaciones literarias de esta época) huérfano: «Su nombre brilla en los textos históricos, su retrato luce en los edificios públicos, y aún cuando se convirtió en tirano al igual que su ausente progenitor, Bernardo O´Higgins Riquelme, el sin padre, es recordado por la Historia como el Padre de la Patria. […] La patria, hija de un guacho. La patria, una guacha más» (168). Ahora bien, esta huerfanía se ha visto constantemente suplida, mediante una búsqueda histórica que intenta llenar los vacíos de una paternidad insuficiente. De este modo, la imagen del jinete sin cabeza, que recorre las calles de Santiago buscando su propia totalidad, no responde sólo a una segunda muerte de los muertos, sino -además- al retrato desarticulado de una sociedad acéfala. En definitiva, y contradiciendo todo tipo de propaganda del gobierno hacia el extranjero, Chile sería -desde sus cimientos – una nación anárquica sin haberlo deseado nunca. Una nación desordenada en busca de un padre inexistente y, producto de lo cual, muchos gobernantes se han autoproclamado como los sanadores y reformadores de esta sociedad enferma.

1. Fernández, Nona. Mapocho. Santiago de Chile: Editorial Planeta, 2002.
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