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Las películas de mi vida o Alberto Fuguet contra Alejandro Ayún.

por Antonio Sandoval Herrera
Artículo publicado el 27/10/2004

La novela se inventó para la familia, se inventó como la vida burguesa […]. Dostoievsky […], Dickens entero es historia de familia… «Ana Karenina», «Madame Bovary», Proust es una historia de 20 familias […]. El motivo de la novela del siglo XXI: [es] el hombre solo enfrentado con el absurdo […]. K es un hombre solo, perdido en la nieve, ése es el personaje, ése es el protagonista de la novela que viene […]. Ese hombre solo que anda buscando una explicación de lo que pasa.
José Donoso y Carlos Cerda
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… el toque de queda entre la 1:00 y las 5:30, es muy beneficioso para los chilenos… y durará por largo tiempo. El padre llega temprano a la casa y la esposa está contenta…
Augusto Pinochet
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En tiempos de elecciones, parece imposible -para los candidatos- desligarse de la carga familiar que les exige la sociedad. Una parte importante de la campaña es la foto junto a esposa e hijos. En este sentido, resulta evidente la publicidad que ciertos sectores (gubernamentales, religiosos, etc.) se empeñan por desarrollar en favor de la familia. El problema no surge por intentar tener una comunidad más estable y equilibrada, sino producto de las variadas ocasiones en cuales la publicidad sobrepasa el límite de la buena intención y se manifiesta como un lugar común sin sustento argumentativo válido. En las películas de mi vida (3), Fuguet nos enseña su propia visión del problema. No la del revolucionario con padre o hermano desaparecido, sino la del individuo desplazado del barrio alto.

El texto es una reconstrucción del pasado, una búsqueda de la memoria pérdida. Obviamente, no es un catálogo de cine, sino un cúmulo de experiencias de vida. Un conjunto de sensaciones que van desde la inocente infancia hasta su independiente adolescencia; por medio del cual -durante todo su tránsito por el imaginario fílmico- el narrador da cuenta de lo desmembrado y decadente en que se ha tornado su concepto de familia. Es una crónica sobre las falsas relaciones en las cuales se fundó Chile posterior al golpe militar de 1973: «…quedé choqueado al comprobar que allá [EE.UU.] ya no existe la familia. Todos separados, todos […] ¿Eso quieres, Angélica? ¿Para eso criaste una familia, para que el ambiente te la liquide? Piénsalo.» (2003, 249). Beltrán comprende que es imposible escapar a esa vorágine horriblemente nostálgica a la que nos impulsa el país. La célula fundamental de la sociedad -por lo menos en su caso- ya no existe. Las películas, en su perspectiva más superficial, son calmantes para quienes no desean afrontar la realidad.

De este modo, parece interesante apreciar cómo aún hoy se intenta mantener la artificialidad. Por cuanto, si se considera que Chile -después de la intervención militar- ha dejado atrás el siglo XIX, resulta anacrónica la intención de perseverar en la visión decimonónica de la familia, un cuadro costumbrista donde la esposa espera impacientemente feliz la llegada de su abnegado y fiel marido: «Se llamaba Fa-Mi-La en la Familia y, según recuerdo me enteré después, era un programa recomendado por los cerebros del régimen militar para apoyar a la familia que es el sostén y la piedra angular de este gobierno». (2003, 288). La familia -por lo tanto- es una fórmula para no crear el descontento social, un subterfugio más para impedir las manifestaciones populares. En definitiva, un adormecedor inconsciente donde todos -al parecer- valen: «Hay tres aviones chilenos: Papá avión, Mamá avión y Pedrito, un avión bebé. Los padres de Pedrito están tremendamente resfriados y no pueden volar. Pedro, entonces, se ofrece a salvar el honor de la familia, porque los aviones del correo chileno cruzan los Andes invierno o verano […], finalmente, cuando todos lo daban por muerto, llega sano y salvo». (2003, 175-176).

Ahora bien, existen una serie de elementos que ayudan a concretar esta búsqueda del autor. Beltrán es un desterrado en Chile, un exiliado a la inversa. No tiene siquiera la dignidad ni la compasión de quienes fueron obligados a abandonar su país. Es un paria dentro de una sociedad que no lo reconoce, ni lo acepta. Una sociedad que evidencia sus más profundas raíces discriminatorias, llena de individuos decadentes incapaces de convivir con el elemento extraño. El solitario narrador no es símbolo de la avasallante economía norteamericana, sino un personaje silencioso dentro de la estúpida sicología nacional. Beltrán no necesita hablar de su cosmopolitismo para crearse un lugar dentro de sus iguales, prefiere callar y vivir apartado. Refugiarse en las historias del cine y de la televisión, que lejos del egregio y alternativo arte culto, le permiten sobrellevar su terrible situación familiar. En este sentido, Beltrán no es el gringo que conoce el mundo, sino el nerd; el extranjero al que el chileno vivo siempre engaña, porque chilenos hay en todos lados, porque siempre tienen la gracia a flor de labio y porque son una sociedad tan pujante y tan solidaria.

En este sentido, y tal como sostiene el autor, Las películas de mi vida es una novela sísmica, que -cabe señalar- va más allá de lo puramente personal, pues nos muestra una de las pocas y, quizás, la única herramienta que un pueblo como el nuestro -acostumbrado a tapar a tapar las grietas- tiene para desempolvarse, de vez en cuando, de su sedimentada superficialidad. Un intento de la naturaleza por demostrarnos nuestra olvidada vulnerabilidad. Esa diminuta y precaria existencia que ocultamos tras el tupido velo de las carreteras, del poder adquisitivo y de los edificios. En definitiva, y aceptando el terrible diagnóstico, una muestra más de nuestra tambaleante y poco solvente visión del concepto familiar.

1. Cerda, Carlos. Donoso sin límites. Santiago de Chile: LOM Ediciones, 1997. Páginas 172-173.
2. La Segunda, 13 de agosto de 1974. Gazmuri, Cristián. La persistencia de la memoria (reflexiones de un civil sobre la dictadura). Santiago de Chile: Ril Editores, 2000. Pág. 44.
3. Fuguet, Alberto. Las películas de mi vida. Santiago de Chile: Aguilar Chilena de Ediciones, 2003.
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