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La Poesía Situada de Enrique Lihn.

por Felipe Lagos
Artículo publicado el 24/03/2017

Este artículo es una versión parcialmente modificada de la publicada en: letras.s5.com



En Qué otra cosa se puede decir, poema aparecido en Diario de muerte[1], el último libro de Enrique Lihn, el autor interpreta y poetiza “Madre muerta” del pintor y escultor alemán Max Klinger, cuya lamina acompaña al texto[2]. La forma particular de esta interpretación resume, como un manifiesto, el término que Enrique Lihn utiliza para denominar su poesía, además de sugerir una nueva forma de comprenderla: poesía situada.

Las dos estrofas iniciales dicen así:

Qué otra cosa se puede decir de la muerte
Que sea desde ella, no sobre ella

El niño pequeño, “el bebe, mezcla de sapo y ángel”, esta sobre la muerte, sobre la mujer o estatua. Dice “sobre ella”, sobre de “con respecto a” ella y sobre de “estar sobre” ella… Pero el poeta se dará la tarea de hablar “desde ella”, como un desplazamiento, una posesión, sustitución o identificación… Y dice de la muerte (y de la mujer), mirando con el ojo múltiple del poeta: “es una cosa sorda, muda y ciega”. Ella, la muerte, simbolizada por la mujer o estatua, y pintura… Otra ella es la muerte que acosa al poeta y que ni siquiera sabe (o a penas le importa) que él exista y aún así lo busca, poco a poco, lo mata.

Se hace presente entonces el temor de la tercera persona, no “él” ni “ella”, sino el espectador o el mismo poeta; el temor de que sea la tercera persona (espectador o poeta) quien inminentemente morirá: es la reflexión fundamental del poemario.

Las primeras estrofas del poema representan la identificación del poeta con la muerte, acosada de espectadores que a su vez pueden también situarse en el papel de la mujer, esa representación de la virginidad y la represión del deseo sexual:

Qué otra cosa se puede decir de la muerte
Que sea desde ella, no sobre ella
Es una cosa sorda, muda y ciega
La antropomorfizamos en el temor
de que no sea un sujeto
Sino la tercera persona, no persona,
“él” o “ella”.

En la segunda estrofa, el poeta se sitúa en el lugar del “bebé”:

La mujer reemplazada en Klinger
por una estatua yaciente
Sarcásticamente maternal, sobre cuyo pecho
plano como una lapida, yo, el bebé
Mezcla de sapo y ángel,
miro a los espectadores con terror
Nunca los mismos, siempre ausentes
Como en un teatro
Donde se representa una obra congelada

“Sarcásticamente maternal”, escribe el poeta, el bebé, el ángel hijo del espíritu santo, deseado y nunca concebido. Sarcásticamente en tanto que distante… Fría, en medio de un conglomerado de símbolos fálicos[3], la mujer inmóvil abandona al crío aterrorizado, expuesto a las miradas de los espectadores cumpliendo su rol de espectadores, ausentes para el autor de la obra (¿no el poeta sino el pintor?), que a la vez es también un espectador de su propia creación, de la obra, fría e indiferente al propio artista…

“Como en un teatro”, escribe, donde no sólo los actores cumplen un rol. Y en el cual las obras congeladas son la mujer, la muerte, la estatua, el sapo, el cuadro, el poema, los espectadores y los artistas, y el libro donde todos se reúnen como en un velorio.

[1] Textos reunidos y transcritos por Pedro Lastra y Adrián Valdés.
[2] De la 2° Edición. Editorial Universitaria. Santiago, 1990. Pág. 64-65.
[3] El rol que cumplen las esculturas y la naturaleza en el cuadro de Max Klinger se puede concebir como la sustitución simbólica del falo.
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